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124 Críticas de los usuarios

Críticas de los usuarios:
10
Vender humo
Vaya obra maestra se ha sacado de la manga Matthew Weiner (guionista de Los Sopranos), con unos elementos simples pero tremendamente bien hilvanados. Es cierto, ambientada en los años 60 en el mundo de la publicidad, es ésa la excusa, la fachada tras la que se esconde toda una sucesión de turbias historias, de personajes atados a su destino, orientados hacia una tragedia griega.

Son esos personajes tan bien diseñados: Draper el genio de la publicidad, con su bella esposa, sus bellos hijos, su bella casa, y su miserable existencia. Su esposa, con su bello marido, sus bellos hijos, su bella casa, su inmensa soledad. Campbell con sus deseos de ascenso, con su exagerada codicia, con su fracaso matrimonial, con su amor inconfeso. La señorita Olsen, con sus miedos, sus incertidumbres, su pasmosa creatividad, sus problemas en un mundo de hombres.

Y así podíamos seguir con cada uno de los personajes. Todos unidos por la publicidad en momentos de expansión. Un mundo tremendamente machista, gris del humo incesante de tabaco, gris también por los deseos inconfesables. Lo que es tremendamente bello por fuera, se pudre por dentro.

Y ése deterioro se percibe capítulo a capítulo, lenta, pausadamente, cada escena se alarga un instante más para añadir pesadez a la acumulación de drama. Puede parecer aburrida, pero cuántas cosas pasan en la simple exhalación de humo.
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256 de 273 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
Siéntense, relájense y disfruten...
No se muy bien como comenzar este escrito, ya que no soy muy dado a prodigarme por las críticas, pero el caso es que cada vez que acabo un capítulo de Mad Men siento un impulso que me ha llevado a intentar explicar con palabras lo que me hace sentir dicha serie.
He llegado a la conclusión de que esta serie tiene algo; algo que hipnotiza y reconforta, pero que me resulta muy difícil de concretar; con lo que me veo en la obligación de bordear brevemente lo que engloba este relato a modo de intentar no dejarme ningún condimento de esta suculenta receta.
Comenzaré, como no, por el brillante Don Draper, este enigmático personaje que lejos de ser el protagonista perfecto, se nos antoja políticamente incorrecto, reservado, egoísta y machista, pero a la vez tan brillante, tan respetado y tan envidiado que cuando lo juntamos con su aparente seguridad de sí mismo, nos resulta cuanto menos adictivo.
No puedo dejar de mencionar el gran elenco de secundarios que nos presentan capitulo tras capítulo; cada cual más singular. La preciosa Betty, la “extrañamente” sexy Peggy, el odioso Pete Cambell junto con su tropa de pipiolos publicistas, los Sterling…en fin…
Dado que no pretendo alargar esto mucho más, concretaré rápidamente más detalles como la bellísima factura que nos ofrece Mad Men a modo de un impecable vestuario, unos escenarios cuidados al milímetro, una iluminación ostentosa (los labios de Betty te ciegan y no se contempla otra cosa mientras permanecen en pantalla) o una cámara siempre bien situada que consigue unas secuencias relajantes que te hacen digerir el capítulo lentamente, como si lo pudieses paladear, mientras disfrutas de un guión cuidado y elaborado que te muestra lo justo, lo necesario, poco a poco, como el cigarrillo Lucky que se consume lentamente y que nunca falta en las manos de ningún personaje de esta elegante historia.
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105 de 118 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
El diablo está en los detalles
Un lujazo de serie. Hazme caso y si se te presenta una tarde aburrida huye del obsceno griterío de los programas de cotilleos y de las pelis malas de sobremesa y sumérgete en la pura elegancia de esta magnífica producción.

"Mad Men" es, además de un lujoso entretenimiento visual, una narración que utiliza como catapulta dramática todo el germen del cambio social que acontece desde los últimos años 50 hasta el inicio de los convulsos 60, mostrando a una plétora de magníficos personajes inmersos en las contradicciones de la época, entre lo que realmente desean y entre lo que la sociedad dicta que deberían desear (no es casualidad que la serie se desarrolle en una agencia publicitaria). El espíritu de "Mad Men" se condensa en una sola escena: aquella en que el personaje principal, Don Draper, pregunta a su mujer que cómo podría ser infeliz teniendo todo lo que tiene: una vida de anuncio. Ella dice que no es infeliz, pero es su mirada quien nos da la auténtica respuesta. Y es que "Mad Men" está llena de personajes que luchan consciente o inconscientemente por encontrar su rol vital en un mundo cambiante.

La serie no tiene grandes intrigas ni giros muy sorprendentes y carece de cliffhangers o "continuarás" o golpes de efecto (a no ser que se considere como tales los pechámenes de la guapa Christina Hendricks): su apuesta se basa en el puro y duro conflicto dramático que además no se sirve al espectador con rotundida, sino que se devana en gran parte con miradas, comentarios de doble sentido y gestos aparentemente triviales. Como en el dicho, en "Mad Men", el diablo está en los detalles. Es, por tanto, una serie que satisface tanto a observadores de la conducta humana como a hedonistas visuales: la labor de los estilistas es como mínimo tan meritoria como la de los encargados del guión.

También es una serie para enamorarse poco a poco de los personajes, a pesar del entorno machista en que se narra la historia, no hay mujeres ni hombres floreros, todos tienen su estilo, su personalidad y su signicado en la historia. Si es por ponerle una pega, es que cuando la cámara y la historia sale de la agencia, estamos ya deseando que nos vuelvan a invitar a entrar en ella.

