Irregular, pero simpática, entretenida, y a ratos interesante película en torno a un cobrador del frac mafioso, educado, pero con las cosas claras, que se lanza a la busca de un maletín que por accidente ha caído en manos de un ciudadano de Chicago y su mujercita. No es para tomárselo a broma, porque en el dichoso maletín hay más de 600 de los grandes. Bean le da aire al personaje y la pareja protagonista, integrada por el bueno de Thor, mucho menos cachas que ahora, y una tal Victoria Profeta, no desentonan en un thriller modesto pero resultón. A buen seguro que tanto la Profeta como el director, otro debutante, van a protagonizar en breve nuevos proyectos. Se olvida tan pronto se ha visto, pero se digiere sin efectos secundarios.

Otra de esas películas en las que no sintonizo con la mayoría de la gente. Me dice poca cosa. No cabe duda de que presenta a un puñado de personajes con los que resulta muy fácil empatizar, que Nicholson se luce en el papel que le catapultó de forma definitiva a la fama, que en el manicomio aparecen algunos de los actores que nos han acompañado en multitud de filmes hasta hoy, entonces perfectos desconocidos (Lloyd, DeVto, Dourif). No es menos cierto que la enfermera interpretada por Louise Fletcher es antipática, odiosa; o que el final sigue mostrándose sorprendente.

Pero no me acabo de creer la historia, Forman no me transmite la sensación de angustia y opresión que creo que la situación requiere. Además, la encuentro demasiado larga y considero que Nicholson tiene un excesivo protagonismo. Creo que, como toda película de culto, está sobrevalorada.

Carece de la mínima profundidad que un personaje que sea digno de tal nombre requiere y del ritmo frenético e irracional propio de una película de la factoría del cómic. Suele pasar que cuando se quiere contentar a todo el mundo se acaba defraudando de forma rotunda. Es lo que le pasa a este Thor, endeble, confuso, aburrido y sin alma. El protagonista es el menos carismático, con diferencia, de cuantos han encarnado a un héroe de la Marvel, mientras que actores consagrados y competentes como Portman, Hopkins o Skarsgard se arrastran por un puñado de dólares. Ni siquiera los efectos especiales o el diseño de producción son destacables.

Me cuesta creer, sinceramente, que esto vaya a tener secuelas; de lo que no tengo ninguna duda es de que el bueno de Kenneth no estará al otro lado de la cámara.

Una película que va ganando consistencia a medida que avanza el metraje, que empieza francamente floja, sin mayor atractivo que contemplar a unos Penn, Cage y McGovern casi adolescentes, pero que va ganando en intensidad y sensibilidad, con escenas reseñables como el encuentro amoroso en el lago o la partida de billar. No es que sea una gran obra, pero se ve con agrado y, aunque bastante poco arriesgada, cumple como drama romántico de baja intensidad. Por cierto, sale un jovencísimo Michael Madsen que luce un sorprendente parecido al gran (músico, que no actor) Elvis. Incluso el despistado de Cage tiene un pase.

Eso sí, el doblaje es de antes de la guerra.

Enésimo ejemplo de cine judicial con reparto de relumbrón y giros argumentales efectistas aunque harto inverosímiles. La justicia corrompida, la injusticia vengada y el histrionismo a uno y otro lado del estrado siempre han dado mucho juego en esto del cine. La película parte de un supuesto bastante improbable, al menos en Estados Unidos: responsabilizar a un fabricante de armamento del crimen que ha cometido un pirado con una de las armas producidas por aquel. Es como si al último que se ha liado a cuchilladas con su mujer le exoneraran de la culpa y se la cargaran a la marca del cuchillo. Confundir la responsabilidad penal individual con la animadversión hacia la posesión de armas, amparada por la segunda enmienda de la constitución estadounidense, puede lubricar a más de uno, pero se sale de cualquier pretensión de verosimilitud. Al igual que el modo en que Cusack y Weisz son capaces de colarse en el entramado legal que describe la película. Hackman está especialmente irritante y Hoffman no parece terminar de creerse su papel.

Puro trampantojo para alimentar la vana ilusión de que en el mundo puede haber justicia, aunque todos sabemos que, en Estados Unidos y en el antiguo área de la peseta, como en el resto del mundo, la Justicia es el estamento más corrupto desde que el mundo es mundo. Por una sencilla razón: la ley no se aplica, sino que se interpreta.

