En un poblacho perdido en el culo de los Estados Unidos hay un grupo de niños y adolescentes tarados que profesan el culto a la mazorca y ejecutan a todo mayor de 19 años, como mandan los cánones. A lo tonto, a lo tonto, un buen día la parejita protagonista se deja caer por tan pintoresco paraje y, claro, la chiquillería, aficionada al ketchup y la hoja afilada, deciden afeitarlos en seco. La verdad es que los acólitos de la palomita en ciernes dan más risa que otra cosa, si acaso, pueden provocar una inocente y pasajera cagalera. Más o menos como la filmografía de Kiersch. No sé cómo la Hamilton pudo recalar en ‘Terminator’ después de este episodio, pero ni ella es consciente de la suerte que tuvo, porque semejante peliculita puede hundir la carrera del más pintado. Y es que, hasta los inocentes granos amarillos pueden desencadenar la tragedia.

Demoledora comedia cargada de mala leche que, a un ritmo frenético, denuncia algunos de los aspectos menos saludables de la profesión periodística, y, de paso, de la política y de la condición humana en general: interés económico, amoralidad, engaño, hipocresía, traición, deshumanización, corrupción… Grant encarna en Walter Burns todos esos ‘valores’ con una bonita sonrisa y traje de diseño, pero en realidad su simpatía no esconde más que egoísmo y ambición, al precio que sea. Podemos ponerle la cara del magnate de la comunicación o del director de periódico que queramos. Ellos también darán el tipo. Russell le secunda a la perfección dando vida a la impetuosa y supuestamente íntegra Hildy, que en realidad es tan indeseable como su exmarido.

Aunque entre chistes y chascarrillos, algunos magistrales, Hawks hace una de las críticas más despiadadas del mundo de la información, maquillándola con una historia de amor de fondo. Hace reír, sin duda, pero si se analiza fríamente, a uno le dan ganas de echarse a llorar, sobre todo al darse cuenta de que cuanto se denuncia sigue tan vigente en los medios de manipulación de masas actuales, que incluso se queda corto. Junto con ‘El gran carnaval’ de Wilder, la mejor diatriba contra la espectacularización de la noticia que he visto. Quizá resulte algo sobrecargada, demasiado teatral en determinados momentos, pero son cuestiones menores. Por cierto, me gusta bastante más que la versión que hiciera el bueno de Billy del original de Hetch y McArthur.

Raimi no aprendió a hacer una película hasta que se encargó de ‘Un plan sencillo’, lo que sin duda le valió buena parte de los galones para hacerse cargo de la serie protagonizada por el simpático (es un decir) Peter Parker. Algunas de las anteriores, como ‘Posesión infernal’ eran cutrecillas pero tenían un pasar. ‘Darkman’ pertenece a esa etapa de aprendizaje, a comienzos de los noventa, cuando tampoco Neeson era un verdadero actor, cuando en las películas de acción no importaba mucho ni el guión ni los personajes, porque sólo se buscaba el fuego de artificio y el tiroteo gratuito. ‘Darkman’ se ajusta a la perfección a ese modelo.

Porque la película, que ya tiene un inicio que da que pensar, pierde enseguida el poco interés que anuncia. Las situaciones están muy mal resueltas, los personajes y algunas de sus frasecitas harían ponerse como un tomate al más pintado, y aunque algunas secuencias de acción tienen un mérito indudable, como la persecución en helicóptero, la verdad es que el numerito final en el rascacielos es lo más parecido al ‘Gran Prix’ que he visto en el cine, solo que, afortunadamente, sin Ramón García y sin la vaquilla.

Hay una cosa graciosísima, como que el protagonista, además de ser capaz de reproducir las caras de otros individuos, también reproduce su tamaño y, lo más acojonante, el vestuario que llevan en cada momento. Lo flipo. La película es malilla, para qué vamos a engañarnos.