Si tuviera que definirla en pocas palabras, cada capítulo de 'Mad Men' es como una puerta tentadoramente abierta que conduce a una sala de la máquina del tiempo, donde por el precio de sólo cincuenta minutos se nos ofrece la posibilidad de ser testigos invisibles de una época y de un lugar totalmente fascinantes.
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75 de 79 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
IT´S TOASTED
En 1999, David Chase inauguró una serie sublime sobre unos mafiosos de Nueva Jersey, una serie a la altura de los mejores trabajos de Coppola, Scorsese o De Palma: Los Soprano. Desde entonces, en América las series superan a las películas: con el permiso de Sin perdón, Deadwood (David Milch 2004) es el mejor western que se ha hecho en décadas. Creo que ninguna película policiaca supera la colosal The Wire (David Simon 2002), pocos dramas igualan a Six Feet Under (Alan Ball 2001), y así podemos continuar con un largo etcétera de series de géneros diversos: Generation Kill, Roma, The Shield, True Blood, OZ, Carnivale, Breaking Bad, The Office, Entourage...
La nueva joya de la TV se llama Mad Men cuyo creador, Matthew Weiner, fue uno de los directores ejecutivos de Los Soprano, y se nota. Aunque no sea de HBO, cumple con todos los requisitos de las series más célebres de esta productora: pasta, buenos guiones y grandes interpretaciones.
Mad Men es adictiva, y el excelente personaje que interpreta Jon Hamm, secundado por un elenco perfecto, nos muestra el ritmo de vida de una agencia publicitaria en la NY de los 60.
Es una serie contenida, clásica y elegante, cruel e irónica. Don Draper, un director creativo brillante, nos muestra las dos caras del sueño americano: un afeitado perfecto, una camisa impecable, un café con el mejor aroma, un Lucky Strike delicioso y una esposa atractiva y encantadora... Cuando abre la puerta de casa, la vida deja de ser como en los anuncios.
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70 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
absolutamente incorrecto
hablar de políticamente correcto no tiene sentido: desconecte esa función. Machismo en estado puro. Y, perdón, pero la serie me encanta.
Por un lado es como un minucioso documental del final de los años cincuenta. Fíjense en los detalles, desde la cocina a los despachos. La ambientación es soberbia (hay mucho dinero en esta serie, se nota). Y por otro lado, los guiones son muy buenos. La historia engancha.
Para un mejor visionado aprovisiónese con lo siguiente: dos cartones de lucky, una botella de whisky de malta, una de ginebra, y otra de vodka por si acaso. Nada de refrescos: hielo. Tenga a mano un amante en las cercanías.
Que alegría que salgan series con esta calidad.
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78 de 114 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Y más televisión de calidad
Lo de la cadena americana AMC ha sido llegar y besar el santo. Un canal que se dedica a emitir películas clásicas americanas y que decidió crear ficción propia y lo hizo con esta su primera serie, así que todo un acierto por parte del canal, que ha visto cómo "Mad Men" obtenía tanto el respaldo del público como de la crítica.
Una atmósfera excelente, unos guiones magistrales y unos actores para quitarse el sombrero, pero por encima de todo destaco al grandísimo Jon Hamm interpretando al protagonista, Don Draper. Es una serie que sabe a clásico, y que merece muchísimo la pena.
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36 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Les Bons Hommes
Matthew Weiner, creador, cerebro y autor de la serie, la define como una gran ‘mega-movie’ y sencillamente los aires narrativos divagan entre la soap opera estilizada por absoluto glamour y humeada con cientos de sudorosos cigarrillos. Pero esa consciencia de culebrón laboral y personal e incluso su tentativa por el melodrama y Douglas Sirk quedan soterradas por las declaraciones e intenciones del propio Weiner. Su fuente real de inspiración fue más kubrickiana y cercana a “Les bonnes femmes” de Claude Chabrol. En esa película, como musa poliédrica del creador de la serie, los problemas de los personajes eran proporcional y aparentemente diminutos, pero existía en la misma una tensión hitchcokiana cercana al policiaco desde una aproximación realista. Realmente “Mad Men” nos habla de la tensión dramática de lo cotidiano en un ‘novedoso’ contexto histórico-social-laboral.

La serie recrea con notables libretos, recursos de guión brillantes y magníficos personajes el alejamiento que existe entre las grandes esperanzas personales y las pasibles decepciones que repica la realidad diaria. Cuánto más se distancian ambas premisas, más queda destruida el alma de la persona. “Mad Men” es la tensión de la simple y liviana realidad, personal y laboral, de almas torturadas que deben vivir dobles vidas y retener sus secretos entre la condena de la sociedad de la época. Ya hemos visto esos recursos de estilizar la simpleza de la vida haciéndola tentadora y atractiva para los espectadores. Lo hizo Alan Ball tiempo atrás con la imprescindible “A dos metros bajo tierra” donde las tramas eran tan sencillas y cercanas a los espectadores dentro de sus propias realidades, pero el guión las diseccionaba con una precisión narrativa irrepetible y sobrecogedora.

Los personajes parecen convertirse en la mentira que pretender encarnar para cubrir los numerosos vacíos que tan sólo les provocan infelicidad. Lo que son es formado por los cambios que viven en su propio alrededor, de que el contexto erosiona y moldea a las personas. Realmente esas oficinas, estilismo y decoración humana no han cambiado en nuestros días. Los techos son los mismos y el propio creador remarca el guiño en el piloto con una mosca atrapada en el interior de un gran halógeno. Tal vez el abuso de picados sea apartarnos de esa visión igualitaria de nuestra perspectiva actual y centrarnos en esas tres generaciones de hombres, mujeres y secretarias atrapados en mundo corporativo. Lo interesante de “Mad Men” es que parece rodada en la propia época que retrata, como si la misma serie propusiera una impuesta autocensura con ejemplo de fineza, sutiliza y estilismo eludiendo lo explícito. Don Draper es el producto, nosotros, su agradecida audiencia.
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27 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
La publicidad se basa en una cosa, la felicidad
Caminaba deliberadamente por aquellas oficinas mientras observaba con la mirada perdida a su alrededor. Tenía el pelo engominado y hacia atrás. Con un cigarro en una mano y en la otra una copa whisky. Eran las 9 de la mañana y tenía una sonrisa de muy malas ideas. Podíamos ver claramente sus ojos pero éramos incapaces de saber que pensaba. Su nombre era Don Draper.

Era un 19 de Julio del año 2007 y acababan de estrenar el primer capítulo de Mad Men. Lo que venía adelante era algo mucho más grandioso de lo que imaginábamos. Y tanto fue así, que ahora, de las entrañas de mis pensamientos, aún sigo dándole vueltas al final de la serie. Hay muchos aspectos a reflexionar pero lo único que se me ocurre es mirar hacia atrás y comprender hasta donde hemos llegado.

Allá en el año 2007, estábamos consumidos por la falta de calidad. Echábamos en falta series como “Roma”, “The Wire”, “Hermanos de sangre”, “El ala oeste de la Casablanca”, “A dos metros bajo tierra” y por supuesto, la aclamada y en mi opinión personal, “Los Sopranos”. La mejor serie sin duda de la historia. Nos habíamos acostumbrado a no exigirle al gremio lo que nos merecíamos. Matthew Weiner sabía muy bien esto y lo tuvo en mente mucho antes de que finalizara su trabajo como guionista en la serie “Los Sopranos”. Sus agallas y su total confianza en el proyecto le permitieron salir adelante y estrenarla aquel 19 de Julio. Si quería triunfar no dependía de estar entre las mejores de la audiencia, simplemente hacer su trabajo. Y así fue. Sin intención de ofender al resto de series, nos regaló una sonrisa. La misma con la que Don Draper se nos presentaba en el primer capítulo.

