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Críticas ordenadas por:
Verano en Brooklyn (Little Men)
Verano en Brooklyn (Little Men) (2016)
  • 6,2
    2.725
  • Estados Unidos Ira Sachs
  • Theo Taplitz, Michael Barbieri, Greg Kinnear ...
7
Vínculos
Los sueños en la adolescencia son fugaces y frenéticos, tan hermosos y etéreos como pompas de jabón pigmentadas. Y la madurez es desencanto, frustración, amargura y conflicto, nada de lo que nos podamos sentir orgullosos pero que nos toca sobrellevar de una forma u otra. De la potencia al acto, de la ilusión al desengaño… apenas se requiere del calmoso discurrir del tiempo para colocar cada pieza del tapiz en su sitio y, de repente, se nos ha pasado la ocasión y nos encontramos hundidos en una existencia tan anodina como insípida, tan esforzada como insustancial. A partir de cierto momento no hay vuelta atrás y desembocamos en una sucesión de días que son un cautiverio intangible que nos atenaza e impiden toda espontaneidad de movimiento o cualquier cambio de rumbo.

Pareciera que apenas pasa nada, pero pasa la vida. La trama se antoja mínima, engañosa, pero está repleta de detalles y pormenores que la convierten en un mosaico lleno de matices y texturas. A primera vista tenemos tres núcleos dramáticos: por una parte la muerte del padre que desencadena un cambio de residencia – de Manhattan a Brooklyn – de un matrimonio wasp y su apocado hijo, por otra parte la historia de una esforzada inmigrante chilena que mantiene una modesta tienda de modas en los bajos del edificio que ha dejado en herencia el padre, que vive separada de su marido y está acompañada de su bullicioso hijo y, finalmente, la amistad adolescente de los dos jóvenes vástagos que se antoja el inicio de una fraternidad que durará toda la vida. El conflicto surge en torno al importe del alquiler del pequeño local arrendado, del todo desfasado y demasiado exiguo para las necesidades de sus nuevos dueños.

No hay buenos ni malos en este relato veraniego y liviano, cada cual tiene sus motivos y se desenvuelve sin querer hacer daño, pero todos buscan sobrevivir en un mundo insensible e ingrato donde no se pretenden ganar batallas ni aniquilar al enemigo, pero en donde es difícil llegar a acuerdos satisfactorios o que no dejen un poso de incomodidad o desánimo. Las muy buenas interpretaciones de los veteranos Greg Kinnear y de Paulina García – está última en el mejor papel de la cinta, llena de amargura e impotencia, manipuladora e irascible tras su equívoca máscara de mosquita muerta – así como de los jóvenes debutantes Michael Barbieri y Theo Taplitz, redondean un primoroso guión repleto de fecundas elipsis y fértil poder de observación.

En conjunto, una obra sencilla pero muy satisfactoria, que nos demuestra que la creación de personajes interesantes es la clave para urdir una fábula provechosa.
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32 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo, Daniel Blake
Yo, Daniel Blake (2016)
  • 7,2
    12.476
  • Reino Unido Ken Loach
  • Dave Johns, Hayley Squires, Briana Shann ...
7
Limbo laboral
Hay películas de tesis como también hay películas con mensaje. El veterano Ken Loach (80 tenaces años) se caracteriza por tener claro lo que quiere contar y cómo hacerlo, insertando un diáfano componente social, ya sea de denuncia o de reivindicación, en favor de los más desfavorecidos o de los que él considera los débiles o perdedores de una sociedad en exceso centrada en el éxito, el lucro y el dinero. Sus obras no son cómodas, ni gratas, ni amables, pero suele acertar en el retrato de un personaje (o un grupo) enfrentado a la adversidad y a la falta de justicia o compasión.

Nada que objetar a su planteamiento, henchido de buenas intenciones y afán didáctico. Quizás su fatalismo sea exagerado y se echen en falta matices o puntos de vista diferenciados, pero su enfoque humanista y compasivo suele dar en la diana. Esta premiada cinta no es una excepción y es una síntesis de su visión del mundo y de su forma de entender el cine. Fiel a sí mismo, se centra en un carpintero que se encuentra en una encrucijada. Por problemas cardiacos ha tenido que dejar su trabajo y se tiene que enfrentar al sistema británico de subsidios, ya que si bien le dan apto para trabajar – por lo que no puede recibir asistencia por incapacitación – no obtiene el alta médica, por lo que sólo encuentra impedimentos y obstáculos para conseguir unos ingresos imprescindibles para sobrevivir. Es un parado cualificado pero ajeno a las nuevas tecnologías y atenazado por una maraña burocrática diseñada para impedir el auxilio.

La indefensión y el nulo apoyo son notorios. Lo previsible de la trama no impide ni merma su validez, aunque su afán crítico parece más dirigido a denunciar ciertas políticas (que sólo tienen un único cariz ideológico) y no tanto a exponer el sinsentido de una administración repleta de normas y obligaciones y que parece olvidar que el objetivo real es el de ayudar, apoyar, asesorar y facilitar la vida de los cuidadnos. La simpleza del guión se puede disculpar por la fuerza y garra de las situaciones que plantea, aunque la acumulación de desgracias sea tremebunda y sesgada, perdiendo con ello algo de efectividad, al sonar a cantinela servil y prédica moralista. Pintar todo de forma tan extrema y maniquea acaba cansando, por bien hecho que esté y por rectas y loables que sean las intenciones que albergue.

En conjunto, nada nuevo en su filmografía, pero es un digno exponente de su arte, sin alharacas ni florituras, sin desfallecimientos ni dudas. Interesante y eficaz.
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41 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sully
Sully (2016)
  • 6,6
    26.483
  • Estados Unidos Clint Eastwood
  • Tom Hanks, Aaron Eckhart, Laura Linney ...
7
Simular no es vivir
¿Qué es la realidad? ¿Cómo denominar aquello que hemos vivido y experimentado? Asistimos aquí a la reconstrucción y enjuiciamiento – se supone que desde la atalaya de una objetividad impersonal – de una catástrofe aérea por parte de un supuesto panel de expertos con el objeto de valorar, evaluar, calificar y censurar el comportamiento humano. Por ello, la trama es mínima y se limita a darle vueltas y diseccionar un único acontecimiento desde varios ángulos y puntos de vista, en diferentes momentos y con criterios para nada fecundos ni transparentes, ya que no se busca la verdad, sino que se disecciona una tragedia con el propósito preestablecido de reprobar una cadena de decisiones que si bien pudo costar vidas, se limitó a unos daños materiales que soliviantaron a las aseguradoras y a la reputación de una aerolínea.

Es como si un tribunal ad-hoc se arrogara la potestad de decidir sobre el devenir de un accidente con el único objetivo de encontrar culpables y no con el encomiable propósito de sacar conclusiones que pudieran evitar su calamitosa repetición en el futuro. Por ello, estamos ante un cuento moral que se reviste sin disimulo con los andrajos y retales de los peores estigmas de nuestra sociedad, a saber, la obsesión por camuflar de imparcialidad las opiniones más peregrinas y arbitrarias, la necesidad de encontrar culpables humanos ante desgracias naturales, la cicatería hipócrita y obscena de afrentar con el dedo acusador a las víctimas de un siniestro como si fueran los únicos o últimos responsables de unos hechos que les tocó padecer sin otra ayuda ni apoyo que su experiencia y su buena voluntad. Lo ético no está en los ojos que observan sin enfangarse, sino en quienes actúan de buena fe.

