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31 Críticas de los usuarios

Críticas de los usuarios:
8
Noches de nieve
Realizado por Luchino Visconti, el film se basa en la novela del mismo título (1848) de Fedor Dostoyevski. Se rueda en plató al aire libre montado en Cinecittà (Roma). Gana el León de plata de Venecia, 3 Nardo d'Argento (actor, escenografía y música). Producido por Franco Cristaldi, se estrena el 6-IX-1957 en el Festival de Venecia.

La acción tiene lugar a lo largo de 4 noches de comienzos de invierno en una localidad portuaria de Italia, similar a Livorno (Toscana), en 1956/57. Mario (Marcello Mastroianni) es un modesto oficinista, soltero, que se topa en la calle con Natalia (Maria Schell). Mantienen una larga conversación, que repiten las tres noches siguientes. Él lleva poco tiempo en la ciudad y es de carácter solitario y melancólico. Natalia es joven, huérfana, soñadora, inmadura, ingenua y frágil.

La película desarrolla un drama con acotaciones de misterio y fantasía, que se enmarca en una atmósfera irreal y onírica. El escenario está hecho de calles húmedas, desoladas, sombrías, con rincones lúgubres y extrañas construcciones ruinosas. Las noches son largas y frías. Pueblan el lugar prostitutas, chulos, noctámbulos y personajes que se ocultan en la noche. La historia mezcla realidad, sueño y fantasía. Visconti manifestó que deseaba que el relato fuera a la vez real e irreal, objetivo e ilusorio. El inquilino (Jean Marais) en ocasiones parece un vampiro: viste de negro, aparece de noche y domina a la chica. Ella suma obsesiones, ternura y desequilibrios emocionales. La secuencia del baile es salvaje, erótica y ostenta un cierto aire visual dantesco. La obra se sitúa entre el neorrealismo de las primeras obras del realizador y la depurada estilización de sus últimos films.

El film constituye un notable experimento de cine poético en el sentido propio y más recio del término. A las imágenes líricas, los diálogos añaden el tono superior que se desprende de los valores de inocencia, honestidad, altruismo, hermandad, solidaridad, etc. Por lo demás, realiza un estudio serio, sosegado y profundo, de la soledad humana, que ahoga a los dos protagonistas, pese a su conversación y mutua interacción. La inquietud que se asocia a la soledad queda subrayada con los breves paseos de ambos, los intentos de escapar uno del otro, las búsquedas mutuas, los extravíos y sus reencuentros.

La música, de Nino Rota ("El padrino", 1973), sugiere sentimientos románticos, melancólicos y de intriga. Añade el rock "Thirteen Woman", de Bill Haley, que acompaña el baile, y una referencia operística ("El barbero de Sevilla", Rossini). La fotografía, en B/N, de Giuseppe Rotunno ("El gatopardo", 1963), crea imágenes de fuerte contraste, con predominio de tonos oscuros y luces irreales. Dedica un guiño de simpatía a Silvana Mangano, protagonista de "Mambo" (R. Rossen, 1955). Es excelente la interpretación de Mastoianni y notable la de Maria Schell.
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90 de 97 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
TEATRO BIEN FILMADO
1) Un par de datos del contexto de esta película influyeron esencialmente en su carácter:

-Mastroianni participaba en la cooperativa creada para la producción. La cinta debía impulsar la carrera del actor, hasta entonces reducida a intervenciones secundarias en tono cómico.
-La crítica imperante apoyaba el enfoque neorrealista y condicionaba el clima intelectual en que se concebían las películas. Ésta, que se aparta de la denuncia social y se orienta al melodrama, fue recibida con dureza e incomprensión. Se llegó a sentenciar que Visconti “había dejado de ser un cineasta serio”.

2) Subordinar “Las noches blancas” al lucimiento del actor la afecta negativamente: aunque el argumento esté italianizado, el personaje sigue siendo un soñador, dado a vivir en mundos aparte, febril e introvertido, tan dostoievskiano, y así se autorretrata en los diálogos. Pero Mastroianni es actor expresivo donde los haya. Su rostro está en continuo movimiento hiperactivo. No puede evitar sacar a relucir su repertorio de caras y visajes, además de la locuacidad y desenvoltura de galán latino, que lo último que parece es tímido.
María Schell, bella y fotografiada con iluminación muy clara en los planos cortos, es actriz limitada. Otorga a la desesperada Natalia una ingenuidad excesiva, reiterando sobrantes sonrisas cándidas.