Destacar, sin ninguna duda, el impecable trabajo que hizo Janie Bryant y las demás costureras en el aspecto del vestuario. Porque si hacemos un repaso de todos y cada uno de ellas es que no hay ninguna que no merezca ser ovacionada. Tal fue su éxito, que acabó montando una tienda de ropa en pleno Nueva York sobre Mad Men. Pero esto no acaba aquí. Otro aspecto a destacar sería los escenarios. Es asombroso como han sido capaces de trasladarnos a los años 60. Es casi imposible no pensar que realmente estamos allí. Por otra parte, hay que nombrar también su banda sonora. Canciones memorables y míticas de aquellos años, escogidas meticulosamente para cada escena. Pero hay que agradecer a David Carbonara ser fiel al sonido de aquellos años, deleitándonos canciones tan memorables como “Beautiful Girls” o “Pacific Coast Highway”. Si realmente les gusta la música de ese estilo, les recomiendo que escuchen el álbum “Mad Men on the rocks”. Una maravilla.

El casting de actores es excepcional, lo mires como lo mires. Unas interpretaciones soberbias. Especialmente el de Jon Hamm. Al igual que le paso a James Gandolfini con su memorable interpretación del que parece que nació únicamente para eso, lo mismo le ocurre a Jon. Es que no llegamos a saber con claridad si es que Don Draper es Jon hamm o al revés. Pero al final, cuando realmente se trata de saber si ha sido una buena interpretación, lo único que tiene que preguntarse uno mismo es, ¿Jon Hamm volverá hacer Jon Hamm? Elisabeth Moss también está fabulosa. Lo que hace es maravilla y tiene un encanto sensual extraño y poco común. Vincent Kartheiser le vino al pego interpretar a Peter Campbell. Todos echaremos de menos sus peinados y su egoísmo. John Slattery haciendo de Roger Sterling es sublime. Siempre con su sentido de la vida tan optimista. Al igual que Christina Hendricks interpretando a Joan. La chica más sensata de toda la serie. Y mencionar por supuesto a Robert Morse y Jared Harris. Fue todo un ensueño descubrirles. El resto de actores, que son muchísimos, lo hacen muy muy bien.
Se nota por encima de todo, la enorme preproducción que hicieron y como todas las piezas encajan perfectamente. Es un único cuadro que sigue al son del ritmo la trama.

Y ahora viene lo más importante. La historia. Cuando hablamos de Mad Men, se habla de publicidad, de mujeres, de alcohol, de tabaco, de las relaciones amorosas, de los viajes, de los coches, de los negocios, de las reuniones, del egoísmo, de la mentira, de la verdad, del deber, del honor, del potencial de una imagen, de lo perdido que estamos todos, de aquellos años llenos de momentos históricos, etc… No es una serie donde hay explosiones, disparos, o por decirlo más general, mucho movimiento de acción. Pero si te puedes encontrar diálogos soberbios y giros argumentales totalmente imprevistos. Y es que esta serie por encima de todo tiene un AS como una casa. ¿A qué me refiero? Sencillamente por lo impredecible que es el transcurso de sus personajes y su trama. Es imposible saber qué demonios va a pasar. Es como la vida misma.

Pero ante todo, quiero resaltar la madre de todos los dilemas ¿Breaking Bad? o ¿Mad men? Hay que tener en cuenta antes de decir nada, dos cosas. En primer lugar, dar las gracias a la AMC por parir estas dos legendarias series. Junto a la HBO, estamos en deuda con ellos. Y en segundo, creo que no es justo menospreciar Breaking Bad y mucho menos la opiniones de los demás. Yo me he visto las dos y tampoco me voy a poner hablar de Breaking Bad y Walter White porque eso es otra crítica. Pero la diferencia entre las dos es mucha más que clara. La sinceridad. Creo que Mad Men ha sido honesta todo el rato y eso es mucho más que suficiente.

Gracias por todo.

(En Spoiler, reflexión sobre el capítulo final)
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23 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
OLD FASHIONED
- 4 partes de whisky rye, bourbon, o blended.
- 1 terrón o una cucharada sopera al ras de azúcar.
- 2 gotas de amargo (bitters) de Angostura.
- 1 golpe de agua o soda.
- 1 rodaja de naranja.
- 1 guinda al maraschino.
- 1 cáscara de limón.

Así es “Mad Men”, como el cóctel favorito de Don Draper: intensa pero sutil, con retazos ácidos de ingenio y una guinda de humor negro, dulce y distinguida en su presentación, pero con un poso de amargura que es imposible ignorar. La serie de moda, la que se lleva cada año los principales premios televisivos, esa en la que la crítica se deshace unánimemente en elogios, la única que ha conseguido llenar dignamente el vacío cualitativo que quedó tras acabar "Los Soprano". ¿Hay realmente para tanto? Pues sí.

Un mordaz retrato de la neoyorquina pijosociedad estadounidense de principios de los 60, empeñado en desmontar las idílicas estampitas del "american way of life". Centrándose en los tejemanejes profesionales y personales de la agencia de publicidad Sterling & Cooper, que sirve de reflejo y catalizador de la mentalidad de la época, conoceremos una colección de individuos, aparentemente triunfadores y pagados de sí mismo, para después ir escarbando y descubrir la carcoma de frustración que les corroe. Todo ello en un marco repleto de éxitos profesionales, infidelidades a mansalva, reflexiones existenciales, envidias, prejuicios, puñaladas traperas, denuncia soterrada del machismo imperante y más whisky y humo de Lucky Strike que en todas las pelis de Humphrey Bogart juntas.

La elegancia y el gusto de su puesta en escena es simplemente para ponerle un 10 como la copa de un pino, con una espléndida estética claramente deudora de los films de Douglas Sirk (la sombra de "Escrito sobre el viento" es alargada). Los actores, todos excelentes, destacando el carismático Don Draper (Jon Hamm), el publicista "number one" de la gran manzana y su preciosa esposa Betty (January Jones).

Draper es el gran triunfador, un genio de los comerciales capaz de venderle una nevera a un esquimal; pero tras esa fachada de perfección, de padre de familia modélico, se esconde un turbio pasado que trata de ocultar a toda costa y que le evoca irremisiblemente a la insatisfacción y el vacío interior, el cual trata de paliar a base de pasarse por la piedra una colección de zagalas de infarto. Alguien que lo tiene todo, pero no está satisfecho con nada; él es el eje y motor de la historia, el enigma a desvelar.

