Una de espías a la vieja usanza, una delicatessen que cuida con mimo infinito hasta el último de los detalles, de ambientación exquisita, de actores serenos con gestos parcos y frases lapidarias. De esas en las que parece que no va a pasar nada, en las que el episodio en apariencia más nimio puede proporcionar la clave para la resolución del argumento, una de esas pequeñas obras maestras que….zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz. Venga, va, que está muy bien para los fans de Smiley y para los nostálgicos del telón de acero. Acero mellado. Vaya que sí.

Un thriller – por decir algo- tedioso, de argumento ridículo y resolución patética. Sale Ed Harris haciendo de Ed Harris; y Billy Elliott marcándose un par de pasitos. Hay mucho flashback y un tío que hacía de avatar que el mejor favor que podía habernos hecho era saltar en el primer minuto de película para habernos evitado cuatro horas de aburrimiento. Tranquilos, dura mucho menos, pero a mí se me ha hecho eterna. Un episodio de “Los misterios de Laura” es para comerse las uñas hasta el codo en comparación con esta purrela.

Que una obra como ésta haya cosechado varios premios en Málaga es clara muestra del nivel que exhibe nuestro cine. Porque a pesar de contar con un material potencialmente precioso como el que proporciona la actual crisis económica, la especulación urbanística, la burbuja inmobiliaria, la corrupción galopante, la indefensión del ciudadano hipotecado hasta las cejas ante un comportamiento delictivo tan descarado como impune, el director acaba naufragando en un tercio final de película tan absurdo como inverosímil, cuyo culmen del espanto representa la patética actuación de una legión de policías nacionales, GEO incluidos, en la susodicha azotea. He visto películas de los Calatrava con mucho mayor dramatismo. Emilio y Belén hacen lo que pueden, pero se echa de menos al señor Cuesta. Un drama blandengue que se queda a medio camino entre la desesperación, la denuncia y un estúpido buenismo que, a mi humilde entender, no pega ni con toda la cola del mundo.

Me parece que en toda mi vida solo leí un cómic de Tintín. No me resultaba atractivo, me caían gordos, él, el dichoso perrito, los insufribles detectives de negro. Sin embargo, la película es incuestionablemente entretenida, incluso para los que no simpatizamos con el pelirrojo resabidillo. Es un portento técnico, en especial en el tratamiento de las transiciones entre los flashback y el presente narrativo. Incluso destila un cierto sentido del humor bastante bien engarzado en la historia. Es cine de aventuras, hecho para todos los públicos, con evidentes incongruencias, con situaciones mal resueltas como el momento aria, en el que un niñato imberbe y un lobo de mar alcohólico y zarrapastroso se cuelan en medio de una exclusiva representación operística en el palacio de un millonario jeque sin que nadie parezca reparar en ello. Pero como producto de entretenimiento y recaudación no le caben demasiados peros. Aunque sigo pensando que el mismo argumento hubiera resultado más lustroso contando con actores de carne y hueso.

La segunda entrega de las andanzas de Sherlock-Downey-Norris no hace sino confirmar, corregido y aumentado, el anticipo ofrecido por Ritchie hace un par de años. Sigo sin verle la gracia a la supuesta química entre el dúo protagonista, me revienta el abuso de la cámara lenta, me asquea ese pretendido dinamismo narrativo que, como en la primera parte, ofrece un argumento tan inverosímil como mal llevado. Aburrida, hueca, rimbombante. El personaje de Conan Doyle no me interesaba demasiado; el de Ritchie, directamente me resulta repelente. El del cómic, que creo que es en el que se inspira el director británico, ni lo conozco. No perderé el tiempo con una tercera entrega, que creo que ya andan en ella.

Uno de los raros casos de cine politico en España, si bien recrear los episodios de matonismo típicos de la Barcelona de la época que retrata Drove y que tan bien conoce Mendoza en plena transición postfranquista tampoco es que fuera una proeza. Al director le pierde un exceso de didactismo que resta fuerza a la narración y también erosiona la empatía que debe producirse entre personajes y espectador.

A la buena labor de López Vázquez como periodista comprometido, o del propio Montillor dando vida a un apático cínico, se suma el acartonado personaje de LePrince, tan adusto como poco creíble. Tomada como ilustración histórica de un momento crucial para la evolución social, política y económica de España, en los años previos al primorriverismo, tiene un valor apreciable. Pero como creación cinematográfica se me antoja torpe, irregular y, en ciertos momentos, aburrida. No sabe sacar partido de unos acontecimientos, de unos tipos humanos que son diamantes en bruto desde el punto de vista dramático.