3) Visconti dirigía más montajes teatrales que películas, y ese talento de experto escenógrafo era su fuerte. Lo mejor de “Las noches blancas” se debe al equipo formado por Giuseppe Rotunno, Mario Chiari y Nino Rota (responsables de fotografía, escenarios y música), regido con exquisito sentido artesano por quien decía del cine, el teatro y la ópera “que se trata siempre del mismo trabajo, a pesar de la enorme diversidad de los medios empleados”.
La película fue rodada toda en Cinecittà, en extraordinarios decorados que reproducen el barrio portuario de Livorno, con canales sombríos, callejones míseros, pasarelas frágiles y tabernas patibularias pobladas de putas tristes y reyertas.
La concesión al neorrealismo fue inútil pero el provecho visual y la atmósfera melodramática son en cambio excelentes, sin duda el principal valor del film.

4) La novela de Dostoievski, que exalta el amor ideal a través de un personaje emparentado con Mishkin, el noble Príncipe Idiota, místico e iluso, tuvo dos adaptaciones a la pantalla: ésta de Visconti y “Cuatro noches de un soñador”, de Bresson.
Ambas permiten confrontar dos concepciones opuestas del séptimo arte: por una parte, el ‘cinematógrafo’ bressoniano, ceñido a los recursos autónomos (imagen y sonido conjugados para generar una idea en la mente del espectador), y por otra lo que el francés llamaba “teatro filmado”, del que Visconti es representante muy digno, sobre todo en esta ocasión.

(7,5)
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55 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Una película que duele. Bendito dolor.
Impresionante película/fábula/cuento, en definitiva maravilla, la que nos regala Visconti a todos aquellos que no nos imaginamos la vida sin este tipo de cine. Y ya no es solo una fotografía que te atrapa, ni un Mastroianni de otro planeta, ni unos planos capaces de definir la belleza, ni un guión más redondo que la luna, es que la película consigue tocar profundo a todo aquel que en algún momento dejó de creer en el amor,o en la felicidad. Esa felicidad que dura una vida o dura un instante. Noches blancas nos recuerda lo eterno de aquellos momentos efímeros que te marcan para siempre. Gracias Visconti.
Le pongo un diez porque no hay 11.
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42 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
Lo mejor, el final
Lo mejor de la película es Mastroianni, un excelso actor que, a pesar de su apostura, aquí interpreta de manera magnífica y creíble a su antítesis, es decir, un hombre solitario, tímido, pueril a veces, que busca desesperadamente compañía para salir de su rutinaria vida.

No me gustó tanto Maria Schell, cuyos gestos histriónicos y risas nerviosas crispan un tanto al espectador. El guión se aproxima más al realismo mágico que al neorealismo, en esto recuerda un poco a Milagro en Milán o a Giulietta de los Espíritus (la niebla, siempre la niebla), rodada como fue la película en Cinecittá, con decorados de cartón piedra y una atmósfera ónírica que entronca a la perfección con "Niebla", la Novela de Unamuno: un no-sitio, una u-topía narrada desde dentro, que nos cuenta la intrahistoria hermética de dos personajes aislados del mundo.
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27 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
Los amantes del Ponte Cinecittà
Primera adaptación de "Las noches blancas" de Fedor Dostoievski a la gran pantalla. Las noches cortas de San Petersburgo, cercanas al solsticio de verano a las que hace referencia el título, son cambiadas por noches nevadas de invierno en las calles del maravilloso decorado construido en el Cinecittà romano.

Cuesta sudores ser severo con una película donde lo único que falla es la credibilidad que desprende el trabajo de Mastroianni. No hay concordancia entre los diálogos (muy próximos a lo escrito por Dostoievski) y la presencia somática de Mastroianni. Para ejemplo, tenemos la escena en la que Mario (Marcello Mastroianni) y Natalia (Maria Schell) están en un bar, y a su alrededor todos bailan. Es cuando menos curioso ver como Mario se desenvuelve como pez en el agua, aunque sea el único en el local que lleve traje y su edad pueda duplicar a la de cualquiera de los que a su lado se haya.

Nada más conocerse, él le dice a ella:
“Perdóneme, soy terriblemente tímido. Con las mujeres, quiero decir. No suelo mezclarme a menudo con ellas. No sé incluso ni cómo hablarles”.

