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Críticas ordenadas por:
The Party
The Party (2017)
  • 6,2
    6.906
  • Reino Unido Sally Potter
  • Timothy Spall, Kristin Scott Thomas, Patricia Clarkson ...
7
Peor que la ceguera es no ver lo que hay
Esta modesta pieza británica es un inesperado desecho de virtudes artísticas y debería formar parte del currículo educativo en cualquier escuela de cine para guionistas avezados: una construcción formidable de personajes con elementos mínimos, unos diálogos ágiles e incisivos que dejan lacerantes heridas invisibles, la inclusión de un ominoso personaje ausente que sobrevuela como un aciago presagio todo el sobrio metraje – uno piensa en ‘Rebeca’ y no es una asociación baladí –, la proliferación de sorpresas, quiebros, revelaciones y testimonios que modifican a cada paso el flujo de la trama sin resultar caprichosos o inapropiados o falsos. Resumiendo, la piedra angular de una buena película sobre la cual se debe construir todo lo demás – es decir, el guión – es un prodigio de inteligencia, lucidez, inventiva y audacia.

Si además se cuenta con un reparto coral formado por excelentes actores de ambos lados del atlántico, el resultado final no puede ser sino estimulante – además de acremente desternillante. Porque si bien lo que se relata es una ¿o varias? tragedias, la verdad es que el espectador no deja de sonreír, burlón, ante el catálogo de despropósitos, hipocresías, mentiras, disimulos y tergiversaciones con las que los tan acelerados como infelices adultos sazonan sus cotidianas relaciones con sus parejas, amigos, confidentes y demás farisaica calaña, sin mala conciencia ni remordimiento alguno. Tanto trajín para acabar tirándose los trastos a la cabeza y desnudarse por completo sin tener que quitarse la ropa…

Es decir, en un registro más áspero, más adulto y menos angelical, estamos ante la versión británica del inesperado éxito español de Álex de la Iglesia “Perfectos desconocidos” (que a su vez es un remake de una reciente película italiana). Vamos, que parece que ha llegado el momento de reconocer – en toda Europa o quizás en todo el orbe – lo farsantes que somos en nuestras relaciones con nuestros supuestos seres más queridos y cercanos. Por ahora nos habremos de contentar con reírnos de los demás, pero podría sernos útil volver la mirada sobre nosotros mismos y reconocer la cantidad de falacias y fingimientos que acumulamos en nuestro devenir diario. Estamos ante un esperpento ‘made-in-England’ que deja poco espacio para la esperanza y se contenta con provocarnos una risilla inquieta, válvula de escape que quizás se nos debiera de atragantar para alcanzar su terapéutico objetivo.

Todos los actores están formidables y aunque sea injusto, quizás debiera de destacar la labor de Patricia Clarkson y Kristin Scott Thomas y, sobre todo, de un Bruno Ganz en estado de gracia interpretando a un ‘coach vital’ que encarna y aúna todo lo grotesco del espíritu ‘new age’ que devora y vacía los bolsillos de tantos ilusos. Te reirás mucho – pero no te hará maldita la gracia.
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25 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
La forma del agua
La forma del agua (2017)
  • 6,4
    45.938
  • Estados Unidos Guillermo del Toro
  • Sally Hawkins, Doug Jones, Michael Shannon ...
5
La deformidad del engrudo
¡Pasen y vean! ¡Tenemos lo último en peces folladores, mujeres compasivas, científicos soviéticos y americanos lerdos! ¡Nunca habrán visto nada igual en pócimas y bebistrajos, en amores y sinsabores, en alucinaciones y fantasías! ¡Por el precio de su entrada serán transportados a un mundo imaginario, aguachinado, mañoso, turbio e inverosímil repleto de criaturas monstruosas y hechiceras, rebosante de semblanzas sin parangón que le dejarán la boca abierta y los ojos anegados de dulce viscosidad y perplejo relumbrón! ¡No se pueden perder la última esforzada elucubración de Guillermo del Toro, un genio en triquiñuelas y patrañas, un portento de la manipulación y el engaño!

Decir que la película me ha decepcionado yerra el tiro. Resulta más sugestiva la expectación que crea que el resultado que obtiene, que de tan previsible, de tan manoseado, de tan superficial y lacio acaba por resultar tan empalagoso y pesado como las deslavazadas tartas que se comen en algún momento del aguado metraje. Las ideas que alberga suenan bien, pero el guión las traba con tan poca pericia ni gracia que acaban por dejarte más frío que un pez fuera de su alberca. Pretende zambullirte en un pozo colmado de oro y te encuentras apresado en un lodazal lleno de fango, detritus y tópicos que hieden a episodio piloto televisivo o a cine de serie B, saturado de buenos propósitos y nulos logros artísticos.

Las trece nominaciones para los Oscar sólo muestran lo que la Academia quiere premiar: un producto correcto, con hechuras de gran cine pero vacío de sustancia, ayuno de veracidad y saturado de corrección política que resulta más falso que Judas y más tramposo que un jugador profesional que sólo busca engordar su morral de billetes relucientes y de curso legal sin importarle ni lo más mínimo cómo ha conseguido sus desorbitadas ganancias. Es el premio a la falsedad impostada, a la exquisitez de supermercado, al producto industrial habilidoso que simula ser bisutería emperifollada, pura baratija anquilosada que no brilla ni poniéndola bajo el sol del mediodía. Los tres actores nominados – por lo general, excepcionales – apenas tienen un personaje que desarrollar y no consiguen sino simular corrección con su gama de tics y gestos automáticos.

Decir que lo mejor de la cinta es la música de Alexandre Desplat es una verdad que no deja en buen lugar a los potenciales victoriosos compañeros de la velada. Los demás no merecen ni mencionarse de refilón. Es un insulto a la inteligencia y a la sensibilidad. Quizás si hubieran cuidado y pulido más el guión torpe, afectado, chirriante e insustancial podrían haber horadado una hondura que queda demasiado lejos, más allá de los desvaídos lugares comunes que fatiga con soporífera indolencia. Interesante – y poco más.
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50 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Florida Project
The Florida Project (2017)
  • 7,1
    17.205
  • Estados Unidos Sean Baker
  • Brooklynn Prince, Willem Dafoe, Bria Vinaite ...
7
Los olvidados
Cine independiente: ¡qué pereza! Sin embargo, esta vez parece que se ha conseguido la cuadratura del círculo, porque tan importante son las travesuras nada inocentes de la tenaz y enredadora niña protagonista como todo aquello que no vemos (o sobre lo que no se habla) pero sobrevuela e impregna, tácito y sigiloso, todo el metraje. Vivir en Florida pudiera semejar a vivir en el paraíso aunque, en realidad, estamos ante las puertas de una inminente tragedia familiar que borrará de un plumazo todo lo que nos es querido y conocido hasta el momento. Hay puntos sin retorno que una vez alcanzados es imposible revertir.

