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Críticas ordenadas por:
Las estrellas de cine no mueren en Liverpool
Las estrellas de cine no mueren en Liverpool (2017)
  • 6,4
    2.254
  • Reino Unido Paul McGuigan
  • Annette Bening, Jamie Bell, Julie Walters ...
8
Las estrellas de cine mueren en Nueva York
¿Quién recuerda hoy a Gloria Grahame (1923-1981)? Para mí permanece en el olimpo de mis más estimados recuerdos cinéfilos su estremecedora muerte en ‘Los sobornados’ (1953) de Fritz Lang, cuando arropa su desfigurada cara con su abrigo de pieles para cubrir la afrenta de su inmerecido castigo y así abandonar este mundo envuelta en el brillo de un pasado que la alumbró y condenó por igual. Y no es la única imagen que guardo de ella, quizás una actriz secundaria no demasiado rutilante ni afamada, pero con un sinnúmero de excelentes interpretaciones en memorables películas del Hollywood de la época dorada. Y ahora guardaré como un tesoro la magnífica recreación que de ella realiza una deslumbrante Annette Bening en la cinta que nos ocupa.

Quizás podría haberse titulado esta película – o incluso esta misma reseña – ‘Cautivos del amor’, parafraseando así el nombre de la obra por la que consiguió su único y merecidísimo Oscar, pero centrándonos en lo que hay, podemos aventurar que se trata de un melodrama a la antigua usanza, donde prevalece la ‘Imitación a la vida’ sobre la realidad misma, por aprovechar otro célebre referente cinematográfico. La utilización de cantosos decorados falsarios – que son un entrañable homenaje al cine clásico de transparencias y cartón piedra – añade un punto de nostalgia y melancolía a esta arrebatada tragedia amorosa que bascula entre el anhelo y la amnesia. La sombra del pasado lo tiñe todo de desencanto, de evocación y de ternura, con un punto agridulce que nos hace perdonar sus mínimas imperfecciones y agradecer que se acometa, en un mundo cegado por la modernidad, un proyecto tan delicado como primoroso.

Adoptando el punto de vista del último amor de Gloria Grahame – el desconocido actor y escritor Peter Turner (1952-) – se nos narra, con frecuentes saltos en el tiempo, los últimos años de una defenestrada estrella de cine en el crepúsculo de su ocaso. Quizás nada nuevo, pero realizado con tanto cariño, respeto y sutileza que conmueve y convence por su extrema simplicidad y economía de recursos, utilizados siempre con creatividad y eficacia, señalando así que lo importante es tener una buena historia y unos buenos intérpretes para elaborar y recrear un relato lleno de respeto, piedad y compasión por unos personajes que ni son virtuosos ni son culpables, sino que son simplemente de carne y hueso y en los que nos podemos ver reflejados a poco que seamos indulgentes y no adolezcamos de un atisbo de sensibilidad.

Además, la química existente entre Jamie Bell y Annette Bening – ambos soberbios – nos agasaja con una de las historias de amor más nobles y emotivas de los últimos tiempos.
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18 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maria by Callas
Maria by Callas (2017)
Documental
  • 7,1
    796
  • Francia Tom Volf
  • Documental, (Intervenciones de: Maria Callas)
8
¿Diva o Vida?
Rasgar el velo que esconde la intimidad de una estrella para adentrarse en terrenos cenagosos y explorar el corazón que late tras su máscara pública es una tarea quimérica que suele quedar vedada tanto a sus admiradores como detractores. Pero esto es lo que se propone este acicalado documental francés sobre la cantante griega – nacida en Nueva York – Maria Callas, una de las personalidades más fascinantes, publicitadas, enaltecidas y vilipendiadas de todo el siglo XX. Por ello esta obra ofrece un interés que va más allá del mero relato biográfico de una artista llena de brillos y tinieblas, ya que funciona a diferentes niveles, desbrozando no solo algunos hitos relevantes de su carrera, sino indagando en el carácter, inseguridades e infortunios que la acosaron durante toda su afanada y llamativa existencia.

Es de justicia enumerar alguna virtud que la singularizan dentro de su género: no se nos fatiga con la impertinente voz en off de un narrador omnisciente que nos detalle y explique lo que estamos viendo, sino que en todo momento la que habla – ya sea a través de sus cartas o de oportunas y muy bien seleccionadas entrevistas televisivas – es la mismísima Callas. Son sus palabras las que escuchamos, son sus gestos, muecas y desplantes los que vemos, es su voz la que admiramos o menospreciamos, pero siempre sin los molestos y gangosos intermediarios de turno, sin otros filtros que los de la propia prima dona… y eso confiere una riqueza y textura especial al escrutinio. Deberemos ser nosotros los que nos responsabilicemos de cribar todo el material escogido y tratar de leer entre líneas y así completar y reinterpretar el significado y valor de todo, es decir, nos convertimos en coautores de la imagen que nos vayamos haciendo del personaje: somos nosotros los encargados de deslindar la imagen pública del enigma privado – y seríamos unos lerdos si no aprovechásemos la ocasión.

Al asumir el reto de analizar lo que vemos y escuchamos – quedarse con el deslumbrante envoltorio aterciopelado sería como pretender juzgar el sabor de un bombón por su atildado embalaje – comprendemos que es demasiado elemental emitir impertinentes juicios de valor cuando se desconoce la intimidad que se esconde bajo la emperifollada superficie de las candilejas. Esto permite cuestionarnos la cruenta ley del espectáculo: entretenme y te perdonaré la vida, pero si me aburres o decepcionas, te liquidaré.

Por ello, detrás de tanta especulación arbitraria lucha por emerger una sencilla mujer que tan sólo buscó el amor – y fracasó –, qué tan sólo quiso hallar la calidez de un hogar – y zozobró –, qué tan sólo ansiaba sentirse acogida y confortada y se acabó diluyendo en la soledad ventosa de un crepuscular otoño parisino.
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17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una razón brillante
Una razón brillante (2017)
  • 6,2
    3.678
  • Francia Yvan Attal
  • Daniel Auteuil, Camélia Jordana, Nozha Khouadra ...
6
‘La felicidad consiste en poner de acuerdo tus pensamientos, tus palabras y tus hechos’
La oratoria – el arte de hablar con elocuencia, según la RAE – tiene, de forma injusta, mala fama. Se la asocia con el engaño, con la mentira, con la seducción o con el enredo. Y es una percepción inmerecida, porque en realidad se trata de la habilidad de practicar la fluidez retórica, es decir, de ejercitarse en la difícil maestría de aprender a expresar de forma persuasiva lo que se piensa o se siente, sin dejar resquicios para la duda, tratando de ser lo más claros y concisos que sea posible, evitando andarse por las ramas o perderse en divagaciones innecesarias. Pero se asocia con las prácticas habituales que utilizan políticos y embaucadores, en vez de darnos cuenta que a todos nosotros nos sería más útil y provechoso saber formular en pocas y certeras palabras lo que queremos decir.

