Vi esta película en el momento de su estreno, y recuerdo que por aquel entonces me emocionó. Unos años después, leí la novela y comprendí que, además, se trataba de una meritoria adaptación de un libro estimable. Desde entonces, he vuelto a revisar el film varias veces, y mis sensaciones a día de hoy son encontradas, porque las dos historias que transcurren en paralelo no han evolucionado a mis ojos de la misma manera. Vista hoy, me chirría la historia de Kathy Bates, el grito de “Towanda” me suena un poco ridículo. A pesar de los esfuerzos de las actrices (genial Jessica Tandy), toda esta parte de la película me parece tedioso, con un tratamiento más televisivo que cinematográfico.

Cuestión diferente es la historia de Idgie, Ruth y su café. A pesar de ciertas trampas y tópicos maniqueos, este relato me sigue conmoviendo como el primer día. Avnet consigue crear un tono de nostalgia que lo impregna todo. La película acierta también al acentuar todos los detalles (miradas, gestos, frases ambivalentes…) para mantener la ambigüedad en la relación de amor entre Idgie y Ruth, que en la novela se nos muestra de forma más explícita. Con todo, “Tomates verdes fritos” perdura como una bella historia con un mensaje claro de exaltación de lo femenino y de igualdad interracial, pero que también incluye un canto a la amistad, a la libertad, al afán de superación y al noble arte de contar historias.

Después de las películas anteriores de Tomas Alfredson, "El muñeco de nieve" me ha producido una gran desilusión. Es un film tan frío como el escenario que muestra. En ningún momento me he llegado a enganchar. Alfredson intenta hacer un thriller psicológico, que vaya más allá de la trama de asesinatos, pero recurre demasiado al artificio. Intenta dotar al protagonista de un aura de misterio y complejidad, pero sobre bases que parecen impostadas, poco convincentes. Lo mismo pasa con el resto de personajes, que van pasando ante nuestros ojos sin pena ni gloria. El argumento deja de interesarnos pronto. Y todo ello hasta llegar a un desenlace bastante decepcionante. La sensación es de grandilocuencia, sin más.

"Handia" es una emocionante película que constituye una encendida defensa de la diferencia y una denuncia al abuso y a la explotación gratuita entre seres humanos. El film cuenta con una excelente ambientación, que nos traslada a una determinada época histórica de una manera fidedigna, pero que sin embargo nos relata una trama muy actual. Un chico de extracción humilde, aunque arraigado en su entorno, sufre una alteración física desconocida y extraordinaria que le lleva a un crecimiento descontrolado, y ello acabará desembocando en la práctica en su anulación como persona.

Los directores huyen de lo escabroso, de modo que la crueldad se nos muestra más como un poso psicológico que como un comportamiento explícito de maltrato. El propio Joaquín acepta sin excesiva resistencia su condición de mono de feria. La sensación de injusticia invade al espectador gracias al recurso de fijar el punto de vista de la historia en la figura de Martín, el hermano del gigante. El abuso al más débil es más despreciable cuanto más cerca está la persona del abusador, dentro del entorno de la víctima. Martín es un mindundi, un personaje vulgar al que la guerra le ha determinado a una falta de escrúpulos y a una ambición desmedida por el dinero fácil. La posibilidad de exhibir a su propio hermano como una atracción de feria se convierte en un verdadero filón. En ese sentido, cabe destacar el gran trabajo de los dos actores.

En definitiva, una particular visión de un tema que nos evoca muchas otras películas ("Freaks", "El hombre elefante"...), aunque con un enfoque diferente. Una notable película, que dignifica el cine que se está haciendo actualmente en España.

Jim Jarmusch presenta con “Down by Law” la historia de tres seres muy diferentes entre sí, que no tienen más puntos en común que el desarraigo en el que viven y la casualidad que les lleva a compartir celda. Los protagonistas representan tres relatos que parecen resistirse a converger. Sólo el personaje de Benigni parece preocuparse de servir de “pegamento”, pero también va por libre.