El director y guionista Sean Baker es un hacendoso y modesto clásico del cine realizado al margen de la industria hollywoodiense – es decir, que busca financiación para sus proyectos alejado de los canales habituales de las grandes productoras norteamericanas – para poner en pie sus historias marginales sobre perdedores irredentos, algo que casa mal con el tan vanagloriado mito del ‘sueño americano’. Pero conviene recordar y tener presente que todo relato de un éxito conlleva también su porción de sombra y suele ser útil y beneficioso no desatender que también existen los perdedores, los desdeñados, los infelices que luchan por sobrevivir al día a día con las cartas marcadas que la rueda de la fortuna ha ido repartiendo a ciegas según es su malhadada costumbre.

Pocos personajes bastan para pintarnos un lienzo atiborrado de colorines chillones como es costumbre en la zona. Y la mirada tierna e ingenua de una niña de apenas seis años nos sumerge en un mundo arbitrario y fantástico lleno de aventuras y acontecimientos que nos desvelan los pormenores de una lenta e inexorable caída, el descenso a las puertas del averno (o de la edad adulta, que viene a ser lo mismo) hasta que una última y antojadiza gota indolente hace rebosar el vaso de la paciencia y nos arrastre al precipicio del edén perdido, a la fatalidad de la desdicha. El verano se agota, el juego declina, la infancia concluye: comienza, por sorpresa, la ponzoñosa realidad de unos hechos que nos apresan entre sus grilletes y nos vuelven esclavos de nuestro sino, sin otra escapatoria que una fantasía inútil, como si pudiéramos dejar atrás, por arte de magia, todo aquello que nos anega y oprime. Vana utopía.

Sorprende el desparpajo y espontaneidad de Brooklynn Prince, toda una presencia escénica que nos conmueve cuando, por fin, da rienda suelta a sus desconsoladas lágrimas de niña golpeada por la desventura. Bria Vinaite nos brinda una exuberante y alocada madre amorosa y protectora que hace cualquier cosa por salir adelante… y fracasa. Y Willem Dafoe encarna a un desvalido ángel de la guarda que es incapaz de preservar del hundimiento a sus protegidos. Tierna, sutil, mágica y amarga, en nuestra memoria reverbera esa última escena esplendorosa como una quimera inalcanzable.
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30 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
El hilo invisible
El hilo invisible (2017)
  • 6,8
    17.388
  • Estados Unidos Paul Thomas Anderson
  • Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps, Lesley Manville ...
3
La soga evidente
¿Quién ha establecido – como verdad irrefutable – que Paul Thomas Anderson es un genio? Supongo que todos aquellos que no pagan ni un euro por sus entradas de cine y sazonan su ensimismada existencia entre jacarandosos pases de prensa, festivales de pacotilla y galas del laurel mustio (por ejemplo, feroces Goyas y semejantes). ¿Quién ha querido ver en el último mojón perfumado de PTA un excelso homenaje al cine de Hitchcock? Conjeturo que nadie que haya visto y analizado con atención la filmografía del maestro y se ha conformado con leer los resúmenes de prensa que atiborran las gacetillas kiosqueras de saldo. ¿Quién se atreve a erigirse en hipócrita guardián de las esencias culturales, campanudas y metafísicas de los suplementos semanales y sus rumiados opúsculos que nadie lee pero que todos repiten y vocean como si fueran la Biblia? Sospecho que serán aquellos oráculos de la moda y lechuguinos de salón que jamás han leído un libro o aventurado más de una frase (publicitaria claro) en su exánime vida.

Sorprendido, perplejo me he quedado durante el visionado de esta cinta, no porque sea un figurín único del séptimo arte, un incomparable desecho de puntadas y virtudes, sino porque pocas veces me he aburrido tantísimo como con este adefesio palmario, con esta birria zurcida con retales y engalanada con desperdicios que pretende pasar por un lienzo insuperable de exquisitez, hondura y elegancia. El rey está desnudo y quien no lo quiera o pueda ver, que guarde un abochornado y prudente silencio: de tontos locuaces están las ciudades llenas, no hace falta seguir el mismo patrón y ayudar con cateta charlatanería a repetir las sandeces que nos tratan de imponer como cima superlativa de la alta costura (o de la sutileza o del talento o del carisma) sin otra base que su vanidoso engreimiento, su pasión desenfrenada por mirarse el ombligo y hallar ahí el centro del universo.

Decir que la película tiene un guión es divulgar una mentira. Obstinarse en pregonar que además es profundo, original, intenso e inteligente sería un escandaloso fraude. Negar que la música sea insufrible, que los actores deambulen sin rumbo ni vigor, que todo resulte más falso que un camafeo de plástico pudiera llegar a perdonarse. Pero proclamar que nos encontramos ante una obra maestra es tan ridículo como extemporáneo – al igual que extasiarse con los primeros balbuceos de nuestro adorable retoño, como si hubiera inventado el primer lenguaje silábico del mundo. Tal exageración, semejante acumulación de ditirambos y loas, no hacen sino sofocarnos de vergüenza ajena por la falta de criterio de unos personajillos que perpetran endebles alabanzas caprichosas con el único fin de parecer expertos en su materia y que son listísimos y están a la ultimísima. Deplorable, aburrida y sin interés.
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27 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
El instante más oscuro
El instante más oscuro (2017)
  • 6,7
    16.400
  • Reino Unido Joe Wright
  • Gary Oldman, Ben Mendelsohn, Kristin Scott Thomas ...
7
“Lo que poco cuesta aún se estima menos”
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.” Al terminar de ver esta cinta británica que nada a contracorriente del pensar mayoritario y cándido que anega las mentes de tantos crédulos bienintencionados – atiborrados de consignas idealistas e ilusas arengas contra la guerra y en favor de la paz – tuve que pensar en varias citas del Quijote de Miguel de Cervantes que nos devuelven a la realidad, sin engaños ni fingimientos, y nos enfrentan a la dureza y crueldad de la vida, llamando a las cosas por su nombre, tanto si nos gusta como si no.

La figura del político Winston Churchill (1874-1965), de tan conocida y publicitada, se ha convertido casi en una marca comercial tras la que no sabemos lo que se oculta ni lo que pueda significar. Intuimos que fue alguien importante, algunos dicen que escribía bien y hay casi unanimidad al afirmar que fue un gran orador parlamentario… pero para otros fue un noble latifundista, un mimado ególatra, un obcecado enemigo del nazismo y un defensor de sus privilegios sociales. Quizás todos tengan algo de razón, pero su importancia histórica viene marcada porque fue uno de los primeros y más vehementes opositores a Hilter, quien vio desde el inicio lo que estaba en juego durante los años treinta del siglo XX: la supervivencia de la libertad y de las democracias liberales europeas bajo la amenaza totalitaria, expansionista y batalladora del resentido racista austriaco que se había hecho con el poder en Alemania.

Esta película se centra en las primeras semanas de su mandato como primer ministro del Reino Unido – mayo de 1940 – cuando los éxitos militares y anexionistas del demente Adolf Hitler parecían no tener fin ni contención posible, cuando parecía más sencillo negociar una rendición incondicional (para salvar la vida) en vez de enfrentarse a la bestia y poner freno al desatino enloquecido de un maniático inculto y populista (lo cual podría significar la muerte casi segura). Pero supo poner en pie lo imposible: una defensa quijotesca contra la barbarie y el odio, primero con palabras, luego con hechos, finalmente con la victoria.