En un mundo ideal, sería un medio para conectar, en armonía, nuestros actos con nuestra intención y con nuestro discurso, tal y como refleja la cita de Mahatma Gandhi que he elegido como título de esta reseña. Por lo tanto, nada que objetar. Pero como toda disciplina que se puede enseñar y aprender, puede utilizarse, una vez dominada, con sabiduría (para alcanzar un buen propósito) o arteramente (para vencer y embaucar a un contrincante). Y esta contradicción es la que muestra la cinta francesa que nos ocupa: cuando lo único que parece que cuenta es derrotar al adversario a través de las palabras, con desprecio de su significado y contenido, sin tener en cuenta la veracidad o falsedad de los enunciados que se defienden.

Estamos ante una película demasiado tibia, complaciente, blanda y simplista, que más que una reflexión sobre la oratoria es un mero entretenimiento que confronta a dos individuos: una estudiante de los arrabales parisinos, nacida en Francia pero de origen magrebí, y a un reputado profesor de pura cepa francesa. La una tiene toda su vida por delante y quiere ser abogada, el otro deambula sin ilusión ni consistencia en el ocaso de una existencia fallida que nos muestra su hundimiento emocional. Dos personajes antitéticos y, en apariencia, irreconciliables, que se encuentran por azar y se vinculan por una necesidad engañosa, donde la claridad, honestidad y franqueza brillan por su ausencia.

Sólo el buen hacer interpretativo de sus dos actores principales – Daniel Auteuil y Camélia Jordana – nos hace no tener en cuenta y olvidar la falacia afectada y teatrera del arranque de la historia. Si fuéramos críticos, la propuesta sería insostenible por la cantidad de almíbar que supura, pero por una vez las buenas intenciones de fondo nos permiten excusar, parcialmente, su exceso de sacarina.
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15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Invitación de boda (Wajib)
Invitación de boda (Wajib) (2017)
  • 6,6
    1.019
  • Palestina Annemarie Jacir
  • Saleh Bakri, Mohammed Bakri, Maria Zreik ...
7
Banquete de pluralidad
¡Qué fácil es pontificar y pregonar cómo deberían de ser las cosas en vez de esforzarse por cambiarlas! ¡Cuánto más sencillo es huir de la dificultad que quedarse y lidiar con semejantes obstáculos! ¡Qué triste y anodino es recudirlo todo a una falaz historia entre buenos y malos, en vez de reconocer que la vida es un conjunto infinito de matices y de contradicciones, donde la línea recta, la perfección formal o la armonía social brillan por su ausencia! Esta cinta palestina aborda las contrariedades, los compromisos, las renuncias, las exigencias y las decepciones que conlleva vivir la vida de forma sencilla y prudente en nuestro enrevesado e incoherente mundo actual, repleto de soflamas y sentencias pero ayuno de un planteamiento más comprensivo y humanista, alejado de absolutismos estériles y bañado de la necesaria compasión por el prójimo.

La trama pudiera parecer demasiado simplona y elemental pero no es para nada inocente. Presenciamos durante una jornada el tortuoso y anodino recorrido de un padre y de su hijo (que reside en Italia), repartiendo, puerta a puerta, las invitaciones de boda de su hija y hermana, tanto a parientes como a amigos, a allegados y patronos, asistiendo así al variopinto mosaico vital que configura la sociedad en la que se enmarca la historia. Las tensiones entre modernidad y tradición afloran a cada paso, las mentiras piadosas y las rencillas soterradas hacen acto de presencia, los prejuicios y los tópicos que podemos albergar desde la distancia se disuelven, sin apenas percibirlo, como los azucarillos que endulzan los innumerables cafés que jalonan el trayecto. En realidad asistimos a una parábola sobre los escollos de vivir en paz y concordia en un mundo híbrido y mudable donde no existen verdades inmutables ni certezas absolutas.

Lo primero que salta a la vista es lo reconocible y cercano del relato. Y no me refiero sólo al espacio físico donde se enmarca la acción (la vegetación y luminosidad mediterráneas nos resultan harto conocidas a los íberos peninsulares), sino sobre todo a ciertas tradiciones, comportamientos y usos que presenciamos (la infamia del divorcio, la condena de la mujer libre e independiente, las servidumbres de las expectativas morales, la sinrazón de mantener en pie lo que se hunde por inservible u obsolescente…). La mirada de su directora y guionista, Annemarie Jacir, despliega un agudo poder de observación, donde los detalles marginales o, en apariencia, ornamentales configuran un relato mucho más rico y enrevesado de lo que nos pudiera parecer.

Muy bien interpretada por Saleh Bakri y Mohammed Bakri (que son padre e hijo en la vida real), el relato se cierra con un sobrio y refinado plano secuencia que abre la esperanza a la reconciliación.
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18 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Custodia compartida
Custodia compartida (2017)
  • 7,2
    6.291
  • Francia Xavier Legrand
  • Denis Ménochet, Léa Drucker, Thomas Gioria ...
8
Calvario íntimo
La violencia toma diferentes cuerpos y formas y no siempre se muestra a las claras hasta que resulta demasiado tarde como para zafarse de su yugo y sus devastadoras consecuencias. Uno de los problemas fundamentales es que, por lo general, no existen personas malas, sino que sólo existen comportamientos malvados y nocivos que se manifiestan de forma repentina en momentos y circunstancias inesperadas, tanto más aterrador cuando dicha conducta se exterioriza en la privacidad del hogar y se dirige contra las personas que conforman el núcleo familiar y a las que, al menos de palabra, se quiere más que a nada en el mundo… aunque esto implique algunas veces que se las quiere tan sólo cuando se pliegan y someten, sin resistencia, a nuestras imposiciones y mandatos, a nuestras exigencias y demandas.

Éste es el vía crucis de la violencia que se origina en la intimidad del hogar, en un ámbito que debiera rebosar de apoyo y confianza – ya sea sólo entre cónyuges o entre otros familiares cualesquiera – entre personas, al fin, que alguna vez se quisieron y respetaron pero cuyo amor ha degenerado en odio o cuya existencia deviene en un martillo implacable y feroz que acaba travistiéndose en puro exabrupto vengativo y cruel. Y cuando se trata de la fuerza bruta, todos sabemos quién suele llevar las de ganar (o de perder): el hombre. Estamos ante una excelente obra de ficción rebosante de referencias penosamente reales y cotidianas. Asistimos a una radiografía del horror y del terror que se inocula y emerge en la intimidad hasta devenir en una escalada estremecedora sobre la devastación pavorosa de la convivencia.

No se puede – ni debe – recomponer lo que se ha roto en añicos. Pero ¿cómo pedir auxilio, a quién acudir para protegernos, de qué forma desenredarse de una amenaza que no conoce de fronteras ni límites, de una maldición que no sabe expresarse sino es a través de la coacción y del envilecimiento? La crueldad de un animal herido que cree que no tiene ya nada más que perder y cuyo único objetivo y sentido es recuperar lo que se le ha hurtado, a su juicio, de forma injusta y arbitraria y no comprende que así está cavando su propia tumba y se está sepultando bajo una avalancha de indignidad e infamia que produce asco, horror y desprecio.