Es un diálogo calcado del relato, del mismo lugar donde podemos leer:

<<-Escuche. ¿Quiere saber qué clase de persona soy?
-Pues sí.
-Pues bien, soy... un tipo.
-Un tipo. ¿Un tipo? ¿Qué clase de tipo? -gritó la muchacha, riendo a borbotones, como si no lo hubiera hecho en todo un año-. Es usted divertidísimo. Mire, aquí hay un banco. Sentémonos. Por aquí no pasa nadie. Nadie nos oye y... empiece su historia. Porque, no pretenda lo contrario, usted tiene una historia y trata sólo de escurrir el bulto. En primer lugar, ¿qué es un tipo?
-¿Un tipo? Un tipo es un original, un hombre ridículo -contesté con una carcajada que empalmaba con su risa infantil-. Es un bicho raro. Oiga, ¿sabe usted lo que es un soñador?>>

Un soñador... ya sabemos... algo desaliñado, de pocos gestos y parco en palabras, de sonrisa bobalicona y estúpida inocencia.

Pues bien, Mastroianni es todo lo contrario. Y ya quisieran muchos.

Quizás porque no existe concomitancia entre lo que vemos y lo que nos quieren contar, Noches blancas, no alcanza la perfección que sí tiene el resto de labores técnicas. Ese gigantesco decorado de ciudad crepuscular, maravillosamente iluminada y pulcramente recogida por el director italiano.


(Abróchense los cinturones porque esto continúa).
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27 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Negra es la noche
En las noches de la novela de Dostoievsky, las que discurren entre junio y julio en San Petersburgo, nunca oscurece completamente. El tenue resplandor del crepúsculo impide que el negro azabache propio durante todo el año de cielos más meridionales cubra la ciudad. Ese resquicio de luz residual es tímidamente luminoso como los ensueños y esperanzas del protagonista, pero al mismo tiempo tan remoto como el mismo sol. Es miembro honorífico de la legión de solitarios, envuelto por el gris nebuloso de la mediocridad que puebla sus jornadas.
En la adaptación cinematográfica de mi cada vez más admirado Visconti, las noches son tan negras como las de cualquier ciudad meridional, puesto que no estamos en San Petersburgo, sino en alguna vetusta localidad italiana recorrida por canales, gráciles puentes, piedras viejas y carcomidas, y lamida por la bruma y la humedad. Mario es un recién llegado, un don nadie que bien podría formar parte perennemente de la oscuridad brumosa. Pero el fulgor tímido de las noches blancas petersburguesas brilla en su corazón, que no encuentra con quien explayarse, con quien derramar ese torrente de poética claridad que guarda celosamente.
El negro es también el color que persigue a los solitarios como Mario, un transeúnte más en calles corrientes con un punto de sutil hermosura. Los carteles de los comercios, las gastadas losas del pavimento alfombradas de charcos a trechos aunque no llueva, ese sello pintoresco de las vías públicas antiguas que fueron trazadas siglos atrás sin gran sentido del orden y la rectitud. Ahí pasea nuestro soñador galán en sus ratos de asueto, un deambular nocturno sin rumbo, soñando con cosas que quisiera vivir en lugar de imaginar. Como tantas otras sombras, teme que los minutos se le escapan en la contemplación, creyendo que la verdadera vida es la que otros poseen, ésos que van a los bares a bailar y a divertirse y que tal vez hasta encuentran a alguien a quien amar, y con quien pasear abrazados y expresándose esos sentimientos que Mario tantas veces ha formulado en su mente pero que jamás ha declarado a mujer alguna.
De repente, sobre un puente, ve llorar a una muchacha. Envalentonado por una corazonada, se acerca para hablarle y distraerla, presa de una súbita locuacidad. Ella le ha agitado el interior con su carita angelical y su desconsolado llanto. Siente que ahora está viviendo, en vez de contemplar. Está actuando de verdad y no imagina esta escena, porque la tiene delante. Ella se comporta con un poco de incomodidad, su actitud es algo esquiva, a la par que amable. No pretende ofender la gentileza del desconocido, pero él es inoportuno. Ella está esperando a alguien. Pero, como esta persona no aparece, Natalia corresponde a la simpatía de Mario y comienzan a trabar amistad. La chica le cuenta sus circunstancias; su corazón no es libre, está ocupado por una promesa de amor que quedó en el aire, que le aseguró que volvería a buscarla.
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21 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Delicioso Visconti.
Film basado en una novela de Fédor Dostoievski que resulta desgarrador y esplendoroso a la vez.
Fue rodado en el Cinecittá de Roma recreando -recordemos que Visconti era también director teatral y amante de la ópera- unos escenarios de casas desvencijadas y calles solitarias, que parecen erigirse como metáfora del estado mental de uno de sus personajes.
El amor se trata en esta película como un sentimiento errático , vago y falto de sustancia que aún así no cae en lo sentimentaloide y que despertó en mí como espectadora , una sensibilidad honda y una empatía profunda hacia ese primer amor ingenuo y tangente a la inestabilidad.
Excelente fotografía en blanco y negro y largos planos de una supuesta ciudad de Livorno llenos de magia.
No constituyó un gran éxito al principio en la carrera de este director- se estrenó en Italia en 1957- pero vista con la distancia , qué duda cabe de que es una de las grandes perlas viscontianas.
Inefable.
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15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Natalia... Ti amo
“Noches blancas” es uno de los films incomprendidos de Luchino Visconti, su carácter abiertamente teatral y operístico, su ruptura absoluta tanto con el Neorrealismo, como con la tradición del llamado “Cine Nacional Popular”, hicieron que en su día la película fuese mal recibida, a pesar del premio en Venecia en 1957.