A pesar de la dureza del blanco y negro y del automatismo de la cámara (estática en la mayoría de ocasiones, pero con larguísimos e inabarcables movimientos en otras), el director crea un tono de diálogos deslavazados y escenas intrascendentes, e intenta mantener a los protagonistas lejos del alcance del espectador. Entre lo patético y lo absurdo de las situaciones, cualquier ejercicio de empatía se hace casi imposible. Los ambientes se presentan siempre de manera muy esquemática. La economía de medios se traduce en un lenguaje parco desde un punto descriptivo y narrativo, aunque sin renunciar nunca al sentido del humor. El espectador no necesita más que apenas unos trazos para seguir con interés una historia en la que parece que no pasan demasiadas cosas. Me llama la atención que una trama con tintes de cine negro se relate con tanta distancia. Jarmusch desmenuza el argumento y nos los cuenta a partir de una sucesión de momentos intrascendentes, que son los que nos sirven para componer un rompecabezas imposible. “Bajo el peso de la ley” es una película basada en enormes elipsis y en una concatenación de momentos irrelevantes. Con ello, ésta es en realidad una historia de escapismo e inconformismo. Todos los personajes están en plena huida desde el primer momento. Es como si Jarmusch se estuviese riendo de sí mismo.

El argumento es tan disparatado que sólo puede explicarse desde la premisa de que la película está basada en un hecho real. “Torremolinos 73” es una comedia amarga que sirve para reflejar la España del tardofranquismo, deseosa de aires nuevos de apertura y a punto de hacer estallar los corsés de la dictadura. Javier Cámara y Candela Peña son el alma de la película, ambos están magníficos, y además Berger consigue que haya mucha química entre ellos. Los protagonistas son dos pobres españoles de clase media, ahogados por no poder pagar la renta a final de mes. De la noche a la mañana, y sin ser muy conscientes de ello, se convierten en actores porno. Su situación económica cambia de la noche a la mañana, pero sus inquietudes y aspiraciones siguen siendo las mismas. Él querría ser un gran director de cine, como Ingmar Bergman. Ella desearía, sobre todo, ser madre. En el fondo, los protagonistas son dos seres de una extraordinaria candidez, y la película es una sucesión de acontecimientos que les pondrá a prueba como pareja, hasta el desenlace final. Berger combina todos estos elementos para hacer una película muy peculiar, de un humor negrísimo, pero también de una enorme ternura.

Una monumental epopeya romántica y antibelicista, con tintes homéricos. La producción es muy cuidada y el elenco artístico es de lujo, tanto en papeles protagonistas como secundarios. Por eso se ve con agrado, y los 155 minutos pasan rápido. Eso sí, una vez vista, tampoco es una película que me haya emocionado especialmente. “Cold mountain” habla de la irracionalidad de la guerra, sobre todo cuando es una absurda contienda entre compatriotas que te convierte en enemigo de tus propios vecinos (por aquí deberíamos saber bastante de eso, aunque visto lo visto no aprendemos). Pero el film también es una película de amor, no menos irracional. Minghella explota el sentimentalismo con bastante habilidad. Me quedo con la escena inicial de la batalla y con los imponentes paisajes. En definitiva, una buena propuesta para pasar una tarde de domingo.

Si el escándalo Watergate estallase hoy, difícilmente podría hacerse una película como ésta. Lo digo porque “Todos los hombres del Presidente” fue hecha por una de las grandes productoras de Hollywood, con actores que eran verdaderas estrellas, sólo dos años después de la dimisión del Presidente de los EEUU, y, sin embargo, no hace cesiones al gran público. Alan J. Pakula se ciñe al punto de vista de los dos periodistas encargados del caso, y fija su mirada de manera casi exclusiva en su investigación. Apenas hay datos sobre sus vidas personales, y hasta se evitan gestos de amistad o complicidad entre ambos. La película va de una trama política, pero curiosamente la narración prescinde de los políticos, que introducidos como personajes habrían dado una dimensión totalmente diferente al film. La película va de periodistas, y nada más. Es más, la acción se sitúa en los meses iniciales del caso, y omite los capítulos posteriores más mediáticos, cuando el escándalo de corrupción empezó a salpicar a los políticos de más renombre, siempre de abajo a arriba. En definitiva, “Todos los hombres del Presidente” nos ofrece las bambalinas, o los laboratorios de la investigación periodística, sin más concesiones a la galería que los encuentros de Woodward (Redford) con “Garganta Profunda” en la penumbra de un aparcamiento recóndito, y que rememoran las películas de espías.