Aprovechando que el otro día la daban por la tele pública, esa que dentro de poco se va a ver obligada a recuperar la maldita publicidad, le deidqué una hora y media de mi tiempo a esta peliculita. He de reconocer que el tal Corbacho me cae como un tiro, y jamás he llegado a entender cómo semejante individuo puede hacer gracia a nadie, pero en este caso estaba detrás de la cámara, lo cual ya es un alivio.

Celebrada por muchos, a mí me ha parecido un episodio breve –se agradece-, sin pretensiones trascendentales –lo cual es mucho más de agradecer- y sin el recurso constante al tópico soez, aunque no puede decirse que la historia rezume originalidad y talento por todos sus poros. Como en toda película coral, unos personajes están mejor dibujados que otros, y también mejor interpretados; otros no hay por dónde cogerlos. Pero en general cumple con ese retrato, bastante superficial, todo hay que decirlo, de una ciudad catalana, creo que Hospitalet, plagada de gente sencilla con problemas de todo tipo y con una considerable población inmigrante que, curiosamente, es a la que Corbacho y su colega retratan con menos fortuna. Porque el Bruce Lee de los fogones, lejos de parecer simpático o representativo de un tipo social a mí me parece que tiene la misma gracia que las parodias del Erquicia cuellicorto.

Hay pocas cosas que me produzcan mayor capacidad de sorpresa que el cine, con frecuencia tan previsible pero en ocasiones, las menos, tan fascinante. Una de esas cosas es la reacción del público ante ciertos productos cinematográficos.

Cuando se estrenó “La clase” en las salas, ya hace más de tres años, me negué a ir a verla, al menos pagando, porque las referencias que tenía de ella a través de terceras personas y lo que había leído en algunos medios “especializdos” me tiraba pelín para atrás. El otro día tiré de disco duro y, en esta ocasión, no hubo sorpresa.

Vale, soy un impresentable y descerebrado plagado de prejuicios, amante de profecías autocumplidas. Pero también llevo unos cuantos años metido en las aulas, rodeado de adolescentes al menos tan prejuiciosos y descerebrados como yo, de profesores de similares características y de padres y autoridades educativas no mucho más recomendables. También he visto dos o tres películas y me he leído un par de libros. Todo ese bagaje, más bien escaso, pero apostaría algo a que más sólido que el de muchos que pontifican sobre la película, me permite concluir que estas dos horas son un puro aburrimiento, manierismo documentalista revestido de supuesta originalidad y con un pretendido afán de denuncia social que no aportan absolutamente nada que no sea sopor y vacío voluntarismo.

Supongo que no seré el único que piensa que un par de minutos impartiendo clase en cualquier centro de secundaria ibérica, al menos en la pública, que es la que conozco, te aporta una visión mucho más certera y crítica de la situación educativa y de los problemas que pasan por las mentes de los chavales más o menos desfavorecidos, de sus familias, de tus propios compañeros. Lo vives tú. La película puede llamar la atención de los profanos del mundo educativo, aunque me cuesta creerlo. Pero que haya tenido éxito entre los docentes no hace sino confirmar mi creencia en que todo es susceptible de empeorar. Y la educación, cada vez más, tiene, por desgracia, un amplísimo margen de maniobra.

Au revoir.

Una película frustrante por las grandes expectativas que sus primeros minutos me habían despertado. Personajes en apariencia insulsos en cuyo interior anida un drama inminente, que en cualquier momento puede estallar. Buena ambientación y creación de un clima rural venenoso, insano, de aroma a Puertohurraco, a crimen de Cuenca. La desgracia y la maldad -como tantas otras veces con cara de tonta- pululan por los montes, por los caminos forestales, entre espeleólogos, picoletos y lugareños mal avenidos. La cosa pinta bien.

Pero al asunto le encuentro un fallo garrafal que hace que toda esa solidez parapetada detrás de la sobria puesta en escena realizada por Sánchez Cabezudo y por los actores salte por los aires. No todo es explicable desde el punto de vista racional, sobre todo cuando la rabia se apodera de los personajes, pero sí se requiere un atisbo de verosimilitud para conferir a una obra verdadero empaque. La trama no me la creo a partir de la proposición que le hace el guardia civil al clan de Carmelo. Ver spoiler. Por lo demás, la película es más que digna.