La cinta será definida como una “fantasía romántica” y se enjuiciará como un capricho, como un alto en el camino de un hombre que reconciliaba el cuidado formal con la descripción de la miseria, su condición de aristócrata con la de militante comunista, su enorme cultura con una gran capacidad para percibir lo real. La última parte de la filmografía viscontiniana, la más pesimista, aquella en la que la historia en mayúsculas deja de tener sentido, no sé, estoy pensando en “Ludwig”, “Confidencias” o “El inocente”, encuentra en “Noches blancas” su precedente.

La soledad y el amor no correspondido están en el centro del relato, la película es una obra maestra absoluta, cuenta con una bellísima partitura de Nino Rota, la luz de Giuseppe Rotunno, el vestuario de Piero Tosi y las interpretaciones memorables de Maria Schell y Marcello Mastroianni, secundados por Jean Marais y Clara Calamai. Es además un arriesgado ejercicio de adaptación de Dostoievski, en el que se ha sabido sintetizar el enamoramiento epistolar, conducido por el personaje de Mario, con el amor no correspondido por parte de ella. Una hermosísima película.
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9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
Paradojas que duelen.
Salvo en el final, que me pareció glorioso, no conecté, no.
El personaje de Maria Schell me puso del hígado, me irritó y me exasperó, al igual que buena parte del guión. Pero Mastroianni está inmenso y el buen hacer de Visconti es espectacular. La fotografía, el tono, los estudios de Cinecittá ... todo soberbio, un placer para contemplar. Y luego está ese magnífico final, que la redime en buena parte.
Pero no conecté, no.
Sin contar que ver esta película una noche como la de ayer me enfrentó a una paradoja difícil de asumir.
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11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
El hombre solitario siempre será solitario
Una película hermosísima y de un desgarro emocional enorme, te deja reconfortado por lo bello que es amar y a la vez hecho una mierda, Hazte un favor: disfrútala viéndola
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14 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Héroes románticos
La acción, en el cuento original de Fiodor Dostoiewski, se desarrolla en cuatro noches de San Petersburgo, "la Venecia del Norte", representada ahora en tiempos más modernos por una escenografía pobre y en ruinas (como en una Italia de posguerra), con cantidades de pobres durmiendo en las calles. Las noches blancas son las del comienzo del invierno en San Petersburgo, extremadamente cortas. Un hombre modesto y tímido, Mario (Marcello Mastroianni) que, sin embargo, intenta seducir a una bella joven , Natalia (Maria Schell) enamorada de otro hombre (Jean Marais, imperturbable y misterioso) que ahora no está pero que prometió volver, desarrolla con ella una conmovedora historia de verdaderos héroes románticos en un estilo algo expresionista. María Schell tiene un encanto y una sonrisa deslumbrantes y Marcello es un gran actor. Los "héroes románticos" son verdaderos "modelos de humanidad", llenos de buena voluntad, amor e idealismo. La joven vive su amor como un espejismo, una ilusión sin sustento y mágica, como un cuento de hadas. Magistral, inolvidable.
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8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Un puente entre dos vidas
Durante el solsticio de verano, en las tierras altas rusas, las puestas de sol ocurren a altas horas y los amaneceres son más tempranos de lo habitual. Esto hace que la oscuridad no sea plena y a este fenómeno natural se le conoce como Las Noches Blancas. Cuando Fiódor Dostoyevski, escribe su novela con este título en 1848, creo que las cuatro noches en que esta transcurre son, sobre todo, una metáfora de lo blancas, luminosas y esplendorosas que se vuelven las noches cuando el amor palpita en los corazones.