Quizás la dirección de Joe Wright pueda pecar de alambicada y preciosista, pero es innegable que dota de agilidad y fluidez a un relato que por previsible corría el riesgo de perderse en una maraña de discursos y sermones rancios. Además cuenta con la complicidad inestimable de un Gary Oldman inconmensurable, de una fotografía angustiosa y de una música perfecta. El resultado es mucho mejor de lo que uno se pudiera imaginar. Apasionante y necesaria.
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31 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin amor (Loveless)
Sin amor (Loveless) (2017)
  • 7,0
    5.763
  • Rusia Andrey Zvyagintsev
  • Maryana Spivak, Aleksey Rozin, Matvey Novikov ...
8
Sin Espacio
Abandono. Angustia. Aislamiento. Apatía. Afrenta. Atrocidad… Es tarea harto difícil reflejar o resumir en pocos conceptos – ni tan siquiera en unas pocas frases – el aquelarre tóxico de burlas, confusiones, trastornos, enfrentamientos, crueldades, dudas y espantos que genera esta sombría cinta rusa que tras sus largos, pausados y cadenciosos planos secuencia esconde una avalancha salvaje - impactante - de ira, insultos, navajazos y dardos llenos de veneno, tristeza y llagas. En apariencia es la radiografía de un divorcio; en realidad es la autopsia infectada y ponzoñosa de una vida sin afecto, de una convivencia sin cariño, de una relación sin respeto, de una huida sin meta, de una existencia sin compasión, de un azar sin perdón.

La naturaleza invernal que enmarca casi toda la acción parece estar tan muerta y gélida como el falso amor que originó aquel infausto matrimonio de conveniencia en el cual dos personas no se enamoraron o deslumbraron mutuamente, sino que trataron de cubrir sus carencias biográficas y afectivas con el primer despojo (o accidente) que se cruzó por su camino. Y el fruto de aquel fogonazo lúgubre fue un rubicundo retoño – ni querido, ni deseado, ni apoyado – que ahora se utiliza como aciaga moneda de cambio, como mercancía de saldo para descalificarse y humillarse a cada paso, sin advertir que, ante todo, es una persona, con sus propios sentimientos y necesidades, con su abrumado corazón, que busca un lugar estable y seguro, donde lo quieran, recojan y amparen, porque no sabe vivir en un mundo de trincheras, sin treguas y sin amor.

En definitiva, es el retrato de una sociedad embrutecida y sin alma, donde los adultos se usan y abusan sin disimulo (salvo que decidan habitar y alimentar una mentira), donde los organismos oficiales (como la policía o los maestros) no velan por el bien común sino que tratan de escurrir el bulto y mirar hacia otro lado por falta de interés, vocación o de recursos, donde nadie quiere responsabilizarse de sus propios actos – aunque les falte tiempo para reprocharles a los demás sus carencias y fisuras – donde todo y todos tienen un precio (pero nada ni nadie conoce su auténtico valor) y tratan de sacar codicioso provecho en cuanto tienen la más mínima ocasión, donde la ayuda solo la proporcionan unos pocos y afanosos voluntarios que trabajan sin remuneración, sin insignias, sin reconocimiento y sin horarios, donde la desolación es lo habitual y la ruina lastimera el estado natural de todo el andamiaje.

Pocas películas tan desoladoras y taciturnas como esta. Durante el metraje se recorre una gama ilimitada de grises y negros – y al final solo queda un amargo sufrimiento.
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33 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Call Me by Your Name
Call Me by Your Name (2017)
  • 7,2
    29.094
  • Italia Luca Guadagnino
  • Timothée Chalamet, Armie Hammer, Michael Stuhlbarg ...
9
Suspendido en el amor
Yo no he tenido una casa señorial en Italia donde pasar los veranos y, sin embargo, he conocido esa borrachera estival de días interminables de ocio que me envolvían como una lujuria de los sentidos y parecía presagiar mi despertar sensual y afectivo. Yo no he tenido unos padres idólatras de la cultura clásica y, sin embargo, he sido acogido con afecto y cariño por su inefable protección y generosidad, sin nada que ofrecerles por mi parte más que mi apática y torpe indolencia. No obstante, también he conocido la confusión de los sentidos, la idolatría de lo imposible o de lo improbable, he transitado el alboroto desordenado de la sexualidad embrollada y caótica, la búsqueda egoísta de mi satisfacción a toda costa y a cualquier precio, pero me ha faltado el acompañamiento juicioso y salvífico de un adulto que me supiera desbrozar el camino, sin por ello tratar ni de manipularme ni de coartarme… Es decir, me veo retratado en el relato y recorrido que me proponen tanto James Ivory (en el guión) como Luca Guadagnino (en la dirección) y les estoy agradecido por ello: Han sabido expresar lo sublime sin caer en lo cicatero.

Una vez más la trama parece deambular sin un destino concreto ni aparente por derroteros que basculan entre lo tópico y lo previsible, entre una belleza edulcorada y el desapego de lo preciosista, deteniéndose en unos acontecimientos y unos pormenores que parecieran presagiar un anuncio ardoroso de colonia o una mercadería insípida de moda veraniega, pero lo relevante es todo aquello que sucede por debajo de la piel, entre los recovecos y claroscuros del deseo y los pliegues y fabulaciones de la ilusión. Una cosa es lo que hacemos y otra bien distinta es lo que anhelamos hacer. Y en esa paradoja entre lo simulado y lo real se mueve como un pez en el agua esta fábula intemporal que disecciona un amor de verano más allá de los tabúes y de las convenciones. Busca incendiar una bacanal de la pasión cuando nadie, en apariencia, ni tan siquiera ha pretendido avivar ni un mínimo rescoldo de erotismo. Pero la ternura y el apego tienen muchas máscaras y toman rumbos inesperados…

Más allá de su excelente guión, de una dirección tan primorosa como certera, de una música sibarita y evocadora, de unas imágenes inmarchitables y de unos diálogos certeros en su fecunda transparencia, el mayor mérito corresponde al trío protagonista. Ojalá Timothée Chalamet tenga una larga carrera porque su asombrosa interpretación ya forma parte de la historia del cine. Armie Hammer está muchísimo mejor de lo que su portentoso físico pudiera hacernos negar. Y Michael Stuhlbarg, como el atolondrado padre, tiene una intervención tan inolvidable como conmovedora. Gracias a ellos asistimos al sincero embrujo en estado puro.
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94 de 130 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los archivos del Pentágono
Los archivos del Pentágono (2017)
  • 6,7
    21.873
  • Estados Unidos Steven Spielberg
  • Meryl Streep, Tom Hanks, Bruce Greenwood ...
6
Palmaditas en la espalda
Steven Spielberg ya ha cumplido 71 años y lo avalan más de 40 años de trayectoria profesional intachable. Aunque sea capaz de lo mejor y de lo peor, que muchas veces anteponga el aplauso del público al rigor de sus propuestas, que a veces lo obnubile una blandenguería ñoña y azucarada que mancilla algunos de sus proyectos más recordados, que no siempre sepa rematar sus historias por tener su vista puesta en la taquilla y no en la coherencia del relato que elabora, sigo pensando que podría ser incluso mejor de lo que ya es si no viviera obsesionado por agradar a toda costa a los espectadores, como si temiera que contrariar los buenos sentimientos y expectativas fuera un anatema nefando, como si tuviera que demostrar, aún hoy, que es un chico bueno y aplicado que convierte en oro todo lo que toca aunque tan sólo sea hojalata de desguace, en fin, si se liberara de la losa del éxito a cualquier precio podría elaborar la obra maestra indeleble que aún nos debe a sus muchos y heterogéneos admiradores.