Por ello resulta difícil encasillar esta cinta dentro de un género concreto. A primera vista cabría pensar que se trata de un retrato convencional sobre el heroísmo o sobre la hazaña de un individuo corriente ante la adversidad, pero eso supondría simplificar en exceso la propuesta o ir con prejuicios ideológicos al tratarse de una obra de Clint Eastwood. A mí me parece más bien una loa a la profesionalidad y al trabajo bien hecho, un elogio sin florituras ni artificios a la naturalidad de un comportamiento ético y honesto, sin alardes ni afán de notoriedad, sin buscar premios ni reconocimientos. Quien crea ver una apología del héroe, no está viendo lo que ocurre, sino que está juzgando unas intencionalidades que sólo existen en su imaginación.

No es una gran película pero es bastante buena. Es el triunfo de la compasión y de la bondad. Algo simple pero eficaz.
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62 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que Dios nos perdone
Que Dios nos perdone (2016)
  • 7,1
    34.452
  • España Rodrigo Sorogoyen
  • Antonio de la Torre, Roberto Álamo, Javier Pereira ...
8
…Y nos pille confesados
Excelente thriller carpetovetónico. Su primera mitad – incluso su hora y media inicial – es modélica y recrea a un mundo violento, amenazador e inquietante. Pocas veces se ha retratado tan bien y de forma tan convincente el ambiente policial patrio, poblado de personajes extremos, trastornados y desasosegantes. Un clima enrarecido, y angustioso, una trama vibrante y sincopada, unos crímenes vergonzantes y atroces… todo parece fruto de una pesadilla patológica y brutal. El frenesí hace mella en la realidad hasta vaciarla de calma y consuelo. Lo imprevisible, lo sanguinario, lo desquiciado zahieren los cimientos de la convivencia e impiden el alivio de la serenidad o del amparo. La bestialidad no surge solo del conflicto retratado, sino que nace de unos personajes descerebrados, al borde del abismo.

Madrid como laberinto. Los habitantes de Madrid como víctimas y verdugos. La violencia como tarjeta de visita. Un irrespirable cercado de sudor y fango, de atrocidad y ahogo, un cenagal de hipocresía y fingimiento. El caos lo mancilla todo, tanto a los protectores de la ley y el orden como a los perjudicados por la aparición de un asesino en serie que se ensaña con viejecitas ingenuas y desvalidas que malviven entre añicos de esperanza, engullidas por los escombros de su vida y de su soledad. La compasión queda desterrada a los confines del infierno, nadie se preocupa por nada que no sea su propio provecho. Fuego fatuo inmisericorde. Te atrapa hasta escupirte. Ta repugna hasta la náusea. Te tritura hasta aniquilarte.

El tándem protagonista es pura escoria. Simpatizas con ellos porque persiguen el mal, porque albergan buenas intenciones bastardas, aunque no sepan cómo desprenderse de sus errores y flaquezas, aunque habiten una sociabilidad resentida e imperfecta. No te queda más remedio que confiar en sus habilidades y destrezas de sabueso resabiado para apresar al asesino. Necesitas creer que no estás a merced del odio y de la venganza, del horror y las fechorías. Un crimen sin castigo es una herida que se infecta y se gangrena, es una aberración cancerosa que solivianta el reposo e impide la reparación y la armonía. La crueldad no es patrimonio de la ignominia, sino que emponzoña todas las relaciones humanas con su abyección e indiferencia.

En el tramo final la cinta pierde fuelle y empaque, le sobra metraje y decae la tensión, pero vista en conjunto es una obra admirable, que acierta en la construcción de personajes, en la planificación de las escenas y con unos diálogos certeros y turbadores. Además cuenta con unas interpretaciones deslumbrantes, desde Antonio de la Torre, Roberto Álamo o Mónica López hasta el último comparsa. Muy recomendable.
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159 de 217 usuarios han encontrado esta crítica útil
La próxima piel
La próxima piel (2016)
  • 5,9
    4.854
  • España Isaki Lacuesta, Isa Campo
  • Àlex Monner, Emma Suárez, Sergi López ...
8
Recuerda y Sospecha…
Un thriller de múltiples lecturas y texturas. Un estudio sobre la memoria, la inseguridad, la supervivencia y la necesidad de olvido. Un retrato turbio y lacerante sobre la infancia, los paraísos perdidos y la búsqueda de la identidad. El suspense nace de forma orgánica de los propios personajes, que deambulan como juguetes rotos, ariscos y huraños, engullidos por un pasado que no saben si desentrañar o sepultar, si desvelar o sucumbir. La duda lo inunda todo, como un deshielo imposible que amenaza la seguridad, la evidencia y la filiación. Un drama intimista en perenne búsqueda de la esencia de las cosas, una lucha sin cuartel por sobrevivir más allá de certezas o ambigüedades, un rompecabezas fracturado cuyas piezas parecen no querer o poder encajar sin sembrar el dolor.

El desasosiego como marca indeleble del desarraigo, del destierro, de la huida de uno mismo, del afán por superar lo insalvable, por abrazar el amor incondicional y exhausto de una madre que se atormenta por todo lo que no hizo – por todo lo que no supo hacer – y que en los meandros del éxodo perdió a su único hijo, sangre de su sangre, sostén de sus desdichas, amuleto de sus desgracias, añorado edén truncado, ya por siempre pervertido en los recovecos del remordimiento y la culpa. La desdicha de no coger el toro por los cuernos y enfrentarse a la verdad. Y la terca nieve cubre el páramo yermo e infecundo de la inocencia extraviada. Escalar una montaña es descender al averno, duele el frío, hiere la hoguera del delirio desbocado, la ceguera como única forma de ver la realidad.

No hay respuestas sencillas ante preguntas complejas. La tragedia como réplica impotente ante los tropiezos y extravíos de la fortuna. Inmersos en un valle de lágrimas no hay horizonte de esperanza ni se atisba sendero alguno que nos indique una vía de escape al laberinto de la infamia y la derrota. Podemos huir pero no podemos negar. La mentira es una trampa, una quimera, un espejismo que nos devora y aniquila, que nos desborda y anula. La adolescencia es un vía crucis punzante y áspero cuando no sabemos qué queremos dejar atrás ni adónde queremos llegar. Damos patadas que son besos, buscamos labios que son hiel, nuestro cuerpo se vuelve cárcel y la mirada se nos nubla y ofusca, sin discernir entre amigos y rivales.

Potente relato sobre la búsqueda de certidumbres en el cenagal del hogar. Excelente Emma Suárez – que está en un momento portentoso – y desasosegante presencia de Àlex Monner, que borda un trabajo difícil y extremo, sorteando el abismo.
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33 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Historia de una pasión
Historia de una pasión (2016)
  • 6,3
    1.923
  • Reino Unido Terence Davies
  • Cynthia Nixon, Jennifer Ehle, Duncan Duff ...
8
En Familia
Oscar Wilde dijo: “Las personas de familia contradicen a otros. Las personas sabias se contradicen a sí mismas.” Quizás pocos sepan de la existencia hermética y ofuscada de Emily Dickinson, una callada y atípica poetisa norteamericana que sólo gozó de una fama póstuma (y el lento aunque unánime reconocimiento de sus compatriotas), ya que apenas publicó en vida y sólo se dio a conocer gracias a que su hermana pequeña – que la adoraba – se obstinó en publicar sus miles de versos que languidecían en las profundidades del caserón familiar donde pasó casi toda su vida, sin sobresaltos ni alardes, abducida por su vocación íntima, excéntrica y obsesiva por la poesía.

