Lo que empieza pareciendo un gran policíaco francés, en la línea del mejor Chabrol, acaba convertido en una especie de ajuste de cuentas barriobajero, al más puro estilo Besson. El arranque es más que prometedor, todo apunta a una historia de corrupción de altos vuelos, pero la historia se va desinflando a medida que avanza y algunos pasajes, como el asalto a la comisaría, o la resolución final, dan un poco de risa. En casi todas las películas la policía da la impresión de ser un poco tonta. En esta raya la imbecilidad integral. O sea, una buena idea original que deriva hacia un desarrollo casi inverosímil y un desenlace peliculero, en el peor sentido del término. Pero bueno, entretiene un ratillo, y eso.

Ridícula comedia adolescente con estética ochentera, en plan Tino Casal, pero venido muy a menos, que gira en torno a una pintoresca familia que llega a casa del abuelito excéntrico de turno. La tropa la componen una Diane Wiest que pasaba por allí, un Jason Patric en plan guaperas con melenaza al viento, y un hermanito pequeño que se ha escapado del club de fans de ‘Spandau Ballet’. Por allí campan a sus anchas unos no menos posmodernos moteros, capitaneados por Kiefer Sutherland, que, para más señas, son vampiros. De por medio también anda una macizorra que atiende por Star (¡uf!) y un par de frikis encargados de la tienda de tebeos del pueblo.

Todo esto aderezado con algunos hits de la época, complementados con ‘People are strange’ de Morrison y compañía, que abre y cierra la película, y es lo único que se salva. Los personajes, el argumento y la puesta en escena son patéticos, ni siquiera hace gracia. No he tenido ocasión de ver el acercamiento chiquitesco al mito vampírico –ni ganas que tengo-, pero me cuesta creer que el resultado sea más penoso.

Por las puntuaciones que observo, la nostalgia sigue haciendo mella en algunos corazoncitos. Diodenalmente hablando.

La desgracia, la irresponsabilidad y la incomunicación son tres componentes ingratos de la existencia. Una bala desencadena un drama que, en un mundo global, extiende sus tentáculos por tres lejanos puntos del planeta: Marruecos, la frontera mexicano-estadounidense y el lejano Japón se entrecruzan por obra y gracia de un viejo rifle de caza. Y las consecuencias son traumáticas para todos los protagonistas. Por suerte, el tándem Arriaga-Iñarritu, para compensar el sufrimiento en una película que de otro modo hubiera resultado casi insoportable, echan mano de otros elementos también presentes en la vida humana: la compasión, la solidaridad y el amor.

Una película irregular en la que los constantes saltos espaciotemporales exigen un esfuerzo que tal vez reste fuerza dramática a una narración tan intrincada. Puede resultar difícil entrar en el juego, ser incluso indigesta y aburrida, pero por lo que a mí respecta, en esta montaña rusa de sentimientos y desasosiego el viaje merece la pena. Por momentos, el carruaje está a punto de descarrilar, aunque el resultado final es más que reconfortante. Además del trabajo de guionista y director, ‘Babel’ cuenta con una magnífica fotografía y una hermosísima banda sonora, a cargo de Santaolalla. Sin olvidar las interpretaciones de Adriana Barraza y, muy en especial, la de un espléndido Pitt que, parco en palabras y gestos, compone un personaje auténtico, creíble y conmovedor.

Esto sí es, entre otras cosas, un alegato contra las armas y no el panfleto de Moore que ayer mismo tuve ocasión de revisar.

Los propagandistas que se enriquecen con la mentira me irritan. Y eso que comparto la condena que hace este Follonero XXXL de la posesión de armas. Sólo me ha gustado la importancia que concede al tratamiento de la delincuencia en los medios, ya que, mientras los delitos han ido decreciendo, los telediarios se han convertido en auténticas crónicas de sucesos para acojonar a la ciudadanía. Y la aparición de Marilyn Manson, un provocador con las cosas bastante claras.

Me irrita que Moore aproveche la matanza en un instituto para vomitar su propaganda, entrelazando complejos asuntos socioeconómicos con la política internacional de los últimos 200 años. Agita algunas evidencias, otras medias verdades y varias descaradas mentiras. El montaje es caótico y las líneas argumentales conducen a la confusión, en la que habitualmente pesca este tipo. Mezcla el culo con las témporas, pues nada tiene que ver la omnipresencia de las armas en la sociedad estadounidense con los bombardeos sobre Kosovo o la metedura de pata de Clinton en Sudán.