Hace meses que Denzel Washington entró en la lista de los 10 actores menos rentables de Hollywood. Y la verdad es que no me extraña. No es que sea mal actor, todo lo contrario. Es que lleva diez años haciendo lo mismo, y la cosa, la verdad, empieza a cansar. Y me temo que algo parecido le ocurrirá al mocetón de Reynolds en cuanto al público se le pase el ataque de guapura. La película está tan vacía como el cine en el que la he visto (unas diez personas sobre un aforo de 500 butacas, un viernes por la tarde). La trama es tan absurda como plana, pero es suficiente para sostener una retahíla de tiroteos, persecuciones y mamporros de toda índole, eso sí, estupendamente rodados. Es entretenida, nadie lo discute, pero también lo es rascarse las ingles – o un poco más abajo- y dudo que en tan rutinaria costumbre pueda vislumbrarse un mínimo de creatividad o valor artístico. Al asunto le sobra media hora y el desenlace le acaba de quitar la poca fuerza que le quedaba a la historia. Los chavales se esfuerzan, la verdad, pero de donde no hay no se puede sacar. Del montón. Aunque tiene pinta de que habrá secuela.

El protagonista es todo un personaje por sí mismo, sin siquiera despegar los labios. Gosling lo borda. Su economía expresiva le va como un guante a esta película casi esquemática, minimalista, pero bastante bien contada, en progresión constante y con indudable gusto a buen cine negro. De explícita violencia, tampoco plantea grandes dilemas morales. Se trata, básicamente, de una historia de supervivencia. Y en esa carrera, que es la de la existencia, todo vale. Buena. Y sale Carey, que es un ángel...

Un poco de “Aliens”, otro poquito de “Star Wars”, una pizca de “Minority Report”, pequeñas trazas de “Desafío total”, generosas dosis de “Matrix”, algo de “Blade Runner” y de las “Crónicas de Riddick” y algunas esencias de “Waterworld”, “Star Trek”, “Horizonte final” e incluso de “El planeta prohibido”. Con semejante retahíla de ingredientes -así, que se me hayan venido a la sesera mientras la veía-, los responsables de la película elaboran una aventura espacial de corte apocalíptico, a ratos desangelada, por momentos excesiva, pero, en general, bastante entretenida. Un pastiche con cierta gracia que ni cansa ni emociona, y que se puede hasta disfrutar.

No entiendo cómo una película que apenas dura una hora se puede hacer tan interminable; tampoco cómo un director a menudo solvente como Corman puede firmar semejante engendro. No hay por dónde agarrarla: argumento absurdo, puesta en escena ridícula, interpretaciones de festival infantil, nula progresión dramática… Una pérdida de tiempo en toda regla.

Mala con ganas.

Hace años que tenía pendiente terminar de ver estos “Jueces de la ley”. Recuerdo que la pillé por casualidad, una noche cualquiera de hace no sé cuánto tiempo, en televisión. Después de 30 o 40 minutos, el sueño y el primer corte publicitario pudieron conmigo. Y me fastidió, porque me estaba gustando.

Ayer me la bajé de la red y volví a empezar. Maldita la hora. Me sigue pareciendo que el planteamiento es lo suficientemente interesante, que el tema de lo injusta que es la justicia o de quién vigila a los vigilantes sigue estando de permanente actualidad. Incluso cuando uno de los jueces es un ñoño Michael Douglas. Pero todo se echa a perder en la segunda mitad, cuando Hyams abandona el thriller inteligente y la sugerencia en aras de la patochada policiaca dominguera y el lucimiento de la estrellita de turno.

La verdad, me ha puesto de mala leche, porque después de tanto tiempo esperaba algo digno. Una de las caídas en picado más escandalosas que recuerdo y, vista en su conjunto, una porquería de película.

Que les corten la cabeza.

Nunca me he sentido atraído por las películas de artes marciales; más bien me han repugnado. Carentes de argumento, con coreografías ridículas y personajes de chiste. Ang Lee consigue que reconsidere mi postura, aunque no totalmente. El taiwanés crea una estética francamente atractiva, una historia sólida e interesante y unos protagonistas de enjundia.

Pero las virtudes estéticas y narrativas no me resultan suficientes para superar un par de escollos. Me siguen sobrando los exagerados vuelos sin motor, de duración interminable, de gran factura técnica pero demasiado inverosímiles; y también considero sobrantes muchos minutos de metraje. Con un par de cortes hubiese resultado para mí una película casi perfecta.

En todo caso, interesante y, por momentos, de belleza hipnótica, al igual que su hermosa banda sonora. Lee demuestra, de nuevo, ser un todo terreno, uno de los directores más versátiles del cine de los últimos 116 años. Más o menos.