Con una sencillez expresiva encomiable, con una brillantez visual inesperada, con una valentía desprovista de prejuicios y sermones asistimos a un relato estremecedor sobre la perversidad humana y sobre el devastador uso del terror cuando nos creemos con derecho a todo. Quizás le sobre toda la historia relacionada con el personaje de la hija pero el conjunto es insólito y apasionante.
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27 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Isla de perros
Isla de perros (2018)
  • 7,3
    20.183
  • Estados Unidos Wes Anderson
  • Animación, (Voz: Bryan Cranston, Edward Norton) ...
5
Me duele el hocico de ser tan agudo
Nada que objetar con poder disfrutar de una película tan primorosa como insustancial. Nada que reprocharle a Wes Anderson por ofrecernos un producto tan bien acabado y tan, en apariencia, original que pareciera que rompiese moldes y abriera caminos intransitados en la filmografía universal del orbe interplanetario. Aunque poco puedo decir que vaya más allá de la decepción y la fatiga de una obra tan sutil y acomodaticia que me llena, al tiempo, de admiración intelectual e indiferencia artística, como si fuera un ejercicio de estilo realizado con incuestionable talento pero carente de ninguna emoción genuina que vaya más allá del floripondio decorativo o del impacto inmediato y superficial, fruto de una sensibilidad impostada pero ayuna de verdadero calado o trascendencia.

Aun cuando la haya seguido con innegable deleite y la haya podido estimar como propuesta a contrapelo del batiburrillo mediocre que anega nuestra cartelera; sin duda repleta de ideas, trampantojos y cavilaciones aunque ajena a una sensibilidad sincera, más atenta al impacto inmediato y la admiración urgente e incondicional en vez de perseguir algún objetivo de mayor humildad y sustancia que encumbrarse en un mausoleo a la extravagancia y los fuegos fatuos de artificio. Ambiguo revoltijo de ingenio y residuos que combinan mal con una forma honesta y sincera de entender el cine como vehículo de expresión y búsqueda, sin reducirlo todo a un mero cachivache alucinado, renunciando a indagar sobre la complejidad o turbiedad del mundo, contentándose con ejercitarse como avispado artesano de un formalismo privado de coraje y brío.

Tras salir del cine me invaden el desánimo y el empacho. Por una parte me siento halagado porque su propuesta rebosa de referencias cinéfilas y culturales que me son muy queridas y cercanas a mi sensibilidad y circunstancia, pero el cine no debiera contentarse con facilitarnos un compendio de citas y claves que haya que admirar y paladear porque nos muestran que quien las ha realizado no es un zafio figurín inculto y lenguaraz que se recrea en su propia erudición y sabiduría, pavoneándose con la vastedad de sus conocimientos y el esnobismo de su saber. Para eso ya me basto yo mismo y mi afectada adicción por lo singular y lo excéntrico. Verme retratado en mi cursilería y sincretismo puede ser un baño de humildad y humillación, pero no si se espera que además aplauda a quien parece no darse cuenta de su propio envanecimiento y autocomplacencia. Digamos que yo reconozco mi mal, pero no dejo por ello de reírme de mi mismo y de mi petulancia.

Y aquí sobra solemnidad y falta juicio, tratando de disimular su impostura tras una tenue máscara humorística que se resquebraja por doquier.
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17 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Heartstone, corazones de piedra
Heartstone, corazones de piedra (2016)
  • 6,7
    1.908
  • Islandia Guðmundur Arnar Guðmundsson
  • Baldur Einarsson, Blær Hinriksson, Gunnar Jónsson ...
7
Corazones púberes
El despertar sexual durante la adolescencia puede ser tanto motivo de alborozo como de desánimo, dependiendo de cómo seas, de quiénes te rodeen y de dónde residas. Es una historia mil veces abordada, aunque siempre se presta a un nuevo enfoque o a un nuevo matiz que añada complejidad o sutileza a lo que creíamos ya un tema agotado. Porque el júbilo o la tristeza adoptan un sinfín de máscaras y se encarnan en innumerables cuerpos. Cuando nos peleamos con nuestros más íntimos y volcánicos deseos, la frustración no conoce de latitudes ni tabúes, de límites o de escrúpulos. Entonces, sin tan siquiera haberte atrevido a entablar batalla alguna, aceptas el destrozo de ser diferente y transitas un lodazal tenebroso y resbaladizo, sintiéndote ninguneado por tus semejantes, asumiendo que no te queda otra opción que acometer la huida aunque sea hacia ninguna parte.

Esta película islandesa nos enfrenta al divergente descubrimiento pubescente de dos amigos de toda la vida. Pero mientras uno actúa y se desenvuelve con habilidad y descaro por los nuevos territorios que tantea, al otro no le queda otra opción que permanecer inerte y exangüe al no comprender primero ni aceptar después su tan inexplorada como repentina inclinación carnal. Dos puntos de vista ante una misma realidad, dos alternativas que ni elegimos ni nos enseñan a vivir en libertad, sino que nos invaden y corroen con inusitado ímpetu y ardor, trastocando nuestro plácido mundo conocido y lo convierten en una aventura incierta, llena de posibilidades y añagazas. Si fuera fácil no resultaría tan fotogénico…

La novedad en este caso radica en el punto de vista adoptado por el relato, ya que no se centra en el pobre diablo que se encuentra atrapado por el talión del deseo, sino en su fraternal amigo que lo acompaña como alma gemela hasta que sus incompatibles caminos amagan con separarles. No es tanto lo que vivimos, sino cómo percibimos e interpretamos lo que nos ocurre; y no hay mayor fiasco que el desengaño de un primer amor no correspondido. Pero el desencanto no sólo alcanza a quien lo vive, sino también a quienes nos rodean desde siempre, al no poder satisfacer las expectativas tácitas que habían configurado hasta entonces un mundo ordenado y predecible.

Quizás su mayor defecto, tal vez el único, sea su excesivo metraje. Tomarse más de dos horas para narrar una sencilla historia de desamor y decepción es un reto superfluo, sobre todo cuando de por sí el ritmo pausado y melancólico adoptado alarga todas las escenas de forma caprichosa. Pero en conjunto el resultado es satisfactorio y nos desvela, una vez más, que no quedan historias novedosas, sino tan sólo formas originales de encauzarlas.
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18 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un lugar tranquilo
Un lugar tranquilo (2018)
  • 6,6
    36.152
  • Estados Unidos John Krasinski
  • Emily Blunt, John Krasinski, Millicent Simmonds ...
7
Un silencio perturbador
El principal logro de esta cinta es crear y sostener un clima asfixiante a través de un elemento turbador: la obligación de permanecer en silencio si se quiere sobrevivir a una amenaza depredadora y voraz. No se nos explica cómo ocurrió, ni cómo llegó a adueñarse de la tierra, sólo sabemos que el más mínimo ruido despierta al monstruo y lo convierte en una máquina de aniquilar humanos. Es decir, estamos ante una cinta de terror en estado puro donde lo de menos es la verosimilitud psicológica de la propuesta y se conforma con ofrecer un brillante ejercicio de estilo donde la forma lo es todo, dejando el contenido para mejor ocasión. Por ello hay que enjuiciarla en función de lo que pretende y alcanza, no en función de lo que a uno le gustaría encontrar al entrar a verla.