Como de Haneke he visto cosas muy buenas, quiero decir que me han gustado mucho, que para mí es lo mismo, voy a darle un voto de confianza. El austriaco es un director ladino, que gusta de jugar con el espectador. También es un pedante, por qué no reconocerlo, y un poco prepotente, lo que puede molestar a algunos, a mí entre ellos, en determinados momentos. Con él, como con Lynch (son evidentes los paralelismos de ‘Escondido’ con ‘Carretera perdida’), siempre te queda la duda de estar ante una obra sublime o frente a una tomadura de pelo.

Tengo que admitir que, en esta ocasión, estoy más cercano a la segunda opción, porque tras el desconcertante final he tenido la sensación de ser objeto de una pesada broma. Algunos dicen que se trata de un juego de muñecas rusas que Haneke plantea a tres niveles, personajes cautivos de una trama, director omnisciente y juguetón y espectador más o menos partícipe de semejante puzle. La verdad es que me ha pillado en un buen día, supongo que de otro modo muy posiblemente hubiese despotricado contra esta obra.

Lo que tengo claro es que no me ha entusiasmado, ni mucho menos, y que buena parte de los mejores momentos de la película se deben al genio interpretativo de Auteuil, por un lado, y a que el planteamiento angustia cotidiana/terror irracional el director lo maneja a las mil maravillas. Pero comprendo perfectamente a aquellos que se han sentido estafados viendo ‘Caché’.

Sólo de pensar que estuve tentado de pagar por ver esta purrela, hace que se me ponga la carne de gallina. Esta revisión friki de ‘E.T’ en clave de comedia no es más que una sucesión de situaciones estúpidas sin la menor gracia protagonizada por un alienígena cabezón, porrero y con vocabulario de camionero, y dos anormales británicos de gira turística por los States. Al trío se añaden una imbécil loca por zumbar, el padre de ésta y, por supuesto, un comando de lerdos agentes federales a la caza del muñequito parlante, capitaneados por el insufrible Bateman.

Tiene menos gracia que ‘Men in Black’, que ya es decir, y es muchísimo menos entretenida. No hay historia, los diálogos son de vergüenza ajena y los tópicos que baraja son tantos y están tan mal ensamblados que el resultado final es de juzgado de guardia.

- "Además de una comedia simplemente desternillante, un brillante ejercicio antinostálgico en la línea del último (también viajero y fantástico) Woody Allen”.

- "Una extraña mezcla de frikismo ilustrado y comedia loca”.

- "Pegg, Frost y Mottola dotan a la cinta de un gran sentido del humor, algún momento muy hollywoodiense en cuanto a espectáculo y una curiosa mezcla entre ternura y cítrica ironía”.

Quedaros con la opinión que queráis, pero ya estáis advertidos.

¿De verdad esta mierda le gusta a la gente? Voy a empezar a creer en las abducciones colectivas. Definitivamente, nos merecemos la extinción como especie.

Hubo un tiempo en que el simple hecho de que una película estuviera dirigida por una mujer alcanzaba casi la categoría de obra maestra, aunque fuera una medianía. Ahí están los ejemplos de la propia Bigelow o de la presuntuosa Campion. Ese tiempo parece que no ha pasado, porque la floja ‘En tierra hostil’, de esta misma directora, cosechó un notable éxito de público junto con unos cuantos óscars hace muy poco. Pues muy bien. Me importa un pito si quien está tras la cámara es hombre o mujer, feo o guapo, del Madrid o del Barça, de izquierdas o de derechas o si le cantan los pies. Me interesan –o no- sus películas por sí mismas. Y esta no es una de ellas.

La trama gira en torno a la absurda premisa de que, una mujer policía, el día de su debut por las calles de la Gran Manzana, agujerea a un delincuente que está atracando un supermercado. Como no se encuentra el arma, es abroncada y relevada del servicio por sus superiores. Maldita novata, y encima, mujer.