Un comienzo un tanto estúpido y aburrido da paso, por fortuna, a un thriller bastante violento para la época y de dinámica más que interesante. El bueno de Liberty sigue conservándose en buena forma y se desenvuelve a las mil maravillas entre mamporros y pistolas, aunque algunas peleas no son demasiado creíbles. Un clásico de los tipos duros injustamente olvidado. Sin ser ninguna obra maestra, todavía no ha envejecido lo suficiente; teniendo en cuenta que han pasado más de 40 años, a lo mejor es simplemente buena.

No me apetece colgar una opinión de esas en plan ’16 razones por las que me ha/no me ha gustado’. Solo voy a dejar en el aire tres o cuatro preguntas que me vienen a la mente:

1. ¿Por qué Donner y Wenk piensan que el público, en general, es tonto del culo? En serio, ¿alguien puede creerse esta trama?

2. ¿Cuál es la explicación a que Brucebilis lleve treinta años haciendo el mismo papel y nadie le haya dicho que corre el riesgo de encasillarse?

3. ¿Por qué coño no le pegan un tiro a Mos Def (y no me refiero solo a su personaje), o al menos no le parten la mandíbula en su segundo o tercer plano, para ahorrarnos sus insoportables y ridículas parrafadas?

Película descompensada en duración e intensidad que presenta momentos impactantes, pero que no está a la altura de una hazaña como la protagonizada por el escalador en cuestión. El tono de las imágenes, la desacertada, omnipresente e inapropiada banda sonora y los continuos viajes espacio-temporales que experimenta el protagonista no contribuyen a dotar al conjunto del dramatismo angustiante que el tipo debió de vivir en momentos tan extremos. Se ofrecen hermosas estampas de un relieve salvaje, aunque creo que tampoco se explotan al máximo las posibilidades estéticas, sonoras ni dramáticas que ofrece la naturaleza.

Creo que el principal problema radica en el planteamiento. O bien habría que haber dotado al personaje de Franco de un contexto social previo, o bien reducir el metraje para centrarse exclusivamente en la supervivencia del individuo. Ni por un momento he sentido la sensación de angustia y, en general, no me he creído la historia, pese a estar basada en un hecho real, lo que cuestiona todavía más el hacer de Boyle detrás de la cámara.

Franco, resultón, gracias (¡Epañoleeeee!)

La peli es mala, el guión absurdo y Carrey es, por sí mismo, estomagante. Sin embargo, no conozco a nadie que la haya visto y no se le haya aflojado la mandíbula, al menos, en uno de los tres momentos clave: pasaje Bruce Lee, momento lengua helada (¡Anda, mira, escarcha!) y episodio laxante. Una estrella por cada chorrada, y otra por el peinado de Daniels.

Bueno, rectifico; veo entre los usuarios gente indignada con esta película, seguramente porque no han puesto el cerebro en stand by, requisito indispensable para ver una obra como la que nos ocupa, del género ‘tontás mu gordas’. Todo lo demás es por completo secundario. Yo me he vuelto a partir de risa con esas tres gilipolleces, y con eso he tenido bastante.

Bueno, una de samuráis en plan espectacular en la que lo de menos es el guión, porque cualquier atisbo de historia no es más que una liviana contextualización de lo que en realidad importa: tirar de katana. Las coreografías de lucha están pero que muy bien rodadas, se nota que es la patria de la espada templada y el acero mellado. Un poquito de ceremonial, cuatro frases rimbombantes sobre un concepto de honor a la medida del espectador occidental, y mucha, pero que mucha sangre. Le sobran aproximadamente 30 minutos de espadazos y otros tantos de verborrea pseudoprofunda. Le falta, sin embargo, un cursillo básico de montaje, porque el error que se comete con el cazador furtivo es de los más gordos de la historia del cine que yo he visto, que incluye más de tres películas. Ah, y otro de introducción a los efectos especiales, porque el numerito de los toros de fuego bien se lo podrían haber ahorrado. Cero en verosimilitud y en construcción de personajes, aunque la ambientación da el pego y es, qué duda cabe, entretenida.

Pero vamos, que los que se ponen profundos analizando esto es porque deben estar confundiendo la historia de Japón con un manga. Si los nipones han llegado a ser algo en el mundo es precisamente porque renunciaron a una estructura feudal sanguinaria, absolutamente corrupta, inmovilista y racista y se pusieron a currar. La verdad es que, virtudes al margen, como han demostrado, por desgracia para ellos después del terremoto del 11 de marzo, siguen siendo una sociedad bastante poco dada a los cambios, corrupta e igualmente racista –que se lo pregunten aún hoy día a chinos, filipinos o coreanos-. Perdón, cuando se habla de países respetados hay que decir endogámica.

Sayonara.