El tebeo según el cual el miedo llevó a los norteamericanos a exterminar a los indios, esclavizar a los negros e incluso a matarse entre ellos, tiene el mismo rigor histórico que ‘Mortadelo y Filemón’. Por cierto, afirma que fue la esclavitud la que convirtió a USA en la nación más rica del mundo. Ocurrió precisamente lo contrario: el despegue tuvo lugar tras la guerra civil, cuando el modelo esclavista sureño dio paso al industrializado del norte. Moore sabe que la gente lo ignora. Ah, y Gandhi, además de un obseso de la defecación e inveterado machista, era firme partidario de la libertad de armas. O al menos eso dejó escrito.

Otras manipulaciones flagrantes: el KKK y la NRA nada tienen que ver: la NRA fue fundada, entre otros, por U. Grant, que se afanó en exterminar a los racistas encapuchados. La verdad es que Heston resulta patético, un analfabeto prepotente y sin argumentos –no hay muchos-, que ni siquiera se ha preparado la entrevista. Otra cosita: Moore sugiere inclinaciones racistas del actor, cuando es notorio que apoyó en los 60 la lucha por los derechos civiles de los negros. En cuanto al niño que dispara sobre otro menor, se omite que el arma había sido adquirida ilegalmente por un tío del niño homicida, que se dedicaba al tráfico de drogas.

Moore toma sus datos sobre homicidios de las estadísticas hospitalarias, que incluyen todo tipo de muertes por arma de fuego (defensa propia, accidentes, delincuencia, actuaciones policiales), mientras que para el resto de países se ofrecen cifras de fuentes policiales. Obviando, además, cualquier proporcionalidad de población entre las distintas naciones.

Armas no; mentirosos, tampoco.

Horrible traducción para titular una gran película. Mucho más correcto hubiese sido ‘El ventajista’. La obra de Rossen nos ofrece uno de los mejores papeles de Newman –tal vez el mejor- en su máximo apogeo, físico e interpretativo. La opresiva y a menudo deprimente atmósfera en la que se mueven los personajes arrastra al espectador a momentos de auténtico desasosiego, rayanos en el aburrimiento. Pero en esta especie de neorrealismo a la americana todo está perfectamente engranado. El director nos regala un espléndido montaje mientras que Newman, Gleason, Scott y Laurie nos sumergen en un arduo viaje al fondo del alma de unos personajes al límite, viviendo cada uno su mentira. El universo del juego marginal, aunque muy lucrativo, se entrelaza con una historia de amor construida en torno a una botella, de JTS Brown, o de lo que sea. Al fin y al cabo, los habitantes del film no dejan de ser simples bolas en una gran mesa de billar, a los que a veces sonríen las carambolas. Pero en ocasiones no son tan afortunados.

Una película casi desconocida, que alguna vez han puesto por televisión, a horas intempestivas, y trufada de cortes publicitarios. Y es una lástima, porque merece la pena. Tuve ocasión de verla en cine allá por los ochenta, y me causó muy grata impresión. Esta tarde he decidido recuperarla de mi baúl de viejos DVD’s. Sigue conservando la mayoría de sus alicientes.

Entre ellos, su elaborada puesta en escena, tanto en la composición de planos, nada gratuitos y algunos realmente logrados, como en la hermosa fotografía, que convierte al paisaje afgano –aunque en realidad creo que se rodó en Israel- en componente esencial de la película, casi tanto como los propios personajes. Entre ellos destacaría algunos, no por arquetípicos, menos fascinantes, como el hijo de puta que comanda el tanque soviético; o el cabecilla de los moteros muyahidines, una especie de tarado a medio camino entre un fundamentalista islámico y un Mad Max adicto al opio.

La narración roza lo inverosímil, pero Reynolds logra que uno se crea la historia de venganza y redención en medio del desierto. Solo reniego del minuto final, con un desenlace que, a mi entender, desentona con el resto de la película. La verdad es que Reynolds da en el clavo. Ahora mismo, no recuerdo una película, de las muchas que he visto ambientadas en las guerras de Irak o Afganistán, que dejen atrás a ésta. Pero es sólo una impresión. Pasajera. O no.