Y como engranaje de enmudecimiento e intimidación funciona muy bien. Un paisaje desolado de humanos diezmados y aterrorizados por lo inexplicable e inexpugnable permite pasar una hora y media de buen entretenimiento sin pretensiones metafísicas ni culturales. Porque no es una parábola sesuda, ni un estudio de las amenazas a las que se ve sometida una familia americana rural; tan sólo se contenta con entretener con ingenio y hábil manejo de una atmósfera inquietante, siendo otra de sus innegables virtudes su concisión e inmediatez, al no alargar en demasía una situación única y de mínimo desarrollo dramático, yendo directamente al meollo del cogollo, absteniéndose de estériles veleidades trascendentales. Quizás sucumba al imperante empeño de sacralizar al amantísimo núcleo familiar como fuente de todas las virtudes ancestrales, pero hasta ese implícito se le puede perdonar.

Entre sus muchas virtudes está no sólo la atmósfera malsana que pergeña, sino sobre todo la empatía que nos vincula hacia los aterrados cautivos del torturador sigilo que se despliega ante nosotros, nos importa lo que les pasa, nos preocupa que puedan ser descubiertos y masacrados, nos angustia el más mínimo sonido delatador, nos aflige su amenazada existencia sujeta a la represalia de la exterminación. Y durante su afligido calvario presenciamos algunas secuencias memorables que perdurarán en la memoria cinéfila más exigente: el arranque de la cinta que nos traslada a un mundo asolado y perturbador y con unas maestras pinceladas impresionistas nos bosqueja el ambiente apocalíptico al que nos enfrentamos y, sobre todo, la escena del parto, que se ramifica en una algarabía de terror que casi nos obliga a cerrar los ojos ante semejante ultimátum del horror.

Escalofriante, telúrica e inmisericorde. No hay más cera que la que arde pero lo hace con irresistible embrujo.
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25 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alma mater
Alma mater (2017)
  • 6,7
    1.453
  • Bélgica Philippe Van Leeuw
  • Hiam Abbass, Diamand Bou Abboud, Juliette Navis ...
8
Trincheras de Tiniebla
Salir al mundo es, a la fuerza, una empresa mortal, abandonar el seno materno nos escupe a un universo lleno de peligros y desdichas donde las lágrimas se mezclan con la sangre, la esperanza con el desconsuelo, la ilusión con el desencanto. Sacar adelante una familia – en un sentido amplio e inclusivo – es tarea titánica, tanto más si nos encontramos inmersos en una guerra donde lo de menos es triunfar y lo que en realidad se persigue es aniquilar al prójimo, destruyendo su autoestima o segando su vida. Matar por matar, humillar por venganza, deshonrar por prepotencia, destruir por vanidad… El catálogo de torturas y exterminios es infinito pero todo se reduce a lo mismo: cercenar al adversario, ya sea física o anímicamente. ¿Para sentirse superiores? Quizás, pero en realidad para creer que hemos alcanzado la condición de un semidiós y hemos vencido a la fugacidad de la vida y nos hemos convertido en demiurgos, donde dictamos las tablas de la ley por las que se han de regir todos.

Película desoladora, inquietante, tristísima y funesta. Pero también rebosante de amor, respeto, nobleza y solidaridad. Se me ha quedado grabada una imagen inmóvil y amarga en su mudo grito de auxilio. Un anciano – el patriarca reservado, el abuelo privado de dignidad y galones – se sienta frente a una aburguesada librería repleta de libros silentes. No vemos si añora o maldice, no sabemos si lamenta o agradece. Pero tuve que pensar en al austriaco Stefan Zweig y en su exilio suicida: cuando callan los libros, cuando prohíben las palabras, sólo nos queda el estruendo de las bombas y el pandemónium del juicio final… en la tierra. Nada de lo que puedas hacer va a cambiar nada, sólo nos queda apartarnos del mundanal estrépito y empuñar la melancolía.

Con elementos mínimos y un magistral uso del fuera de campo (todo lo peor se nos hurta a la vista, permaneciendo en un inquietante limbo visual), con un excelente uso del sonido y un soberbio uso del travelling que nos oprime y recluye a un espacio apenas salubre, apenas alumbrado, donde se quiere representar la fantasía de la normalidad y la esperanza de la superación en medio del caos y la infamia. Con unos actores excelentes – entro los que descuellan una grandiosa Hiam Abbass, cuyo desolado rostro nos infunde tanta compasión como rabia, así como una etérea e ilusa Diamand Bou Abboud, cuya toma de tierra en medio del cenagal de la carne nos llena de furia y desamparo – y con un metraje modélico, alcanza así casi la perfección: hablar de la quimera de la vida en medio del laberinto de la muerte.

Sin lugar a dudas excelente. No se la pierdan.
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18 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Cairo confidencial
El Cairo confidencial (2017)
  • 6,4
    4.464
  • Suecia Tarik Saleh
  • Fares Fares, Tareq Abdalla, Yasser Ali Maher ...
7
Los Sobornados
Deslucido título para una buena película. No se me ocurre una mejor forma de empezar este breve comentario que resaltar – ya de tan conocido parece un tópico – la deplorable carencia de agudeza o buen gusto lingüístico de los distribuidores españoles a la hora de verter al castellano los títulos de las cintas que pretenden comercializar… dejando para mejor ocasión valorar la crónica majadería de ni tan siquiera tratar de traducir los nombres de las obras que quieren convertir en hitos mercantiles, olvidándose de señeros ejemplos en los que su denominación ha entrado en el acervo cultural patrio – como es el caso de “Solo ante el peligro” o “Con faldas y a lo loco”, modelo de triunfante creatividad – contentándose con distribuir sus productos enlatados, como si de una vulgar pizza industrial se tratara y no requiriera ni de un mínimo aderezo español para conseguir averiguar su contenido.

Estamos ante una película egipcia pero producida por capital sueco. Extraña mezcolanza que, sin embargo, traza una propuesta brillante y llena de matices y aciertos, en la que se refleja la venal corrupción que corroe todas las capas de la sociedad egipcia, y, en especial, a los funcionarios públicos encarnados en la policía. No me sorprende que la cinta haya sido prohibida y que al director y guionista, Tarik Saleh, le hayan prohibido la entrada en su país. Otra muestra más de que la libertad de expresión hace daño a los gobernantes, sobre todo si se trata de una dictadura (teocrática o no) que aborrece la pluralidad o la crítica mordaz. Porque el retrato que ofrece de Egipto no puede ser más angustioso y desolador: los sobornos cotidianos presiden el quehacer habitual de cualquier actividad, degradando a la sociedad y dificultando su desarrollo y prosperidad.

Tras un tenso relato policíaco se esconde un desazonador retablo de crítica social. La historia se ramifica y complica, asistiendo con perpleja impotencia como el dinero señorea y manipula de forma descarada y obscena los quehaceres se sus insignificantes protagonistas – algunos de los cuales se creen demiurgos cuando son meros peones. El caso de asesinato de una cantante (¿O quizás ramera de lujo? ¿O acaso cebo inocente para chantajes turbios?) se abre y se cierra a conveniencia del mejor postor. Pero tras esa aparente opacidad se desvela que aún quedan personas justas, que si bien aceptan o han aceptado, sobres o fajos de billetes quisieran vivir en un mundo más justo y limpio y se desviven por mantener encendida la llama del honor en medio de un vendaval de putrefacción.

