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Voto de Antonio Morales:
7
Romance. Drama En una ciudad provinciana, Mario, un mediocre oficinista que vive en una modesta pensión, conoce una noche a la joven Natalia, en cuyo rostro se refleja un profunda tristeza. Le da conversación para animarla y ella le explica cómo cambió su anodina vida cuando conoció a un apuesto forastero del que se enamoró y cómo cada noche su regreso. Durante cuatro noches mágicas, Mario, enamorado de Natalia, alberga la esperanza de sustituir en su ... [+]
13 de julio de 2013
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ciudad de Livorno, reconstruida en los estudios de Cinecittá, sustituyó a la de San Petesburgo de Dostoievski en la adaptación de Noches Blancas que llevó a cabo Luchino Visconti. El sentido de esa reconstrucción, que ya de entrada presta a Noches Blancas cierto aire fantasmagórico, no se encuentra sólo en la huida del realismo o, si se prefiere, del neorrealismo, el cual había conferido una identidad propia al cine italiano de posguerra, sino en que para el realizador era una forma adecuada para tratar de concentrar en el filme sus otros amores arísticos: el teatro, la ópera y la literatura.

La artificialidad del decorado invoca la carpintería teatral, la ópera aparece evocada en una representación de “El barbero de Sevilla” (en la que curiosamente no aparece el escenario, sólo el palco donde los personajes asisten a la función mirándose en silencio: el canto en over es como un sustituto de las palabras que no llegan a pronunciar), y la literatura es el relato de Dostoievski, continuamente presente en escena del que el cineasta milanés recupera el tema de la soledad del ser humano.

Por lo demás, Noches blancas es un film de espectros y de gestos, en el que los dos patéticos personajes principales, Natalia (una preciosa Maria Schell) y Mario (un estupendo Marcello Mastroianni), se relacionan noche tras noche en una representación que cada uno de ellos efectúa de cara al otro: Natalia para justificarse a sí misma su actitud, su espera, su negativa a vivir el presente y su utopía amorosa; Mario para evadirse de su existencia mediocre e intentar asumir que también él puede ser capaz de soñar con otra utopía amorosa.

En contra de la que era habitual en el cine italiano de autor en los años cincuenta. Visconti miró más el complejo mundo de los sentimientos que la realidad social que los envolvía, aunque sin olvidar ésta. He hablado de espectros. No es otra cosa todo lo que rodea a Natalia y Mario en ese Livorno donde la vida parece suspendida o confinada a los interiores de bares o casas, sombras reflejadas en las paredes de las oscuras calles, incluso los tañidos de las campanas suenan irreales, como si no hubiera una iglesia, y el hombre al que espera Natalia, el amante soñado, es un individuo que adopta la pose de una estatua y parece incapaz de conmoverse por nada. La música de Nino Rota merece ser destacada por su belleza y su oportunidad para armonizar esta estimable película.
Antonio Morales
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