La película ofrece un perfecto paralelismo con la trayectoria cinematográfica de su director: un inicio interesante, tirando a bueno; una continuación irregular, tirando a aburridilla; y un tercio final flojo, con algún que otro momento de vergüenza ajena. Está visto que al británico se le da bastante mejor el futuro que el pasado. La dirección artística está currada, en eso Scott es un maestro. Y se nota que hay pasta. Pero poco más.

Por lo que se refiere a la fidelidad y verosimilitud históricas, las dos me importan un pimiento. Además, el propio Hood es más una elaboración literaria construida a lo largo de varios siglos que un personaje histórico en sí. El mensajito igualitario en forma de revuelta antiseñorial liderada por un arquero hijo de un visionario, es muy encomiable, pero tampoco me importa demasiado. Entre otras cosas porque el director se encarga de que así sea. Aunque he de reconocer que el nacimiento de la ONG Arqueros Mundi que se narra al final de la película tiene un punto socarrón, con papá y mamá al frente del parque temático. Pero Scott no es capaz de ofrecer una taquillera película de aventuras ni una sólida historia de corte épico con verdadero trasfondo. Y eso le viene pasando desde hace casi décadas. En cine, como en casi todo, medio más medio no es igual a uno.

Lo cierto es que el arquero de Sherwood no ha tenido especial fortuna en las aproximaciones cinematográficas. No obstante, no es ésta una de las peores. Si alguien es capaz de abstraerse de nostalgias infantiles y contemplar la de Curtiz y Flynn sin que le dé un ataque de risa, que se apunte un tanto. Yo no puedo. No puedo.

Bueno, la sinopsis de FA es bastante certera, así que poco que añadir. Michael Caine luce esplendoroso en, aproximadamente, 0.8 segundos en los que se come la pantalla; creo que pasa duples altos. Por otro lado, la carencia de medios -letal en una película bélica- y lo poco inspirado de la mayoría de personajes e intérpretes convierten esta cinta en un episodio menor de ‘Hazañas Bélicas’ llevado al cine. Solo recomendable para los fanáticos del género bélico de andar por casa. A mí me ha parecido aburrida, hueca y convencional.

La carta de presentación de Brando se beneficia más del halo que rodea a este mito del celuloide que de la calidad intrínseca de la película. También supongo que ayuda el prestigio alcanzado por Zinnemann en títulos posteriores como ‘Solo ante el peligro’ o ‘De aquí a la eternidad’, con la que presenta algunas similitudes. Pero me transmite la impresión de un trabajo sin desbastar, una especie de boceto para lucimiento de un potencial animal cinematográfico.

A ratos casi documental, abusa del subrayado, aunque presenta la virtud de no caer en lo sensiblero. La temática es dura: un grupo de excombatientes hemipléjicos que tratan de recuperarse física y anímicamente en un hospital mientras toman conciencia de que sus vidas jamás volverán a ser como antes. Incluye momentos notables, como el enfrentamiento entre la prometida del protagonista y sus futuros suegros, pero también pasajes bastante irritantes como, en especial, su bobalicón desenlace.

Capítulo aparte merece la cargante, melosa y omnipresente banda sonora que no nos deja ni a sol ni a sombra. Aunque eso era un mal de la época. Tiene un pase, pero no es ninguna maravilla.

El subgénero bélico II Guerra Mundial, departamento Operaciones Especiales, siempre fue prolífico y a menudo dio buen resultado. Actores como Sutherland o Caine eran habituales en el asunto, así como otros más talluditos como Quayle. En ésta, además, podemos ver al malvado JR de ‘Dallas’ dando vida a un bobo oficial norteamericano venido a menos.

El planteamiento es audaz: un comando alemán, reclutado por Duvall y liderado por Caine y Sutherland, emprenden la arriesgada misión de secuestrar al bueno de sir Winston Churchill para conducirlo después a Berlín, vía barco cochambroso.

Los actores son buenos, Sturges muestra pulso y oficio, pero hay dos asuntillos por los que no paso: lo de los uniformes alemanes y el romance de Sutherland. No me trago que una lugareña traicione a los suyos por enamorarse tontamente de un hombre al que apenas conoce. Menos mal que estaban en guerra. Pero vamos, que tiene un pase.

