Aunque está muy lejos del nivel de obra maestra que hemos visto en otras películas de animación, "Mascotas" es una película estimable, que cumple su función esencial de entretenernos y distraernos durante hora y media, con independencia de nuestra edad. Quizá el problema es que en este género se ha llegado a cotas de excelencia muy altas, lo que ha llevado también a una exigencia cada vez mayor por parte del público... Y, bueno, en este caso algún espectador (yo) también podrá verse decepcionado por el hecho de que el trailer exhibido previamente era sencillamente genial, y apuntaba hacia territorios diferentes de los que el film finalmente recorre. "Mascotas" tiene un guión bastante facilón, muy poco original, pero gracias a unos cuantos golpes graciosos y a una factura muy cuidada consigue enganchar desde el principio, aunque vaya de más a menos. La película arranca de un modo muy brillante, con la dinámica presentación del perro protagonista y de todas las mascotas del vecindario, lo que da que pensar en una particular 13 Rue del Percebe con muchas posibilidades. Sin embargo, el film se desarrolla posteriormente como una mera película de persecuciones, jalonada por algún momento verdaderamente divertido, con un mensaje animalista blanco de lo más familiar. En definitiva, un film correcto, más que digno diría yo.

Un convincente thriller con unos giros de guión lo suficientemente impactantes como para sorprendernos y lo suficientemente verosímiles como para no sacarnos nunca de la trama. Una película entretenida, construida sobre una trama aparentemente simple, pero llena de flancos y aristas. Joel Edgerton parece tener muy clara su apuesta cinematográfica, y nos obsequia con una meritoria opera prima solvente y eficaz. "El regalo" es un estimable juego de apariencias y realidades. Y, más allá de una dirección eficiente, destaca sobre todo un guión redondo que ofrece una historia que desemboca en un desenlace formidable. Muy recomendable.

"Harold y Maude" es una película de culto porque a día de hoy sigue resultando tan divertida e irreverente como cuando se hizo. Incluso puede que lo sea aún más que entonces. En la época actual de lo políticamente correcto, la historia que narra Hal Ashby es una verdadera astracanada que difícilmente se podría hacer. Este film es una macabra exaltación de lo absurdo, con un rotundo mensaje de reivindicación de la libertad personal, a través de un humor muy negro.

El film relata la historia de amor entre un joven de buena familia obsesionado con el suicidio y una anciana estrafalaria. Ambos comparten la atracción por la idea de la muerte y la afición a asistir a funerales. Harold y Maude son dos seres únicos, irrepetibles, que se escapan a todos los cánones establecidos. No son unos rebeldes, no quieren cambiar el mundo que les rodea, simplemente reivindican un espacio que la sociedad no les concede.

La película es rabiosamente entretenida desde el plano inicial, con unos gags inolvidables que evocan con su agudeza al humor inglés de los Monty Python. No obstante, el trasfondo de crítica social es también evidente. No hay que olvidar que la película se hizo cuando Estados Unidos se encontraba metida de lleno en la Guerra de Vietnam. Con ello, la mofa al militarismo y al patriotismo resulta especialmente valiente. Se trata de un film de varias capas, que admite múltiples interpretaciones, y que va más allá de lo estrictamente cómico. Una muestra muy digna de la corriente hippie y contestataria que se dio en América en aquellos años. Por mi parte, todo un hallazgo.

Zhang Yimou se adentra en las miserias de la historia reciente de China, mediante un drama que recrea las funestas consecuencias de la Revolución Cultural de la época maoísta. Eso sí, lo hace como mejor sabe hacerlo este director, es decir, mediante un melodrama intimista, en el que la interpretación de Gong Li constituye la principal baza. El director utiliza la tragedia que supone el deterioro de la protagonista, con la progresiva pérdida de memoria personal, para construir un mensaje de reivindicación de la memoria colectiva.

Zhang Yimou es un director preciosista, que crea emociones a partir de lo cotidiano, y esta historia le viene como anillo al dedo. "Regreso a casa" toca también otros temas como el sentido de culpa, el amor y la lealtad. En un primer momento, cuando el marido regresa a casa y comprueba que su esposa amnésica es incapaz de reconocerle, se establece un juego de cortejo, un reto para despertar el recuerdo dormido, o para enamorar de nuevo a quien ya le ama. La escena del piano es especialmente conmovedora. A continuación se abre un indefinido periodo de acompañamiento, de fiel apoyo silencioso, entre la resignación por la felicidad perdida y la satisfacción que supone amar sin reservas. El argumento puede resultar previsible, pero ello es más bien una consecuencia de la fatalidad que el director quiere reflejar. Regreso a casa" es una película emotiva, y que marca una cadencia temporal que desemboca en el desgarrador plano final, poderoso e imborrable.