El estilo lánguido y parsimonioso de Terence Davis plasma a la perfección la biografía severa e indolente de esta mujer tenaz y frágil, angustiada y estoica, meticulosa y apasionada, cándida y atormentada, que supo crear un universo imperecedero, enclaustrada por voluntad propia en una reclusión maniática, entre candelabros, chales, encajes y pasiones platónicas distantes. Nada, en apariencia, reseñable ni significativo, pero que transformó en un caudal de inspiración sublime. El ascetismo formal elegido remite a Dreyer – y pocas veces se ha retratado de manera más convincente o subyugante el encorsetado y remilgado siglo XIX.

Entre las muchas virtudes de esta cinta, cabe destacar el abordaje de los inquebrantables vínculos familiares existentes entre los miembros de la afable familia Dickinson. Su fuerza, su tesón, su apego, su entrega, su lealtad. Como dijo Gilbert Keith Chesterton, “Quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen.” Se muestra sin pudor ni ambages, el poderío de unos lazos de sangre basados en el efecto, el amor y el cariño. Se recrea el lento devenir de unos hábitos que pudieran parecernos asfixiantes – por caducos o trasnochados – pero que son fuente de vigor y amparo. El refugio que nos acoge pese a nuestras debilidades o incongruencias. Hay un momento sobrecogedor que nos muestra el inexorable paso del tiempo; basta un preciso y admirable encadenado de imágenes para reflejar la fugacidad que nos anega.

La paradójica y extravagante personalidad de la escritora infeliz encuentra un alma afín que ha realizado una obra admirable en su sobriedad y sencillez, pura filigrana visual y virguería sonora, que combina imagen, palabra, música y silencio con una destreza encomiables. Además cuenta con la portentosa interpretación de Cynthia Nixon, que acierta en el tono y el gesto. No será plato de gusto para impacientes o adictos al barullo, pero es un deleite para quienes sepan degustar un buen vino y paladear sus insondables matices.
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23 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Elle
Elle (2016)
  • 6,4
    18.916
  • Francia Paul Verhoeven
  • Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny ...
9
Turba turbia: la víctima y su verdugo
El alma humana es incoherente y paradójica. Y si además hablamos de sexo, ¿dónde y cómo trazar la frontera entre patología y salubridad? Pocas veces he asistido a semejante acopio de estímulos contradictorios como en esta cinta provocadora y singular, que zarandea al espectador sin piedad ni tregua, que platea interrogantes sin respuestas unívocas y deja aturdido y sin aliento tanto durante la proyección como una vez finalizada la misma. Estamos ante una diatriba chulesca y desafiante, llena de tóxica opacidad, repleta de desafíos, ahíta de sexualidad desmesurada, de criminalidad subversiva, de bofetadas a diestro y siniestro. Es utópico permanecer indiferente ante semejante cúmulo de pulsiones.

Quien necesite ver películas diáfanas y luminosas, hará bien en evitar esta propuesta. Le sería imposible aceptar – o tan siquiera visionar – esta suma de impulsos torturados y extremos, astrosos y disparatados que nos dibuja los contornos de un rostro en el que es casi inviable reconocerse… Y sin embargo, se trata de una obra que manifiesta tanto la cotidianeidad del mal como la otra cara de la moneda, la sordidez del bien. O quizás sea todo lo contrario. No caben respuestas inequívocas o concluyentes ante interrogantes ambiguos que apelan a la negación de las lindes entre lo admisible y lo censurable, entre lo razonable y lo improcedente. Se nos antoja intolerable todo aquello que nos es ajeno o que nos rompe nuestro apacible y sosegado esquema del mundo.

Es absurdo resumir la trama, es un esfuerzo baladí y estéril. Porque su grandeza reside en que desbarata toda convención y aniquila cualquier pretensión por seguir un camino claro y predecible. Tal vez estemos ante una historia de venganza o tal vez es el relato de una víctima que se niega a verse como un juguete roto; tal vez es el recuento de la sombra y admonición del pasado y del caos emocional que abren sin remordimiento ni expiación; o tal vez es un catálogo de aberraciones y sinsentidos a que nos condena no cerrar los duelos pendientes ni aceptar nuestra frágil biografía. O quizá es una metáfora sobre el crecimiento personal ante el infortunio o cómo muchas veces se confunden los roles de juez y víctima cuando estamos enfangados en mitad de la faena.

Nadie mejor que Isabelle Huppert para dar vida a este atormentado y tormentoso personaje, llena de dobleces y rabia, marcada por una derrota primigenia (¿un abuso o una traición?) y sin embargo paradigma del aparente éxito mundano. Ella revela los claroscuros del alma y pervive como enigma indescifrable. Su entrega y su reserva subvierten cualquier juicio y cuestionan cualquier deducción. El laberinto del deseo hecho carne.
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30 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sing Street
Sing Street (2016)
  • 7,2
    16.717
  • Irlanda John Carney
  • Ferdia Walsh-Peelo, Lucy Boynton, Jack Reynor ...
7
Nostalgia musical
El amor por la música que destila esta obra me resulta seductor. Así como la primorosa recreación de los años ochenta, con sus peinados imposibles y sus ropajes eclécticos y estrafalarios, llenos de colorido y provocación. Y nos viene desde Irlanda, un país ultra católico y conservador, impregnado de religión rampante y colegios de curas que nos remite a nuestro propio pasado carpetovetónico – más remoto que real – donde los bailes agarrados y el deseo sexual estuvieron proscritos por ser fuente de pecado y origen de todo mal. No fuimos los únicos que padecimos una educación rancia y mojigata, llena de censuras y excomuniones, de anatemas y sinsentidos… pero nos faltó quizás la música como vía de escape, como compuerta liberadora. Y otra similitud con la apolillada piel de toro es que la emigración fue durante mucho tiempo la única salida para huir de una sociedad empobrecida, sin una oportunidad laboral real y estancada en el atraso social y económico.

Aquí tenemos una propuesta atractiva y simpática, algo ñoña y simplista, pero llena de energía y encanto, que se centra en la génesis de una banda musical adolescente que tiene como propósito manifiesto – y casi exclusivo – de ganarse a la chica deseada, seduciéndola con las maquetas musicales que iban improvisando y con desaliñados videos caseros con los que ilustraban las primerizas canciones que elaboraban entre sus más diestros componentes. Poco original ni del otro mundo, pero contado con garra y pasión, con desinhibida pericia y diestra mezcolanza entre rebeldía y ensoñación, entre ensimismamiento y ansias de libertad. Atinada coctelera llena de luz, ilusión, frenesí y avidez.