La presente cinta ahonda en sus virtudes y carencias: dirigida con una perfección admirable, sin embargo aburre hasta al más predispuesto e interesado de los espectadores por su endeble guión y por su exasperante autocomplacencia. Es una película CON MENSAJE y por si no nos enteramos o estamos distraídos comiendo palomitas o contestando algún WhatsApp apremiante, nos lo recalca y recuerda en todo momento, no sea que perdamos el hilo y podamos pensar algo diferente de lo que el SUMO SACERDOTE ha dictaminado que es la ÚNICA VERDAD admisible. Estar de acuerdo con lo que se nos expone no debiera exigirnos que tengamos que postrarnos de hinojos ante su magnificencia, que suspendamos el juicio y nos dejemos lavar el cerebro, por digna y loable que sea la causa. Pero la LIBERTAD que tanto pregona brilla por su ausencia cuando se trata de que el público tome partido y saque sus propias conclusiones.

En definitiva, estamos ante una obra de propaganda (en la mejor tradición y estilo de Goebbels) donde se nos obliga a pensar de una única manera y a aplaudir la previsible conclusión como si el mismísimo Yahveh nos hubiera anunciado entre coros de arcángeles y querubines la LEY SUPREMA de los mandamientos. Y chitón a cualquiera que pudiera tener una opinión divergente porque será aniquilado… o sencillamente no es ni persona ni ciudadano y podrá ser ninguneado, arrastrado por el fango y vituperado por su infamia.

Todos los personajes son chatos y monocordes (sólo se salva el de Meryl Streep), no hay verdadero conflicto y los antagonistas son abstracciones de leguleyo. Es decir, bien realizada pero tediosa, redundante y prescindible.
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158 de 249 usuarios han encontrado esta crítica útil
120 pulsaciones por minuto
120 pulsaciones por minuto (2017)
  • 6,8
    4.222
  • Francia Robin Campillo
  • Nahuel Pérez Biscayart, Adèle Haenel, Yves Heck ...
8
Crónica de una muerte anunciada
Cuando eres obscenamente joven, cuando en la lotería de la vida te ha tocado en suerte jugar con cartas marcadas (homofobia, rechazo, incomprensión, odio, indiferencia o un virus letal que a todos inquietaba pero a nadie le quitaba el sueño), cuando sabes que te quedan pocas semanas o meses de existencia pese a que la naturaleza no te ha desvelado aún ninguno de sus tesoros o frutos más preciados, tienes la sensación de que el vigor se te escapa sin razón ni motivo como en un reloj de arena que está a punto de completar su afanoso recorrido imparable. Y te sientes impotente, rabioso, desquiciado, iracundo y lleno de cólera hacia todos aquellos que juegan a ser grandes estadistas o científicos pero desconocen la urgencia aniquiladora de lo inexorable.

Con estos funestos mimbres ha urdido Robin Campillo una frenética cinta llena de pasión, de ardor, de despecho y de homenaje a los años más mortíferos de la plaga del sida, cuando ser diagnosticado con la temida enfermedad era verse anegado por una inmerecida sentencia de muerte y te convertía de golpe en una bomba de relojería a punto de explosionar y perderse en el anonimato abrasador de la marea del tiempo. Abordar la fugacidad de la vida cuando eres un pimpollo que apenas ha empezado a disfrutar de las mieles de la juventud resulta tan duro como aterrador cuando tienes los días contados y las noches son un calvario que quisieras borrar de tu presente. Pero hace falta dar voz y honrar a los miles de anónimos despechados que hicieron tantísimo por dar visibilidad a lo invisible, por cambiar las agendas de los políticos y de las multinacionales farmacéuticas, por reunir fondos donde no había más que eriales de mutismo, por cuestionar que el matadero servil era la próxima parada y enarbolar la bandera de la lucha por la inclusión, la tolerancia, la solidaridad, la camaradería y la compasión.

La memoria es frágil y tornadiza. Aún recuerdo haber leído en el periódico (allá por los primeros años ochenta del siglo pasado) las primeras noticias sobre las inexplicables muertes por el ‘cáncer rosa o gay’ en San Francisco o Nueva York, el loco terror de unos padres que temían que sus hijos pudieran ser contagiados por la inefable plaga bíblica por los salivazos o arañazos de otros niños portadores durante los recreos, las exigencias atemorizadas por crear campos de reclusión – y exterminio – para los infectados, para preservar la pureza de la sangre inmaculada e inocente, los reproches morales por unos ‘estilos de vida’ que te condenaban al ostracismo y la aniquilación. Todos somos responsables de crear un mundo más habitable y acogedor, más amoroso y tierno, desterrando los prejuicios y sembrado de esperanza el futuro de nuestros semejantes.

Sin lugar a dudas le sobra metraje y, sin embargo, no se hace en ningún momento ni pesado ni redundante. ¡Ave César! Los que van a morir te saludan…
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25 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres anuncios en las afueras
Tres anuncios en las afueras (2017)
  • 7,6
    53.419
  • Reino Unido Martin McDonagh
  • Frances McDormand, Woody Harrelson, Sam Rockwell ...
9
Tres maneras de morir
Jodidamente inclasificable. Empezando por encontrar un título para esta reseña, tratar de resumir o de hallar un único denominador al conjunto de sugerencias, temas y circunstancias que rodean a esta cinta se vuelve una tarea titánica e insalvable por su riqueza de contenidos, por su variedad de derroteros que abarca, por su complejidad de evocaciones que sugiere, por su amplitud de miras y porque no resulta fácil resumir en pocas palabras la inagotable pluralidad de significados que va tocando a lo largo de su metraje. A primera vista parece una historia de venganza: el afán justiciero de una madre coraje que necesita a toda costa que se honre la memoria de su hija vejada, violada y asesinada. Pero tras esa áspera superficie de revancha y desquite late la culpa, bulle el yerro, quema la omisión y arde la responsabilidad por no haber protegido a lo más querido, ya por siempre perdido, deshonrado y humillado.

No hay buenos ni malos y eso lo complica todo. O, más bien, los supuestos buenos pecan de negligencia, abuso o arbitrariedad, los supuestos malos no son tan malvados como parecen y los culpables ni tan siquiera hacen acto de presencia. El vacío es el verdadero protagonista de la función, la ausencia de nuestros seres queridos, la dificultad de despedirse de lo que nos carcome, la imposibilidad de dejar atrás lo que nos corroe, la injusticia de querer ser justos en un mundo arbitrario y cruel, la imposibilidad de rematar una faena aunque en ello nos vaya la vida, la memoria, el recuerdo, el amor… Si hubiera respuestas sencillas ante problemas complejos todos saldríamos ganando, pero entonces no estaríamos en la realidad, sino en un mundo fabuloso de hadas y duendes, de encantamientos y leyendas que por desgracia nos es ajeno, extraño e inalcanzable.