En la novela, el protagonista y narrador de la misma, no tiene nombre, lo que hace fácil suponer que es el mismo autor quien asume un referente autobiográfico. Habitual paseador nocturno, un día conoce a Nástienka, una bella joven a quien descubre llorando, y él se afana por consolarla y acompañarla, naciendo, así, el amor a primera vista que lo lleva a desear su presencia y a apoyarla en el momento angustioso, y aparentemente crítico, por el que está pasando.

Suso Cecchi D’Amico, fue la escritora quien, animada por su propio padre, decidió escribir el guión basado en la corta novela de Dostoyevski y se lo presentó a Luchino Visconti para ver si le interesaba. Así nace la versión cinematográfica de una obra que no figura entre los grandes hitos literarios del genial escritor ruso, pero que, no por eso carece de encanto y de un toque romántico capaz de conmover a muchísimos corazones.

La historia se traslada a un pueblecito italiano que recuerda a Livorno, y son, Mario y Natalia, la pareja que ansía, casi desesperadamente, el amor... pero, hay un puente material y afectivo que espera ser cruzado definitivamente para que este sentimiento pueda tomar forma entre sus vidas.

Con <<NOCHES BLANCAS>>, Luchino Visconti ha hecho un filme de poderoso magnetismo, protagonizado por una Maria Schell y un Marcello Mastroianni que nos hacen respirar sus afanes, su ternura, sus improcedencias y su deseo impetuoso por conquistar el amor. El guión se cuida de matizarlos, de mostrarlos como seres simples y normales, y al mismo tiempo, con unos sentimientos tan fuertes y claros que logran, sin restricciones, que nos conectemos con ellos.

Apenas, ciertos rasgos de evidente misoginia, empañan un filme que emociona y que consigue que, también nosotros, veamos blancas aquellas desoladas noches donde los demás seres parecen fantasmas y apenas una prostituta (¿alusión a la Giovanna de “Obsesión”?) y unos atrevidos motociclistas, nos devuelven a la realidad de las noches de cualquier ciudad. Pero, el encanto persiste y el romanticismo se mantiene en alto como si una blanca nube envolviera con ternura nuestros corazones.

Título para Latinoamérica: PUENTE ENTRE DOS VIDAS
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6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
EL AMANTE SOÑADO
La ciudad de Livorno, reconstruida en los estudios de Cinecittá, sustituyó a la de San Petesburgo de Dostoievski en la adaptación de Noches Blancas que llevó a cabo Luchino Visconti. El sentido de esa reconstrucción, que ya de entrada presta a Noches Blancas cierto aire fantasmagórico, no se encuentra sólo en la huida del realismo o, si se prefiere, del neorrealismo, el cual había conferido una identidad propia al cine italiano de posguerra, sino en que para el realizador era una forma adecuada para tratar de concentrar en el filme sus otros amores arísticos: el teatro, la ópera y la literatura.

La artificialidad del decorado invoca la carpintería teatral, la ópera aparece evocada en una representación de “El barbero de Sevilla” (en la que curiosamente no aparece el escenario, sólo el palco donde los personajes asisten a la función mirándose en silencio: el canto en over es como un sustituto de las palabras que no llegan a pronunciar), y la literatura es el relato de Dostoievski, continuamente presente en escena del que el cineasta milanés recupera el tema de la soledad del ser humano.

Por lo demás, Noches blancas es un film de espectros y de gestos, en el que los dos patéticos personajes principales, Natalia (una preciosa Maria Schell) y Mario (un estupendo Marcello Mastroianni), se relacionan noche tras noche en una representación que cada uno de ellos efectúa de cara al otro: Natalia para justificarse a sí misma su actitud, su espera, su negativa a vivir el presente y su utopía amorosa; Mario para evadirse de su existencia mediocre e intentar asumir que también él puede ser capaz de soñar con otra utopía amorosa.