Me parece que la cosa iba de un ex poli alcohólico, con su vida arruinada, que se ve involucrado en un asunto de putas y coca. Digo me parece, porque acabo de verla y no lo tengo muy claro: la historia es tan absurda y confusa que cuesta seguir un hilo argumental medianamente coherente. La banda sonora es horrísona, el siempre estomagante Andy García aquí luce particularmente insoportable, y los diálogos parecen salidos de una mala resaca de un pésimo guionista.

El tramo final, con un tiroteo de risa en medio de una nave industrial, en el que los protagonistas gritan y amenazan como posesos anormales, le pone a uno al borde del eject. Y la clausura, aunque pudiera parecer lo contrario, no forma parte de un publireportaje de ‘Agua Brava’. Es que la peli termina así. Recuerdo que de adolescente me pareció entretenida; cosas de la gran pantalla. Ahora sólo la he aguantado por mi amigo el Nota. Pero voy a tener que ponerle una cruz.

Hal, eres un torpe.

Acostumbrados a los virtuosismos técnicos y al detalle y realismo con el que se muestra la violencia en el cine de los últimos tiempos, determinadas secuencias de ‘Scarlet Street’ pueden parecer un tanto ñoñas; es posible que lo sean, pero tengamos en cuenta que Lang filmó esto hace 65 años. Además, como en toda gran película, lo que realmente importa es el argumento, los personajes y la temática.

En este caso, el argumento gira en torno a un maduro e infeliz cajero con afición a la pintura autodidacta, tipo kitsch, casado por aburrimiento, para más señas. El segundo vértice del triángulo lo forma una hermosa prostituta –es evidente, aunque no aparece como tal de modo explícito-, vaga y sin escrúpulo. Y el tercer ángulo de la cuestión lo representa el chulo de ésta, un maltratador proxeneta y vividor, con menos escrúpulos todavía. En cuanto surge la posibilidad de aprovechar económicamente el bobo aunque sincero enamoramiento que siente el pintor frustrado por la ‘actriz’, comienza la humillación. Robinson y Duryea están espléndidos, pero no me atrevo a decir lo mismo de Joan Bennett, una agradable presencia física pero, desde luego, no una gran actriz. Está bastante mejor en ‘La mujer del cuadro’.

De cualquier forma, es una película políticamente correcta en las formas pero nada complaciente en los contenidos, que ilustra un proceso de ciego enamoramiento no correspondido que desemboca en tragedia. Quizá el desenlace resulte un tanto atropellado en comparación con el ritmo firme y pausado del resto del metraje, pero ‘Perversidad’ sigue siendo un estupendo ejemplo de bajas pasiones llevadas al cine. Y sin estridencias, que es quizá menos impactante, pero mucho más duradero. Otra de esas escasas obras que no envejece.

Esta cinta de los setenta es un palmario ejemplo de película de serie B, con presupuesto C y talento Z. Y no me valen los argumentos del tiempo o la falta de medios. Cualquier película de Corman, bastante anterior a ésta, resulta mucho más digna; y si queremos ir un poco más atrás en el tiempo, podemos recalar en los cortos del genio Méliès para comprobar cómo las limitaciones tecnológicas podían suplirse a las mil maravillas con verdadera inventiva y creatividad.

Pero lo de menos son los efectos especiales. El asunto es que unos amiguetes descubren por casualidad una isla en la que las avispas son auténticos abejonejos, las gallinas avestruces obesas y las ratas verdaderos osos pardos. Pero deciden eliminarlos ellos solitos en lugar de acudir al Pentágono o a la Armada Interestelar. Los personajes son flojitos y el intríngulis científico tirando a inexistente. Claro, eran otros tiempos. El que se quiera poner nostálgico, que lo haga, pero hay que ser muy fan de la cutre-ficción para disfrutar con esto.

La filmografía de Mankiewicz está imbuida de influencias teatrales y de clasicismo, pero quizá sea ‘La huella’ su producción menos cinematográfica. Se desarrolla en un único escenario, una lujosa mansión inglesa habitada solo por su propietario, Laurence Olivier, que decide invitar a una particular velada a Michael Caine, que aspira a casarse con su hasta entonces esposa, Margaret. Es un mano a mano argumental e interpretativo. El invitador es un cínico aristócrata y exitoso autor de novelas policíacas; el invitado, un simple peluquero de ascendencia italiana que intenta abrirse paso en la alta sociedad británica. A ojos de Olivier, es un sucio arribista aprovechado.