(Acaba en spoiler sin revelar nada)
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24 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
Coca Cola
Una serie maravillosa, de las mejores.
Una tremenda densidad informativa dentro de una narración virtuosa, brillante, muy ingeniosa.
Melodrama oscuro, ácido. Y retrato, muy profundo, hasta cruel, de una profesión, la de publicista.
En sus mejores momentos, muchos, logra atrapar, y reunir, en una misma historia todos los elementos a la vez: el suceso histórico (el asesinato de JFK o la llegada a la luna, por ejemplo), el movimiento empresarial general (continuos cambios de panorama laboral para los protagonistas, siempre al límite y al borde, el peligro de la bancarrota y la disolución, de la absorción por parte de agencias más poderosas; una encarnizada lucha de todos contra todos, una jungla atroz), la inseguridad profesional (despidos, fichajes, traiciones... ) y los terremotos personales (crisis matrimoniales, existenciales, huidas, debacles, iluminaciones, hundimientos, alucinaciones, desvíos, epifanías, amores, horrores... ); con maestría, uniéndose y alimentándose mutuamente todas las capas y temas, rimando y creciendo, explicando y descubriendo, sin respuestas definitivas, con constantes preguntas, llenas de inteligencia y verdad. Y todo ello contado con una frialdad incisiva, analítica, aligerada por un sentido del humor constante, salvaje, y por una fluidez y síntesis narrativa admirables.
Prosa feroz (las relaciones de sometimiento de los publicitarios respecto de sus ricachones clientes mostradas sin disimulos, con exactitud dolorosa, las dichosas cuentas como campo de batalla y esclavitud, todo por un puñado de dólares: una infinita gama de cafres con dinero, de brutos y desalmados, de truhanes sin escrúpulos, aprovechando su poder para comprar a estos publicistas tan desvalidos, pícaros y miserables -aunque la serie los salve finalmente, ya que los mira con piedad y cariño, a pesar de todo, de tanta ignominia y bajeza, les atribuye, por lo menos, conciencia, son capaces, unos más que otros, por supuesto, de cuestionarse sus atribuladas andanzas y poco edificantes decisiones) enriquecida por chispazos líricos audaces, por giros de guion sorprendentes y originales (escapadas, encuentros en la noche, quiebras, merodeos y fracturas a cada rato), por una obsesión, muy sana, por desterrar el lugar común y abrazar el riesgo que ilumina y plantea posibilidades imprevistas, por dar a sus personajes libertad, capacidad para perderse las veces que haga falta sin los obvios corsés de la corrección política, el sentimentalismo amañado y la moral uniformadora.
Metáfora de América, con sus valores, sueños y pesadillas. El dinero y el cambio; la falta de asideros y el abismo siempre presente, amenazante.
Creación de un personaje que excede al actor y, casi, a la obra: Don/Dick como representante, y cruce de caminos, de infinidad de asuntos y escondites; es el héroe del cine negro y el perdedor patético que siempre está en falso, un mentiroso compulsivo y un amante bandido (la serie se podría ver también como un recuento abigarrado y variado de sus mil y un polvos con todo tipo de señoritas y en todo tipo de ocasiones, el sexo como desesperación, abandono y evasión), un superviviente nato y un hombre hecho a sí mismo, nacido en la América más profunda, y sórdida y desoladora (su casa de la infancia sería un oscuro secreto, casi gótico, y un reflejo distorsionado, una imagen pesadillesca, deformada, de su futuro trabajo y vida, una antesala y un espejo esquinado; el mismo espanto con diferente fachada, terribles casas de putas las dos igualmente), y triunfador en la más reluciente y glamurosa, pasando por una guerra, una felonía y una usurpación de identidad; como salido de un anuncio (nunca mejor dicho) de colonias, de una sátira revulsiva o de un novelón del diecinueve, entre el realismo más clínico y la ficción más evasiva, del amor y lujo con reverso ominoso, o aventuras refinadas protagonizadas por sepulcros blanqueados.
Análisis de una época, la que surgió tras la Segunda Guerra Mundial, concretamente la década de los sesenta; con su revoluciones y crispaciones, llena de turbulencias y magnicidios, un millón de conflictos, de crispación política, Vietnam y el estallido hippie, de la lucha por los derechos civiles y el auge de los medios de masas (con la publicidad como mascarón de proa y símbolo del progreso y la mentira, de la superficie y la imagen, de los escapismos diseñados, manufacturados -"el amor lo inventamos publicistas como yo", dice Don en un momento dado).
También es muy rica y asimilativa, heredera tanto de la narrativa norteamericana de los cincuenta (Salinger, Cheever, Heller o Yates) como de la tradición europea ("La Divina Comedia" sale explícitamente en un capítulo y "La tierra baldía" de Eliot es citada por su creador como poderosa inspiración), con "El gran Gatsby" de fondo", además de la televisión o personajes famosos, reales, de aquella época, filtrado todo por el gran Matthew Weiner, por sus recuerdos y experiencias (las de sus padres y su misma infancia, nació en el sesenta y cinco).
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20 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Envidia, mucha envidia
Sí, a pesar de se nombre tan peculiar que uso para escribir aquí y en otros sitios hubo un tiempo en que me dedicaba a escribir series españolas. No, no conocéis ninguna porque ninguna ha llegado ningún buen puerto. En realidad, todas han derrapado en las peligrosas e imposibles curvas en que se ha convertido este rally absurdo que es la ficción española. Y no, no me he equivocado de sitio al soltar esta retahíla de crítica explícita e implícita a la tele en España. Y la razón es muy sencilla: acabo de ver el primer episodio de esta obra maestra de la pequeña pantalla americana. Y me he quedado sin palabras. Sólo me queda tener envidia, mucha envidia. Todo el ritmo, todo el diálogo, toda la átmósfera, ... He vuelto a creer y quien no me crea ya sabe dónde me encontrará: viendo Mad Men.
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36 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
Maquiavelo en Manhattan
Sonará a tópico, pero se ha acabado “Mad Men” y nos hemos quedado un poco huérfanos. Porque, totalmente de acuerdo con Enric González, de El País, “Mad Men es de lo mejor que ha ocurrido en televisión estos últimos años”.
Siendo, como es, una serie larga ―en antena desde 2007; siete temporadas, ocho si tomamos en cuenta la división de la última en dos―, apenas si sufre tramos de decaimiento, haciendo gala de una regularidad inhabitual en productos de tan prolongada exposición.
Sin ambages, “Mad Men” es una joya irrepetible, a todos los niveles. Buena parte de culpa ―bendita culpa, por cierto― recae en Matthew Weiner, el valiente ―o loco, y no quería ser juego de palabras― demiurgo al que agradecerle su maravillosa osadía, y en una nómina de guionistas cuyo mérito, una vez más coincido con Enric González, es enorme, dadas las circunstancias argumentales ―no hay en “Mad Men” crímenes por resolver, ni luchas encarnizadas por el poder (no en sus más altas esferas, al menos)― y fílmicas ―la acción brilla por su ausencia y las imágenes (preciosas) se suceden con cadencia morosa en largos planos secuencia que parecen no conducir a ningún sitio―. Y, sin embargo, la serie no da una puntada sin hilo; capaz, insisto, de mantener un vivísimo interés a lo largo de sus siete ―ocho― temporadas, y deparar sorpresa tras sorpresa incluso al espectador más cínico.
Ambientada en la triunfante, segura de sí y, por qué no decirlo ―aunque en su día no se tuviese ni un atisbo de dicha percepción―, machista sociedad norteamericana de los sesenta, su trama está atravesada por una serie de hechos históricos ―entre otros, el asesinato de Kennedy, la Guerra de Vietnam, el “Watergate” y la revolución sexual, esta última de importancia capital en el devenir de la serie y, sobre todo, el de sus personajes femeninos.