La cosa hubiese tenido un pase si no hubiera habido testigos, pero resulta que en el atraco hay media docena de clientes con los huevos de corbata. Además, parece que a nadie se le ocurre que el arma, al salir disparado el atracador al otro lado del escaparate –en un absurdo alarde efectista-, hubiera podido caer en manos de cualquiera que pasaba por allí, por ejemplo. Pues bien, la pistola se la agencia una de las víctimas del atraco, que resulta ser un bróker psicópata que, para más inri, se lía con la protagonista, a la que a partir de ese momento empieza a hacer la vida imposible. La relación entre víctima y victimario es, sencillamente, delirante.

Historia improbable, realización rutinaria y bastante poco talento, al menos no más del que puede encontrarse en miles de películas de temática policíaca. Sólo para aquellos a los que se les hace el culo gaseosa con la Curtis.

Un nuevo ejemplo de la insulsa filmografía de Badham y al tiempo una de las primeras apariciones de Broderick, casi adolescente, que tampoco es que sea la quintaesencia de la interpretación. La trama es bastante ingenua e inverosímil, pero está contada con cierta habilidad y, pese a lo ridículo de algunos personajes, como el tal Falken, que parece un tarado en viaje astral y no un brillante informático, la cosa termina por aguantarse.

Lo que en los ochenta parecía la bomba –recuerdo estar sentado en el cine, alucinado por las pantallas en las que se describían las trayectorias de los misiles-, ahora ha sucumbido ante la increíble evolución de la tecnología. Un filme blando y familiar, anticuado pero digno.

Para quitarme el mal sabor de boca que me ha dejado ‘Dos en la carretera’, he decidido reconciliarme con Donen y enchufarme su obra maestra, ‘Cantando bajo la lluvia’, para volver a disfrutar de su sentido del humor, de su dinamismo, frescura y geniales números musicales.

La puesta en escena sigue siendo apabullante, las coreografías no han perdido un ápice de fuerza y la absurdidad que por definición presenta cualquier película del género musical queda completamente eclipsada por la genialidad de Donen, la partitura de Brown y Freed y el estado de gracia en el que están Kelly, Reynolds, Charisse y O’Connor. Sin olvidar a la impagable Hagen, con su hilarante voz de pito.

Una de las escasísimas películas que es a un tiempo el mejor ejemplo de, al menos dos géneros distintos, en este caso el musical y la comedia. También un documento casi histórico de cine dentro de cine en el que se cuenta de forma jocosa e irrepetible el paso del mudo al sonoro, del melodrama rancio al musical vistoso. He vuelto a partirme de risa con el numerito del micrófono y a tararear cada una de sus canciones. Tiene casi 60 años pero parece más moderna que la mayoría de estrenos.

Una de esas que hay que volver a ver cada cierto tiempo porque es un chute de ALEGRÍA.

Hay cosas que nunca he entendido. Una de ellas es que Audrey Hepburn se haya convertido en un icono internacional. Como actriz nunca anduvo sobrada, y como mujer siempre me pareció una hortera de campeonato. Uno de los aspectos a tener en cuenta es que fue ensalzada por uno de los mayores gilipollas del siglo XX, el insufrible Warhol (por cierto, no os perdáis la opinión de MrPenguin sobre ‘El chico que desayunaba aire’; lo clavas, tío). Pero bueno, sólo es mi opinión. Otro arcano para mí indescifrable es la admiración que levanta esta película entre el público, aunque supongo que sólo entre cierto sector del público. ‘Cantando bajo la lluvia’ es una de mis películas favoritas; sólo por ella Donen se merecería un puesto de honor en esto del fotograma. Otras de sus obras no me han gustado tanto, ni mucho menos, en especial fuera del género musical. Pero ninguna me ha provocado tanta indiferencia.