En contra de la que era habitual en el cine italiano de autor en los años cincuenta. Visconti miró más el complejo mundo de los sentimientos que la realidad social que los envolvía, aunque sin olvidar ésta. He hablado de espectros. No es otra cosa todo lo que rodea a Natalia y Mario en ese Livorno donde la vida parece suspendida o confinada a los interiores de bares o casas, sombras reflejadas en las paredes de las oscuras calles, incluso los tañidos de las campanas suenan irreales, como si no hubiera una iglesia, y el hombre al que espera Natalia, el amante soñado, es un individuo que adopta la pose de una estatua y parece incapaz de conmoverse por nada. La música de Nino Rota merece ser destacada por su belleza y su oportunidad para armonizar esta estimable película.
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6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
A mi particular Nastenka
Ruido de ciudad; un plano secuencia inicial descubre esa soledad no buscada aun rodeada de personas. Una mascota se acerca y tras un hermoso plano picado, necesario, (el único de todo el film) aparece Natalia/Nastenka. Parecería que hablo del inicio de Noches Blancas, en realidad, me refiero a mí.

Mi 8, denota mi capacidad para descubrir lo objetivo, pues la película de Visconti es bella, de un lirismo excelso, que en realidad absorbe y transmite la esencia del relato corto de Dostoievski... Pero destroza sin piedad la perfecta construcción de sentimientos que presentan los personajes del maestro ruso y casi invierte los papeles. Tal vez Visconti, al contrario que el escritor, no crea en el amor ágape, ese que se entrega sin esperar nada a cambio, ni piense que la conciencia pueda pesar más que la soledad... O tal vez, simplemente, le resultara insoportable que la bondad no consiga frutos y ha de hacer que en parte "odiemos" a Mastroianni y "amemos" sin límites a Schell, pero yo me quedo con la incomprensible soledad que transmite Dostoievski, que no exenta de deseo, ni de sufrimientos no piensa en sí misma, excepto cuando están casi perdidas las esperanzas.

Prefiero la "putada" de Dostoievski a la tristeza de Visconti. Y a mi particular Nastenka, a la que espero cada noche sobre el puente, para compartir unos minutos, sin esperar nada a cambio.
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4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Noches de niebla
Increíble manera de adaptar un cuento de San Petersburgo para situarlo en cualquier lugar de cualquier planeta. La historia es universal, pero la manera de contarla es especial, intensa, tan dramática o más que la obra del genial escritor ruso. Se abandona el tono más lúgubre de los rusos pero se vuelve más encendida la pasión. Hasta dónde es capaz de esperar un ser solitario por una promesa, por un mañana incierto... algún día, la niebla se puede disipar y deja traslucir una hermosa jornada brillante...
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3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
descubrimiento
No conocía esta película de Visconti, y fue todo un descubrimiento. Intimista, bella en su planteamiento argumental y estético. Sin duda la influencia del realismo poético de Renoir (Visconti se inció con él como realizador), esa oscuridad, esas nieblas, esos contrastes del blanco y negro... recuerdan sin duda a la fotografía de Cartier-Bresson o Brassai. Espléndida puesta en escena.
En cuanto a los actores, perfecto Mastroianni como enamorado que sufre, masoquista a conciencia, idealista, tierno... lástima que Maria Schell no esté a la altura. Sus rostros de felicidad ingenua sobrecargan las escenas, y el flash-black con Jean Marais tampoco me pareció muy creíble, un enamoramiento algo gratuito.

Aún así, muy recomendable. Sólo por la escena en la que Mastroianni escribe una carta en el reverso de un paquete de tabaco desmontado, ya merece la pena.
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3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
IMAGEN Y PALABRA
Nos encontramos ante un ejemplo de realismo italiano cuyos tópicos formales hacen peligrar la intensidad del argumento (relato de F. Dostoievski) que como texto escrito alcanza cotas notables.
La película de L. Visconti se detiene en lo descriptivo más de lo que conviene al dinamismo cinematográfico y en la pantalla los diálogos a veces suenan a proyecto libresco, las escenas se suceden con parsimonia excesiva y una permanente sensación de artificio sobrevuela los fotogramas marcándolos con un halo de lentitud.
La noches envuelven con su bruma una historia intimista, melodramática y contradictoria en la que los guionistas no aciertan a imprimir el carácter de la obra del escritor ruso.