Jean-Marc Vallée plantea de forma minimalista un trauma especialmente complejo, y para ello se vale de un genial Jake Gyllenhaal. El protagonista, Davis, es una persona en busca de sus propias lágrimas, un patito feo que se ve a sí mismo como un bicho raro al no saber reaccionar de modo convencional a la muerte trágica de su esposa.

Todos los personajes secundarios se complementan perfectamente en esta trama ácida y punzante. Chris Cooper es la encarnación ajustada del suegro millonario orgulloso y arrogante. Naomi Watts, desde la falta de química con el protagonista, es el contrapunto emocional perfecto para que Vallée disponga una especie de deconstrucción de la relación de pareja. Judah Lewis constituye todo un descubrimiento y supone un trampolín en el proceso de catarsis del protagonista. Me he quedado sin palabras en la escena en que Davis le enseña a disparar.

La obstinada destrucción de electrodomésticos, o de su flamante casa, o de cualquier cosa que tenga a su alrededor, no será para Davis un punto de iniciación de nada, aunque sí un juego absurdo de humor negro que resultaba imprescindible como huida. Al final, Vallée plantea con naturalidad un interesante debate ético sobre la empatía y la necesidad de tomar conciencia de las limitaciones de quienes nos rodean. Sólo cuando Davis entiende que su vida anterior no era perfecta y que todos somos víctimas de un particular sufrimiento podrá sentir de verdad el duelo y el sentimiento de pérdida. Curiosamente, "Demolición" podría interpretarse como una apología del sufrimiento, o al menos como una obra que transmite la idea del dolor como parte integrante y necesaria de nuestras vidas. Con el sarcasmo y la ironía como herramientas principales, Vallée construye un drama especialmente sólido y aleccionador, decididamente humanista.

La película arranca como un thriller bastante solvente, con el reclamo de un Anthony Hopkins tan imponente como siempre. Poyart apoya toda la película en él, hasta el punto de que su personaje termina siendo especialmente absorbente y acaparador. El resto de actores, que en general están bastante bien, parecen asumir con dignidad el papel de comparsas. Pero el verdadero problema de la película es que la intriga se ve superada por el planteamiento demasiado grandilocuente de cuestiones filosóficas y morales. "Premonición" naufraga víctima de sus propias ambiciones. Los temas que toca parecen metidos con calzador en la trama, de una manera que a mí me parece impostada y poco verosímil. Poyart renuncia al suspense en favor de un debate demasiado abstracto, y en ese salto mortal no sale bien parado. Para cuando el personaje de Colin Farrell entra en juego, el argumento ya está desvaído y la cosa no puede remontar. El estilo "Matrix" de las escenas de acción añaden aún más artificialidad al conjunto. "Premonición" quiere ser un film original y que llame a la reflexión, pero en mi opinión fracasa al no conseguir engarzar todos los elementos de una manera coherente y eficaz.

Hitchcock, Polanski... Las referencias son múltiples en esta obra inquietante y enfermiza. La primera mitad de la película es realmente impactante, los malabarismos de la intriga son imaginativos y De Palma sorprende al espectador con personajes que aparecen y desaparecen de una trama central de la que vamos obteniendo información con cuentagotas. Para mí, estos minutos forman parte de lo mejor de toda la obra de De Palma, lo cual no es decir mucho en una cinematografía desigual y variable. En la segunda parte del film, la verdad, el argumento se desparrama y el director se deja llevar por sus propias adicciones cinematográficas, en una especie de orgía fílmica en donde todo se mezcla, con unos vaivenes en el argumento que también sorprenden, aunque cada vez menos, sucediéndose de una forma cada vez más forzada, hasta un desenlace que puede resultar convencional. El sentido del humor que contiene toda la película aporta el toque de frescura que esta obra necesitaba. "Hermanas" es especialmente criticable debido a las expectativas creadas en la primera mitad de su metraje, que no se ven del todo cumplidas. En cualquier caso, la propuesta debió ser impactante en el año 1973 y mantiene a día de hoy el mismo aire de pesadilla de mono loco.