Muy bien los dos actores protagonistas, en su periplo de avances y tropiezos en la investigación. Bien los actores secundarios, aunque el Oscar a Jason Robards se me antoja excesivo. El guión es rocoso y contundente, una pura apisonadora. Muchos minutos del metraje consisten en llamadas de teléfono con interlocutores a los que nunca vemos. Con ello, la gran pega de la película es la dificultad de seguir el proceso de investigación, que siempre se basa en pesquisas sobre una maraña de nombres y apellidos de gente que nunca aparece en pantalla. Prácticamente imposible no perderse. Me quedo con las escenas en la redacción del periódico, sencillamente magníficas: movimientos de cámara mientras los periodistas deambulan entre las mesas; tomas con gran profundidad de campo en los que vemos personajes en primer plano y otros más alejados, varias mesas más allá; reuniones en despachos, sobre lo que se publicará al día siguiente; encuentros informales e improvisados entre las mesas, sobre los avances de la investigación. Y todo ello con una iluminación neutra de fluorescentes blancos, y el sonido machacón de los teléfonos y las máquinas de escribir funcionando a todo trapo. Pakula consigue que el periodismo se huela, y eso es para mí lo mejor de la película.

"El jinete pálido" me ha parecido un interesante western de Clint Eastwood, pero que aún queda lejos de las obras maestras que estaban aún por venir en su filmografía. El actor-director americano aún seguía explotando la imagen de tipo duro "puedo con todos". Vista hoy, eso lastra mucho esta película. El personaje de llanero solitario de pasado oculto, que se entromete en los problemas de un grupo de pobres mineros, acosados por un propietario millonario y sin escrúpulos, sin más razón que la de ponerse del lado del débil, queda ya bastante tópico y acartonado. Es cierto que, en este caso, esa idea de defensor romántico de las causas justas se enriquece gracias a un componente bíblico y mesiánico muy marcado.

Me quedo con el tratamiento estético de la película, que combina grandes paisajes con escenas de interior de iluminación tenue y arriesgada, que Eastwood utiliza muy bien para enfatizar el mensaje que quiere dar en cada momento, y que ya anticipan la magnífica "Sin perdón". En conclusión, "El jinete pálido" me parece, vista hoy, la transición lógica y coherente entre el spaguetti-western y las películas del Eastwood más maduro.

Una soberbia película, por lo fascinante de la trama, la brillantez de los diálogos y la viveza de sus personajes. Admito que puede haber algún gazapo, aunque se perdona con facilidad ante lo absorbente de la historia (no puede haber tanta impunidad para según qué acciones, por mucho que estemos en la América profunda). Lo mejor del estupendo guión es que la enrevesada historia puede cambiar de la tragedia a la comedia con una simple frase de diálogo.

El planteamiento inicial del argumento evoluciona hacia terrenos cada vez más ambiguos y confusos, pero sin perder nunca la autenticidad y la credibilidad. La intriga sobre el asesinato y violación de una adolescente, y la lucha de su madre exigiendo efectividad a la policía, deriva hacia una fábula sobre moralidad individual y colectiva, con una moraleja bastante perversa. Cada personaje daría para su propia película, porque cada uno tiene una mochila llena de vivencias que le condicionan, un sentimiento de culpa con el que convivir, y algún que otro dilema al que enfrentarse. Nadie es totalmente bueno, ni totalmente malo (o casi nadie). Además, la película es extraordinariamente rica gracias a su estructura narrativa coral, al mostrarnos cada situación desde diferentes puntos de vista.