Desde el primer plano la película nos deja claro que toda la trama y sus personajes forman parte de un enrevesado juego de mentiras, verdades y bromas pesadas. El plano cenital ya anticipa que no hay salida para los protagonistas, fatum habemus. Los dos únicos intérpretes y la habilidad con la que está construido el guión, junto con la mano maestra del director logran que nos mantengamos pegados a la pantalla durante la mayor parte del tiempo. Pero el exagerado metraje acaba restando dinamismo e interés a la cinta y algunos aspectos están hipertrofiados; al menos a mí me cargan un poquito el histrionismo de Olivier y las pantomimas detectivescas de su personaje. Tampoco acaba de convencerme el episodio del policía inesperado, al menos no con una caracterización tan pobre como la que muestra la película; es imposible que el otro no caiga en la cuenta. Y sigo pensando que la trama es demasiado reiterativa, un bucle con demasiadas curvas que acaban en el mismo sitio.

Las lecturas a las que se presta son múltiples, desde los celos hasta la venganza, pasando por la simple maldad, o incluso el racismo, o la lucha de clases. Y también está, por supuesto, el símil que se plantea entre la vida a la que estamos abocados y unos personajes que no son sino simples marionetas o autómatas ilusoriamente libres. Lo mejor de Mankiewicz es que sus diálogos son impecables y sus personajes sugerentes. Como ejemplo, ahí va una frase: -Tengo entendido que quiere casarse con mi mujer.

Pero eso no quiere decir que ‘Sleuth’ sea una película perfecta. Aplicando el sentido común, la trama es por completo inverosímil. Pero si no aceptamos las reglas del pasatiempo no la vamos a disfrutar, y merece la pena. Al fin y al cabo, ‘La huella’ no es más que un imaginativo juego que en realidad disfraza un auténtico castillo de naipes. ¡Anda, otro juego!

‘La fórmula’ constituye una sólida trama de corrupción empresarial en la que se entremezclan los intereses de las grandes compañías petrolíferas con las investigaciones llevadas a cabo por los nazis acerca de la elaboración de combustible sintético. Sigue aguantando el paso del tiempo porque elude los golpes de efecto y va directamente al grano, sin explosiones, persecuciones espectaculares ni artilugios de última generación que parecen constituir la esencia de este tipo de películas en los últimos años. Aunque sólo sea por contraste, merece un tanto.

Tal vez le falte algo de audacia, pero eso le hace ganar en sobriedad y verosimilitud. También contribuye a ello el hecho de que la película se apoye en la interpretación de dos veteranos pesos pesados –sobre todo uno-, Scott y Brando. Sin alharacas ni grandilocuencias, ilustra, treinta años después, un tema siempre de actualidad.

Bueno, es evidente que los fans de Argento son unos cachondos, porque esta es una de las peores películas que he visto en mi vida. Cuenta con, probablemente, el más infame intérprete británico de todos los tiempos, incluyendo a Gordon Brown, que no es otro que David Hemmings; unos efectos especiales que podrían luchar codo a codo con los de ‘El Ete y el Oto’ por el entorchado de la seborrea FX mundial, y la banda sonora más estomagante de cuantas he tenido ocasión de escuchar. Al margen de que la historia, si es que la hay, es una puñetera mierda.

Si te la tomas en serio, te dan ganas de morirte, y si te la tomas en broma, te dan ganas de matarlos a todos. Pero, ¿de verdad esto le puede gustar a alguien que no se haya tomado una dosis XL de sustancias sicotrópicas? Fuera coñas, leed algunas críticas de la peli para constatar los efectos del LSD en estado puro. Y si buscáis un descojone total, vedla en versión original.

Válgame la risión.

Un par de buenos actores, apabullante escenario natural, lograda ambientación, hermosa música y encomiable mensaje humanista. Resultona, pero tirando a cansina. Me da pereza escribir otro par de líneas.

Obra maestra absoluta, indigenismo y todo eso. Y si estudiaste en los Jesuitas, hasta puede que se te salten las lágrimas. Habrá que preguntar a Arzalluz, porque no es mi caso.