Una película pensada para dar miedo, pero sólo pensada para dar miedo. Si ésta es una opera prima, habrá que concederle a Sandberg nuevas oportunidades. "Nunca apagues la luz" demuestra dominio del ritmo y de las reglas del género y, sobre todo, buenas dosis de honestidad. La película es deliciosamente corta, pero el director ya se encarga de introducir la tensión dramática y terrorífica desde las primeras escenas. Nada de "crescendos" utilizados para estirar la historia como un chicle. Eso es de agradecer. El problema es que la película ya no ofrece más. El ser maléfico que se nos aparece al apagar la luz constituye una imagen cinematográficamente muy potente, pero el problema es que el film apenas aporta más que eso. A los 15 minutos ya no hay nada nuevo que esperar, la trama transcurre por cauces muy tópicos y sólo queda presenciar la colección de sustos (algunos inteligentes, otros no) hasta un desenlace, eso sí, bastante bueno. Por el camino, el director prescinde de cualquier reflexión mínimamente profunda desde el punto de vista psicológico, cada personaje no ofrece más que el determinado rol que juega en la trama central. Nada más importa. Con un guión tan flojito, el conjunto queda reducido a un olvidable producto que sólo entusiasmará a los hooligans del género.

Sokurov nos ofrece en "Francofonia" una reflexión sobre el arte o, mejor dicho, sobre la función del arte en nuestra sociedad. Por temática, mensaje y estilo se trata de una obra que en mi opinión está bastante alejada de "El arca rusa", con la que todo el mundo se empeña en compararla. Aquí, el director parte de una anécdota histórica, como es la protección de las obras de El Louvre cuando París fue ocupada por los nazis en 1940, y que relata de manera ficcionada. Lo curioso es que a partir de ahí plantea múltiples ramificaciones y conexiones, jugando en distintos planos y tiempos. El origen del museo, su dimensión actual, la alegoría de la República identificando la idea del Arte con la Ilustración, la aparición de un Napoleón bufo identificando el arte que hoy entendemos con el imperialismo y el colonialismo, la aparición del propio Sokurov intentando comunicarse con el patrón de un barco que transporta obras de arte y que sufre incidencias en su travesía. Incluso el film muestra un debate entre el director y sus personajes...

"Francofonia" es un film deslavazado e inconexo, sin un estilo definido, que ofrece de forma indiscriminada escenas de reportaje documental, grabaciones improvisadas "cámara en mano", imágenes de archivo, espectaculares planos-secuencia de los tejados de París, simbólicos recorridos por las estancias vacías del gran museo parisino, etc. El director mantiene su tradicional apuesta por la cuidada fotografía y la música impactante. Pero, en este caso, rompe con cualquier rigorismo. El contraste formal puede despistar, pero no es más que la constatación de la impotencia del director de abarcar en una sola obra la magia y la miseria que supone en realidad el concepto de Arte para el ser humano. Sokurov transmite esa idea mediante la destrucción de los hilos narrativos, la contraposición desordenada de ideas y la combinación de imágenes primorosas con astracanadas de humor ácido. Eso es lo que el Arte es hoy para el director, algo sublime o algo podrido por las ambiciones más mundanas. Pero, sobre todo, ha de ser un campo abierto a la libertad y al riesgo. Con ello, lo deslavazado del conjunto es precisamente lo que dota a la obra de su esencia e interés.

"Francofonia" no emociona, seguramente porque Sokurov renunció a ello desde el principio.

Un dinámico melodrama con toques de cine negro. Aunque en algunas cosas no ha envejecido del todo bien, en conjunto se trata de una obra muy digna. La premisa inicial de la película es la de unos personajes que viven lastrados por un grave suceso ocurrido en su infancia. El regreso a la ciudad de uno de los antiguos amigos pone en peligro el equilibrio que artificialmente se había mantenido durante años. La aparente estructura de triángulo amoroso se convierte pronto en un cuadrado gracias al magnetismo del personaje interpretado por Lizabeth Scott. La riqueza de la trama, la mano firme de Milestone, la música de Rozsa y el trabajo de los actores dotan de profundidad a este film. Todos los personajes están en constante conflicto consigo mismos: ambiciones, amistad, lealtad, culpa... Todo ello en un entorno de corrupción y podredumbre, en el que el patrón para valorar a cualquier persona es su posición social. La corrupción y el dinero mandan. Con ello, todos los personajes se enfrentan al mismo dilema de hasta dónde están dispuestos a renunciar para obtener lo que desean. Con estas premisas el argumento se desarrolla por cánones tradicionales, aunque siempre verosímiles, con el goce añadido de ver a una Barbara Stanwyck desprendiendo una vez más su personalidad de forma (¿demasiado?) arrolladora y a un joven Kirk Douglas que ya mostraba maneras de gran estrella. Y todo desemboca en un desenlace coherente y poderoso. Un clásico.