Las muchas canciones – y su impetuosa y caótica germinación – están muy bien engarzadas en la trama y encandilan por el entusiasmo con que se presentan. A ratos parece un detallado documental sobre el nacimiento de un grupo musical de éxito (su origen, sus primeros pasos, su primer concierto,…) y a ratos se antoja un tópico encadenado de lugares comunes y bobadas de patio de colegio, más efectista que sincero, demasiado fingido y dulcificado como para acabar de creérselo. Carece de profundidad, los personajes apenas cobran vida autónoma y resulta por ello algo insatisfactorio. Porque contiene el embrión de una gran película, pero se queda a medio camino entre la ficción atolondrada y el cuento de hadas gazmoño con final feliz predecible.

Pero ateniendo a lo que hay, no cabe duda que seduce y despierta la simpatía y complicidad del espectador. Uno puede excusar y perdonar sus carencias y gansadas y entregarse al placer del disfrute desinhibido por el puro arrebato de una historia palpitante y bulliciosa.
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42 de 56 usuarios han encontrado esta crítica útil
El porvenir
El porvenir (2016)
  • 6,4
    4.540
  • Francia Mia Hansen-Løve
  • Isabelle Huppert, Edith Scob, Roman Kolinka ...
8
El incierto futuro
¿En qué consiste la felicidad? Sabemos que no podemos predecir el mañana y que la vida da demasiadas vueltas como para ser previsible o, ni tan siquiera, imaginable y, sin embargo, tenemos la falaz certeza de estar controlando nuestro destino, creyendo que no hay nada que se interponga en nuestro veleidoso camino y que pueda desbaratar, sin más, los pilares de nuestra existencia. Nos creemos dueños de nuestra suerte sin darnos cuenta que somos y seremos zarandeados sin piedad por cualquier episodio, por nimio o improbable que sea, por inverosímil o ajeno que nos parezca.

Nuestra ventura es una arbitraria rueda de la fortuna, un amargo juego de azar que nos toca enfrentar indefensos y abatidos. Y nuestra biografía es la aleatoria suma de los días que transitamos pletóricos de inocencia y rutina, al implacable albur de designios que escapan a nuestra voluntad. La caprichosa incertidumbre señorea indiferente y nos arrastra sin remordimientos ni compasión. Nos creemos omniscientes cuando apenas somos una vana anécdota, una mera anotación a pie de página de un libro cuya trama desconocemos y cuya lectura nos deparará un sinfín de veleidades desdeñosas.

Esta prodigiosa película cala hondo. La cotidianeidad va tejiendo un laberíntico tapiz del cual es imposible escapar. Con elementos en apariencia mínimos – pero que albergan la riqueza alambicada de toda nuestra historia – la cineasta francesa Mia Hansen-Løve elabora un mosaico duro y contundente que deviene en una experiencia agridulce, inolvidable y portentosa, todo ello condensado en apenas cien minutos que transitan todos los claroscuros del ser. Con inapelable sensibilidad, un férreo guión bien urdido y algunas canciones tan atinadas como etéreas, nos permite presenciar el agostamiento de una profesora de filosofía, toda intelecto, constancia y empeño, pero que se enfrenta a las retadoras grietas que se van abriendo, paso a paso, bajo sus pies, como súbitas arenas movedizas que lo engullen todo.

Además cuenta con la magnética presencia de Isabelle Huppert, una asombrosa actriz que se supera en cada personaje que encarna. Nos ofrece – con exquisita elegancia y loable ausencia de énfasis – el equilibrio exacto entre tesón y fragilidad, entre dicha y abatimiento, entre resistencia y mansedumbre, entre fuerza e impotencia. Ella ilumina con su actuación todo el metraje e irradia una claridad diáfana y dolorosa que la vuelve inolvidable.

Buen cine que se renueva y renace a cada recodo del trayecto. Tras su aparente modosidad intrascendente se esconde agazapada una de las mejores y más atinadas reflexiones sobre el impotente devenir humano. Tan recomendable como perturbadora.
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48 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Florence Foster Jenkins
Florence Foster Jenkins (2016)
  • 6,1
    6.826
  • Reino Unido Stephen Frears
  • Meryl Streep, Hugh Grant, Simon Helberg ...
6
Poderoso caballero don dinero: ¿Amor o musicalidad?
La protagonista pareciera un personaje ficticio por lo extravagante y estrafalario de su periplo. Pero existió de verdad. Florence Foster Jenkins (1868-1944) fue una mundana dama de la alta sociedad norteamericana, tan carente de talento musical como obstinada en su empeño por mostrar sus inexistentes aptitudes interpretativas en público, tan celebrada por su voz imaginaria como por su grotesco vestuario de prima dona de caricatura. En 1909, se casó en segundas nupcias con St. Clair Bayfield (1875-1967), un curioso actor de origen británico de mínimo lustre y que acabó siendo su manager y promotor, tan peculiar como atípico, por lo que no es de extrañar que sus excéntricas vidas y matrimonio hayan acabado pasto del cine. De ilusión también se vive y en ello fueron paradigmáticos. Ser memorable no es sólo cuestión de calidades o cualidades, sino de la contradicción que surge entre la realidad inapelable y la ficción cegadora que se habita.

La cinta se antoja – a primera vista – superficial y anecdótica, pero sirve de acendrado botón de muestra y prototipo instructivo de la sociedad del espectáculo en que vivimos inmersos desde hace ya décadas. Dejar una huella indeleble no es una exclusiva del mérito, sino del afán avasallador por significarse y obtener el aplauso de un público que no busca ni habilidades ni pedigrí, sino sólo un entretenimiento pintoresco al que asistir como experiencia estrambótica, por infecundo, risible o vacuo que sea dicho anhelo. No hay mejor ciego que el que no quiere ver. O como dijo Woody Allen, “El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que requiere de un especialista avezado para verificar la diferencia.”

Tras el inocente ropaje de una biografía fachosa se esconde agazapado un retrato fértil y minucioso de las miserias implícitas del afán de lucimiento que nos anega. Sobre todo gracias a la elegancia cálida y amorosa de una puesta en escena que busca más el retrato psicológico que no la expoliación satírica descarnada de un suceso que se presta a ello. Y por las muy atinadas interpretaciones de sus dos estrellas que saben dotar de humanidad, matices y empaque a sus ridículos personajes. La intensa y veraz química que despliegan convierte en interesante y verosímil la bufonada patética que encarnan con entrega y pasión.

La anécdota deviene así en un relato ejemplarizante que no rehúye los claroscuros ni embellece las sandeces que refleja. Y como buena cinta británica nos ofrece una crónica llena de empatía hacia las personas que retrata y que resulta cautivadora.
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48 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vértigo (De entre los muertos)
Vértigo (De entre los muertos) (1958)
  • 8,2
    72.249
  • Estados Unidos Alfred Hitchcock
  • James Stewart, Kim Novak, Henry Jones ...
10
El inicio de la modernidad
En su estreno fue ninguneada. El público se desentendió de ella y los críticos la relegaron al cajón del olvido al considerar que no cumplía con el canon esperado del ‘mago del suspense’. Fue rechazada por tibia, insípida e indolente. Hay veces que un autor tiene un éxito arrollador, instantáneo y perdurable con su obra (El Quijote de Cervantes como ejemplo paradigmático). Otras veces, un autor no encuentra eco con su propuesta – por adelantarse a su tiempo o por no cumplir con las expectativas de su época – pero que sin embargo encuentra, años después, el justo reconocimiento y admiración que en realidad merece (véanse los casos de Franz Kafka o Vincent van Gogh). Esto fue el caso de ‘Vértigo’, que pasó del repudio original a la veneración actual en poco más de treinta años.