“Mad Men” es profundamente amoral ―que no inmoral, mal que pese a tanto censor cotidiano―, y ahí radica buena parte de su atractivo, dados tiempos tan biempensantes ―sofocantes, añadiría― como los que corren. “Old Nick” Maquiavelo parece encontrarse a la cabeza del cotarro, en fecundísima colaboración con el citado Weiner. Así, la vida ―igual que los negocios y, concretamente, el de la publicidad― es contemplada como una especie de “arte de lo posible” por medio de la cual remover, sortear o convertir en oportunidad de negocio cualquier obstáculo con que topemos. No cabe más moraleja. No la hay, por tanto. Cosa que se agradece sobremanera.
El diseño de producción es, sencillamente, un prodigio de verosimilitud ―casi puedes sentir los sillones de escay pegándose a los muslos de las sufridas secretarias―. Muchos diálogos, por su parte, resultan antológicos. Pero si hay algo que destaca especialmente en “Mad Men” y que, de hecho, ha entrado para siempre en el imaginario colectivo, es su inolvidable galería de personajes. Porque, pese a todo lo dicho, probablemente sea ésa la seña de identidad de la serie. La complejidad psicológica de los mismos resulta inaudita, hasta tal punto que no hay ninguno que no sea razonablemente susceptible de un “spin-off” ―recemos, por otra parte, para que tal aberración no sea llevada a término; aunque, habida cuenta del buen gusto de sus responsables, no creo que haya nada que temer al respecto―. El elenco de completos desconocidos en que se encarna ha acabado convertido en un florido ramillete de iconos, a cual más inconfundible. Así, la apabullante pelirroja Joan Harris-Christina Hendricks evoluciona desde su rol de Marilyn Monroe de la televisión moderna hasta el de respetable ―y respetada― empresaria de éxito. Peter Campbell-Vincent Kartheiser es el arribista despreciable al que, sin embargo, y como muy bien apunta Elvira Lindo, no puede ―aunque de manera bastante retorcida― no quererse. John Slattery se mete en el traje a medida del vividor irredento Roger Sterling, sumido en un Eterno Retorno de matrimonios fallidos ―algo muy americano, por cierto―. A fuerza de voluntad pura y sin mezcla, la niñita reprimida que empieza siendo Peggy Olson-Elizabeth Moss consigue abrirse paso en un mundo eminentemente masculino y patriarcal. Betty Draper, el bonito florero interpretado por January Jones, amenaza a cada instante con romperse en mil pedazos, oscilando en equilibrio inestable sobre sus insatisfacciones de ama de casa ignorada por su exitoso marido. Y así podríamos seguir hasta agotar el extenso reparto.
Mención aparte merece el rol más que interpretado, mimetizado por John Hamm. Semblanza aparte merecería, más bien. Alma indiscutible de la fiesta, su Don Draper es uno de los hallazgos máximos no sólo de la televisión, sino de la imagen contemporánea toda. Objetivamente analizado, se trata de un tipejo miserable. Desertor y mentiroso, infiel a su esposa y pésimo padre. Aun así, es imposible no sentir honda admiración e indisimulada envidia por la figura distinguida y lacónica que compone. Las mujeres, incluso las de hoy día, liberadas y trabajadoras, e iguales ―teóricamente― en derechos y libertades a sus contrapartes masculinas, lo aman con ceguera animal. Los hombres, por su parte, y probablemente por justo lo anterior, quisiéramos ser como él ―corrijo: quisiéramos ser él―. Es evidente que ni deberían ni deberíamos. Pero el “deber” cae dentro de la órbita de la moral, y de eso ya hemos quedado que en “Mad Men” hay apenas nada.
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16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Don Draper, eres nuestro hombre. Esa batería en la intro mientras te sientas a fumar pone mucho.
Lo eres. Porque resultas interesante, atractivo, arrollador, osado y mil cosas más. Pero también, débil y atormentado, escurridizo y cobarde, mentiroso y narciso. De tu mano recorremos los revirados caminos hacia el éxito de un grupo de publicistas en la década de los sesenta en los EEUU, concretamente en el epicentro de la industria de la publicidad que fue la Avenida Madison con sus nueve mil largos metros en Manhattan.
Pero no solamente eso: es el retrato de una época fascinante en cambios retratados con primor, desde los más evidentes -vestimenta, peinados, etc-, hasta los profundos que tienen que ver con un modelo de sociedad que cambió a ritmo de rock, folck protesta y pop en una década irrepetible y vertiginosa.
Desde el hilo argumental de las peripecias de un ser hecho a si mismo -y nunca mejor utilizado el adjetivo "self-made man"-, nos cuentan cómo se modificó el rol de la mujer laboral y familiarmente, el advenimiento de la televisión como motor de campañas publicitarias, pero también políticas y sociales, y la pérdida de la inocencia de una sociedad que en la década pasada vivió feliz en progreso tras la II Guerra Mundial y la guerra de Corea, y se encontró con Vietnam y las protestas ante la barbarie y las desigualdades raciales.
Todo ello está engarzado con primor, reflejado pero no subrayado toscamente a lo "Cuéntame". Weiner -ideólogo de la serie, gracias de corazón-, nos trata con inteligencia a los espectadores evitando la papilla explicativa y permitiendo que nos demos cuenta del paso de las cosas y tiempo relajadamente.
Todo cuidado con un cariño espectacular: el vestuario es de premio Oscar en cada capítulo, y creo que fueron noventa y dos maravillosas entregas; los diálogos irrepetibles, en especial los que entablan en su relación Don y Roger Sterling su "jefe?" / amigo / cualquier cosa. Y los personajes de la agencia, cada uno de ellos merecería por si solo una crítica de cinco párrafos: Peggy Olson como paradigma de la mujer fuerte que rompe esquemas, Joan Harris secretaria y dueña en la sombra de la agencia, y escultural sostén de todo lo que ocurre allí, Peter Campbell espejo deformado del propio Don, el excéntrico socio fundador Bertram Cooper, y un largo etcétera que me ahorro por no aburrir.
Mención aparte para las mujeres maravillosamente complejas que pasan por la vida de Don, en especial su primera esposa Betty Francis. Aparentemente de inicio en un rol de "mujer florero", su devenir en la serie es parte esencial de su éxito y calidad. Tampoco se queda atrás su segunda mujer Megan Calvet, que personifica también con acierto los cambios y la independencia de la mujer en esa época. Por último, del heterodoxo grupo de mujeres que pasan por la vida de Draper, destaco la empresaria judía Rachel Menken, casi la única que descifra la complejidad de Don y actúa en consecuencia ante la imposibilidad emocional del ego-hombre que es Donald Draper.
Las siete magníficas temporadas dan espacio suficiente para tratar muchos temas, y conocer mejor a los anteriormente citados personajes, y muchos otros que omito por falta de espacio que no de ganas. Diré que tardé mucho en empezar a verla porque "desde fuera" en apariencia puede parecer una cosa, y os aseguro a los/las afortunad@s que no la hayáis visto aún que es mucho más de lo que esperas. Infinitamente más.
En el spoiler destaco algunas escenas o capítulos que considero memorables tras acabar de ver la serie, pero cada cual tendrá los suyos, tan grande en calidad y cantidad de ellos como es esta maravilla de serie que es Mad Men.
Para terminar, diré que Don se ha encaramado en la segunda posición de mi pódium de personajes de series, y he visto unas cuantas...a la derecha de dios Tony Soprano, desbancando al tercer puesto al bueno de Walter White -sí, sí, en mi modesta opinión le supera por poco en el olimpo de caracteres televisivos inolvidables-.
Clase para dar y regalar, desde sus títulos de crédito, hasta la selección de canciones que cierran cada capítulo. Excelente, irrepetible, imprescindible. GRACIAS a todos los que la han hecho posible esta joya televisiva.
Nota: 9,5.
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15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
Algo más que Draper
Esta es una de las series más comentadas, premiadas y vistas de los últimos años. No les diré nada nuevo. ‘Mad Men’ narra, entre tragos de whysky y humo de tabaco, el día a día de una empresa de publicidad de la Nueva York de los glamurosos años 60: vemos a los jefazos ahogándose en alcohol entre reuniones (y abordando a sus secretarias), a los creativos elaborando falsas realidades para los anuncios (y ambicionando el puesto de sus superiores) y a las secretarias trabajando diligentemente (y haciendo en ocasiones de cuidadoras y amantes de los dirigentes).