Los Estados Unidos se han destacado, como cualquier país, por un conjunto de virtudes y una serie de defectos. Entre los primeros señalaría su capacidad para embaucar a la concurrencia, para dar gato por liebre. Y eso, en verdad, es una gran virtud sin la cual difícilmente hubiesen podido crecer como nación hasta convertirse en los dominadores del planeta. Porque Howard, supongo que a partir de la novela en la que está basada el film, consigue presentar como hazaña deslumbrante lo que fue un absoluto fracaso tecnológico, económico y político en el que sólo la suerte y la capacidad de improvisación –otra virtud muy norteamericana- lograron evitar una catástrofe absoluta. Catástrofe, que, por cierto, no se pudo sortear años más tarde en los transbordadores Columbia y Challenger.

A lo que no se puede sobreponer Howard es a sus evidentes limitaciones como director. Creo que a la película le sobra la media hora inicial en la que se introduce a los protagonistas y sus entornos familiares, todo muy American happy family. Y el director tampoco es capaz de superar un obstáculo en verdad difícil de franquear: que buena parte del público conoce el desenlace del asunto, al narrar la película unos hechos ocurridos en la realidad. Tampoco es que el trío astronáutico transmita el dramatismo que requiere situación tan crítica. Está bien hecha, narra una historia de supervivencia en condiciones extremas, pero yo he tenido la sensación de ver un mero entretenimiento pasado de metraje y no precisamente angustiante.

Llevadera nada más.

Demasiado tétrica, demasiado sanguinolenta, demasiado enfática, demasiada voz en off, demasiado corta y demasiado larga a la vez. Confusa, reiterativa y un tanto absurda. Buen trabajo gráfico, pero la historia no es que lo pete. Snyder, al parecer, no puede evitar ser un pelma, ya sea con historias de animación o con proyectos de carne y hueso. Pero vamos, que solo es mi opinión.

No es con los Lumière ni con Edison con quien nace el séptimo arte, sino con Méliès. En este corto de apenas quince minutos está toda la historia del cine, comprimida y larvada: la aventura, la comedia, la acción, la tecnología, el lirismo… también la ingenuidad, la experimentación, el riesgo y la locura. Un cine irrepetible que fascina y desconcierta a partes iguales. Tan fresca y sorprendente como hace más de un siglo.

Lyne es experto en productos taquilleros de carga erótica más aparente que real, poblados por primeras figuras de esto del celuloide. En este caso cuenta con Demi Moore, cuando estaba en su apogeo, y con el ya entonces madurito Redford. Harrelson completa el triángulo de la discordia. La película es una auténtica montaña rusa; sin llegar ni de lejos a alcanzar ninguna cima, transita por momentos más o menos dignos para acto seguido precipitarse en bochornosas escenitas, como la de la sonrojante clase de ciudadanía o el numerito final de la limusina.

Este director carece del talento o la sensibilidad para abordar una cuestión objetivamente interesante: el dilema que supone vender el propio cuerpo, o el de tu señora esposa, para afrontar una difícil situación económica. Pero Lyne convierte tal planteamiento en un publirreportaje de champán navideño en el que el sufrimiento de los personajes queda reducido a una ridícula pose videoclipera. El final de ‘Ghost’ es ñoño, pero verosímil y hasta bonito dentro de la trama. El de esta ‘Proposal’ es de un cursi forzado que a uno le entran ganas de llorar, pero no precisamente de emoción.

No sabría decir quien está peor de los tres, si Harrelson por su histrionismo desatado, Moore por su inexpresiva actitud, o Redford por su sempiterna cara de no saber muy bien cómo le han embaucado en este invento. Se lo digo yo ahora mismo: las estrellas consagradas también aceptan proposiciones indecentes.

Si hubiese pagado por este bodrio, yo también estaría dispuesto a ir a Los Ángeles a tirar algún que otro tiro, pero no para defender el planeta de invasores extraterrestres, sino para acribillar a aquella parte de la industria hollywoodiense que ha perpetrado semejante despropósito. No sé ni de qué va, y mira que el argumento es para cerebros mononeuronales.

No sé quiénes son los malos, tampoco quiénes son los buenos; sólo sé que son todos gilipollas. Una de las mayores sandeces que he podido ver en meses y que sólo recomendaría a alguien al que quisiera hacer una putada de las gordas. Pura bazofia desprovista de interés a mayor gloria del cuerpo de marines de los Estados Unidos de América y de supuestos valores castrenses que harían descojonarse al sargento chusquero más pintado.