Gracias a un guión original que roza la perfección (pergeñado por el propio director, Martin McDonagh) y a un reparto pletórico que encarna sin resquicios ni contemplaciones unos papeles ingratos, ambiguos, deleznables, atroces y egoístas, que abraza a tumba abierta la molesta confusión de la vida y de la muerte: El rostro granítico y desolado de Frances McDormand nos revuelve las entrañas y nos da pavor, la vulnerabilidad de Woody Harrelson nos desconsuela y abate, la garrulería primitiva y racista de Sam Rockwell nos impacta hasta alcanzar una inesperada compasión e indulgencia… Si pudiéramos ponerle coto a la vida no tendríamos que deambular por siempre perdidos y desfondados por las afueras, pero entonces no estaríamos asistiendo a la radiografía del desconsuelo y la futilidad.

Merece la pena dejarse abofetear durante este viaje pedregoso: la recompensa será una indeleble amargura, entre lo tragicómico y lo funesto. Un enigmático portento.
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152 de 195 usuarios han encontrado esta crítica útil
El gran showman
El gran showman (2017)
  • 6,8
    20.168
  • Estados Unidos Michael Gracey
  • Hugh Jackman, Zac Efron, Michelle Williams ...
7
La gran seducción
Estamos ante un puro espectáculo de entretenimiento. Finge ser una biografía suavizada y pulida del empresario, político y filántropo norteamericano Phineas Taylor Barnum (1810 – 1891), pero en realidad es un musical trepidante, vertiginoso y edulcorado que sólo aspira a ofrecernos una hermosa función llena de colorido, exuberancia y pasión, sin ahondar ni en complicaciones biográficas ni en los claroscuros psicológicos de su personaje principal, limitándose a encadenar números musicales y coreográficos que recuerdan al barroquismo de Moulin Rouge (2001), por su portentoso despliegue de medios, por sus pletóricos movimientos de cámara, por su febril uso de coreografías imposibles (que hacen pensar en el Circo del Sol), por su rebosante vestuario y su catálogo de personas marginales en busca de su lugar y amparo en un mundo que las ha estigmatizado por ser demasiado raras como para resultar aceptables. En definitiva, nada realmente novedoso ni estimulante… salvo que consigue atraparnos de principio a fin a poco que entremos en la propuesta vitalista que se nos ofrece.

Se le puede reprochar su superficialidad, su nulo riesgo argumental, ético o estético, su incapacidad por desvelar los pliegues recónditos del entendimiento, su miedo al fracaso o a la novedad, pero como mero mecanismo diseñado a entretenernos durante casi dos horas no se le puede censurar que acierte en lo esencial: seducirnos con un arrebato energético que te transporta a un mundo irreal y fabuloso que carece de cualquier contacto con la realidad, una obra que quiere gustar a cualquier precio – incluso el de la deshonestidad – sin importarle que todo resulte tan increíble como habilidoso, tan meloso como bullanguero, tan exagerado como falaz. Se le perdona su incapacidad por transitar el lado oscuro, por ocultar detalles y obviar lo esencial… Pero si lo que pretende es encandilar, ¿a quién le importa la verdad de los hechos?

El alma de la función es un exultante Hugh Jackman, que pocas veces ha brillado a más altura que en esta pieza de cámara llena de fuegos de artificios y trucos de feria, secundado con éxito luminoso por unas bellísimas Michelle Williams, Rebecca Ferguson y Zendaya, todo brillo y embrujo. Quizás quede algo desdibujada y plana la actuación de Zac Efron, pero su personaje carece de sustancia e interés. Habría que mencionar también a Keala Settle interpretando a la mujer barbuda, con una presencia y una voz que encandilan.

En definitiva, repleta de triquiñuelas, artimañas y argucias, pero gracias a una música vehemente, un montaje modélico, un ritmo tan impostado como abrasador, una dirección más atenta al espectáculo que a la naturalidad o veracidad, consigue poner en pie una innegable maquinaria que nos hace vibrar sin descanso. Seamos benevolentes y disfrutemos sin mala conciencia.
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57 de 73 usuarios han encontrado esta crítica útil
Columbus
Columbus (2017)
  • 6,9
    2.914
  • Estados Unidos Kogonada
  • John Cho, Haley Lu Richardson, Parker Posey ...
7
Arquitectura del silencio
A veces se nos olvida que nuestra vida se encuentra enmarcada en el espacio y que ordenar dicho espacio suele ser la tarea de los arquitectos. Y en el cine la situación se vuelve aún más rebuscada y confusa, ya que los personajes se mueven en un entorno - real o fingido - y la mirada del director se presta a fragmentar y reconstruir a su libre albedrío aquello que considera relevante, dejando fuera (de campo) los desechos o descartes, según su criterio y antojo. Pocos han sabido entender mejor esta diáfana simpleza que el maestro nipón Ozu, tan insustituible como incomprendido, tan inmarchitable como necesitado de una inmediata revisión.

Este sencillo relato sobre la finitud, la belleza, la pasión, las simetrías, el olvido y las segundas oportunidades nos confronta, a su manera, con todo un fascinante catálogo de imágenes: tan sutiles como primorosamente elaboradas, tan sobrias como complejas, tan hermosas como filosas, tan elípticas como profundas. Pocas veces he visto en el cine occidental una mirada en apariencia tan despegada y fría, bullir y alborotarse por todo lo que las palabras ocultan y disimulan - porque se pasan las casi dos horas sin parar de decirse naderías - y que un espectador atento sabrá discriminar y calibrar en su justa medida, comprendiendo que la vida es un mero jeroglífico de proporciones y medidas... Encontrar el equilibrio es la incógnita a despejar.

Quizás adolezca de muchos tics del cine independiente yanqui, pero también es verdad que en este caso sus limitaciones y modestia juegan a su favor. Pocos personajes, estudiadas elipsis y opacos silencios: todo suma y nos ofrece un acerado estudio sobre el temor cotidiano, sobre el mundo que habitamos, sobre los fantasmas que nos acechan y las pesadillas que nos encadenan, sobre los sueños que desatendemos y los cigarrillos que compartimos por cortesía (o ilusión)...No hay mayor pérdida que las oportunidades negadas. Arriesgarse es vivir y hablar nos ayuda a dar el salto mortal.

La vigencia de Ozu no se limita al mínimo espacio de esta reseña... Redescubrirlo es abrirse a una arquitectura misteriosa, indescifrable e infinita.
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16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Star Wars: Los últimos Jedi
Star Wars: Los últimos Jedi (2017)
  • 6,1
    43.156
  • Estados Unidos Rian Johnson
  • Daisy Ridley, John Boyega, Adam Driver ...
3
Cansancio VIII
Han pasado casi cuarenta años desde que vi la película primigenia, ha pasado mi infancia, he dejado atrás la adolescencia, he ahondado en la edad adulta y he entrado sin remilgos ni aspavientos a peinar canas - o calvas, que tanto da -, he dejado atrás algún amor descarriado hasta compartir mi innegable y recalcitrante madurez con el hombre de mis sueños, he fatigado innumerables horas con tediosas e insufribles filmografías a cuál más sorprendente y audaz, he tocado con la yema de los dedos la cúpula de Tannhäuser y he creído asistir al crepúsculo de los dioses y al vértigo de la reencarnación de entre los muertos, he sucumbido a los Rayos Gamma y he desesperado ante lo que el Viento se llevó... En fin, soy un personaje tan cinematográfico como falaz, sin más criterio que mi soberana e independiente opinión. Al fin y a la postre tengo el inalienable derecho a decidir.