Así que nos quedamos con la bella fotografía en blanco y negro, con unos encuadres muy elaborados y con la fuerza descriptiva de unas imágenes que por sí misma dicen el mensaje.
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2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Feliz 60 Aniversario del estreno (06/09/1957)
254/26(26/10/17) Notable melodrama romántico italiano realizado por el gran Luchino Visconti, neorrealista film guionizado por el propio director milanés junto a “La Reina de Cinecittà”, Suso Cecchi D'Amico (“Ladrón de bicicletas”, “Rocco y sus hermanos” o “El Gatopardo”), toma su título y argumento básico de la historia corta de 1848 de Fyodor Dostoievsky "White Nights" (ha tenido dos adaptaciones a la pantalla, ésta y la de Bresson “Cuatro noches de un soñador”, 1971), en lugar de la original San Petersburgo, la película se desarrolla en Livorno (no se menciona, pero se copia la ciudad en sus decorados), con sus calles y plazas (la calle Grande, Via della Madonna, el distrito de Venecia ), canales, monumentos y edificios públicos, parada de autobús, rodada en su totalidad en interiores, el estudio 5, en Cinecittà (Roma), emitiendo en su sugestiva ambientación, desolación, oscuridad, frialdad atmosférica, ruinas, gallineros, podredumbre, decadencia mortal. La acción tiene lugar a lo largo de 4 intensas noches de comienzos de invierno, relato con efluvios al cine de “Breve encuentro” (1945) mezclado con la poesía de Max Ophuls de “Carta a una desconocida” (1948) o “La ronda” (1950), con encuentros y desencuentros, de idealización del amor, de autoengaños, rodada con halo de ensoñación, de irrealidad. Obra sugestiva de marcados tintes líricos, atomizado por atmósfera turbadora en su realismo cuasi-mágico, se suman diálogos de calado emocional, actuaciones que conmueven, hablándonos con hondura sentimental (que no sentimentalista) de la soledad humana, de inocencia, del primer amor, de sacrificios, de dignidad, de obsesiones enfermizas autodestructivas. Se hace reflexión sobre el aislamiento entre la multitud, protagonistas que son islas, remarcado por la sugestiva ambientación, por los paseos nocturnos por calles gélidas, pocos personajes con que se relacionan. Esto maravillosamente expuesto en su inicio con un cuidado de movimientos de cámara exquisitos mientras sigue el objetivo a Mario (Mastroianni) desde que en la nocturnidad baja del bus en una urbe de callejuelas estrechas, serpenteantes, con canales con sus puentes, todo asimétrico, por aquí vaga sin rumbo el protagonista, moverse entre el gentío, hasta que su mirada se posa en una figura femenina (Natalia) sobre un puente, y entonces comienza la compleja relación entre estas dos almas a la deriva.

Visconti despliega toda pericia fílmica para proyectar un microcosmos cerrado cuasi-claustrofóbico del que parece una espiral imposible de escapar, ello mediante tomas de una estupenda belleza, jugando hábil y expresivamente con los silencios y con las miradas, con el poder y fuerza de la imagen, inundando los fotogramas de densidad romántica, pero ello sin caer en lo sobrecargado, en lo maniqueo y manipulador, el desarrollo se da orgánicamente gradual. Relato de amores incomprendidos, imposibles, donde el corazón manda sobre la razón: La prostituta denota amor hacia Mario, Mario está enamorado de Natalia, Natalia ama a una ilusión cuasi-metafísica en la figura del Inquilino, y este no se sabe a quién ama. Todo en una evolución con picos extraordinarios, pero que desembocan en un final desde mi punto de vista controvertido y coque como en micasoi llevan a la confusión (spoiler).

Se hace un retrato de personalidades incisivo: Mario es un tipo solitario, extrovertido (aunque se dice tímido), vitalista, atento, realista, cariñoso, deseoso de escapar a la rutina diaria (o nocturna) termina enamorándose de Natalia, lo hace resistiéndose y al final cayendo bajo el influjo de la ternura que desprende ella. Marcello Mastroianni lo encarna con hondura dramática, con naturalidad, con encanto, con credibilidad que termina tocándonos la fibra en su final, espléndido; Natalia es una soñadora, una idealista del amor, introvertida, ingenua, romántica patológica, que persigue una quimera que la devora y autodestruye, nublándole la vista de la realidad del amor puro y veraz que representa Mario. María Schell la encarna con dulzura, entrañable, con sonrisa que desarma en su ternura, con gestualidad maravillosa, con una mirada expresiva, actuación potenciada por el modo en que la cámara la enfoca e ilumina en tomas cercanas y primeros planos; Y éntrelos dos (Mastroianni & Schell) surge una química arrolladora que desborda la pantalla cuando se abrazan.