Benditos seáis, chiu, chiu.

Superado el impacto visual y el fascinante diseño de las armaduras voladoras, la serie dedicada a las andanzas de Tony Stark pierde por completo el interés en esta segunda entrega. Favreau se limita a exagerar casi hasta el ridículo el tono socarrón y cínico del personajes de Downey Jr, a meter con calzador a un imposible Rourke, que aparece con la misma pinta que en ‘El luchador’, solo que con mucha menos convicción, y a presentarnos a una estilizada y acrobática Johanson como contrapunto de la estirada Patro. A Howard lo sustituye Cheadle, pero el cambio es insignificante.

También secundario parece otro pequeño aspecto: el guión. Una estupidez en toda regla que asegura, casi con certeza matemática que, de haber una tercera parte, que la habrá, será mucho mejor que esta chatarra.

Lo mejor que puede decirse de la película de Cameron es que se mantiene con vigor más de un cuarto de siglo después. Lo cual es doblemente meritorio si tenemos en cuenta que se trata de una de ciencia ficción. Sin duda, una de las obras más importantes del género, y la puesta de largo de uno de los malos más afortunados -y simples- de siempre. Pocos villanos han tenido tan clara su misión como el 101. A eso se le llama ir al grano.

Sólido guión y propuesta arriesgada para la época. La presencia de Arnie, desde luego en su mejor personaje, contribuye a crear un filme de visión obligada para los aficionados al viaje en el tiempo, la guerra nuclear y los cyborgs con software inflexible; para los amigos de esto del cine, en general. Prevalece la acción sobre planteamientos más profundos, y ahí radica su acierto. Con una estructura prácticamente idéntica a la que mostraría más tarde su afortunadísima continuación, ofrece lo que promete: entretenimiento, intriga y un hilo argumental no perfecto, pero sí sugerente.

El primer largo de Mann anticipa algunos de sus rasgos distintivos, como el gusto por las historias de dilatado metraje, los personajes irascibles y libérrimos, y la acción. Aquí cuenta con una especie de prolongación de Sonny Corleone, interpretado por el propio James Caan con bastante fortuna. El giro brutal que experimenta el protagonista en el tramo final de la narración es un notable golpe de efecto, pero queda deslucido por una resolución bastante peliculera, en el sentido más peyorativo del término; al fin y al cabo, Mann estaba todavía aprendiendo. La banda sonora presenta momentos afortunados, como el tema central de Tangerine Dream, pero también horrísonas y empalagosas melodías ochenteras, como el guitarreo de cierre. Con todo, un apreciable film sobre los amigos de lo ajeno, entretenido e interesante.

La presencia de Kinnear y De Niro, dos buenos actores, no bastan para que esta patochada, enésima mezcla de subgéneros terroríficos, el de ñiño poseído, al más puro estilo ‘El exorcista’, con el de enviado diabólico, en la línea de ‘La profecía’ o ‘La semilla del diablo’, remonte el vuelo. Se nota a años luz que nadie se cree lo que hace, que el guión es burdo, que la historia no progresa y que esto no es más que un vehículo publicitario del que a buen seguro sus protagonistas obtuvieron muchos más beneficios que la productora de la cinta. Mal cine de intriga, de terror o de lo que quiera que sea esto. Hay por ahí cientos de películas en las que se puede invertir una hora y media de vida mucho mejor que en ésta.

Comparto las críticas de ‘jabato jones’ o ‘the fucker’. Pero he de reconocer que la primera vez que la vi, en el cine, me gustó. Ahora he tenido una sensación, primero de frialdad y luego de incredulidad ante tal cúmulo de poses ‘poéticas’ y sensibleras. Es una de esas películas que por su temática y tratamiento, puede llegarte en un momento concreto, pero serte absolutamente indiferente, e incluso indignarte si la abordas desde la perspectiva del sentido común. Creo que el quiz de la cuestión radica en que Coixet, una pedante insoportable, plantea la historia como un drama cotidiano, cuando en realidad el guión es una adaptación (ignoro si buena o mala) de un cuento. Conociendo a la individua, supongo que no habrá sido un resbalón casual y que trató de dar gato por liebre. Quizá en lo único que no ha cambiado mi percepción en los 8 años transcurridos desde la primera vez que la vi, es que he vuelto a experimentar la sensación, en ciertos pasajes, de estar viendo una retrospectiva de las campañas publicitarias de una cosa que ni se movía, ni se notaba, ni traspasaba.