Y no tengo nada que decir sobre este lamentable pastiche infecto perpetrado por una productora deleznable, atenta a crear monigotes de cartón piedra para ser vendidos durante estas Navidades - o cuando sea menester - como si fueran un raro elixir o exquisita ambrosía. Vistosa nulidad travestida de esparto (o de espanto) que pretende ser lo que no es: una película digna de tal nombre. Sin una trama que la habite, sin unos personajes que nos interesen, sin un desenlace que nos sorprenda o inquiete, sin unos antagonistas que nos desvelen, sin nada que ofrecer salvo el menesteroso manto de la incapacidad artística y la oportunidad codiciosa, con la atención puesta en la taquilla y la mirada fija en el expolio de lo añoso y eñejo, como si nos bastara con lo que fue para remendar un grotesco muñeco de Frankenstein que produce más tristeza que nostalgia... Cumplir años para ver cómo trituran hasta fulminarlo el último vestigio de un sueño. Penoso.

El paso del tiempo lo impregna y canibaliza todo. Pero basta un chispazo de somnoliente tedio para que el amaño prenda y se consuma como una primorosa falla, todo esplendor y brillo, pero abocada a ser, para siempre, cenizas... Pero, ¿quién se atreve a ponerle el cascabel al gato muerto?
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27 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
La herida (The wound)
La herida (The wound) (2017)
  • 6,2
    658
  • Sudáfrica John Trengove
  • Nakhane Touré, Bongile Mantsai, Niza Jay Ncoyini ...
6
Retorno al pasado
Volver a dónde nunca estuvimos, retornar a temas y enfoques que creíamos superados, regresar a escondrijos e hipocresías que se nos antojaban antiguallas pretéritas... Estas son las sensaciones que provoca la presente cinta sudafricana. Una reliquia museística, una amalgama trasnochada entre sentimiento de culpa, folclore africano y conciencia gay de supermercado. Todo con cierto interés, algún barniz documental y mucha parafernalia y perifollo abocado a la obsolescencia más rancia.

Nadie puede negar su relevancia ni su pertinencia ni su buena intención, pero todo resulta tan trillado y fatigado como un libro de texto escolar que creíamos sepultado en el baúl de los desechos. Ya nos lo habíamos estudiado y habíamos pasado el examen, por lo que volver a tratar esta materia es como degradarnos o insultarnos, como si no hubiéramos atendido en clase o nos hubiesen pillado, décadas después, con las chuletas en medio del examen.

Por toda esta sensación de estancamiento y redundancia no cabe sino lamentar que la única novedad sea el toque étnico, el color tostado de sus protagonistas, la pervivencia de tradiciones tribales en medio de sociedades desarrolladas, la previsible contradicción entre el campesinado tradicionalista y la ciudadanía consumista, la envidia corrosiva de unos iletrados gárrulos que buscan los puñetazos cuando carecen de argumentos... Todo tan previsible como cansino. Interesante como documento pero irrelevante como ficción.

¿Quė nos propone que no sepamos o intuyamos? Poca cosa. ¿Que la vergüenza mancilla nuestra autoestima, que la culpa nos ciega y enloquece, que el crimen es el único desdén que nunca se borra? Quizás sea catártico para ciertas latitudes y culturas pero a mí me ha resultado tan reiterativo como gazmoño.
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6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchos hijos, un mono y un castillo
Muchos hijos, un mono y un castillo (2017)
Documental
  • 7,2
    10.386
  • España Gustavo Salmerón
  • Documental, (Intervenciones de: Julia Salmerón, Gustavo Salmerón)
8
Una madre, una familia, una fortaleza
Tengo casi la misma edad que Gustavo Salmerón y, quizás por ello, he conectado con su propuesta: una crónica sobre su madre Julita, sus cinco hermanos, su padre ingeniero, sus vicisitudes y avatares, sus peculiaridades y rarezas, sus idiosincrasias y veleidades, sus pomposas e innumerables manías y sus agudos desplantes verbales. Es el retrato – entre grotesco y jaranero – de toda una generación, fruto del desarrollismo, de las postrimerías del franquismo, incapaz de renunciar a sus contradicciones y deudora de un pasado que ni quiere ni puede borrar u olvidar y cuyas sombras siguen empapando de lágrimas y dolor el recuerdo de algunas personas que asistieron a la masacre fratricida que asoló España en los años treinta y que marcó el despertar, confuso y vacilante, de nuestros perplejos progenitores.

Además no deja de ser significativo que el eje vertebrador del relato lo constituyan unas vértebras perdidas de la madre muerta de la madre superiora protagonista, que ejemplifican los esqueletos insepultos que bullen en casi todas las familias españolas, tanto de forma consciente o inconsciente, con independencia del bando al que pertenecieran. Querer obviar esta realidad es negar la evidencia de los hechos y echa por tierra la tan infausta como parcial “memoria histórica” oficial que pretende proclamar por ley que las víctimas se adscriben siempre a un sólo bando (los vencidos) y sus verdugos pertenecen, por decreto y sin matices, siempre a facción de los vencedores de la guerra civil. Jugar con la historia, reescribiéndola o manipulándola, es desconocer la desdicha lacerante de unos hechos que corroen y socaban la paz de los cementerios. Y el gran acierto de esta obra es que bajo la apariencia de comedia esperpéntica se da voz y cuerpo a la terquedad de unos acontecimientos que merecen ser inhumados (¡qué duda cabe!), pero no con las falacias de un leguleyo, sino con los matices que requiere la compasión.

Por esto este documental sobre una mujer arrolladora – singular, exuberante, paradójica e inclasificable – es también una representación de todas las historias que merecen ser contadas pero que corren el riesgo de perderse. Y lo hace con humor, con ternura, con perspicacia, con humanidad y, sobre todo, con amor. Hablar de nuestra estirpe, de nuestro linaje, de nuestro clan no resulta tan fácil como pudiera parecer. Se requiere una mirada limpia de prejuicios, atenta a los detalles y abierta a los despropósitos… pero recubierta de delicadeza, afecto, suavidad y mimo para no hacernos olvidar que somos la suma de nuestras discordancias, errores y éxitos, que olvidarnos de nuestro pasado es falsear nuestro presente.