¿A qué se debió la desilusión inicial? Simplificando: se esperaba un cierto tipo de obra y su autor ofreció algo muy diferente. Rupturista y corrosiva pese a su aparente clasicismo. Han pasado casi sesenta años y conviene enumerar las novedades que ofrecía, camufladas bajo el convencional ropaje de thriller en tecnicolor. Empecemos con las innovaciones narrativas: su estructura circular, una espiral aciaga que empieza y termina con una caída mortal. La primera desencadena la narración, la segunda la cierra aunque no la concluye, ya que es un final ambiguo que nos permite múltiples interpretaciones: hemos asistido a una… ¿ensoñación pre mortem?, ¿a una locura post mortem?, ¿a un castigo divino por haber resucitado a una muerta?, ¿al triunfo de la culpa como precio por transgredir un tabú?, ¿o a una llamada del abismo?

Otra novedad – que luego devendría en cliché – es que el malo sale impune y conserva su libertad (y sólo sirve de coartada para desencadenar la trama policiaca). También resultaba transgresor que su protagonista femenina muriese a mitad del metraje – ardid que Hitchcock repetiría en ‘Psicosis’, pero rematando la faena mucho antes. Otra revolucionaria innovación – que mancillaba el aura impoluta del héroe clásico – fue que el protagonista masculino en realidad era un tarado emocional, un maltratador y un fetichista, además de un paranoico que con total impunidad manipula y fuerza a la mujer a la que supuestamente ama para satisfacer sus turbios instintos íntimos. El que ella consintiera semejante trato vejatorio suponía una negación del rol femenino de diosa inasible para defenestrarla y arrastrarla por lodazales de ignominia. La ponzoña moral lo impregna todo, menoscabando la figura del héroe, ya que lo vacía de cualquier superioridad ética y lo presenta como un necio inepto, que no sólo no salva a nadie, sino que es el responsable directo de la muerte de varios personajes.

Y lo más novedoso es su compleja estructura narrativa que se manifiesta en una serie de capas superpuestas que permiten adentrarse en su sugerente universo onírico según la curiosidad y disposición de cada uno. Estamos ante el nacimiento de la ambigüedad formal. Al producirse una brusca elipsis al poco de comenzar, todo lo que viene a continuación queda suspendido en el vacío (tema recurrente). La historia subsiguiente podría ser fruto del delirio provocado por la fatal caída inicial del protagonista – su peculiar descenso al averno – una fabulación histérica, una avalancha desbocada e irracional de imágenes que precede al colapso de la muerte. Por ello, la ‘realidad’ podría reducirse a los minutos iniciales de la cinta. El resto sería un espejismo mientras el protagonista cae y agoniza. Quizás. Algunos rechazan esta posibilidad porque necesitan y exigen certezas.

Entonces, ¿a qué se debe la modernidad de esta cinta? Para empezar, dinamita el género al que en apariencia se adscribe. A primera vista se trata de una cinta de suspense, pero en realidad es una trágica y desaforada historia de amor que utiliza el marco policiaco como mero punto de partida… y lo trasciende. Luego tenemos la destrucción de la figura del héroe, convirtiéndole en un abrumado pelele del destino, en un antihéroe fracasado. Finalmente, la compleja maraña emocional y psicológica (de dominio y sumisión) que engancha a sus dos protagonistas es de una turbiedad tóxica muy actual y que desborda las convenciones de su época.

Con el paso de los años se ha incrementado la estima y admiración por esta obra singular, ya que propone muchas interpretaciones sin cerrarse a ninguna. Tras su apariencia de inocente vehículo estelar de suspense, late un melodrama que puede tomarse como una reflexión del propio director (véase el mito de Pigmalión), ya que también es el retrato de un mirón y obseso sexual que quiere crear o reconstruir su ideal de belleza femenina – e incluso resucitarla, lo cual implica mefistofélicos ribetes necrófilos.

Y podríamos seguir enumerando prodigios, pero mejor dejemos abierta la puerta al torbellino de sugerencias que se despliega…
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29 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gorriones
Gorriones (2015)
  • 6,2
    1.534
  • Islandia Rúnar Rúnarsson
  • Atli Oskar Fjalarsson, Ingvar Eggert Sigurdsson, Kristbjörg Kjeld ...
7
Abrazar el pasado para avanzar
Islandia es un país peculiar. En una superficie de unos 100.000 kilómetros cuadrados – es decir y para entendernos, un 10% más grande que Portugal – apenas viven unos 330.000 habitantes, en su mayoría de origen escandinavo (estuvo primero unido a Noruega y luego a Dinamarca) y más de un tercio de su exigua población reside en la capital, Reikiavik. Dada su marcada ubicación septentrional – muy cercana al círculo polar ártico – apenas recibe durante el invierno unas cuatro horas diarias de luz solar, mientras que en el verano sus noches son casi tan luminosas como los días. Estas singulares características se dejan sentir en este pausado relato sobre el tránsito a la edad adulta de un desorientado adolescente insular.

Es una historia poco novedosa ni apasionante, pero al menos nos permite atisbar lo que supone la ingrata cotidianeidad de crecer y madurar en una remota aldea islandesa, desterrado de la capital por una sobrevenida contrariedad familiar, viéndose por ello confinado a convivir con un padre tarambana y alcoholizado que deambula quejumbroso entre fracasos y melopeas. El confinamiento inhóspito se añade a la lejanía geográfica y anímica. Romper con la vida acostumbrada y adaptarse a la novedad – que se siente como un castigo inmerecido – resulta difícil e incómodo y cuesta aún más cuando no tienes a nadie en quien apoyarte (un padre remoto y desconocido, ningún amigo, sin nada de cariño ni amparo) y todo se te vuelve cuesta arriba y doloroso.

Quizás haya un exceso de laxitud y morosidad en el tempo narrativo, pero en conjunto estamos ante un perspicaz y agudo relato de formación y aprendizaje. El retrato del despertar sexual y afectivo de su protagonista resulta encantador y cálido, lleno de penetrantes observaciones y detalles humanos. Su frustración y desconcierto resultan verosímiles y cercanos, su bisoñez e impericia despiertan la complicidad del espectador que atiende interesado y alerta a los pormenores de la mínima trama que se desenvuelve apacible y sin aparentes sobresaltos durante los calmosos meses estivales bañados por un sol que no calienta y una luz que no cesa. La oscuridad permanece enclaustrada en lo más profundo y doliente del alma.