Una película más que correcta, pero que se queda en la superficie en su vertiente de obra de denuncia. "Money Monster" es un film muy entretenido, que va de menos a más, estudiado al milímetro y sabiamente ejecutado. Aunque todos los actores están muy bien, yo destacaría especialmente a George Clooney, a quien parecen irle como un guante los papeles de galán trasnochado que se resiste a dejar de serlo. Nunca estaremos lo suficientemente agradecidos a este actor por su disposición a reírse de su propio personaje.

La tensión se introduce en el argumento desde el inicio, y va en un imparable crescendo hasta el final. Cada escena supone un nuevo clímax, con momentos verdaderamente brillantes (destaco el momento de la conversación entre el asaltante y su novia). El problema, en mi opinión, es que el film cede demasiado a las concesiones propias del blockbuster, con lo que la reflexión que deriva de la escena final (formalmente muy meritoria) se queda sin fuerza. El desarrollo de la trama es muy previsible y el desenlace, más allá de frases o momentos más o menos logrados, se percibe como inevitable desde el primer momento. Con ello, el componente crítico de la película pierde casi toda su potencia. Si Jodie Foster pretendía que al final al público se le atragantasen las palomitas, dudo que lo haya conseguido.

Un drama intenso que a mí me ha emocionado. A pesar de su estilo documental, Tavernier nos ofrece una catarata de sucesos sobre la vida cotidiana del director y maestro de un modesto colegio en una ciudad de provincias francesa. La estructura del guión resulta en mi opinión la clave de este film. La trama se configura en forma de breves pinceladas con distintas subtramas que nunca se desarrollan, personajes secundarios apenas esbozados que podrían dar pie por sí solos a nuevas películas. Tavernier transforma el estrés del personaje principal en angustia y tensión para el espectador. "Hoy empieza todo" (estupendo título) abre un debate sobre la educación en los países occidentales. La magia que supone educar y formar a un ser humano salta por los aires en el día a día del protagonista. El maestro de escuela es en realidad un bombero que se pasa las horas apagando fuegos, siempre flirteando con los límites de la marginalidad, llevándose los problemas a su casa, y sin tiempo para pensar en las necesidades reales de cada alumno. Una ametralladora de situaciones conflictivas, y una constante sensación de agobio por la precariedad de medios con los que hacerles frente. Es difícil tener un sistema educativo adecuado cuando el modelo social está en crisis. Una película sin concesiones ni sentimentalismos, cruda como la vida misma. Y eso es lo más grave de todo, que es como la vida misma, y 17 años después la cosa no ha mejorado precisamente...

Una reflexión sobre el sentimiento de pérdida, mediante la confrontación de tres personajes antagónicos. Janusz afronta la muerte de su esposa volcándose en cuerpo y alma en su trabajo, de forma desalmada y mecánica, como un robot. Su hija, sin embargo, cae en la anorexia y la bulimia. Anna trabaja como psicóloga y terapeuta, y está segura de poder contactar son su hija fallecida mediante la videncia. Destaca de "Cuerpo" su enfoque tragicómico, que se impone sobre el estilo aparentemente lánguido de la narración. Hay un espíritu casi irreverente al narrar los sucesos más desgarradores apelando a un sentido del humor muy ácido. A mí me ha recordado al mejor Lanthimos. Sin duda, ése es el punto más destacable de la película. Como aspecto negativo, diría que la confluencia de los tres personajes en la segunda parte del film se establece de una manera impostada, poco verosímil, de modo que la perspectiva más o menos optimista por la que la directora parece apostar se antoja forzada. De todas formas, una interesante propuesta desde la fría Polonia.

Maurice Tourneur ofrece una película de cine negro vigorosa y entretenida. Más allá de utilizar casi todos los clichés del género en una trama bien urdida, el estilo es potente y muy medido. El montaje y la posición de la cámara hacen que el lenguaje sea muy diferente a lo que por aquel entonces se estilaba en Hollywood. Con ello, si bien el relato puede ser tópico y la trama es bastante previsible, el director consigue captar nuestra atención desde el primer minuto. Las interpretaciones están a buen nivel en un relato bastante coral. Las iluminaciones expresionistas, basadas en el contraste de claros y oscuros, presentan ya una dimensión diferente, como si el estilo se hubiese sublimado o superado. Las perspectivas oblicuas se muestran de una forma muy natural, nada estridente, pero con planos igualmente audaces, mediante encuadres imaginativos para la época. En mi caso, todo un descubrimiento.