Y sobre todo estamos ante una gran comedia, llena de apego y adoración, libérrima y caótica, repleta de vida y pasión, abierta al misterio.
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55 de 88 usuarios han encontrado esta crítica útil
Perfectos desconocidos
Perfectos desconocidos (2017)
  • 6,4
    39.979
  • España Álex de la Iglesia
  • Belén Rueda, Eduard Fernández, Ernesto Alterio ...
7
La cara oculta de la luna
Son muchos los llamados, pero pocos los elegidos… La comedia es un género más difícil y esquivo, porque parece sencillo hacer reír, pero se antoja un cometido ingrato y tortuoso cuando se falla en el empeño, ya sea quedándose sin el premio de la ansiada risotada o provocando indecorosos bostezos e incluso sentimientos de vergüenza ajena. Por ello, resulta encomiable el empeño voluntarioso y la insistencia desinhibida de Álex de la Iglesia por la comedia en cualquiera de sus vertientes: el esperpento, la parodia, el enredo, la bufonada, el delirio, etc. Y por bien o regular que lo haga, casi siempre resulta interesante y entretenido, quizás porque conoce como ninguno los más secretos e insondables mecanismos del tinglado.

Y estamos ante un innegable acierto, lleno de fuerza, gracejo, brillantez, agudeza y chispa que contagia la risa y el buen humor casi desde el inicio y que no se permite desfallecer durante su breve, frenético y sabroso metraje. La situación única se vuelve un festín para el espectador, que asiste agradecido a una cascada de carcajadas, sonrisas y muecas de satisfacción que consiguen disimular la mínima enjundia de la trama (que no es sino un pretexto), centrándose en ofrecernos un desternillante catálogo de tópicos, lugares comunes, trivialidades y artificios que funcionan como un engrasado reloj de precisión, sin tiempos muertos ni digresiones, sin olvidarse en ningún momento que sólo pretende hacernos sonreír o troncharnos (según la inclinación y gusto de cada cual) y lo consigue sin falsos disimulos ni remordimientos pedestres.

Aunque se basa en una reciente película italiana, la cinta evoca lo que antaño se denominó la ‘comedia madrileña’, puro estallido de humor castizo y cañí pero no exenta de cierta malicia endiablada, iconoclasta y norteña, sacándole punta a todos sus personajes, por romos o planos que nos pudieran parecer a simple vista. El colmillo retorcido de su director y coguionista nos permite disfrutar de la escabechina blanca y sin aderezos que despliega un inteligente y conciso guión trufado de picardía y aderezado con sorna, aunque la historia sea más simple y banal que el mecanismo de un chupete. El acierto está en centrarse y exacerbar su desaforado ritmo que nos obliga a obviar cualquier reserva que pudiéramos tener.

Para ello cuanta con uno de los mejores repartos corales de la reciente cartelera española, mereciendo destacarse entre todos ellos a Belén Rueda, Ernesto Alterio, Juana Acosta y Dafne Fernández, aunque todos ellos brillan con descarado aplomo y alborozado encanto. El que quizás alguno de nosotros nos podamos ver retratados en lo que se cuenta, añade un extra de astucia, regodeo y picante al manjar. Regocijante.
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16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wonder
Wonder (2017)
  • 7,1
    20.261
  • Estados Unidos Stephen Chbosky
  • Jacob Tremblay, Julia Roberts, Owen Wilson ...
7
Encanto
Un niño con problemas, unos padres entregados, un clan que lo ha protegido hasta el delirio, una sociedad que presta sólo atención al aspecto de las cosas y de las personas y no a la esencia de las mismas, una obsesión apoteósica por los ojos que te miran y el examen estricto e inapelable que tienes que pasar en todo momento y en cualquier circunstancia, es decir: la fijación por el parecer y no por el ser. Esto es en esencia la presente cinta, prototipo de cine divulgativo de superación y buenos sentimientos de que hace siempre gala Estados Unidos en general y Hollywood en particular. Si quieres, puedes; y si quieres mucho más, lo puedes todo.

Por lo general este tipo de cine ha quedado relegado a la televisión pero, de vez en cuando, vuelve a asomar su cabecita tullida en las salas de cine, aprovechando que alguna estrella ha accedido a participar en el proyecto. Así también en este caso, donde la mediática Julia Roberts encabeza un compacto reparto donde descuellan otros señeros nombres como Owen Wilson, Mandy Patinkin o Sonia Braga. Y si bien este subgénero casi nunca me gusta ni interesa, la verdad es que la presente película es digna y resulta muy agradable de ver, sobre todo porque no carga las tintas en la tragedia, ni busca la sensiblería a toda costa, ni ambiciona extorsionar al espectador con sollozos repentinos ni cursilerías de baratija. Pretende contar una historia interesante y lo consigue.

Nada memorable pero si cautivador: que te importe lo que pasa y que te reconforte el desenlace feliz con el que se cierra la historia (dentro de las limitaciones de una felicidad convencional y verosímil que no ponga a prueba la credulidad del espectador). ¿Y cómo se consigue esto? Centrándose en lo básico y esencial: un sólido guión, bien construido y que da voz a casi todos los personajes, con buenos diálogos y un acerado dibujo de caracteres, que no se recrea en la tragedia ni carga las tintas en lo morboso de la situación, al tiempo que rehúye de las simplificaciones optimistas o de la fabulación descontrolada. Además cuenta con unas buenas interpretaciones llenas de matices y muy cercanas y creíbles, sin falso glamour ni exceso de cochambre, al tiempo que el director trata con respeto la historia que se trae entre manos, potenciando el factor humano y realzando la solidaridad natural cuando hay genuino amor sosteniéndola.

En definitiva, es exactamente como me la imaginaba… pero bastante mejor de lo que me esperaba. Quizás por la presencia de un elenco excelente, un guión bien engrasado y una dirección esmerada.
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92 de 109 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tierra firme
Tierra firme (2017)
  • 6,2
    1.992
  • España Carlos Marqués-Marcet
  • Oona Chaplin, Natalia Tena, David Verdaguer ...
7
Amor inestable
Tres personajes, una historia de amor, un gato muerto, una madre ‘new age’, una barcaza como hogar flotante y una sensibilidad a flor de piel. Con estos frugales elementos ensambla Carlos Marques-Marcet una obra que sorprende tanto por sus aparentes limitaciones formales como por la vastedad de los sentimientos que aborda con descaro y aplomo. Pocas veces he visto tan bien reflejado en una pantalla lo difícil que resulta armonizar voluntades dentro de una relación romántica, cómo las pequeñas diferencias pueden tornarse en arenas movedizas que engullen todo cuanto encuentran a su paso, cimentando desencuentros y construyendo bombas de relojería que acaban dinamitando los fundamentos del cariño y del apego. Si no estamos atentos, podemos despistarnos con detalles sin importancia y perdernos lo esencial: integrar la voluntad del otro en nuestro universo íntimo y hacerla también nuestra.

Dos mujeres enamoradas hasta el tuétano. De eso no cabe duda. Pero una de ellas desea ser madre y eso crea una complicada trama de rechazos tácitos e incomprensiones calladas que subvierten la cadencia de un relato que hace que el tranquilo fluir del tiempo se estanque y pierda frescura y lozanía, amenazando con pudrir las raíces del afecto. Nada puede volver a ser lo mismo cuando nos enfrentamos a la negligencia y egoísmo de una de las partes si ninguno de los dos está dispuesto a ceder un poco o a transigir en algo o a adivinar la importancia que para el otro tiene aquello que con tanto ahínco nos suplica nuestro ser más querido y con quien hemos decidido compartir nuestra vida. El hedor de la podredumbre socaba el entendimiento y establece el límite que no estamos dispuestos a traspasar para salvar nuestra relación. Y entonces soltamos amarras y navegamos a la deriva, incapaces de volver a un puerto seguro donde recalar para encontrar cobijo y rescatarnos de nuestro extravío.