En definitiva, a ratos bordea el aburrimiento y resulta algo previsible y trillada, pero contiene algunos episodios que nos muestran una muy delicada sensibilidad y hondura que la convierten en una cinta recomendable. Sobre todo cabe destacar la intrincada y espinosa recomposición de la relación paterno-filial, la primera y desoladora experiencia sexual, así como la generosa mentira piadosa con la que reviste y reescribe el primer encuentro con su amada. Satisfactoria.
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31 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Masaan
Masaan (2015)
  • 6,2
    773
  • India Neeraj Ghaywan
  • Richa Chadda, Sanjay Mishra, Vicky Kaushal ...
6
Pira funeraria desbordada
Pareciera que en la India tuvieran una enraizada querencia hacia el folletín desaforado… o acaso es que tan sólo nos llegan dichas películas hasta nuestras pantallas. Creo que las tres o cuatro últimas que he visto, adolecen de las mismas características: un exceso de dramatismo extravagante y afectado que acaba por deslucir las (por lo demás buenas) intenciones que albergan. Seguramente sea tan sólo la forma elegida para señalar las notorias disonancias y contradicciones que se dan en aquel inmenso y sobrepoblado subcontinente… los recurrentes conflictos entre tradición y modernidad, los flagrantes abusos, corruptelas y atropellos de la autoridad o de la burocracia, el doloroso y criminal menosprecio hacia la dignidad de la mujer, las servidumbres milenarias de una sociedad dividida a rajatabla en diferentes castas irreconciliables. A buen seguro que motivos no faltan para la desventura, pero las obsesivas tramas folletinescas resultan cuasi paródicas y acaban distanciando al espectador foráneo.

Es innegable el encanto que desprenden las embelesadoras y fotogénicas imágenes de esta cinta – pese a su rancio tufillo melodramático – sobre todo debido a que sus dos atractivos personajes protagonistas se hacen querer desde el inicio y nos importa todo lo que les pase aunque haya un lastimero patetismo algo desorbitado en el enredo que les ha tocado en desgracia habitar, ahíto de colosales adversidades. Y el mítico y caudaloso Ganges como dolorido testigo mudo de su infortunio – o quizás de una incierta esperanza lisonjera. Muerte y renacimiento se dan así la mano con evidente destreza. Su simbolismo peca acaso de simpleza pero se hace perdonar por la complicidad que despierta en un público que agradece que no todo sea oscuro, hermético e indescifrable.

Existe una clara descompensación entre un guión tan ingenuo como hiperbólico – que impide tomarse demasiado en serio el sinfín de calamidades que lo pueblan – y una certera dirección, competente y esmerada, que sabe sacar partido tanto de las bulliciosas localizaciones como de los actores y de cómo éstos se relacionan entre sí. Hay un ingenio y agudeza en la mirada que narra la historia, que deja aún más en evidencia los artificios retóricos del penoso texto que le sirve de sustento. La manifiesta y loable humanidad del relato queda así difuminada y pervertida por los oropeles trágicos que adopta, fruto de una pose impostada que devalúa y socava su contenido.

Con todo, pese a sus patentes trampas y supercherías, la película se muestra cautivadora y sugerente. Sin negar sus imperfecciones, deviene en un muy disfrutable placer voluptuoso.
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18 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tarde para la ira
Tarde para la ira (2016)
  • 6,9
    36.514
  • España Raúl Arévalo
  • Antonio de la Torre, Luis Callejo, Ruth Díaz ...
8
Sin perdón o tarde de perros
Te han destrozado la vida. Te han quitado todo anhelo y tu única obsesión es la venganza. Tu existencia se reduce a la paciente e insípida espera del momento propicio para completar tu objetivo último: vengarte de quienes destrozaron tu mundo, tus planes de futuro y tu dicha. Nada de lo que hagas borrará el pasado, pero al menos habrás completado tu razón de ser y quizás encuentres la paz que unos delincuentes segaron en su codicia criminal. Quizás. Es el áspero y envenenado punto de partida de este seco y duro thriller sobre la muerte y el desencanto. La cinta adopta el punto de vista de su abatido protagonista, perro rabioso y malherido que habita un erial sin horizonte, un desierto desapacible y yermo donde sólo germina la ira.

El sobrio estilo recuerda al mejor Saura. Impacta el retrato inmisericorde y sin concesiones de las gentes que habitan este desolador mundo del hampa barriobajera y cutre que no piensan más que en sí mismos y que parecen carecer de cualquier empatía o compasión. Y la desilusión es contagiosa y tóxica, corroe las entrañas y trunca cualquier esperanza. Destaca sobre todo el dominio portentoso del tempo narrativo – en apariencia pausado, pero en realidad un volcán taimado a punto de estallar – y de la estética cochambrosa y mísera que no refleja sino la ruina moral que hiede a cada paso. Fondo y forma van así de la mano y configuran un relato acre e inhóspito que parece fruto de una maldición cañí. El laconismo como segunda piel. No hay indulgencia ni reparación. Sólo castigo.

La atmósfera enrarecida y el deliberado acabado sarmentoso y tosco tanto del ambiente rural como de las barriadas metropolitanas es muy meritorio; no parece una ópera prima sino que tiene la determinación, el empaque y la factura de un proyecto señero muy bien engarzado, repleto de originales hallazgos visuales, como si no tuviera ninguna duda de qué es lo que nos quiere contar ni cómo lo quiere llevar a cabo. El dominio del inexorable ritmo fatalista y de las ponzoñosas imbricaciones de cada uno de los personajes nos demuestran que Raúl Arévalo ha realizado un debut en la dirección memorable, lleno de garra, cólera e intención. Además obtiene de todo el elenco unas interpretaciones inmejorables. Se nota que ha sido cocinero antes que fraile.

Incluso el final abierto y nada complaciente ni efectista – que no hace sino recalcar y ahondar en la soledad intrínseca de las baldías almas quebradas de sus protagonistas – es un prodigio de concisión y talento. En resumen, una obra certera, impactante y muy recomendable.
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96 de 127 usuarios han encontrado esta crítica útil
Café Society
Café Society (2016)
  • 6,4
    24.454
  • Estados Unidos Woody Allen
  • Jesse Eisenberg, Kristen Stewart, Steve Carell ...
6
El discreto encanto de lo conocido
El persistente desencanto que me han causado casi todas las últimas películas de Woody Allen se ha visto interrumpido con esta cinta encantadora, que si bien adolece de algunas de las características de su cine más reciente – diálogos superficiales y ayunos de garra, personajes sin interés ni enjundia, tramas ñoñas y deslavazadas, dirección garbancera y adocenada – alcanza algo muy digno de alabanza: crear un tono crepuscular y melancólico que seduce sin apenas esfuerzo aparente. Y además casi todos los actores elegidos (sobre todo, Jesse Eisenberg y Kristen Stewart) transmiten convicción y entusiasmo en sus respectivos cometidos. No hay nada novedoso ni reseñable, pero el conjunto se deja ver con simpatía y agradecida complicidad. Todos sus tics resultan disculpables, como si estuviéramos visitando a un familiar añoso al que le perdonamos que nos cuente siempre – con ligeras variaciones – las mismas batallitas.

Además, la atractiva fotografía del maestro Vittorio Storaro añade potentes dosis de embrujo y ensoñación al proyecto y si bien no es nada realista – tampoco lo pretende – saca el máximo partido tanto a las localizaciones como a los personajes, bañando todo en un halo seductor de calidez que se vuelve irresistible. Pocas veces han sido los años treinta del siglo pasado retratados con tanta belleza y nostalgia que uno desearía haber vivido aquel mágico momento por lo plástico y atractivo de la recreación lograda. Se le puede excusar a Allen su arraigada languidez y sus obstinadas repeticiones (de personajes, temas y tramas) por la adorable factura que consigue. Es más una experiencia estética que no una narración exigente – que bascula entre el romanticismo y el desengaño – aunque los atisbos de tristeza que impregnan la historia resulten atrayentes.