Quizás de ritmo algo moroso pero por completo satisfactoria: los bajos fondos son iguales en todo el mundo… La diferencia estriba en lo alto que consigan encamarse.
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25 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Verano de una familia de Tokio
Verano de una familia de Tokio (2017)
  • 5,5
    367
  • Japón Yôji Yamada
  • Satoshi Tsumabuki, Aoi Yû, Kazuko Yoshiyuki ...
6
Aurora Boreal
En la actualidad existen dos veteranos y pletóricos directores de cine que parecen querer emular al matusalén – ya fallecido – del cine, el portugués Manoel de Oliveira (1908-2015), y mantienen una lucha encarnizada e incruenta para convertirse en los más longevos e incombustibles cineastas en activo: el californiano Clint Eastwood (de casi 88 años) y el japonés Yôji Yamada (camino de sus 87 primaveras). Aparte de esa carrera por alcanzar una loca e improbable meta que cada vez parece más incontenible y bíblica, comparten una mirada humanista y cálida hacia los seres humanos, llena de afecto, complicidad y ternura por cada uno de los diversos especímenes que retratan en sus obras.

En Occidente, del decano japonés quizás lo más reconocido sea su denominada trilogía de Samuráis – “El Ocaso del Samurái” (2002), “The hidden blade: la espada oculta” (2004) y “Love and Honor: El catador de venenos” (2006), basadas en tres novelas de Shuhei Fujisawa – pero en realidad es un afanoso director que lleva en activo desde 1961, con más de 80 irregulares títulos en su filmografía y que casi siempre ha trabajado para el estudio Shochiku. Es decir, una laboriosa y perseverante hormiguita que casi todos los años ha realizado más de una obrilla, por lo general para uso y disfrute del archipiélago del Sol Naciente, aunque cosechando al mismo tiempo premios y reconocimiento en festivales y mercados de todo el orbe.

Ahora nos llega una secuela de otra secuela de lo que en su origen había sido un inesperado y triunfante homenaje a “Cuentos de Tokio” (1953) del maestro Yasujiro Ozu: “Una familia de Tokio” (2013). Eso nos muestra que parece más interesado en estirar hasta la extenuación el chicle del éxito que no en contarnos una historia de nuevo cuño o en explorar terrenos desconocidos. Volver una y otra vez sobre lo mismo – ya tiene terminada una sub-secuela – acaba produciendo algo de fatiga y pereza.

Es una pena que la veterana ‘abuela’ Kazuko Yoshiyuki (de 82 años) apenas haga acto de presencia – lo cual es una decepción, porque su papel resultaba el más entrañable de todo el dispar elenco familiar – y quizás se centre en exceso en las peripecias peripatéticas del ‘abuelo’ Isao Hashizume (de 76 años) – el personaje más plasta e histriónico de todos ellos, que me hizo pensar en un indestructible Paco Martínez Soria nipón – pero la verdad es que aunque sea una mera regurgitación fruto del modesto éxito local de las películas precedentes, tiene una factura y un porte, una frescura chusca y burlona que resultan afectuosas y simpáticas.

¿Prescindible? Sin duda... Pero también llena de un inexplicable encanto.
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9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Thelma
Thelma (2017)
  • 6,5
    6.504
  • Noruega Joachim Trier
  • Eili Harboe, Kaya Wilkins, Ellen Dorrit Petersen ...
7
Hielo y fuego
A ratos deambula entro lo gótico y lo terrorífico, por momentos asemeja un relato libidinoso sobre el despertar sexual y sensual de una adolescente retraída, en ocasiones aparenta ser un ambiguo y tortuoso drama familiar… aunque también invade la senda del cine místico más candoroso y fatiga las ciénagas de la ofuscación religiosa más rancia. Es decir, propone un sinnúmero de temas y acertijos que pueden desorientar al espectador más perspicaz y avezado, sin renunciar a nada ni resolver del todo el enigma propuesto. Si bien el desenlace yerra cuando trata de forzar algunas respuestas innecesarias que atenúan el misterio, como si temiera que un exceso de turbiedad e inquietud fuera un demérito o una carencia, como si el género fantástico estuviera necesitado de certezas y exigiera desvelar la incógnita para no ser tachado de insensato.

Pese a ese extravío o imperfección – quizás debido a un exceso de racionalismo trasnochado – el balance es muy positivo. Se agradece que nos propongan un recorrido desasosegante y cenagoso que sorprende e inquieta a cada paso, en el que nunca sabe uno con certeza si está presenciando una ensoñación delirante o transitando la realidad más ordinaria y feroz. Esa incertidumbre, esa duda lacerante, es su máximo logro: nada es lo que parece y se abre ante el espectador un itinerario, sin mapa ni brújula, que nos suspende sobre un abismo de sospecha y perplejidad que resulta sugerente y adictivo. Queremos saber más, queremos salir de dudas, queremos que se resuelva el malestar de su protagonista, ya que nos carcomen los mismos recelos y miedos que la sobrecogen a ella.

La palidez de los colores, la frialdad de las imágenes, la aparente nitidez de la narración contribuyen a crear un clima tóxico, a tejer una historia llena de sombras, opacidad y desgracia que nos inquieta y atrapa desde el equívoco arranque en mitad de la nieve o el parsimonioso caminar sobre un lago helado. Basta presenciar cómo un adulto apunta con su escopeta cargada a la nuca de una niña desvalida o presenciar la traslúcida cárcel de unos peces moviéndose bajo una espesa capa de hielo para comprender que alguien se ha dejado destapada la caja de Pandora y los torbellinos del averno se han escapado para sembrar cizaña, infortunio y dolor en un paisaje inmaculado, tan yermo como gélido.

Joachim Trier urde una trama densa y paciente como una espesa y pegajosa tela de araña que nos atrapa, al albur de un destino que nos sobrepasa, abruma e inquieta. Si perdonamos ciertos defectos de guion – su torpe obsesión por atar cabos – el resultado final resulta tan estimulante como siniestro.
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16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
1945
1945 (2017)
  • 6,7
    1.136
  • Hungría Ferenc Török
  • Péter Rudolf, Tamás Szabó Kimmel, Dóra Sztarenki ...
6
Cuando un jurado popular se convierte en juez y parte
Es imposible cerrar un círculo partido. Lo mismo ocurre con la convivencia en cualquier comunidad cuando se intoxica, descompone y troncha la convivencia pacífica entre sus convecinos, da igual por qué motivo o causa, porque una vez que se quiebra la confianza, la seguridad y el afecto fraterno, cualquier atrocidad parece posible… y ninguna resulta tranquilizadora, porque hace aflorar lo peor del ser humano: el revanchismo, la envidia, la codicia, el olvido…, es decir, el caos se adueña de todo como la mala hierba que se apodera de un jardín que antaño fuera frondoso y fértil y ahora se queda árido y estéril, pasto de las alimañas más espeluznantes.

La estructura de esta cinta húngara asemeja una fallida circunferencia: al inicio, unos enigmáticos personajes vestidos de negro – cuya estética parece remitir de forma evidente a los judíos que antaño vivían en el pueblo – descienden de un tren; al finalizar, esos mismos personajes vuelven a tomar un tren que les alejará para siempre de aquel paisaje inhóspito y remoto. Pero el recorrido que han realizado no ha cerrado las heridas ni ha servido para reparar la pérdida padecida, sino que ha revelado todo aquello que todo el mundo sabe pero nadie se atreve a mencionar en voz alta. Se susurra, se maldice, se conspira y se maniobra para evitar que nada cambie y las sepulturas se mantengan selladas, pero en verdad la mala conciencia, los remordimientos y la codicia siembran la discordia y generan una envenenada pestilencia que enturbia la ficticia paz de los cementerios.