Es cierto que Polley hace una interpretación sentida, supongo que realmente se cree su personaje, se mete en su piel. Pero no es menos cierto que aceptar que una persona de 23 años reaccione como lo hace Ann ante la noticia de que le quedan unos meses de vida, con dos niñas pequeñas y una pareja de la que afirma estar enamorada, raya en la comunión con ruedas de molino. Vista hoy, la película me parece, cuando menos, un despropósito.

Si te gustan los salvajes paisajes de Alaska, los animalitos, en especial los chuchos y los lobos, y las pelis de Disney al más puro estilo familiar, es difícil que no disfrutes de esta película. Yo suscribo las dos premisas iniciales, pero abomino de la segunda, así que me voy a quedar con lo positivo. Un pasatiempo de correcta factura técnica, basado en una famosa novela de London pero con un tratamiento excesivamente blando e interpretada sin demasiada convicción, salvo por Jed, el perro-lobo estrella de la función.

Polla, chocho, culo, dar por culo, follar, mamada, tetas, paja, melones, joder y toda la retahíla de sinónimos y palabras pertenecientes a ese inagotable campo semántico que es el sexo. Ya lo cantaba Leonardo Dantés, cuyas letras en absoluto desentonarían en esta bazofia: tiene nombres mil el miembro viril. Una película minimalista en todos los aspectos, presupuesto, talento y gracia. Es particularmente lamentable que una parte del público se identifique con semejante pandilla de gañanes, a menos que se trate de individuos de ocho años o sean pajeros compulsivos. A mí ya me ha pillado muy mayor, pero si me dijeran que esto es reflejo de la juventud española de los albores del XXI, me nacionalizaría azerbaiyano, así al menos tendría la posibilidad de ganar eurovisión. El recorrido artístico que han tenido sus ‘protagonistas’ ahí está, papeles ridículos en piojosas series televisivas, porque de donde no hay no se puede sacar. Al parecer, esos engendros dan dinero porque la gente los ve. Así que igual no va a ser tan descabellada la idea de que, al menos un apreciable porcentaje de los habitantes de la piel de toro se siente representado en ellas.

Voy a ir pidiendo los papeles…

Terror de Stephen King para la tarde de un domingo de los ochenta. La banda sonora es horripilante, pero eso va con la década prodigiosa. Los efectos especiales son tirando a chapuceros, pero tampoco estamos hablando de una superproducción descomunal ni los tiempos permitían mucho más despliegue tecnológico. Los protagonistas, para ser un par de niñatos repipis, son bastante llevaderos. Además, la cosa dura apenas hora y media. Una serie B modesta, contada con corrección y muy por encima de chorradas siderales en torno a la licantropía que se han hecho mucho después, desde ‘Lobo’ hasta la insufrible saga de ‘Underworld’.

Típico film de terror con monstruitos mutantes que se desenvuelve en los túneles abandonados del suburbano, en medio de una angustiante oscuridad. No podía ser menos. Un poquito de efectos especiales, unas polillas del tamaño de un avestruz y un argumento tan absurdo como resultón. Se conoce que los mega insectos no han evolucionado sus cerebros a la par que el resto de sus órganos, porque son lo suficientemente inteligentes como para hacerse pasar por un usuario del metro, pero luego son incapaces de distinguir una inocente víctima de una farola. Cosas de los guiones.

Lo peor, el niñato medio toli, que se tenían que haber merendado en la primera secuencia; lo mejor, que siendo una bobada, carece de efectos secundarios. Me temo que no podría decirse lo mismo de sus secuelas, que ya me guardaré yo de no ver.

Dorronsoro, al igual que muchos otros directores españoles y extranjeros de los últimos tiempos, y me temo que también buena parte del público, parece confundir cine negro con el negro de la entrepierna de los protagonistas, de modo que sin unas buenas dosis de sexo de sesión fotográfica parece que la cosa no arranca. En este caso tenemos por añadidura la presencia de un icono sexual de la España del XXI, el bueno de Silvestre/Duque. Regocijaos: se le ve la chorra en un par de ocasiones, y tiene un culito que menea a placer. El chaval tiene planta, pero actuar, lo que se dice actuar, anda tan limitado de interpretación como de técnica boxística. Todo en él es ortopédico. Con mucho, el peor del reparto. El resto, una sucesión de tópicos en torno a cárceles, putas, boxeo, polis corruptos, entrenadores íntegros y poco más. Para pasar el ratillo, y gracias.

Otra de gambas.