Todo esto se nos presenta sobre un gran telón de fondo, con una magnífica ambientación histórica, lo que constituye un gran punto a favor de la serie. Vemos, a través de los personajes, como vivía y sentía la sociedad americana respecto a los temas del momento, como por ejemplo la muerte de Kennedy, la herencia de la Segunda Guerra Mundial (cuando Sterling no quiere tratar a un cliente nipón porque amigos suyos murieron luchando contra los japoneses) y, especialmente, el machismo imperante de la época, muy bien tratado por los guionistas a lo largo de la serie pero especialmente en el personaje de Peggy Olson. También cuestiona la ética que existía (y existe) en el mundo de la publicidad o, más bien, la ausencia de ella, creando ilusiones e inventando necesidades con tal de vender.

La ficción se centra en Donald Draper (un Jon Hamm al que a partir de ahora siempre relacionaremos con Draper, como ocurre con Gandolfini y Tony Soprano), un publicista que es carisma y atracción en estado puro, especialmente para las damas. Su vida familiar más parece uno de los anuncios que él mismo crea: una simple fachada para ocultar un pasado algo turbio, su adicción al reconocimiento social y laboral y sus constantes escarceos extramatrimoniales. Pero el otro gran logro de la serie son los numerosos personajes secundarios que bailan alrededor de Draper: empezando por la perspicaz y valiente secretaria Peggy, su mujer Betty, el siempre ambicioso Pete Campbell o los dos fundadores de la compañía de publicidad, Roger Sterling y Bert Cooper, con cierto aire místico y que, en ocasiones, parecen más locos que cuerdos.

Si los dos grandes puntos a favor son la ambientación y el excelente elenco de personajes secundarios, quizá el único contra de la serie es lo que tarda en desarrollar las tramas. De las 4 temporadas que hay hasta la fecha, personalmente creo que ésta última ha sido la mejor, pero en las 3 primeras da la impresión de que algunos capítulos se parecen demasiado entre sí, y vemos a Draper actuando de la misma forma (básicamente, engañando a su mujer) sin avanzar, mientras que otros personajes sí que llevan a cabo una evolución. Mi valoración de la serie es notablemente positiva, pero pienso que, en ocasiones, decelera en exceso el ritmo.