Basta con el silencio impenetrable de los forasteros para descomponer, atemorizar y torturar a los lugareños. No se requiere de palabras, ni de sermones, ni de reproches, ni de demandas para hacer aflorar el pasado y la culpa y, así, someter a los responsables a la humillación pública. Quizás nada cambie, pero es seguro que nada seguirá igual. El espejo ya no nos devolverá nunca la imagen de quien deseábamos ser o de quien soñábamos con llegar a ser… ahora solo nos mostrará, desnuda e inmisericorde, la imagen de nuestro delito, de nuestra omisión de auxilio, de nuestros errores y faltas. Ya no podremos habitar un lugar al que ultrajamos y envilecimos al convertirnos en delatores, al emponzoñar la convivencia con el dedo acusador de la delación y la avaricia.

La película promete más de lo que ofrece. Se hace larga y resulta demasiado obvia en sus intenciones. Sin embargo, está llena de hallazgos y contiene una dirección muy cuidada y una bellísima fotografía en blanco y negro que resalta la angustia y enfatiza el desconsuelo. Imperfecta pero muy interesante.
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17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
El insulto
El insulto (2017)
  • 7,1
    5.164
  • Líbano Ziad Doueiri
  • Adel Karam, Kamel El Basha, Christine Choueiri ...
8
El ultraje y la clemencia
¿Qué sabemos los Europeos del Líbano? Poca cosa… de mis remotos años escolares recuerdo que hasta principios de los años 70 del siglo pasado se la llamaba “La Suiza del Mediterráneo”, pero toda esa prosperidad modélica se derrumbó a causa de una cruenta guerra civil que duró quince años (1975 a 1990) – en la que intervinieron también Siria e Israel – destruyendo la loable convivencia que durante décadas habían alcanzado tanto la población (mayoritaria) musulmana como la (muy relevante) cristiana y maronita. Pero Oriente Próximo padece un cáncer incurable y la inestabilidad se ha vuelto endémica, aunque haya conseguido recuperar su posición como centro financiero de la región y goza de un índice de desarrollo humano muy notable, uno de los más altos de todo el mundo árabe. El problema central fue la dañina presencia de la OLP que bajo el belicoso mando de Yaser Arafat convirtió el Líbano en su centro logístico para sus sangrientas e interminables guerras de guerrilla contra Israel.

Este es el marco en el que hay que situar esta cinta: un pueblo malherido, repleto de llagas y amargura, que trata de salir adelante tras los destrozos emocionales y físicos causados tanto por tropas extranjeras como por milicias connacionales. El dolor sigue siendo una sombra espesa y turbia que cubre a unos habitantes que no consiguen olvidar ni perdonar los agravios y zarpazos de la confrontación y el resentimiento. Quizás así sea posible entender – que no excusar – el insulto que inflige un palestino a un cristiano (¿o es al revés?) por una nimiedad sin importancia y que se convierte, como una bola de nieve desbocada, en una avalancha que está a punto de sepultar la paz y sumir en el caos a toda una ciudad. ¿El motivo? ¡Qué más da cuando nos creemos con el derecho divino a ofender!

Película tensa, vehemente y perturbadora que incomoda al espectador desde su inicio y lo zarandea y ahoga hasta el previsible desenlace, en el que una aparente derrota judicial se erige en un éxito íntimo y personal, en una esperanzadora reconciliación anímica que nos permite albergar una tibia esperanza y nos reconforta el corazón. Hay una terrible y peligrosa distancia entre la obviedad y manipulación política de los hechos y la fraternidad honda y cómplice del perdón. Cerrar el duelo del horror es una tarea que puede llevarnos toda una vida, pero siempre saldremos victoriosos si somos capaces de recorrer el tortuoso camino de la compasión y del entendimiento.

La sencillez de la trama es equívoca, porque por debajo de las apariencias bulle un sepultado y correoso rencor. Ese es el éxito de su director y coguionista Ziad Doueiri: manejar con maestría y destreza unos mínimos elementos, convirtiendo una anécdota insignificante en una parábola perdurable y conmovedora.
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54 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
La muerte de Stalin
La muerte de Stalin (2017)
  • 6,2
    8.681
  • Reino Unido Armando Iannucci
  • Steve Buscemi, Simon Russell Beale, Jeffrey Tambor ...
6
El contubernio de la cuadrilla
El humor negro británico se asemeja bastante, en mi opinión, al humor ácrata y deslenguado de los españoles: no dejar títere con cabeza al reírse, sin contemplaciones ni miramientos, de todo y de todos sin importar su cuna, rango o relevancia. No es plato de gusto para todas las sensibilidades, pero ayuda a mofarse de nuestra propia sombra, desvelar y denunciar los turbios e incongruentes tejemanejes de instituciones y celebridades, sin frenarse ante nomenclaturas ni jerarquías; es decir, nos ayuda a mortificar con ácidos dardos a nuestros semejantes, tanto más feroces cuanto más relevantes, rimbombantes o intocables sean su alcurnia o escalafón. Quizás por ello he disfrutado con esta propuesta sobre las conspiraciones, sablazos e intrigas que se ponen en pie – o pudieron ponerse en pie – tras la muerte del dictador Josef Stalin en marzo de 1953 y que acabó con la carrera de muchos, con la vida del genocida policía político Lavrenti Beria (el omnipotente jefazo de lo que acabaría siendo la KGB soviética) y con el encumbramiento de Nikita Khrushchev, tras un golpe de estado palaciego que descabezó lo que había sido el tozudo régimen de terror del irremplazable líder finado.

Estamos ante una película de ficción – que no un documental – sobre algunos de los gerifaltes más señeros y condecorados de la provecta dictadura comunista que anegó a sus indefensos súbditos en un torbellino de terror, sangre y masacres. Más de treinta años de un tenaz yugo (todo para el pueblo pero sin el pueblo o, más bien, todo en exclusiva para El Partido y sus mandatarios) que encontró en la vengativa, machacona y desconfiada cabecilla de Stalin la encarnación tiránica – y titánica – del despotismo de masas (si bien menguantes…). Pero haríamos mal en entender esta farsa irónica y mordaz como una mera crítica al comunismo de aquel entonces, sino que, más bien, es una burla de cualquier oligarquía política dominante cuyo principal y único objetivo es alcanzar el poder personal y omnímodo a toda costa y borrar de la faz de la tierra a todos los contrincantes, opositores y disidentes, ya sea por la coacción, delación, conjura, tortura o eliminación total. Pensemos en nuestros propios – y tan democráticos – partidos políticos patrios y el incesante ruido de sables incruento que adereza las noticias cotidianas…