A pesar de lo enrevesado de la trama, es fácil sentir empatía por los personajes, y es que "Tres anuncios en las afueras" muestra situaciones que, como individuos y como sociedad, no nos son en absoluto ajenas. Todos los actores están muy brillantes en sus interpretaciones. Lo de Frances McDormand huele a Oscar, pero es que Woody Harrelson y Sam Rockwell no le van a la zaga... Una película muy entretenida, y muy recomendable.

"El sentido de un final" es una de esas películas que se disfrutan durante casi todo el metraje, pero que al final te dejan una sensación un poco decepcionante. No sé si todos los giros de la trama derivan de la novela en que está basada, porque no la he leído. La historia es una reflexión sobre la manera en que el pasado nos marca o, mejor dicho, sobre cómo nos marca la imagen que cada uno se ha hecho de lo vivido. Acostumbramos a construir recuerdos que acaban siendo fotos fijas, y no somos capaces de entender los mil matices que podrían alterar esa percepción, si hubiésemos conocido todo lo que ha pasado a nuestro alrededor en cada momento.

Mediante continuos flashbacks, la película va despertando nuestro interés, al combinar hábilmente un argumento de pura intriga con las sensaciones más íntimas del protagonista, arrastrado por la nostalgia y la morbosidad del primer amor, y por una repentina sensación de culpa. La vida cotidiana del viejo cascarrabias y gruñón se nos relata en paralelo a aquel episodio vivido en una juventud luminosa y llena de ilusiones. Por cierto, muy bien el actor protagonista. El problema es que, al final, cuando terminamos por descubrir todo el misterio, el esquema se desmorona.

La película no consigue conmoverme ni en los momentos más dramáticos; y, cuando intenta sacar el lado más mordaz, me resulta una bufonada sin gracia. Aunque la ambientación es correcta, la música hace que todo tenga un aire de "spaghetti-western" bastante inapropiado. Ni siquiera los buenos diálogos hacen que la película se vea con interés... Los actores, ni fu ni fa. Seguramente, están todos fuera de tono, comenzando por un Gian Maria Volonté que, estando correcto en cada escena, no transmite con la suficiente fuerza la ambigüedad que debería reflejar su personaje de dictador perturbado. Sobre los exageradísimos Ana Belén y Juan Diego mejor no me pronuncio. Y Javier Gurruchaga nunca me ha convencido, porque siempre termina haciendo de él mismo. En definitiva, una fallida adaptación de la obra de Valle Inclán. El potente mensaje de la obra original queda totalmente diluido

"Un asunto real" es un drama de época que se ve con interés. El capítulo en el que se basa esta película (que yo desconocía, la verdad), se nos muestra mediante una elegante combinación de destreza técnica y buenas interpretaciones. Gran ambientación y deslumbrante fotografía. La soberbia composición de Folsgaard como el pelele Christian VIII tiene su complemento perfecto en los contenidos trabajos de Mads Mikkelsen y Alicia Vikander. Pero, para mí, el éxito de esta película estriba en la inteligencia de combinar en las debidas proporciones relato histórico con triángulo amoroso. Al final, los sucesos históricos más importantes acaban dependiendo en gran medida de circunstancias de lo más íntimo. Podría reprocharse a esta película la falta de una exposición más precisa sobre lo que ocurrió en Dinamarca en aquellos decisivos años. Da la impresión de que un conflicto social de raíces tan profundas, y un evento tan trascendente como el paso del Antiguo Régimen a la Ilustración en uno de los países más avanzados de Europa, se nos describen en un par de trazos de intrigas palaciegas. Seguramente, la intención del director fue la de establecer paralelismos y transmitir un mensaje más actual. La aspiración de obtener mejoras sociales, y de fomentar el desarrollo de la ciencia para el bien de la colectividad, siguen chocando a día de hoy con las reticencias de unos pocos privilegiados, temerosos de perder su status. En ello estamos.