No me interesa para nada la peripecia de este matrimonio chic-snob, uno de los que menos química rezuma de cuantos he visto en una pantalla. Una sucesión de poses absurdas y frases hechas para lucimiento de la estrella femenina que, como veo por las críticas, embelesa a sus incondicionales, pero que a quienes no profesamos el culto al mito Audrey, nos trae al pairo. Me resulta sorprendente que alguien pueda identificarse con lo que cuenta la película, con sus personajes y ridículamente cursis situaciones.

En esta ocasión, suscribo al crítico Ocaña: ‘Análisis de la institución matrimonial con el peculiar estilo de Donen’, que yo, libremente interpreto como ‘esto es un truño infumable, pero como Donen y Hepburn son dioses y yo un crítico reconocido, me voy a morder la lengua’. Puesto que yo soy un pelamanillas anónimo me tomo la libertad de ponerla a parir, con toda sinceridad. Una de las mayores decepciones que he visto y una de las cintas más anodinas que conozco. Sólo para fans incondicionales de Miss Fashion Victim. Dos horas perdidas.

Hala, maj@s, ya podéis empezar a darle al no.

Esta mañana ha venido a casa un sobrino de 7 años. Cosas de las vacaciones. Me ha pedido que le pusiera una de esas pelis chulis que tengo en esos discos duros a reventar. La criatura está en la edad, le van las de superhéroes, monstruitos, animación y esas cosas. Aprovechando que nunca me había atrevido con ella, y aun a riesgo de perder el saludo de mi entrañable visitante, le propuse ver ‘Independence Day’. Le dije que salían unos marcianos muy malos que querían exterminar a los humanos, que había muchos tiros y que salía el príncipe de Bel Air, serie que, por algún extraño motivo, conoce y disfruta.

La primera media hora ha sido casi letal para el niño; el pobre aún no ha desarrollado defensas psicológicas contra depende qué engendros. Pero a partir del primer misilazo y de la aparición en escena del bueno de Smith, el chico ha empezado a disfrutar de lo lindo. Se ha puesto casi frenético. Yo me he consolado pensando que, cuando tenía su edad, me gustaban cosas como ‘Orzowei’ o ‘La frontera azul’, así que no le culpo de nada.

Por mi parte, mantener el núcleo familiar en armonía ha sido lo único que me ha insuflado fuerzas para aguantarla. Entiendo perfectamente que esto lo disfrute un público infantil, o incluso adolescente, pero me preocupa que un espectador supuestamente adulto se tome en serio este canto a la estulticia de proporciones siderales. Uno puede disfrutar con cualquier cosa, todo el mundo es libre de tener sus gustos, pero hablar de emoción, sentido épico o valores morales en este truño es tener el dial completamente fuera de onda. Hace quince años comprendo que impactase su espectacularidad, pero hoy día las explosiones y las destrucciones masivas no creo que impresionen ya a nadie. Obviando algunos aspectos visuales, es una de las películas más bochornosas que he visto. La peor de cuantas he tragado de Emmerich, que no es Orson Welles, precisamente.

Bueno, como parece que después de tanto mono sigo con algo de mono, y también es cierto que tengo un punto masoca, he decidido enchufarme otra de primates que tampoco me había gustado nada cuando tuve ocasión de padecerla, hace ya algunos años. A veces, con el tiempo, uno cambia de opinión; pero no ha sido el caso.

Veo que es una película celebrada, casi orgásmica, a juzgar por las opiniones de la mayoría de foreros. Me parece que voy a caer en la apostasía, porque, como casi todo lo de Gilliam, me parece una porquería. Porque no tiene ni pies ni cabeza, porque es un batiburrillo informe e intelectualoide, porque no me creo ni a la Stowe, ni a Bruce, ni a Brad, ni a Plumer, ni a su p… madre. Porque me parece un galimatías que juega a ‘qué inteligente es plantear algo incomprensible, soy una mente superior y esto es una obra de arte’. En plan ‘Matrix’, otro truño descomunal, con dos cojones.