Por tanto, hablamos de una gran ficción que sólo requiere paciencia para ser vista. Por cierto, no vean la serie con tabaco cerca: se lo fumarán todo.
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15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
El lado oscuro de Jim Blandings
Dándole la vuelta a las películas en las que Cary Grant interpretaba a un amable, educado, elegante y cariñoso publicista, esposo y padre de familia con una sonrisa permanente en los labios, nos encontramos a Don Draper, sus compañeros, su compañía publicitaria, reuniones llenas de humo de cigarrillo y grandes dosis de alcohol, las secretarias 'cuasi floreros' testigos mudos de las evoluciones de sus jefes varones, las esposas perfectas que esperan en casa perfectamente vestidas con la cena lista, los hijos que apenas ven y todo un mundo de intrigas, envidias, manipulación, enormes sumas de dinero y algún que otro oscuro secreto dentro del feroz y todopoderoso mundo de la publicidad estadounidense de los años 60.
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24 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
y ustedes, ¿quién se supone que son?
Mad Men es la serie de moda y con razón!!! Esta serie es grande por su genial ambientación de los años 60, por sus increibles dialogos o por sus fabulosas interpretaciones (grandes Jon Hamm y January Jones ), pero si por algo destaca es por sus guiones. Unos guiones que diseccionan la sociedad y nos muestran lo mejor y lo peor de la gente, una sociedad donde las apariencias son lo más importante y donde los personajes tratan de vivir una vida aparentemente feliz de cara a los demás.
Darle una oportunidad, puede parecer una serie de ritmo lento, pero sus frases lapidarias se te quedarán en el cerebro, y sus imágenes las recordarás después de ver cada capítulo .
La mejor serie de la actualidad, con razón gana el globo de oro y el emmy todos los años.
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14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Mad Men: Crisol y sombra, cambio y resistencia, y soledad
"¿Estás solo?" Con esta escueta y poderosa frase, tan socorrida por el subtexto del cine de autor y aludida en general, por el arte universal, cierra la magistral temporada número cinco de Mad Men. Al término, o mejor dicho, a media temporada cuatro parecía que el ciclo narrativo de la serie creada por Matthew Weiner se cerraba y sólo se dedicaba a reciclarse a sí mismo. Las vueltas de tuerca en las distintas subtramas se agotaban en virtud, no se sabe, si de un agotamiento intelectual de los encargados de los guiones o del material temático que puede proveer el mundo que retrata, el de la publicidad. Pero llegó la última temporada y rescató la humanidad de, prácticamente, todos y cada uno de los personajes que componen el universo fílmico de Mad Men.

Don Draper ha alcanzado por fin la opulencia, el glamour y la irresponsabilidad absoluta que supone la vida de millonario ejecutivo de la publicidad en un Manhattan que cambia a la velocidad de la luz. Su antigua vida en los suburbios era un lastre para su ambición. Situación en la que ahora Pete Campbell aparece empantanado, sabedor de que, para los estándares formales de lo que un verdadero hombre debe ser en esa época, el hogar suburbano le aporta poco menos que nada. Don, ya lo sabemos, es incapaz de amar. A pesar de que su flamante esposa, Megan, se diferencia de Betty en que no es una ama de casa reluciente y abnegada, sino una mujer de la "liberación", bilingüe y con aspiraciones profesionales, él sigue pensando en ella como un artículo de lujo qué presumir, como el Jaguar que, descaradamente, compra por un "paseo" de forma arrogante en algún capítulo de media temporada.

Don, sin embargo, advierte una terrible verdad, la verdad del cambio. Los Estados Unidos que él conoció y vivió a través de su infancia en el medio oeste, la guerra de Corea y su matrimonio por conveniencia con Anna se derrumban indisolublemente. En este sentido, ni siquiera el cine de aquella época logró retratar con tanta sabiduría la década de los sesenta y su impacto en la cultura occidental. Tuvieron que llegar diez años después los Altman, los Scorsese, los Lumet, los Coppola y los Allen para poner al día la cinematografía norteamericana y traducir la "nouvelle vague" francesa y el neorrealismo italiano al lenguaje anglosajón para plasmar la crisis civilizatoria. De ellos bebe directamente Matthew Weiner y su "Mad Men". Como bien apunta Daniel Krauze en una crítica publicada en Letras Libres, "el mundo de ensueño de la primera mitad de los sesenta se ha esfumado y ahora hay una especie de temor y reticencia a la destrucción del sueño americano.... en la suciedad con que Sally (hija de Don) identifica las calles de Nueva York se vislumbra el mundo sombrío de Travis Bickle y Scorsese en Taxi Driver..."

Me gustaría trazar además una comparación que, con toda seguridad, será calificada de osada. La quinta temporada de Mad Men ha venido a encumbrar a Don Draper como el prototipo del hombre occidental del siglo XX, a tal grado, que lo pone a la altura de lo que representó en su momento Michael Corleone. La odisea vital de Draper es equiparable a la del mítico personaje encarnado por Al Pacino, con la ligera diferencia de que Corleone heredó su imperio, en tanto que el primero lo ha construido desde los cimientos. ¿No sería entonces más útil una comparación con el patriarca de la familia mafiosa, Vito Corleone? No, porque Vito, a pesar de estar chapado a la antigua como Draper, no pasa por la decadencia moral que supone la actividad ilícita que representa, es más, jamás la advierte a su alrededor. En cambio, su hijo Michael y Don se regodean de ella, son arquetipos de un monstruo leviatánico que se destruye construyéndose, si vale la ironía. Ambos conocen al dedillo la naturaleza del poder, ambos crecen materialmente mientras emocionalmente su mundo se hace pedazos, y finalmente, ambos han comprendido que no hay marcha atrás, que hay algo de definitivo en ese trazo histórico de la construcción de sus respectivos mundos que impide cualquier duda o trastabilleo, aún cuando esto vaya en contra de la bondad y la justicia, conceptos que sólo les sirven para soñar con lo que pudo ser. Don Draper y Michael Corleone son, en realidad, la verdadera cara del Tío Sam.