Una película que va de menos a más. El arranque es de típico thriller de poli malo al que han desterrado a un lugar remoto por un asunto turbio, y de poli joven tan ingenua que tira a tonta, y que le ayudará a resolver un caso de asesinato escabroso. Al Pacino y Hilary Swank comienzan muy sobreactuados. No obstante, la película evoluciona hacia terrenos más interesantes. Christopher Nolan combina las sensaciones de los personajes, los escenarios y el argumento, hasta crear un clima de tensión incómoda. La resolución del caso termina siendo lo de menos, incluso la previsibilidad del desenlace es un peaje que se paga con gusto ante un relato basado en la progresiva "deconstrucción" del protagonista. Y es aquí cuando Al Pacino demuestra sus dotes. Lástima que la distancia existente desde el principio me impida empatizar más con su personaje. Tampoco Robin Williams acaba de atraparme con sus aires enigmáticos. Lo mejor de "Insomnia" es su tratamiento siempre ambivalente del sentimiento de culpa, del conflicto de un hombre que no quiere ser descubierto pero que se está autodestruyendo por el remordimiento. Y, sobre todo, la trama deriva hacia un punto en el que los caracteres del policía y del asesino convergen, y los roles se confunden. No es la mejor película de Nolan, pero no desmerece de dentro de su filmografía. No se desvía.

Película muy peculiar. Cassavetes nos da su visión particular de los clubs nocturnos de la América de los 70, y nos ofrece una historia de mafiosos de muchas ínfulas y poco vuelo, con una forma de rodar que se avanza en cuarenta años a algunos cineastas que hoy consideramos modernos. La trama se relata mediante planos angulados, o aparentemente descentrados, en donde la cámara se coloca casi siempre en lugares inusuales. Algunas veces el director pone al espectador en una posición de voyeur clandestino, mientras que en otras relata la historia a partir de rotundos primeros planos, prescindiendo de la acción que ocurre alrededor, enfatizando la impresión subjetiva de un personaje. La iluminación siempre tiene algo de turbio, incluso en los pocos momentos en que la acción se desarrolla en pleno día. Predomina lo nocturno.

En cuanto al argumento, la película es un claro canto a la libertad, un homenaje a quienes intentan marcar el rumbo de su propia vida, sin prejuicios. El problema, para mí, es la despreocupación con la que Cassavetes parece tomarse la forma de contar la historia. La mayoría de las escenas están alargadas de manera excesiva, y de hecho uno de los principales defectos de la película son sus injustificables dos horas y cuarto de duración. Tampoco ayuda la improvisación de los diálogos, que lejos de transmitir verosimilitud produce una sensación de vacuidad incómoda.

Dejo para el final los números de cabaret, que más que un homenaje al music-hall, que muchos parecen ver, constituyen una patética y cutre visión de una vida nocturna muy poco alentadora. Eso sí, desprenden un halo de tristeza que paradójicamente fortalece al personaje de Cosmo. El protagonista podría parecernos un proxeneta, o un borracho, o un adicto al juego, pero Cassavetes se empeña en transmitirnos una imagen de él de iluso romántico. Al final, eso es con lo que me quedo de esta peli tan difícil de catalogar.

Hay algún elemento demasiado tópico que a mí me sobra, y que parece metido en la película con calzador, o como una especie de tributo al género, como es el personaje de la monja ciega. No obstante, "Verónica" es una buena película de terror, que me ha sorprendido gratamente. De largo, lo mejor que he visto hasta ahora de Paco Plaza. Tras una imaginativa escena de montaje cruzado entre un eclipse de sol y tres adolescentes jugando a la ouija, se desarrolla una trama bien construida de suspense y terror siempre crecientes. Las escenas propiamente de miedo están bien planificadas, y los sustos nunca son gratuitos. Aunque haya espíritus, monstruos, y demás, lo que prevalece es la angustia que desprende la protagonista, encarnada por una actriz que, sin hacer grandes alardes interpretativos, está convincente, seguramente gracias a una buena dirección.