Los desbarres del antiguo miembro de los Python, otro misterio sin resolver, a veces son llevaderos. A lo mejor luego me pongo ‘El rey pescador’, que de esa sí tengo buen recuerdo. Pero en general, Gilliam es un pedante insoportable que se mea en la cara del espectador. Lo curioso es que buena parte de la concurrencia lo agradece. Bueno, la lluvia dorada es perfectamente respetable, no es ironía. Yo no quiero probar, por si me engancho. Lo que tengo claro es que no me gusta que me tomen por idiota, que es la sensación que tengo cuando veo esta película. Seguramente estaré equivocado, porque no fui a Harvard, ni siquiera a un colegio de pago, pero lo cierto es que, en el campo de la opinión, que es en el que nos movemos, los pareceres de los demás deben importar bastante poco. Puede sonar a soberbio, pero es lo que pensamos todos; o lo que deberíamos pensar, de lo contrario no nos molestaríamos en escribir cuatro chorradas cada vez que vemos una película. Para aplaudir o abuchear porque sí ya están los bobos sin criterio.

Estoy contigo, Sines.

Y para cerrar las jornadas simias de este atípico verano del 2011, voy a terminar con una que ya me pareció una bazofia cuando la vi en el cine, opinión que he vuelto a confirmar hace unos instantes. Al margen de la atractiva escenografía e impresionantes caracterizaciones, elementos en los que nunca defrauda el bueno de Tim, lo demás es un cúmulo de despropósitos, desde la construcción de personajes a la elección del protagonista. Comparar a Taylor con Davidson suena a chiste; tanto como comparar a Heston con Wahlberg.

Burton parece tomarse la cosa a coña, exagerando los movimientos simiescos, los gruñidos y las salidas de tono tan habituales en casi todas sus películas. Lo que en la versión original era una amarga reflexión sobre la raza humana, aquí se convierte en una especie de opereta poblada por gorilas, chimpancés, orangutanes y humanos a cual más ridículo. Aunque nada tan sonrojante como el imposible final. Parece que Burton, además de seguir ignorando cómo se cuenta una historia, no se enteró de nada cuando vio la de Schaffner, porque supongo que la habrá visto, ¿no? En su descargo habrá que decir que, al menos, por una vez consigue que su chica, Helenita, salga realmente mona. Una pena.

Otra de las obras verdaderamente importantes no sólo dentro del género de la ciencia ficción, sino de la historia del cine. Desconozco la novela de Boulle, pero la película es bastante contundente. Desde luego, no es perfecta y comete algunos errores de bulto, como que tres astronautas estadounidenses no sean capaces de reconocer el Gran Cañón y ni las crestas del Monument Valley, aunque más delito tiene que, cayendo en medio de una masa de agua y en un planeta en el que pueden respirar a pleno pulmón, se pregunten todavía si habrá vida en el mismo. Eso es de primero de la ESO, pero en fin.

Por lo demás, las andanzas de Taylor siguen conservando casi todo su atractivo, las trabajadas caracterizaciones de los simios se mantienen convincentes y el tono apocalíptico de la obra aguanta el tipo, señal inequívoca de su solidez. Dar la vuelta al árbol evolutivo tiene su punto y que los simios acaben dominando a los humanos resulta, sin duda morboso. Viendo algunos programas de televisión, la cosa no parece tan descabellada, pero en fin. El plano final de la playa sigue siendo impactante (*). Una película cuya repercusión ha conducido a varias secuelas, precuelas y versiones, pero ninguna a su altura.