Para los fans irreductibles del director, seguro que es un festín sin parangón. Pero para los que dejamos de serlo hace ya unos veinte años, se trata más bien de una amable recuperación de ciertas fragancias inequívocas que nos remiten al Allen de antaño, aunque no alcance – quizás por una excesiva complacencia o simplicidad – a convertirse en algo más que un agradable entremés burbujeante, entretenido y simpático, bien elaborado pero sin demasiada originalidad ni calado. Resulta muy ameno de ver – sobre todo por el buen hacer del elenco y la radiante fotografía – pero se antoja un producto demasiado artificioso y relamido, con aciertos parciales innegables pero que no acaban de cuajar en una obra perdurable.
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74 de 86 usuarios han encontrado esta crítica útil
No respires
No respires (2016)
  • 6,4
    27.659
  • Estados Unidos Fede Álvarez
  • Jane Levy, Dylan Minnette, Stephen Lang ...
7
Las apariencias engañan...
Buen thriller realizado con elementos mínimos y en apariencia trillados y previsibles pero que consigue erigirse en un juego apasionante y claustrofóbico, que demuestra una vez más que lo importante no es tanto de qué trata una película, sino de cómo es capaz de presentarse de forma que parezca original, reinventado el género del psicópata inesperado y el caserón infausto, trufando de aciertos y desasosiego todo el recorrido. Lo que comienza como una narración anodina de adolescentes frustrados, deviene poco a poco en una trampa funesta de incierto final.

Con elementos mínimos – una casa aislada – y con muy pocos personajes – apenas cuatro que tengan alguna relevancia – construye una pieza de cámara que te atrapa desde el comienzo y que no te suelta hasta su angustioso desenlace. La premisa parece inocente: unos jóvenes ladrones que tratan de robar casas vacías y que evitan a toda costa meterse en excesivos líos para esquivar así el peligro de la cárcel, trabajando sobre seguro y rehuyendo situaciones complejas. Pero basta una equivocación para que surja el descontrol y la amenaza de la integridad personal, construyendo así un relato vertiginoso, un carrusel de despropósitos, sangre y aniquilación.

La atmósfera turbia y la tensión asoladora están muy bien construidas y el director sabe manejar la cámara con maestría de cirujano, como si se propusiera ejecutar una autopsia de la maldad, llena de sorpresas inquietantes y en un clima enrarecido donde nada es lo que parece ser. Hay pocos diálogos y mucha acción que no desfallece en ningún momento. El silencio y la oscuridad se convierten en unos personajes tóxicos añadidos con los que nadie contaba… para satisfacción del espectador que sufre sin pausa ni tregua las vicisitudes de sus incautos protagonistas y se ve inmerso en una espiral de muerte y desolación, donde lo de menos parece ser la codicia que lo desencadenó todo.

La desazón te acompaña – pegajosa, como una segunda piel infausta y sudorosa – durante todo el metraje. Se dan cita todos los clichés del género de terror, pero con elegancia y buena letra, muy bien dosificados, con una habilidad y un dominio formal que sorprende por su aparente sencillez, sin pretensiones ni alharacas. El presupuesto más bien modesto juega a su favor, ya que no se pierde en inútiles juegos de artificio ni efectos especiales estériles, sino que se concentra en lo esencial: crear malestar e incertidumbre en torno a unas incautas figuras que se ven atrapadas en una montaña rusa devastadora. Un muy buen entretenimiento aciago.
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27 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
El profesor de violín
El profesor de violín (2015)
  • 6,0
    539
  • Brasil Sergio Machado
  • Lázaro Ramos, Kaique de Jesus, Elzio Vieira ...
6
Expiar la ambición
Película irregular y modesta aunque de indudable encanto e interés. Por una parte tenemos el periplo de un ex niño prodigio – virtuoso del violín – que es incapaz de encontrar su hueco vital en el mundo adulto y ofrecer todo su notable potencial creativo y musical. Por otra parte está el reflejo del inframundo de las favelas de São Paulo, con su criminalidad y su caciquismo asolador, con su lucha sin cuartel por la supervivencia. También ofrece el retrato desalentador de unos jóvenes de la barriada de Heliópolis, entre la exclusión social y su denostado afán de resistencia cotidiana, sorteando la incultura, la incomprensión, el rechazo y la delincuencia. Y, por último, propone el mundo de la música como resquicio para la redención personal y ventanuco para la esperanza.

Quizás peque de falta de originalidad y de simplismo reduccionista e idealismo trasnochado, pero se ve con agrado y resulta convincente pese al catálogo de tópicos de que hace gala. No ahonda en sutilezas psicológicas, ni explora las causas profundas (ideológicas o sociales), ni ofrece un estudio sociológico de lo que retrata, pero su renuncia de la complejidad discursiva y su sana simpatía por todos sus personajes la convierten en una loable muestra de cine social que renuncia al sermoneo facilón y se contenta con ofrecer una historia sugerente sobre los claroscuros de las carencias afectivas y dinerarias, centrándose en la encomiable voluntad de superación que anida en todo ser humano.

El tono melodramático elegido no carga las tintas ni se detiene en la denuncia facilona, sino que envuelve la acción con cariño, determinación y energía, donde los detalles marginales que abocetan la trama resultan tan interesantes por lo que implican como por lo que sugieren, ofreciendo un mosaico de las contradicciones y servidumbres de una sociedad inclemente, arbitraria e injusta, pero dinámica y palpitante. No ofrece soluciones apriorísticas ni excluyentes aunque se centra en un posible remedio: la cultura – en este caso, el mundo de la música y la disciplina del compromiso – como vehículo para salir de la indigencia anímica y comunitaria y así ampliar los horizontes.

Está a caballo entre el cine comprometido y la narrativa vivificante sobre el desarrollo personal a través de caminos imprevistos que nos reconectan con el mundo y nos permiten entender que vivimos en sociedad y que nos debemos a nuestros semejantes y hacer lo que esté en nuestras manos para mejorar su situación, con aquello que esté a nuestro alcance, por poco que nos pudiera parecer. Imperfecta, encantadora y luminosa.
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12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Regreso a casa
Regreso a casa (2014)
  • 7,0
    3.256
  • China Zhang Yimou
  • Gong Li, Chen Daoming, Zhang Huiwen ...
6
Retorno imposible
Pese a la fragancia embaucadora de su planteamiento y el arrebatado arranque inicial – un retrato opresivo y angustiado sobre las persecuciones políticas y el desgarro anímico que provocó la Revolución Cultural china – esta obra decepciona y cansa aunque contenga algunos buenos momentos y albergue un propósito lúcido y oportuno. Pero tras la media hora inicial que presagia un retablo fascinante y necesario sobre un momento histórico funesto y deplorablemente silenciado, la cinta se estanca y se vuelve en un premioso ejercicio esteticista que ni evoluciona, ni entretiene, ni convence.

Quiere ofrecer mucho pero propone tan sólo una situación única que huele a naftalina rancia, a tópico bienintencionado y prefabricado. No basta con tener la loable voluntad de denunciar los dolorosos abusos de la arbitrariedad gubernamental de un régimen totalitario e injusto, donde el partido único se arroga la prerrogativa aniquiladora de condicionar y ordenar la vida cotidiana de todos sus súbditos hasta el más nimio detalle y donde tener ideas propias e ir contracorriente puede ser proscrito y vilipendiado por derechista o contrarrevolucionario, destruyendo así el devenir íntimo de sus indefensos ciudadanos, meros peleles desvencijados a merced del albur de una nomenclatura veleidosa y tiránica.