Asimismo Visconti juega a los contrastes con las dos parejas alternativas que tienen los dos protagonistas: Por un lado el inquilino (Jean Marais, sin nombre en la cinta), el primer amor de Natalia, ser enigmático definido por ella “no es joven ni es viejo… es muy atractivo”, tipo misterioso, frío, de actitud extraña, este misterio termina por encandilar a Natalia. Encarnado con gelidez por el galo Jean Marais, falto de conexión emocional con Natalia, es el eslabón débil de la película, te es muy complicado creerte que la cálida chica siente ese amor desmedido por este témpano; Y está la prostituta (Clara Calamalai), más difusa, pero dejando entrever atracción por Mario, la vemos de refilón las miradas e insinuaciones que echa a este, terminan por fructificar, al final los dos se juntan, apoyándose en el despecho de él, teniendo su furtivo encuentro bajo el puente, lo contrario de los que tiene con Natalia, clara alegoría contrapuesta entre la relación luminosa con la rubia y la oscura y turbia con la morena, los dos personajes perdedores.

El puente sobre el canal en que se encuentran Natalia y Mario sirve como metáfora de separación de dos mundos, divide el pueblo en dos caracteres antagonistas. En el lado que vive Natalia es el apagado, el oscuro, la podredumbre, gallineros, y está el lado en que vive Mario, todo es luz, fiesta, alegría, baile, dos mundos separados por el canal, unidos por el puente, alegoría delos dos personajes principales, y para esto es fundamental la excelsa puesta en escena resulta fabulosa para emitir el caudal de estado de ánimo ambiental, … (sigue en spoiler)
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2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Arrebato, Caro Marcello.
Adaptación de la novela de Dostoievski. Mario (Mastroianni) conoce a Natalia (Schell), una joven de apariencia triste. Él la da conversación para animarla y de esa forma ella se lanza a contarle su historia: cómo se enamoró de un apuesto forastero (Marais) por el que espera, tal y como él le prometió, cada noche. Mientras tanto, Mario cada vez se enamora más de Natalia... Una preciosa historia de amor, dolor, de ausencias y presencias (el amor quimérico e idílico, lo ausente; el amor real pero no atrapado, lo presente), dónde Visconti logró una maravillosa, perfecta sinfonía: "Noches blancas" es poesía, elegancia, pena, gozo, locura, desamor, pasión. Todo es óptimo y armónico: una fotografía rotunda, perfecta, de Giuseppe Rotunno (la ciudad, los canales, los rostros); los decorados; la puesta en escena de Visconti es pura elegancia, un baile con sus protagonistas (la parte precisamente del baile es antológica, síntesis de toda la película y de los estados de ánimo) a los que cuida, ama y mima.
"Noches blancas" es una de las mejores películas sobe el amor rodadas jamás engrandecida además como un fino retrato social (el ocio de la gente, las prostitutas, el callejeo nocturno, los pobres, la intemperie, el hambre...)
Obra maestra completísima y maravillosa (guión de museo de Visconti y Cecchi D´Amico), rematada en una música al mimo nivel de Nino Rota, quizás sea Marais lo menos perfecto.
¡Y qué decir del bello Mastroianni!: qué exhibición portentosa. Arrebato. Final inolvidable, con esa vida rota en medio de las noches blancas, vencido por los fantasmas del pasado.

P.D.: "No confíe en el juicio de un hombre enamorado"
"No crea en cuentos de hadas, pero yo creí el mío propio".
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9
Gran Visconti
Considerada actualmente una película de culto, Noches blancas, pese a llevarse el León de Plata en 1957, no fue valorada en su día convenientemente. Basada en una novela homónima de Dostoyevski, la película constituye, junto a otras adaptaciones realizadas por el genial L. Visconti (El gatopardo, Muerte en Venecia, El extranjero), una muestra más del gusto del cineasta por la alta literatura. Suavizando el apesadumbrado carácter del protagonista del libro, a quien da vida un siempre notable M. Mastroianni, el cineasta milanés abandona en esta tragedia romántica la austera estética neorrealista de la que hizo gala en sus primeros filmes, para apostar por una cuidada e hipnótica escenografía mucho más acorde con el estilo que le hizo famoso universalmente.
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