El simple hecho de llevar al cine un guión basado en los relatos de Dick es bastante meritorio. De no haber caído en manos de Spielberg, con toda probabilidad el resultado hubiera sido un truño incomible. Pero ni siquiera al barbudo Midas moderno le salió una película redonda. Por lo que se refiere al continente, nada que objetar, esa atmósfera metálica plagada de artilugios variopintos, realmente transmite la sensación de estar contemplando un mundo futuro, resulta creíble. Cruise, como siempre que trabaja con Spielberg, da la talla; y está bien secundado por el resto del reparto, con el exorcista sueco a la cabeza. La factura como trhiller es también absorbente y dinámica. Pero algo no rula: no sé si es un exceso de duración, la resolución de algunas situaciones de difícil explicación en un mundo en el que la alta tecnología está por todas partes, o es que realmente la idea del escritor original tampoco acaba de atar algunos cabos sueltos. Es una de esas películas en la que esperas un desenlace a la altura de lo que has venido viendo en los minutos anteriores, pero te acaba decepcionando. Y sigo sin tener claro el auténtico porqué; incluso habiéndola visto una segunda vez. Me dejó frío en el cine, y me ha vuelto a dejar sin frío ni calor en mi casita.

La frecuente colaboración entre dos tipos tan viscerales y dados al exceso como Walsh y Cagney a menudo dio muy buenos resultados, y tal vez este sea el mejor de todos. En esta ocasión, el enano cascarrabias encarna a un humilde buhonero que, primero por simple compromiso humano y acto seguido por pura ambición personal, pasa de ser un simpático héroe local, a convertirse en un político sin escrúpulos, cada vez más ambicioso, capaz de pasarse los principios de la democracia por el forro de la entrepierna. Esta película constituye el mejor acercamiento que he visto al populismo político y a las corruptelas que lleva aparejadas la actividad política. Cagney está genial, porque, a pesar de interpretar a un individuo éticamente repulsivo, es capaz de ganar tanto a sus conciudadanos como a los espectadores. Sorprende la enorme vigencia que conserva la película, sencillamente porque es muy buena. Muchos políticos actuales, tan corruptos como el personaje de Cagney, deberían echarle una ojeada a esto, para que, al menos, entendieran lo que significa la palabra carisma.

Sin duda, la peor de las tres entregas que por el momento componen la saga de Peter Parker, ese velado icono gay al que encarna Tobey Maguire. Los efectos especiales son magníficos, qué duda cabe, pero la película se alarga demasiado, los personajes, en especial los villanos, son tirando a flojillos, y, por si fuera poco, se incluyen algunos pasajes patéticos, como la conversión del fotógrafo del Globe en un lamentable remedo de Tony Manero. Kristen Dunst pone todo el rato cara de acojone, pero no porque esté colgada de un precipicio, sino porque no sabe cómo se ha metido en una película tan descabellada. Visualmente impactante, y también entretenidilla, pero nada más. Sólo faltaría que con semejante presupuesto y un público ganado de antemano, ni siquiera hubiera dado resultado en taquilla.

Hay películas flojas –malas- que, recurriendo a los golpes de efecto, consiguen sacar al espectador de la desidia. Otras, pese a ser previsibles y no arriesgar nada, están construidas con tal corrección que, aunque no se conservan en la retina, hacen pasar un rato llevadero. En ninguna de las dos categorías se encuadra este “Expediente 39”, un sucedáneo del ya sucedáneo que era “The Ring”. En aquella, la niña protagonista daba mucho más miedo y la Watts confería a su papel bastante más enjundia que la Zellweger, que parece atacada de un prolongado episodio hemorroidal. Ni siquiera hay sustos, y la historia de la niña adoptada por la protagonista es más ortopédica que los andares de C3PO.

En previsión de que fuera un truño telúrico, cuando la estrenaron este verano me abstuve de soltar la guita, en espera de poder descargarla de la red. Acabo de hacerlo, acabo de verla… y de padecerla. Si algún día me decido a inaugurar esa lista de FA titulada “Películas malas que me gustan”, probablemente incluya la primera parte, pues la verdad es que me hizo pasar un rato de lo más entretenido. Pero esta segunda entrega carece de la principal virtud de su antecesora, la capacidad de entretener, y ofrece, exponencialmente hipertrofiados, todos sus defectos: guión endeble, diálogos patéticos, personajes lamentables y tres millones de mamporros y explosiones. Además, se hace interminable, hasta el punto de llegar a ponerle a uno de muy mala leche. Con decir que lo más reseñable son los cataplines del decepticon…

No me resisto a cerrar estas líneas sin un sentido recuerdo a John Turturro, otrora alter ego de inefables personajes como Jesús Quintana o Bernie Bernbaum. Descanse en paz.