Un guion paródico y habilidoso, así como unos actores que juegan con delectación y alborozo sus respectivos papeles de confabulados de opereta con luctuosas metralletas cargadas de guasa, veneno y mugre, consiguen despertar nuestra complicidad y sonrisa. En conjunto, quizás se queda algo corta y se echa en falta una mayor acritud y calado, pero si se entra en la pantomima propuesta puede uno regocijarse al reconocer sempiternos hábitos que aún nos acompañan... aunque seamos populistas, populares, socialdemócratas o mediopensionistas.
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10 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gorrión rojo
Gorrión rojo (2018)
  • 6,4
    23.355
  • Estados Unidos Francis Lawrence
  • Jennifer Lawrence, Joel Edgerton, Jeremy Irons ...
6
Pardillo carmesí
Artimaña, argucia, artificio, amaño o ardid… cualquiera que sea la palabra elegida, todas ellas apuntan en la misma dirección: al embuste afanoso y la laboriosa trama urdida con más tenacidad que mérito, con más atrevimiento que acierto, tratando de entretener – a lo largo de dos horas y media eternas – al sufrido espectador que acaba más extenuado que un corredor de la maratón al que han privado de su avituallamiento hídrico. En principio no es un problema de los muchos y arbitrarios quiebros del guion – al fin y a la postre estamos ante un tenaz despliegue de mentiras y trampas donde el engaño y la falsedad es la única razón de ser del relato – sino a lo previsible y cansino que resulta tanto enredo hiperbólico. Amontonar sorpresas y complicaciones como si se tuviera el síndrome de Diógenes no es un acierto si no se consigue mantener nuestra curiosidad e interesarnos en el destino de sus protagonistas.

Es decir, la dirección y el montaje son briosos, los actores están convincentes, la acción no decae casi en ningún momento, se agradece tanto su agilidad narrativa como su perspicacia en utilizar unos decorados suntuosos, las torturas y el sexo se alternan con lujurioso y sádico flirteo, la ardorosa obsesión por encontrar al sigiloso topo de una red de espías remite tanto a John Le Carré como a Alfred Hitchcock – lo cual es muy de agradecer – pero todo ello acaba por abrumar y sofocar porque en el fondo no nos atañe demasiado el destino último de cada una de las piezas del tablero, ya que intuimos que el desenlace será tan injustificado como inaudito, tan rocambolesco como imprevisible… salvo que uno sea perro viejo e intuya que la presencia de ciertos actores de renombre se debe a una causa que sólo se explica si se rentabiliza el oneroso dispendio de su contratación.

En definitiva, demasiado dinero gastado para poner en pie una obra insípida y discreta a la que le falta picardía y originalidad, que carece de empaque, veracidad o enjundia y le sobra su desmedida seriedad y tozudez al querer hacernos creer que todo lo que acontece es un sincero y pormenorizado retrato de la gran política internacional de nuestro tiempo. Mezcla corrupción financiera con algarabía sexual, ofrece un insulso cóctel genital de procacidad libidinosa salpicado de sangre y condimentado con tropezones de venganza como si fuera un embriagador elixir afrodisiaco y sólo consigue bordear lo patético. Parece haber olvidado que la verosimilitud es un arcano difícil de desentrañar pero que una vez que se pierde, da igual todo lo demás porque nos importa una higa. Entretenida para una tarde lluviosa – y punto.
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14 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Foxtrot
Foxtrot (2017)
  • 6,3
    1.072
  • Israel Samuel Maoz
  • Lior Ashkenazi, Sarah Adler, Yonaton Shiray ...
7
La frontera entre el desorden y el caos
Pensar en el vilipendiado Estado de Israel es pensar en el Holocausto, en las interminables guerras con casi todos sus vecinos – por lo general y casi unánimemente vencidos – o en la intifada palestina, pero pocas veces pensamos en las personas de carne y hueso que habitan ese emplazamiento histórico del pueblo judío cuya crónica se remonta a miles de años atrás y cuya cultura ha impregnado e impregna toda la tradición occidental, ya sea de forma directa o indirecta. El enigma que rodea toda su lacerante existencia es una de las grandes incógnitas de la humanidad: ¿qué hacemos los unos para mantenernos enfrentados a los otros, sea por el motivo o causa que sea? El incesante enfrentamiento fratricida entre las tres religiones monoteístas – que además albergan el mismo origen semítico – es uno de los arcanos que más sangre ha vertido y más ríos de tinta ha hecho correr a lo largo de los siglos. Revisar, penetrar y cuestionar sus implicaciones actuales es casi una obligación moral.

Y pocos pueblos tan propicios y propensos a la reflexión como el judío, cuyo pensamiento ha venido echando luz – y también sombra – a algunas de las atrocidades y afrentas más indignas de la humanidad, tinieblas impías que envuelven a los letales linajes dispersos de los efímeros y batalladores seres terrenales de un manto realizado con jirones funestos cuyo efecto seguimos padeciendo hasta el vergonzoso y nauseabundo presente. Por eso asistimos aquí a una tragedia en dos actos – con un intermedio chusco y burlón, que quizás se alarga en demasía – que apunta hacia una tímida reconciliación espolvoreada con destellos de esperanza. La muerte es siempre una tragedia para los supervivientes, tanto más cuanto más joven es el interfecto; por ello conviene advertir que polvo somos y en polvo nos convertimos para no henchirnos de solemnidad ni artificio que el tiempo borra y la memoria olvida.

No somos el centro del universo y mientras antes nos demos cuenta de ello tanto mejor para todos. En el ínterin tenemos que contentarnos con fatigar y repetir nuestros errores – como el pobre de Sísifo – hasta percatarnos que somos tan prescindibles como la arenilla que borra los senderos que tratamos de recorrer a tientas y a ciegas como estúpidos mortales, sin otro asidero que nuestra empecinada voluntad y una alucinada brújula loca que disfruta confundiéndonos a cada traspiés.

Película imperfecta, sugerente y ecléctica que plantea las preguntas adecuadas sin abocetar ni subrayar sus posibles soluciones, aderezada de un humor minimalista y patético que quizás no sea del agrado del gran público pero que nos enfrenta a nuestra obscena ignorancia secular.
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13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo, Tonya
Yo, Tonya (2017)
  • 7,0
    24.253
  • Estados Unidos Craig Gillespie
  • Margot Robbie, Sebastian Stan, Allison Janney ...
8
Tiempo de amar, tiempo de odiar
¡Al fin! una historia basada en hechos reales que resulta atractiva y sugerente, bien contada, ágil y muy entretenida. Además muestra a las claras la obsesión cada vez más extendida y devastadora que tienen los medios de comunicación – sobre todo la omnisciente televisión – de canibalizar, triturar y escupir historias truculentas (o incluso de fabricarlas) para cubrir su parrilla de programación y freír a quien haga falta con tal que asegurarse sus esclavos índices de audiencia. Y por eso, por una vez, me gusta sobre todo el enfoque elegido, centrándose en la “mala” de la historia y no en su víctima, para ofrecernos un relato complejo, ambiguo y poco edificante donde nada es lo que parece (o lo que creíamos) pero deja abiertas todas las interpretaciones posibles sin decantarse por ninguna. Cuando sus protagonistas han dado fehacientes muestras de su querencia por la mentira, la falsedad es una piel turbia, viscosa, y resbaladiza difícil de atrapar.