Mención aparte merece el trabajo de los guionistas durante la última temporada de la serie. Han refrescado y dignificado a cada uno de los personajes (por así decirlo, secundarios), perdidos algunos en entregas anteriores. El peso de Peggy en la trama se reduce pero, paradójicamente, aumentan las posibilidades histriónicas de Elizabeth Moss, enfrentada a la confirmación definitiva del papel marginal de la mujer en el boom del sistema, Campbell, como decíamos, se encuentra atrapado en la solitud y aburrimiento que le proporciona su hogar de los suburbios, Sterling, sorprendentemente, encabeza la incursión de la serie en el tema de la explosión del consumo de drogas sintéticas de la época (un capítulo perturbador y fascinante), Joan intenta su propia liberación con decepcionantes resultados, Megan es un constante vaivén entre un escaparate de Don y la repulsión al confinamiento doméstico, Betty expone la angustia que la banalidad provoca en la sociedad de consumo,Sally compone la arquetípica pérdida de la inocencia (otra gran metáfora) y Lane, el melancólico y flemático Lane, pone el acento sobre la desilusión que provoca el fracaso, anatema del paradigma imperante en Madison Avenue.
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14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
5
Gran decepción
Para mi, y afortunadamente para mucha otra gente, la serie "Los Soprano" es una de las mejores de la historia de la tv. Acabada esta gran serie, esperaba con mucho interés la nueva serie de los creadores de "Los Soprano". La verdad es que el argumento general de esta nueva serie, el mundo de la publicidad en los Estados Unidos de principios de los 60, no me parecía demasiado apasionante que digamos, pero, el hecho de ser la serie de quien era, y encima las alabanzas y premios que le otorgaron los críticos estadounidenses, hacia que mi interés y expectación creciera poco a poco y al final tuviera la seguridad de que la serie me iba a "enganchar". Cuando por fin pude ver el primer capitulo dije; bueno, es el primer capitulo y mas o menos estamos conociendo a los personajes y entrando en el "mundo" particular de la serie, así que voy a pasar por alto que me he aburrido como una ostra viéndolo y seguiré con los demás hasta que me enganche. Después de ver el segundo, ya tenia claro que esta nueva serie no me iba a apasionar tanto como "Los Soprano", porque tampoco me convenció, pero pensé que podía llegar a ser una serie aceptable que valdria la pena seguir...Desgraciadamente siguieron los capítulos y el aburrimiento casi continuo hasta el capitulo octavo, ya que ahí decidí definitivamente abandonarla porque a esas alturas esperar que llegara a engancharme era practicamente imposible...
No digo que sea una serie mala, puede que sea una serie de calidad como dicen los críticos USA, pero a mi no me gusta. Me parece una serie insulsa y aburrida en la que no pasa nada y lo poco que pasa tiene escaso interés. Eso si, tiene cosas muy logradas como la ambientacion de los años 60 en que transcurre la serie. Pero, como digo, a mi personalmente no me interesa y prefiero dedicar mi tiempo libre a ver otra cosa.
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39 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Algunos hombres locos
No voy a caer en el tópico (justificadísimo) de criticar a las series de ficción españolas, a cual peor y a cual más mediocre y boba. Tampoco caeré en la tentación de compararlas con series americanas como Los Soprano, A dos metros bajo tierra o Mad Men, precisamente la serie de la que quiero hablar. A menudo para que una serie me enganche necesito ver tres o cuatro capítulos, con Mad Men me enganché desde el primer minuto, cuando una cámara nos describe un bar frecuentado por altos ejecutivos y sus amiguitas en el New York de principios de los 60, y todo ello tras una espesa capa de humo de los cigarros. Y el planteamiento de la serie creo que no puede ser más sugestivo: la vida en una agencia de publicidad en plena ebullición de los medios audiovisuales, en una época donde el acoso sexual en el trabajo no estaba mal visto, donde los negros eran tratados como simples criados, donde las mujeres eran las perfectas madres, las perfectas esposas y las perfectas amas de casa. Un New York donde aparentar era fundamental, donde tener una, dos y hasta tres amantes era normal, donde el fumar tabaco Lucky Strike y beber whisky era el hobbie de todo importante ejecutivo, donde la ambición por escalar era el objetivo de todo joven rico.

El protagonista de la historia es el apuesto Don Draper. Director creativo, casado con una mujer preciosa y con dos niños. Es apreciado por sus jefes, envidiado por sus compañeros y subordinados y un mujeriego empedernido, con un pasado desconcertante y que se debate entre sus deseos contradictorios de amor a su familia y su necesidad de estar con sus "queridas". Junto a él, su secretaria Peggy Olson, que no sigue las reglas establecidas de estar guapa para su jefe; el joven ambicioso y sin escrúpulos Pete Campbell; su simpático y exigente jefe Roger Sterling; su amantísima mujer Betty, y todo un elenco de "hombres malos" y vividores; de mujeres, unas preocupadas por su estado físico y otras queriendo romper con los clichés impuestos; y empresas que necesitan de los servicios de la agencia Sterling & Cooper para darse a conocer en el incipiente mundo de la publicidad. Y el tabaco, elemento fundamental e indispensable en todos los actos de los protagonistas.

De hecho, en el tema de la publicidad, la serie nos muestra como Sterling & Cooper lleva a cabo la campaña de Lucky Strike y la de Nixon para ser presidente de EE.UU. Por si alguien que lee esto quiere ver la serie (cosa que debería hacer) no descubriré ni diré cómo llevan a cabo cada trabajo y encargo. Cabe destacar también su cuidadísima fotografía y la elegancia a la hora de filmar cada plano y cada situación. Aunque he de decir algo, aunque para mí es obra maestra, también entiendo que haya gente a la que no le guste este tipo de series de desarrollo lento y cuidado, de ahí que no deje indiferente a nadie.
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13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Disfrazando el sueño americano
En 'Con la muerte en los talones' Roger Thonrnhill (Cary Grant) se da de bruces con una confusión de identidad que le incrimina y le encajona en un tejido de espionaje donde su nueva personalidad crecida de la nada: George Kaplan, le hace mutar de sofisticado ejecutivo publicitario de Manhattan a un personaje etéreo que constantemente debe medir su equilibrio para no venirse abajo literalmente, medir el suelo, romperse las narices y besar la tierra.
Cuando en el comienzo de su carrera, allá por 1931, Archibald Alexander Leach estampó su firma con la Paramount abandonó su nombre para siempre y marcó su nueva identidad con el nombre de Cary Grant. Una persona, dos nombres y una diatriba identificatoria en la que el actor inglés se debatió hasta su muerte.

Por su parte, Don Draper, el personaje más complejo, norteamericano y velado que ha dado la ficción estadounidense en las últimas décadas convierte la serie Mad Men en un producto de altos niveles de calidad formal y de fondo que persigue ser el fresco sociológico de la más reciente Historia contemporánea estadounidense, así como el muestrario latente de identidades opacas en busca de aquello que durante un cierto periodo se llamó sueño americano. Las apariencias hablan de una serie de publicitarios sobre la inseminación de lo que décadas más tarde se denominaría sociedad del bienestar, pero ese juego de palabras que atribuyen a Mad Men un cierto halo de locura más allá del punto geográfico donde nacieron y se siguen hallando en la actualidad las sedes centrales de todopoderosas multinacionales de la comunicación empresarial.
Aunque lo que realmente hace mayúsculo a un producto como Mad Men no es su capacidad de radiografiar ese tejido socio-cultural que repasa la Historia, sino los estados anímicos que refleja, así como la autenticidad que desprenden sus nudos argumentales más melodramáticos. El descubrimiento del pasado turbio de los personajes, las interrelaciones veladas entre ellos o la opaca sensación de aquello que se esconde tras la supuesta felicidad de clase media-alta. No es casualidad que todo lo que engloba a Mad Men aparezca como dicotomía de extremos que guardan numerosas capas intermedias de lectura e interpretación.

Donald Draper tiene un pasado, como Cary Grant, como yo. La vulnerabilidad del ser no conoce de éxito y ganancias. Los fantasmas siempre acechan. Hitchcock lo sabía mejor que Freud. La estética más sofisticada del nuevo hombre moderno aún la sigue manejando los resortes del añorado trabajo de Saul Bass. Nueva York sigue teniendo la magia siniestra de aquellos lugares donde nunca se puede dormir.
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10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
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