Pues vale. Pero a mí me parece puro academicismo con menos alma que los malvados peninsulares.

Uno de los componentes esenciales de toda película de espías que se precie es la inverosimilitud del argumento, ejemplificado a través de constantes golpes de efecto narrativos cuyo objetivo es que nos demos cuenta de un par de cosas: a) de lo listos que son los guionistas, y b) de lo lerdos que somos el gremio de los espectadores. No hay que olvidar que el mundo entero está en juego, como mandan los cánones.

Otro ingrediente que no puede faltar es la escenificación de todo tipo de acrobacias físicas y despliegues tecnológicos que hacen que la ley de la gravedad o el sentido común más básico queden desplazados a la categoría de chorradilla sin importancia. En tercer lugar, debe haber muchos, muchos tiros; aquí hay para regalar. Por último, se precisa una estrella con todas las puntas; en este caso no es 007 sino la Jolie. Jolines con la Jolie, la verdad es que la chica se lo curra y casi con cualquier otra actriz esto no hubiera sido lo mismo –que es más bien nada- ni, sobre todo, hubiera recaudado ni una parte de lo que se va a llevar este invento.

Pues eso, mucho dinero, todos los tópicos del género metidos con calzador, entretenimiento fácil y olvidable y, si te pone Angelina, a disfrutar, que sale guapetona. Al fin y al cabo es de Noyce. Lo que empieza a ser preocupante es lo de Schreiber: actúa como el mismísimo Frankenstein; el de los costurones, no Víctor.

Hawai es un maravilloso archipiélago situado en medio del Pacífico que algún día espero visitar. Hasta entonces, me tendré que conformar con los impactantes parajes que del relieve hawaiano nos muestra esta película. Es lo único que merece la pena.

Se supone que es una de intriga con psycho-killer incluido que hace que te comas las uñas de angustia mientras permaneces pegado a la pantalla. Pero en realidad sólo es un telefilme con un par de caras famosillas, en este caso Olyphant y la Jovovich, de los cuales no sabría decir quien está más espantoso en sus de por sí horripilantes personajes. Lo cierto es que se trata de una peli que empieza lento, lento, confundiendo la preparación del climax con un documental para el Club Disney, y luego se acelera a lo tonto y a lo bobo, porque imagino que todo el equipo estaba muriéndose de aburrimiento o tal vez porque a la productora ya le olía a chamusquina tanto gasto injustificado.

Eso sí, de por medio, y por si nos hubiéramos quedado dormidos, o por si fuésemos tan cortos de luces como el departamento de guión, nos endilgan un kilométrico flashback explicativo –en blanco y negro y con pantalla dividida, que es mucho más artístico- para que nos enteremos de quién es el malo.

El desenlace es inenarrable. Otra boñiguita más en la larga lista de ñordos de Miss Resident Evil.

Es la segunda vez que la veo, en esta ocasión, en V.O. La primera, simplemente me gustó y esperaba disfrutarla más ahora. Sin embargo, la sensación ha sido casi idéntica. Las voces originales dan más credibilidad a la historia, a pesar de tratarse de una narración a medio camino entre el cuento moral y el drama jurídico-social. Temas como el racismo o los prejuicios grupales se tratan de modo encomiable, Peck hace una gran interpretación y los diálogos son sobrios y certeros.

No obstante, la película casi nunca llega a emocionarme –con excepción de la secuencia en la que todos los negros se ponen en pie- tal vez porque trata el asunto con un distanciamiento que en mi caso se traduce en frialdad. La introducción infantil se me antoja demasiado larga y algunos pasajes judiciales me parecen pasados de ampulosidad. Tampoco acabo de creerme al personaje principal, un improbable abogado guardián de la ley y la moral, que en un condado racista y ultraconservador representa un elemento totalmente anacrónico. El plano en el que Atticus aparece sentado a la puerta de la prisión es una mezcla del western más tradicional y del Moisés más bíblico.

Es difícil cuestionar el mensaje que lanza la película, pero me cuesta aceptarla como obra excepcional, porque creo que se trata simplemente de una buena obra, sobrevalorada por motivos emocionales. Que por otra parte son los que yo más tengo en cuenta. A ver si a la tercera es la rrrefinitiva.