Pero fracasa. Todo resulta previsible, repetitivo, monótono y lastimero. El tono trágico elegido parece una impostura o un mero postureo estético que pretende desvelar la ruinosa desdicha personal pero se queda en estampita anodina que apenas da para un cortometraje que, sin embargo, se estira y extiende más allá de lo razonable. Y no sirve como metáfora de una época por la obviedad manifiesta de su discurso. La evidente crueldad de la abusiva situación reflejada deja indiferente al espectador, que sabe lo que va a pasar antes de que acabe ocurriendo, sin resquicio para la sorpresa, sin desarrollo dramático ni profundidad emocional.

Se nota que al mando hay un cineasta de fuste, con talento visual y narrativo, pero todo deviene en un sermón empalagoso y sin sustancia, en una regañina torpe y predecible, carente de ideas y ayuna de creatividad. La buena intención social y el reconcentrado discurso redentor ahogan a los personajes y vuelve en caricatura insulsa su odisea particular. La arenga libertaria se queda en aborto bienintencionado y fallido. Podría tomarse como quintaesencia de la necesidad de reivindicar la memoria de todo un pueblo, un intento por salvarlo de la amnesia. Pero no lo consigue.
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28 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Money Monster
Money Monster (2016)
  • 5,7
    12.648
  • Estados Unidos Jodie Foster
  • George Clooney, Julia Roberts, Jack O'Connell ...
7
Deshonestidad y ambición
Perfecto ejemplo de cine comercial bien hecho. Su principal objetivo es entretener y pese a desarrollarse casi en un único escenario (un plató de televisión durante la emisión de un programa de éxito), resulta una propuesta potente y dinámica, donde uno no repara en los fallos e incongruencias de la trama hasta que ha concluido la avasalladora proyección. Tomando como marco de referencia las corruptelas financieras que nos asolan, hace también una jocosa y mordaz crítica de la televisión como espectáculo, donde la ausencia de un periodismo crítico digno de tal nombre y carente de cualquier principio éticos o siquiera un mínimo código deontológico que aplicar, no hace sino acentuar la indefensión total del ciudadano ante los desmanes de los codiciosos potentados de turno.

No plantea nada nuevo ni se detiene en bucear en profundidades trascendentales sobre el origen o en la asignación de las culpas, como tampoco se detiene a elucubrar sobre las consecuencias de las abundantes infracciones éticas o legales – más allá lo previsible y acomodaticio – sino que todo ello queda dentro de un consenso tan inofensivo como inocuo. Sabemos que hay malos pero no se debieran de realizar extrapolaciones inmediatas ni masivas. Quizás el cine europeo se hubiese atrevido a señalar con los dedos a los responsables únicos y además hubiese proclamado una teoría política y social a los cuatro vientos sobre el fin del capitalismo y el advenimiento de otra política es necesaria y posible. Pero el cine yanqui vive del empirismo científico: es decir, no basta un botón de muestra para construir una teoría totalitaria o totalizante. Sino que hay que denunciar cada episodio censurable, ¡sí!, pero al mismo tiempo seguir atento sobre las demás alternativas.

Esta característica es la que convierte esta cinta en un típico producto hollywoodiense, ya que su honesto afán de denuncia va en contra de elementos, personas y situaciones concretas y específicas, sin dejarse por ello llevar – aunque lo insinúe y se pueda inferir del contexto – por erigirse en una proclama política o verdad suprema, como si no hubieran otras posibilidades u otro ejemplos diferentes que podrían cuestionar semejante arenga ideológica totalitaria.

El espectáculo debe de continuar. Por ello la cinta es un ágil compendio de cómo hacer funcionar – de forma dinámica y absorbente – una situación tensa y abocada a la tragedia de forma diáfana y diferenciada, donde cada personaje es un arquetipo pero, sin embargo, resulta creíble y convincente. Hay héroes (que quizás fueron villanos) y hay malos que albergaban una brizna de sangre en su corazón y tal vez lleguen a redimirse. Bienintencionada conclusión de este suflé intrascendente que cumple su cometido. Eficaz Distracción.
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14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sunset Song
Sunset Song (2015)
  • 5,8
    1.556
  • Reino Unido Terence Davies
  • Agyness Deyn, Peter Mullan, Kevin Guthrie ...
5
Escuchando los sonidos del... rodaje
Pese a sus visibles virtudes y delicada elaboración, no me ha gustado nada. En todo momento he tenido la sensación de escuchar el sonido de la claqueta y el grito del director exclamando ¡Acción! y ¡Corten! Y todo me ha resultado falso, epidérmico e impostado, absurdo y artificioso. Y los actores – salvo el excelente Peter Mullan – son un compendio de fingida vehemencia, de sobreactuación y de sosería que desemboca en un catálogo de trucos y muecas para aprendices de histriones desorientados. ¡Qué letanía de sinsabores! ¡Qué acumulación de desgracias! ¡Qué cantidad de folclore escocés sin gracia ni atractivo! ¡Qué apología del nacionalismo más estomagante y pueril al terruño infecto! ¡Qué glorificación de barbaridades y violencias domésticas! ¡Qué avalancha de impostado machismo rampante! ¡Hasta el sacerdote o pastor eyacula fervorosas soflamas patrióticas desde el púlpito! ¡Tanta intensidad! ¡Tanto desgarro, dolor y muerte!

Se hace muy pesado asistir a dos largas horas de tópicos trasnochados del regionalismo zafio y cazurro. Si al menos hubieran elegido a una actriz protagonista que supiera actuar y no sólo declamar sus frases hueras y gesticular enfática como una marioneta de feria, donde se pueden escuchar las indicaciones del director (¡ahora levántate, ahora vuelve la cabeza, ahora llora, ahora enfádate…!) y se nota cómo ella lo intenta y se esfuerza y sigue todas las indicaciones con puntillosa precisión, pero resulta inverosímil, un pelele hacendoso y sin talento, como un afectado muñeco de trapo declamando a Shakespeare en un todo a cien chino. La cinta tiene virtudes y lo mantengo, pero sus pifias y desatinos resultan tan evidentes, tan irritantes, tan obvios que producen rechazo y someten al espectador más predispuesto a una maratón de resistencia o a una inmerecida tortura.

La fotografía es bella. Los planos están muy cuidados. La composición resulta minuciosa y elaborada – de tan estudiada y recompuesta parece alambicada. Los movimientos de cámara son largos y sofisticados, pero acaban por estirar cada escena de forma inmoderada y artificial y rebajan el ya de por sí escaso ritmo debido a una total ausencia de montaje que insinué ningún avance o elipsis audaz. Es todo tan bonito que sólo falta verlo tras un escaparate para entrar a comprar algo del attrezzo. No surge la poesía cuando se intuye aún la etiqueta con el precio de cada uno de los utensilios y elementos que jalonan la acción. No hay épica donde sólo se escuchan discursos decimonónicos y desgastados, donde sólo se pretende demostrar la virtud de unos y censurar la maldad atávica e incorregible de otros.

El pretendido cuadro histórico deviene en estampita ajada. ¿La vacuidad como arte? Mejor no averiguarlo.
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35 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
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