A menudo se achaca a algunas películas un excesivo tono documental para ilustrar hechos acontecidos en la realidad. En esta ocasión ocurre todo lo contrario. El momento en el que más cerca ha estado el planeta de una hecatombe nuclear, que sepamos, hubiese requerido de más documentación, más material de archivo y de una estética más próxima a la obra grave y densa que a esta especie de telefilme de lucimiento para algunos actores. Por otro lado, el guión parece concebido para glorificar la figura de los Kennedy, que han pasado sorprendentemente a la historia como grandes estadistas, cuando su labor, sobre todo en política exterior, no resiste ni el análisis más benévolo. Son uno de los mejores ejemplos que ilustran aquel dicho de “más vale caer en gracia que ser gracioso”. La película se hace demasiado larga y en ningún momento es capaz de transmitir la angustiosa situación que vivió el mundo en aquellos interminables –como la película- trece días.

Lo que me pareció cuando la vi en el cine, en un ya lejano 2004: una película coral, emotiva, que ilustra con talento y vigor las tortuosas relaciones a las que se ven sometidas los habitantes de una megaciudad como Los Ángeles. Me sorprendió la solvencia de algunos actores que eran, o bien perfectos desconocidos, o bien estrellitas del papel couché que por fin hacían una buena interpretación; y el modo en que Haggis había sabido engarzar las peripecias de tan variopintos tipos humanos.

Lo que acaba de parecerme, ahora que la he revisado, a eso de las 22:00 de hoy mismo: una de las películas más efectistas –y eficaces-, manipuladoras y tramposas que recuerdo. Algunos personajes me resultan imposibles. Su cometido exclusivo parece ser estar al servicio de una tesis que todavía no tengo muy claro en qué consiste. Los roles de Howard, Phillippe, el cerrajero y el tendero persa, muy en especial, me parecen demenciales, con un comportamiento que solo puede justificarse para hipertrofiar la locura que supone vivir en una urbe tan compleja como la californiana. El racismo, el melting pot, y todo el rollo que queramos echarle. Pero si uno se pone a analizar sus motivaciones, sus frases, sus contextos, la cosa estalla por los aires. Me ha parecido hasta morbosa.

Como decía el lobo, hay que joderse, cómo ha cambiado el cuento. Al menos para mí.

De un tipo como Mann, que ha dado sobradas muestras, no diré que de genialidad, pero sí al menos de talento (“Collateral”, “Heat”) siempre se espera uno algo que vaya más allá de la mera corrección técnica. Pero es que en este caso, ni siquiera eso. “Corrupción en Miami” es una obra maestra en comparación con esta gymkana, metralleta en mano, ambientada en el Chicago de los años 30. La película no cuenta historia alguna, se trata de una simple sucesión de: me escapo, me pillan, me vuelvo a escapar. Con muchos tiros de por medio, eso sí.

Pero es que los personajes están trazados como por un adolescente novato. A pesar de encarnarlos actores reconocidos, tanto el policía como el gángster parecen meras caricaturas. En determinados momentos, las escenas resultan grotescas. Ni siquiera la acción, el teórico punto fuerte de Mann, supera lo anodino. No sé si ha tratado de mantener el encanto de una de gángsters de aquellos años en el siglo XXI, pero yo creo que se le ha extraviado una X y le ha salido una película del siglo XI, por lo rudimentaria y torpe. Comparar esto con "Scarface", "Al rojo vivo", o "Los violentos años veinte" suena a tomadura de pelo. Una pena.

Yo no sé qué se fuman estos críticos patrios y foráneos.

No es que me haya entusiasmado, porque no soy yo muy afín al rollo hiphopero. Pero a pesar de ello y de que la película peca de un tremendismo un tanto exagerado, lo cierto es que las andanzas del Langui me resultan mucho más creíbles que las sobrevaloradísimas obras de León de Aranoa, cuya supuesta carga social se me antoja más artificial que la cojera de House. Una película pequeña y humilde, que no es perfecta, pero que desprende cierta autenticidad.

Esto debe de ser algo así como el paradigma del actual cine independiente australiano, protagonizado, eso sí, por mega estrellas como la Blanchett y Neill. La verdad es que ambos se apartan de los papeles que suelen interpretar: ella encarna a una antigua yonqui semi-desenganchada y asqueada de su propia vida, y él –en un papel más bien secundario-, a una especie de chulo-mafioso-homosexual con cara de muy pocos amigos. Otros personajes, igualmente marginales y/o amargados acaban de componer el séquito fílmico.

Se trata de una de esas pelis en las que los drogatas son mostrados como una especie de pobres víctimas de la sociedad, como si la responsabilidad individual y el sentido común no valieran un ñordo. Típico planteamiento cómodo y guay del Paraguay, que es lo que se lleva en los últimos años. Yo prefiero las pelis que afrontan el tema de la droga con mucha más lucidez y honestidad, como “Martín Hache”, por ejemplo. Estos viajes de diseño con apariencia artesana y supuestos análisis sociológicos me interesan bastante poco. Tampoco falta el toque arcádico en armonía con la naturaleza, que Australia es una isla mu, pero que mu gorda. Y mira que la Cate me mola, pero ni por ésas.