Un guión excelente, unos diálogos sutiles, una interpretaciones desgarradoras en su sencillez, una estructura cuidada con esmero y mimo, impregnada de un ritmo telúrico imperceptible pero tenaz, unas imágenes repletas de verdad y hondura, que juega con las metáforas pero sin devenir en afectación ni pomposidad, todo sucede bajo la piel pero se muestra con tanto cariño y delicadeza que desnuda y desarma cualquier pudor… Asombrosa pieza de cámara que ofrece mucho más de lo que a simple vista se vislumbra y alcanza cotas de sinceridad y audacia envidiables, sin por ello eludir la ligereza de lo tragicómico.

Portentosa muestra de buen cine, bien urdido y cincelado, primorosamente esclarecido por el luminoso elenco (Oona Chaplin, Natalia Tena, David Verdaguer y Geraldine Chaplin) y rebosante de creatividad. Una joya.
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17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Spoor (El rastro)
Spoor (El rastro) (2017)
  • 5,4
    1.125
  • Polonia Agnieszka Holland
  • Agnieszka Mandat-Grabka, Jakub Gierszal, Katarzyna Herman ...
5
LoPeor (o El vertedero)
La chaladura – cada vez más extendida – de concebir ceñudos vehículos de propaganda o chabacanos panfletos irrebatibles en vez de contarnos historias abiertas, radiantes o universales que puedan albergar (o no) algún tipo de mensaje o moraleja resulta siniestro, zafio y cansino. Tanto más cuando la que lo perpetra es una veterana cineasta polaca, Agnieszka Holland (nacida en 1948 y en activo desde hace más de 40 años), que nos ha dado muestras de su probado oficio y talento, con independencia de los temas abordados. Sobre todo cuando la moralina estomagante de esta turbia e impetuosa fábula entra en flagrante contradicción con su propia biografía personal (hija de un judío asesinado por la dictadura comunista y de una luchadora católica que bregó contra los invasores nazis), ya que el presente libelo sectario parece enaltecer hasta el disparate el uso de la violencia y el crimen cuando se tiene una GRAN CAUSA que proclamar.

No hay grandes causas cuando el vehículo para defenderlas o reivindicarlas es un alegato en favor de la pena de muerte, del fratricidio, de la venganza y del delito. Y lo peor es que encima se le llena la boca en ruedas de prensa manifestando que ha pergeñado una obra combativa y sufragista… con paladines de latrocinios como ella, la supuesta razón que defiende se desprestigia y los fines (por buenos o loables que sean) quedan infamados. Si cualquier opinión – por digna o peregrina que pudiera ser – merece ser apoyada por las armas y el magnicidio en vez de por la palabra y la reflexión, estamos abocados al exterminio como cultura y al hundimiento como sociedad.

El problema es que la cinta alberga el germen de una buena alegoría que, enfocada de otra manera, podría haber originado un fértil relato sobre un ecologismo luminoso o la necesaria comunión del ser humano con la naturaleza o del papel y responsabilidad irrenunciable de todo individuo en la construcción de un mundo mejor o en el devenir salutífero de una humanidad más justa y razonable, más en paz consigo misma y con su entorno. Pero el resultado es una indecente, desquiciada y funesta arenga en favor del homicidio como única herramienta de combate para alcanzar cualquier fin perseguido. Con abogados como ella, el pleito está perdido.

Su mejor baza es una carismática, magistral y electrizante interpretación de Agnieszka Mandat-Grabka (con toda justicia premiada en la Seminci de Valladolid) que nos arrastra y seduce, que nos avasalla, destroza y pisotea hasta suprimir nuestro discernimiento sobre la corrosiva y letal carnicería proselitista que se despliega ante nuestros atónitos ojos. El apostolado sanguinario, tóxico y malintencionado de esta soflama animalista es un desvarío despreciable e infame. Y, para nada, feminista.
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13 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
En realidad, nunca estuviste aquí
En realidad, nunca estuviste aquí (2017)
  • 5,8
    16.267
  • Reino Unido Lynne Ramsay
  • Joaquin Phoenix, Alessandro Nivola, John Doman ...
7
En realidad, nunca cerraste los ojos
Desasosegante, turbio y violento thriller de Lynne Ramsay, que indaga sobre las secuelas de los excesos y perversiones en un mundo enfangado en el caos y abocado al exterminio farragoso del prójimo. Quizás su ritmo, a ratos premioso a ratos frenético, pueda descolocar a aquellos espectadores que esperen una cascada de matanzas y un baño de sangre asfixiante, pero en realidad estamos ante un estudio psicológico de un ser trastornado por el furor de la batalla y desorientado por la sinrazón de la vida. Un ‘solucionador’ de problemas al margen de la ley, un sicario que se toma la justicia a martillazos, que acepta encargos pestilentes que amenazan con desvelar lo más oscuro y nauseabundo de la existencia humana.

Las heridas más profundas e incurables son las del alma. Cuando nos quiebran la voluntad, nos convertimos en juguetes rotos, en material de desguace, que deambula como muertos vivientes en un mundo que nos es ajeno y nos importa una higa, incapaces de conectar con nuestras emociones o con las emociones de los demás, meros autómatas comatosos que se mueven a golpe de talonario, manipulables y sin voluntad, esclavizados por la desgracia y atormentados por un sentimiento de culpa angustioso, abocados a ponerse al servicio del mejor postor, porque no hay nada mejor que hacer que sacar partido de la cochambre que todo lo impregna y destruye. Hasta la inocencia.

Estamos ante un abrumador ejercicio de estilo. Los diálogos son mínimos y, casi siempre, ininteligibles, nunca se dice nada de forma directa ni clara, sino que debemos de mantenernos alerta para reconstruir lo que bulle, agazapado, por debajo de las palabras y así poder adivinar o descubrir lo que en realidad ocurre, desbrozando y sacando a la luz todo aquello que no tiene nombre o se calla por pudor o ignorancia. La dirección es portentosa, desbocada, febril, sustentada en un montaje brillante y creativo lleno de hallazgos y rebosante de originalidad. Nos arrastra durante todo el metraje sin darnos tregua, ni siquiera en los momentos de quietud o misantropía que puntean el recorrido a ráfagas impredecibles, falsos remansos de paz que preludian un descenso aún más cruento a los infiernos. El abismo lo engulle todo, desterrando la cordura y la piedad.

Asistimos a un rompecabezas donde las piezas parecen no querer encajar ni a porrazos. La brutalidad casa mal con la poesía y, sin embargo, no queda del todo proscrita de esta fábula manierista donde la barbarie señorea a sus anchas. Y nos desvela como el germen de la violencia, de la venganza, de la atrocidad corre el riego de mancillar cualquier esperanza de redención. El final simula optimismo, pero encubre la semilla del diablo.
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28 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
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