El argumento puede parecer el habitual en una película de invocación de espíritus a base de tableros pintados y vasitos de cristal, pero en este caso el guión toca otros temas. Como las buenas películas, lo mejor es que trasciende de su género, sin salirse de él. La protagonista es una adolescente a la que las circunstancias no le permiten disfrutar de lo que le tocaría conforme a su edad, y que actúa más de madre que de hermana en una familia monoparental, con un padre fallecido y una madre que nunca está. Y, cuando pide ayuda, nunca la encuentra. Hay muchos toques de humor absurdo (fascículos, "Centella"...), y que al final se vuelven elementos agridulces que transmiten la incomunicación que sufre la protagonista. Ésta es una película sobre la soledad. Verónica se ve envuelta en este gran lío, cuando lo único que quería era hablar con su padre... La ouija es una vía de escape ante una cotidianidad más bien hostil. Y es ese punto de verosimilitud lo que hace que el personaje despierte empatía, y, a la vez, que la historia sea aún más terrorífica.

La idea de hacer una comedia a partir de una historia de amor entre dos tímidos patológicos puede ser buena. ¿Cómo desarrollar la relación de dos personas que se atraen, pero cuya principal aspiración es pasar desapercibidas? Si además se trata de una película modesta y sin pretensiones, y con unos actores entregados en sus papeles, mucho mejor. No obstante, el resultado final me ha parecido muy discreto. Las situaciones son deliberadamente absurdas, pero para mí carecen de encanto. Ni la escena del primer beso emociona, ni los momentos supuestamente cómicos tienen gracia (cena en restaurante, el ermitaño enmascarado dando recetas por skype, etc.). El breve metraje termina haciéndose anodino, siempre a la espera de que ocurra lo que todos sabemos que pasará. Es cierto que los últimos minutos, con la resolución "coral" del romance y la escena final, me han parecido una buena manera de cerrar la historia, pero en cualquier caso ello no es suficiente a mi entender para justificar el visionado de una película que en conjunto me parece prescindible.

Me acerqué a esta película por el reclamo de haber sido escrita y dirigida por el guionista de "Hell or high water". Y, aun admitiendo que se trata de una obra estimable, lo cierto es que está a un nivel sensiblemente inferior.

"Wind river" es un eficaz thriller que vence la previsibilidad de la trama con la fuerza que desprenden los escenarios naturales. Lo mejor del film, para mí, es la manera en que presenta a unos personajes marcados por la dureza del entorno. La fuerza no está tanto en lo que se cuenta, ni siquiera en el cómo se cuenta, sino en cómo el paisaje puede predeterminar la acción. Este mismo argumento, ambientado en Las Vegas, habría dado lugar a una película totalmente diferente. Los actores hacen un buen trabajo mediante una composición muy sobria de sus respectivos personajes. Elizabeth Olsen cumple en su papel de joven e inexperta agente del FBI que ha de afrontar una rapidísima adaptación al medio. La desolación consiste en cómo resolver un crimen en un lugar en el que apenas hay 5 ó 6 agentes para un territorio de cientos de kilómetros cuadrados, y en donde la casa más cercana puede estar a horas de coche.

Lo peor, para mí, es que la película queda un poco pobre en todo lo demás. Cada giro argumental se adivina varios minutos antes de que ocurra, y el guión es impropio de un profesional tan reputado como Sheridan. La trama es muy lineal y apenas presenta aristas ni ambigüedades. Todo es demasiado obvio y explícito, es como si no se tuviese seguridad en la propia historia, y se quisiese enfatizar el mensaje. El protagonista es un duro cazador lastrado por una catástrofe ocurrida en el pasado, pero la fuerza del personaje se desmorona al ver que cuenta sus penas a la primera persona que viene a su casa. El flashback en medio de la trama tampoco me acaba de convencer. Todo demasiado mascado. Hasta el desenlace.

Me quedo con los impresionantes planos de un paisaje blanquísimo e inabarcable.