Bienintencionada y emotiva producción protagonizada por un sacerdote que encarna al cura al que todo cristiano le gustaría tener como mentor: íntegro, honesto, profundamente creyente, pero tolerante. Y además, con poderes de sanación. Vamos, igualito que Ratzinger o Rouco Varela. Es prácticamente imposible no simpatizar con el personaje, muy bien interpretado por Jorge Marrale y perfectamente secundado por Graciela Borges. El principal problema de la historia es su tono excesivamente edulcorado, aunque contiene momentos dramáticos de gran intensidad. Y el director no puede, no sabe o no quiere, evitar caer en el tercio final en una nostalgia un tanto tontorrona. A pesar de todo, por las interpretaciones, por lo atípico del tema y por ciertos momentos aislados, merece la pena verse. Irregular, pero interesante.

A lo largo del tiempo y el espacio, todas las instituciones han estado, están y estarán en mayor o menor medida contaminadas por la corrupción. La policía norteamericana no es ninguna excepción, y mucho menos el LADP, que las historias de tantos novelistas, guionistas y directores ha inspirado. La figura del poli malo es demasiado golosa para no meterle mano, lo que ocurre es que la cosa está tan trillada que es muy difícil hacer algo sobre el tema que supere, como mucho, el listón del mero entretenimiento. Eso es lo que le ocurre a esta película. Estamos un poco hartos de ver series y películas –por si la vida real no fuera suficiente-, en las que los polis corruptos hacen todo tipo de fechorías mientras el héroe de turno trata de acabar con la lacra, a menudo saltándose todo tipo de reglas. Pues eso, el bueno de Keanu tirando de gatillo a mansalva dentro de una trama bastante poco verosímil pero que, si te la planteas como pueril entretenimiento se aguanta sin problemas. Completamente prescindible, pero tampoco resulta traumática.

Una película que no socava precisamente los cimientos de la democracia americana, pero que ilustra con dignidad un episodio bastante habitual: el menoscabo de los derechos fundamentales del individuo en aras de una supuesta Razón de Estado, a menudo bastante irracional y en los últimos tiempos alimentada por el miedo, fundado, por otra parte, al fundamentalismo terrorista islámico. Tal vez Gyllenhaal no sea el actor más adecuado para interpretar a un torturador novato, y con toda probabilidad la historia podría haber sido más ácida y atrevida. Pero no deja de ser un decoroso ejemplo de cine político, puede que de no muy alta intensidad, pero de denuncia necesaria, al fin y al cabo.

Desde el fatídico 11S, e incluso antes, el terrorismo islámico ha ofrecido un inmejorable e innumerable pretexto para los chicos de Hollywood. Con toda probabilidad, este no es el mejor acercamiento que se ha hecho al tema, pero tampoco uno de los peores. El asunto está tratado con cierta seriedad y el desarrollo de la trama, al menos, no toma al espectador por débil mental. Cuenta con actores de cierto renombre, como Daniels, Pearce o el propio Cheadle, al que considero el mayor acierto de la película. Su eterna cara de alma en pena pasada por la tostadora le va como anillo al dedo a su personaje de firme creyente en el Islam pero contrario al fundamentalismo. No se puede decir que la película sorprenda, porque resulta bastante predecible, pero se trata de un film verosímil (salvo el final, un tanto forzado), con una trama bien construida y un ritmo que elude claramente la dispersión o el aburrimiento. Recomendable, sin ser una gran película.

Hay una cosa eivdente: los actores españoles son geniales para las comedias españolas. Sobre todo si se trata de gruesas parodias que ilustran alguna cuestión de moda. La cocina de diseño hace años que se ha convertido en una especie de monserga cansina y a menudo fraudulenta, pero, qué duda cabe, da mucho juego. Junto con el de la moda, es el paraíso del esnobismo, la pretenciosidad y la gilipollez. Si mezclamos el mundillo de la alta cocina con el asunto gay, además plagado de todos los tópicos conocidos, nos encontramos con esta película. Desde luego, hay alguna frase afortunada; Cámara le saca bastante partido a su personaje pasado de vueltas; Lola Dueñas da una gran credibilidad a su rol de deborahombres cantamañanera e histérica; y Tejero sigue haciendo de portero de Desengaño 21 aunque ahora trabaje en un restaurante. Una comedia más bien burda, plagada de clichés y banalidades pero que se ve con cierta complacencia. De ahí a ser una buena película hay todo un mundo.