El guion de Steven Rogers está muy bien construido – como si se tratara de un documental – con demoledoras intervenciones a cámara que se combinan con el progresivo relato lineal de los acontecimientos más relevantes que no por publicitados debemos de creer conocidos, ya que la superficie de las cosas, su opacidad o su destello, son llamaradas cegadoras que muchas veces dejan fuera de campo lo esencial: la impenetrable intimidad de sus protagonistas. Ser o parecer, esa es la cuestión. Estamos ante un relato de personas sin estudios, fracasados en potencia, desdichados en acto, que tratan de sobrevivir con los pocos dones que la vida les ha proporcionado, sin otro mérito que su mucho esfuerzo y sudor, pero sin garantía de redención. Los golpes y las bofetadas no son solo metafóricas, sino muy tangibles y van salpicando como llanto callado el hosco metraje hasta devenir en sangre indeleble que todo lo infama y ensucia.

Pero sobre todo hay que resaltar las dos interpretaciones femeninas que son un prodigio de sensibilidad, hondura y perfección. En primer lugar la de Margot Robbie (también productora de la cinta) que se revela como una actriz superlativa, que combina fragilidad y solidez, poderío y sumisión, orgullo y degradación con insuperable fiereza e inusitada credibilidad. Tiene muchos momentos excelentes y solo por verla a ella merecería verse la película. Casi a igual altura se desenvuelve su madre en la ficción, Allison Janney (‘amiga especial’ del guionista, para que todo quede en familia), con un personaje bombón en su severa aspereza que emociona tanto como repele por su incapacidad de mostrarse humana y accesible. Un portento.

En resumen, un exquisito cóctel de agudeza y purulencia que hace que nos reconciliemos con el cine realizado al margen de las grandes productoras.
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15 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la sombra
En la sombra (2017)
  • 6,6
    5.544
  • Alemania Fatih Akin
  • Diane Kruger, Numan Acar, Ulrich Brandhoff ...
7
La estupidez del odio
Ya lo dejó escrito la psicóloga clínica norteamericana de origen eslovaco Edith Eger (nacida en 1927 y superviviente de Auschwitz y del infausto ¿Doctor? Mengele) en su libro de memorias: “En el mejor de los casos, la venganza es inútil. No puede alterar lo que nos hicieron, no puede borrar los males que hemos sufrido, no puede resucitar a los muertos. En el peor de los casos, la venganza perpetúa el ciclo del odio… La venganza no te hace libre". Recordé estas lúcidas palabras durante la proyección de esta cinta europea dirigida por un alemán de origen turco, Fatih Akin, que se adentra en los infames vericuetos del fanatismo racista que golpea desde hace siglos – o, incluso, milenios – la historia de la humanidad. Y para ello se centra en los pormenores de un atentado neonazi en la ciudad de Hamburgo que mata a un padre turco y su hijo mestizo y destroza la vida de la viuda alemana que no sabe ni puede cerrar el duelo de una pérdida inesperada y atroz.

Construida en tres partes diferenciadas (el atentado, el juicio y la venganza), resulta al tiempo tan interesante e intensa como inquietante e incómoda. Se deben señalar tanto sus virtudes innegables como revelar la manipulación ideológica a la que se ve sometida, al querer su director y coguionista convertirla en un irritante relato de tesis, erigiéndola en un manido panfleto de sus opiniones de denuncia en vez de dejar a los espectadores la libertad de sacar sus propias conclusiones. Entre lo más positivo se encuentra el tono desgarrador y desolado de todo el metraje, así como la poderosa y turbadora interpretación de una devastada Diane Kruger, que conmueve con su entregada caracterización de víctima colateral del odio homicida de una pandilla de tercos asesinos que pretenden limpiar de nauseabunda escoria intrusa la inmaculada faz aria de la ultrajada tierra germana.

Entre sus deméritos habría que mencionar que todo el desenlace se reduzca a transitar y aplaudir, aunque con su innegable y para nada eludida complejidad moral, un trillado acto de venganza – quien a hierro mata, a hierro muere – que parece más propia de una adocenada producción americana que no fruto de una sosegada reflexión intelectual. Si nos contentamos con repetir, ad nauseam, el bucle fatal del ajuste de cuentas, acabaríamos todos ajusticiados y muertos, porque no hay agravio, real, fingido o ficticio, que no abogue o justifique (y perdone) el exterminio del otro, del diferente, del extraño, sea cual sea la motivación o su causa.

Pese a los reparos éticos que tengo ante el discurso vindicativo de su autor, no cabe duda que estamos ante una obra enjundiosa, perturbadora y escalofriante que merece ser vista.
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46 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lady Bird
Lady Bird (2017)
  • 6,6
    27.228
  • Estados Unidos Greta Gerwig
  • Saoirse Ronan, Laurie Metcalf, Lucas Hedges ...
7
Amor y atención… ¿no son lo mismo?
"Cualquiera que hable sobre el hedonismo de California nunca ha pasado unas Navidades en Sacramento". Esta cita de Joan Didion preside la película y descoloca con intempestiva audacia al distraído espectador, que no sabe a qué carta quedarse. Estamos ante un nada disimulado lienzo autobiográfico de la directora y guionista californiana Greta Gerwig donde confluyen varios temas tratados con exquisita delicadeza y ausencia de énfasis: la creencia de vivir en el culo del mundo, la convicción de tener a la más terrible e injusta de las madres, la certeza de ser un patito feo defectuoso, el ahogo de estar inmerso en un villorrio infumable marcado por una religiosidad anquilosada, el temor de no ser capaz de escabullirte del gris destino que ves desplegarse – con espanto – ante ti, la sospecha de que todos están confabulados para acogotarte en el momento que trates de asomar tu atolondrada cabeza del nido familiar...

Pero este relato sobre los miedos e inseguridades de una bulliciosa adolescente confundida es mucho más que la suma de sus factores. En realidad es el retrato del malestar que invade a una chica de provincias que sueña con escaparse de su cárcel íntima y alcanzar el edén de una quimérica gran ciudad, como si su palurda villanía no la dejara ver lo que tiene – obsesionada en fijarse y obnubilarse con todo lo que cree que le falta – y por lo tanto es incapaz de paladear y disfrutar de los pequeños placeres de la ordinaria mediocridad cotidiana que la rodean. Su ceguera es la alegoría, nada indulgente ni cándida, de todas nuestras porfiadas cegueras habituales. No vemos lo que no queremos ver y negamos todo aquello que no sabemos apreciar… porque hasta que no nos abracemos compasivos y demos las gracias por nuestros insignificantes dones (cualesquiera que estos sean), no seremos capaces de crecer, madurar y extender nuestras alas y volar.

Crecer es sinónimo de dolor: angustia por lo que vamos dejando atrás, congoja por lo que aún no vemos desplegarse ante nosotros. Los caminos del señor son insondables… como lo son los senderos inexplorados que no nos atrevemos a recorrer sin la ayuda de nuestros semejantes. La soledad es un estado de ánimo, una obsesión, un extravío, un ofuscamiento de los sentidos que nos paraliza y nos vuelve crueles con quien más nos quiere y aprecia. Al romper con todo nos rompemos nosotros mismos.

Estamos ante una pieza admirable. Su autora revive todos los fantasmas que alguna vez nos atormentaron, teje un tapiz hilado con amor, urdido con pasión y adornado con el malestar de sus entrañas. Además cuenta con una deslumbrante Saoirse Ronan: su postrer mensaje a su madre ausente nos reconcilia con la vida.
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89 de 97 usuarios han encontrado esta crítica útil
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