Intrigado por una opinión de Pitillo, que señalaba las similitudes entre ‘El origen del planeta de los simios’ y ‘La rebelión de los simios’, he decidido bajármela de la red e iniciar mi propia semana cinematográfica simia. Son evidentes algunos paralelismos, desde el nombre del protagonista hasta el proceso revolucionario iniciado por César. Pero tampoco creo que pueda afirmarse que la película recientemente estrenada se trata de una burda copia de aquélla. Está claro que las comparaciones técnicas ni siquiera tienen lugar, pues la película de 1972, además de modesta y no demasiado brillante, ha quedado muy anticuada en este aspecto.

‘La rebelión de los simios’ no es más que una desangelada secuela del éxito que tuvo la película de Schaffner, pero tampoco me parece tan mala obra. Aunque salga el insufrible Montalbán. Sin duda simplista y maniquea, no deja de introducir otra variante en el recientemente renovado género simio.

Una película con momentos impresionantes, pero no emotiva ni sobrecogedora. No es difícil conseguir que el espectador dé un respingo al contemplar cualquiera de las brutalidades que perpetraban los asesinos nazis en los campos de concentración. Es casi imposible no sentir que algo por dentro se te descoloca al contemplar cómo una bala revienta un cráneo impunemente o cómo se tortura a sangre viva a una persona desvalida. La ambientación es más que correcta, así como la interpretación de los actores. Pero un episodio como el que se narra creo que hubiera dado mucho más juego optando por un contenido menos explícito, resaltando la valentía del acto. La postura del director, casi documental, resta fuerza dramática a los hechos, hasta el punto de que en ocasiones se tiene la sensación de no estar asistiendo a los sufrimientos de un grupo de personas, sino a los de una especie de subhumanos ajenos a nosotros. Es lógico que los nazis, e incluso los internos del campo, acostumbrados a esa barbarie, lo viviesen hasta con frialdad, aunque no creo que sea el tono más adecuado para reflejar en una denuncia cinematográfica de esa abominación.

Una película con evidentes similitudes cuando menos estéticas con ‘I Robot’, de la que prácticamente calca algunas escenas, como el asalto a la sede de ‘Gensys’, pero cuyo guión encaja de forma bastante razonable con los antecedentes de lo que en su día contó la película de Schaffner, la mejor de la saga. A destacar la maestría técnica con la que se muestran todo tipo de monadas, en especial la gesticulación de César. No sé hasta qué punto pesa la actuación de Serkis o el mérito cabe atribuírselo a los animadores infográficos. En cualquier caso, el resultado está logradísimo.

El argumento plantea la enésima versión del científico que, tentado de alterar las leyes de la naturaleza, acaba provocando una gran catástrofe: aunque sus intenciones son las mejores, las consecuencias serán nefastas. Pese a ciertas lagunas nada banales (ver spoiler), la historia progresa con fuerza y coherencia hasta acabar en un climax que anticipa claramente una secuela en la que los simios se convertirán, sin duda, en los dueños del planeta.

Los verdaderos protagonistas son los peludos, pues los humanos, incluyendo a la pareja protagonista, son meros pretextos, tanto el amímico Franco como su media naranja-florero, la tal Pinto. Pronto te olvidas de los de carne y hueso y te metes en la piel de los chimpancés virtuales. Los mejores momentos de la película tienen lugar entre las rejas del centro en el que están recluidos, donde se produce la evolución psicológica del único protagonista, hasta que éste se convierte en el caudillo de los cuadrumanos.

Espectacular sin caer en lo grotesco, sugerente sin derivar hacia una profundidad que podría ahuyentar a muchos espectadores, Wyatt sabe moverse entre ambas posibilidades. Otro aspecto destacable es la potente banda sonora, impecable apoyo de las correrías simiescas por las calles y bosques de San Francisco.