Una cosita que me ha irritado, y que no es la primera vez que percibo, ni en el cine ni en televisión, es ese perverso tratamiento que se hace de la “violencia de género” (quién habrá sido el tarado que bautizó el término). Si ejercer la fuerza contra otro semejante es condenable, que por supuesto lo es, deberá serlo tanto si se ejerce desde un hombre hacia una mujer, como a la inversa. ¿Alguien se imagina que las bofetadas que reparte alegremente la histérica metre las hubiese propinado un personaje masculino a una mujer? Con estas cosas no se debe bromear ni siquiera en una comedia de brocha gorda.

Supongo que a los numerosos seguidores de la saga iniciada por Wise les habrá parecido una buena actualización. Yo me enganché a las sagas galácticas cuando estrenaron “Star Wars”, un par de años antes de que viera la luz el primer largo de los acólitos de Spock, así que soy más de la tropa de la Fuerza, y todo ese rollo. Comparada con otras entregas de la serie, ésta me ha parecido más entretenida, menos filosófica y pretenciosa, pero desde luego, no es que me haya entusiasmado. Excelente puesta en escena, pero una historia con un guión tirando a absurdo, en el que las paradojas especio-temporales y las relaciones entre algunos de los personajes protagonistas dan más cante que el Festival de las Minas.

Un supuesto trhiller de qualité, y van 134.506 en los últimos tres o cuatro años, que cuenta con los ingredientes ya sabidos:

-Reparto de relumbrón, más por lo elevado de su caché que por la calidad interpretativa.
-Entramado lioso dirigido a mentes despiertas, amigas de conspiraciones laberínticas y por supuesto brillantes.
-Excelente puesta en escena, faltaría más.
-Y mensaje removedor de conciencias, siempre dentro de lo políticamente correcto.

Pues muy bien, a mí me ha parecido un rollo de cuidado salido directamente de los laboratorios de una productora cinematográfica. Afortunadamente, parece que cada vez es menor el número de espectadores que tragan el señuelo, sobre todo si sale Guarrator, que parece haberse abonado a los personajes desaliñados, tal vez porque así no necesita mantenerse en forma ni ocultar su tripona cervecera. He visto docenas de telefilmes que enganchan el doble que este truño, y con la centésima parte de presupuesto. Una tomadura de pelo. Otra.

La película resulta atípica por un puñado de aspectos:

-Es uno de los pocos ejemplos cinematográficos al que se puede calificar con propiedad como thriller sobrenatural.

-No es habitual que Rourke participe en una buena película, además bordando su interpretación como detective marginal, guarrete y atormentado.

-Tampoco es muy frecuente que De Niro, dado a la exageración, aparezca tan contenido y al tiempo inquietante como en esta peli.

-Resulta raro topar con secuencias de erotismo mórbido como las que presenta el film, en las que aparece una jovencísima y turbadora Lisa Bonet.

-Aunque en la carrera de Parker se ha repetido en varias ocasiones, no es normal que un director británico haga una recreación tan profusa y aparentemente acertada de ambientes tan típicos de la América profunda como los bajos fondos de Nueva Orleans.

A todo eso hay que sumarle una excelente fotografía de estética puerco-barroca que encaja perfectamente con una banda sonora en la que los ventiladores, puertas y ascensores juegan un papel tan importante como los acordes jazzísticos. Son los ojos del diablo. No da miedo, pero da qué pensar.

Definitivamente, Parker es un todo terreno.

Como dicen algunos foreros por ahí, mejor gastarse los cuartos en buenos guiones y no en efectos especiales, bastante ramplones, por otra parte. En lo que sí ha dado en el clavo el amigo Jackson es en lo del marketing, porque vender este bodrio como una nueva película de culto del género de la ciencia ficción es para matrícula de honor. Y que encima la mayoría de la parroquia se convenza de estar ante un nuevo “Blade Runner”, eso sí que es de aurora boreal. Y ver en este pestiño sin pies ni cabeza una alegoría del racismo y el apartheid… para eso no hay palabras. A lo mejor es que se trata de una comedia negra y no le he cogido el punto. Lo de la puesta en escena pseudo-documental es de risa, y los criterios de verosimilitud o mínima coherencia no existen ni por asomo. Pues eso, unas gambas babosas aparcan su navecita, con capacidad para un millón y medio de elementos, nada menos, encima de Johanesburgo. Atraviesan las galaxias pero tienen las mismas luces que un parapente, son millones y con armas ultra modernas, pero se dejan hacinar en un gueto. Y el protagonista…no voy a perder más tiempo en esta bazofia.

Simpática, se ve con agrado y te hace sonreír un par de veces, pero los personajes y las situaciones son demasiado tópicos. Otra virtud es su breve duración. Incluso Ladoire da la impresión de que ha aprendido a interpretar. Pero vamos, que no es para tirar ningún cohete.