Aunque algunas escenas no han aguantado bien el paso del tiempo (por ejemplo, la "caza" del periquito), "El quinteto de la muerte" conserva aún el encanto de una comedia deliciosa y entrañable. Los personajes están muy bien definidos, apenas con unos trazos: una anciana inocente y candorosa; unos patéticos ladrones, comandados por un Alec Guiness con cara de roedor y una bufanda interminable; unos policías incompetentes y confiados... Y todo ello en una casa angosta y perdida en un extrarradio de trenes y humo, lejos del encanto tradicional londinense, y que sirve de escenario perfecto para una trama retorcida pero genial. MacKendrick juega muy bien con el espacio y maneja la cámara con muchísima solvencia en un espacio tan delimitado.

La gracia está, sobre todo, en un argumento plagado de ideas brillantes: el grupo de ladrones que finge ser un quinteto de cuerda ensayando mientras planea el próximo golpe; la reunión de ancianitas; la angustia que se genera en los sorteos con las cerillas, para asignar una tarea que todos rehúyen. Todo tiene un tono naif, los supuestos malos dan más pena que miedo, y en los personajes "desaparecen" fuera de cámara y nunca de forma explicita. No es una película de carcajadas, pero sí de sonrisas francas, como las que se generan con las visitas del policía o los malhechores haciendo desaparecer cuerpos desde lo alto del túnel. La trama tiene un desarrollo ingenioso hasta llegar a un desenlace perfecto y coherente. Una película aparentemente sencilla, pero redonda, divertida y muy simpática, que me ha gustado tanto como cuando la descubrí, hace casi 30 años.

"El autor" es una película inclasificable y a medio camino de todo, con un tono que siempre va cambiando y pilla desprevenido al espectador. Ese ejercicio de deconstrucción narrativa deja inevitablemente una sensación de imperfección. Algunas subtramas se concluyen de modo abrupto. Los personajes secundarios, salvo el de la portera, apenas están trabajados. Destacaría el flojo tratamiento que se le da al personaje de María León, quizá perjudicado por un poco afortunado trabajo de la actriz. Antonio de la Torre, que encarna a un personaje que podía dar mucho juego, está más potente que brillante...

En fin, que las fallas son bastantes. No obstante, todo queda suplido por el descomunal trabajo del actor protagonista y por una historia con muchas aristas. Javier Gutiérrez consigue dar pena, hacer gracia, parecer patético y dar miedo, todo en la misma película y con el mismo personaje. Y siempre creíble. Al principio, Martín Cuenca hace que el personaje parezca aún más pequeño de lo que ya es.

"El autor" es la historia de un hombre menguado que le encuentra un sentido a la vida jugando a ser Dios. Al final, la literatura es mero macguffin. Bajo la trama aparentemente banal de un hombre vulgar que sueña con ser un gran escritor se esconde una reflexión sobre la soledad, el éxito, el sentido del arte, la felicidad y la frustración. Y, por el camino, todo un periplo argumental que nos hace pasar de la comedia al drama, y del drama al suspense, sin solución de continuidad. Un ejercicio de incomodidad y desasosiego, que conmigo ha funcionado. Martín Cuenca ha hecho un trabajo con el que, a base de darle continuamente la vuelta a todo, ha conseguido mantenerme enganchado a la pantalla.

La verdad es que esperaba más de esta película. Los premios y reconocimientos obtenidos por este film se me antojan exagerados. El argumento es bueno, y el elenco artístico prometía mucho. Sin embargo, me quedo con la sensación de material desaprovechado. Rusell se dedica a la épica más convencional de las películas de boxeo, explotando los clichés relamidos de los mitos de la infancia, de la marginalidad y del ídolo retirado caído en desgracia. Todos los personajes podían dar mucho más juego, todos presentaban unas aristas de las que un guión demasiado lineal parece huir. Rusell se limita a explotar los estereotipos gracias a unos actores de lujo, y pasa por alto cualquier tipo de matiz. Ello da pie a que el desenlace final deje una sensación de improvisación, o incluso de apresuramiento. El resultado final es una película bien rodada y entretenida, pero de la que me olvidaré demasiado pronto.