No desentona, en absoluto, respecto al resto de la serie, a la que mejora en algunos aspectos y empeora en otros. Quizá demasiado larga, creo que lo mejor es su atractivo inicio, en plena guerra mundial, y su enérgico final. Lo peor, un exceso de personajes y el momento adolescente-mutante ‘a ver quién la tiene más larga’ que no sólo sonroja a Xavier y a Magneto. Yo también esperaba más de ellos. Por lo demás, cuenta con los mejores efectos de la saga, lo que es normal, al ser la última, y también me gusta el villano interpretado por un más que convincente Bacon, un grandísimo hijo de puta. Claramente por encima de la media dentro del género de súper héroes y, en definitiva, un buen espectáculo, que creo que es de lo que se trataba.

La simple elección de Giamati -gran actor, por otra parte- para interpretar al nefasto Juan I de Inglaterra parece ya una broma pesada: es el peor papel que le he visto, con mucha diferencia. La película es larga y aburrida, con una flojísima trama argumental pese a estar ambientada en un momento histórico harto interesante. Lo cierto es que los cimientos de la separación de poderes en Europa y en el mundo hubieran merecido un tratamiento algo más afortunado.

Esta aventura medieval se muestra como una destartalada caricatura de personajes y situaciones que la condenan desde los primeros minutos. Se salvan la puesta en escena y el empeño puesto por algunos actores, pero eso no es suficiente para remontar dos lastres insalvables: un guión pésimo y una dirección nefasta. Los destripamientos y las amputaciones hiperrealistas ya comienzan a estar más que vistos y no bastan para sostener una historia.

El engañoso título en español, ‘Templario’, no es más que una estrategia comercial, porque si se hubiera titulado ‘Estrafalario’, ‘Escapulario’ o `Balneario’, por ejemplo, la cosa no habría cambiado demasiado. Hay cosas mucho más interesantes que hacer con 7 euracos que tragarse este tormento.

Hacer teatro y registrarlo en formato cinematográfico está al alcance de cualquiera. Luego, puede ocurrir que si el invento cuenta con un elenco de actores competentes que confieren empaque a sus personajes, y además la historia es, cuando menos, interesante, el resultado final sea más o menos apetecible, como es el caso. De ahí a hablar de gran película media un abismo. Por otra parte, la consecución de situaciones extremas y de personajes al límite de forma constante, sin dar un respiro ni a intérpretes ni a espectadores, crea un hastío considerable y le resta verosimilitud al asunto.

A falta de ver ‘800 balas’ y ‘Muertos de risa’, sigo manteniendo que Alex de la Iglesia tiene un problema fundamental: no sabe contar una historia. Le ocurre algo similar a Tim Burton, cuyas películas son impecables en los aspectos visuales, pero absolutamente caóticas e inconsistentes –no siempre, pero sí a menudo- tanto desde el punto de vista narrativo como del de la solidez de muchos de sus personajes. De esta balada trompetera solo salvo los momentos previos a los créditos iniciales, con un gran Guillén Cuervo, y la reconstrucción del atentado contra Carrero. Lo demás me parece una grotesca mezcla de gore, humor negro y mal gusto que trata de amalgamar a Fellini y Berlanga con Tarantino y Peckinpah, dando como resultado una verdadera bazofia.

Hay quien quiere ver en ella una alegoría del franquismo. Pues muy bien, el que no se consuela es porque no quiere. Cualquiera que conozca un poquito de ese periodo se dará cuenta de que eso no es más que una afirmación gratuita y propagandística, que viene muy bien para vender una película que ha tenido mucho menos éxito del que sus responsables esperaban, a pesar de la mastodóntica campaña mediática con la que contó. Baste con echar un rápido vistazo a los extractos de las opiniones de los críticos patrios para darse cuenta. La verdad es que no me extraña, supongo que el, por entonces, presi de la Academia tendría cierto poder.

Entiendo que muchos de los que pagaron por ver esto se sintieran estafados y cabreados. Es lo que he sentido yo, y eso que acabo de verlo por la patilla. En cuanto a Carolina Bang… en fin, todos sabemos que está ahí por ser la chica del jefe. Nominada ¡actriz revelación en los Goya, nada menos! Cómo están las cabezas, Manolo.