Ni me entusiasmó la primera, ni me ha gustado especialmente la segunda. James Wan sigue con su más de lo mismo. Un niño grande entusiasta del cine de terror, que entiende el miedo como un fin en sí mismo, y que demuestra ser un gran artesano a la hora de hacer películas. Los movimientos de cámara y la sucesión de sustos recuerdan a una sinfonía bien elaborada. El director puede poner el ay en el cuerpo a cualquiera, a base de buen oficio, y hace un producto que, sobre todo, entretiene. El problema es que la historia no aporta nada más a lo que ya hemos visto en otras ocasiones. El planteamiento es igual al de propuestas anteriores, con un desarrollo similar y con un desenlace más o menos previsible. Todos los actores, tanto adultos como niños, están a buena altura, pero la sensación final que a uno le queda es solamente la de haberse distraído durante un rato. Dejo el entusiasmo para los incondicionales del género. Todo huele a capítulo de serie de TV, con un sabor de antaño, un tanto nostálgico. Es más, el hecho de que la historia esté ambientada en los años 70 contribuye a crear ese clima. El interés que despierta "Expediente Warren" me recuerda a cuando de niños esperábamos con impaciencia que llegase el día de la semana en que hacían otro capítulo más de nuestra serie favorita. Capítulo del que, por cierto, nos olvidábamos bastante rápido. Al final, todo consiste en encontrar la palabra clave, leer cuatro latinajos y a casa. Hasta la próxima.

Seguro que había que ser muy audaz para hacer una película así en la Francia de 1937. Las heridas de la Primera Guerra Mundial aún sangraban, y los rencores entre las potencias europeas se mantenían intactos desde el Tratado de Versalles. Hitler y Mussolini campaban a sus anchas por Europa (bombardeos indiscriminados sobre población civil española incluidos), Stalin era un león entretenido en sus purgas que podía abalanzarse sobre cualquier presa en cualquier momento, y Francia y Gran Bretaña estaban más preocupadas en no soliviantar más a las bestias que en otra cosa... En éstas, Renoir hizo una película llamada "La gran ilusión" que bien podía haberse titulado "La gran utopía". Un canto antibelicista que es una apuesta decidida por el ser humano, una llamada a la concordia y a la civilidad entre naciones. Claro que la utopía sería que no hubiese guerras... La película se plantea como un drama carcelario al uso, con un plan de fuga y una historia final de amor imposible, pero toda esa trama queda tamizada por el trato exquisito que los soldados alemanes dan a los prisioneros franceses, y por el comportamiento respetuoso de éstos hacia sus captores. Seguro que Renoir ya sabía que en la tragedia que se cernía por Europa no sería ése el clima que se respiraría en los campos de concentración alemanes (ejem), pero aún así es ése el escenario que describe. La guerra se plantea como un conflicto quizá inevitable, pero no por eso ha de perderse la caballerosidad y el respeto por el contrario. Un mensaje ético y humanista que lo marca todo. Lo más destacado, sin duda, son los diálogos protagonizados por el general alemán encarnado por Erich von Stroheim, verdadero eje de la película.

Con ello, Jean Renoir hace un clásico imperecedero, tan actual a día de hoy como en el momento en que se filmó. Me impide ponerle más nota el toque naif e ingenuo de la propuesta, tan evidente que hace que lo que se cuenta parezca a veces inverosímil. Renoir es tan humano que no siempre parece creíble. Uno tiene ganas de levantarse en mitad de la sala para gritar que desgraciadamente los hechos no ocurrieron así cuando finalmente la guerra se desencadenó en Europa en 1939, que actualmente las guerras tampoco se están haciendo de esa manera, que el mensaje no ha cuajado, ni en los mandatarios ni en los ciudadanos de a pie, que el planeta sigue desangrándose y destrozándose en cientos de conflictos bélicos... Una lástima, Jean Renoir. Pero gracias siempre por intentarlo, y por dejarnos esta obra cuasi perfecta, de revisión obligada. Porque nunca debemos renunciar a poner las cosas en su sitio.

"Lobo" narra el viaje iniciático de un niño beduino en el desierto jordano, durante el conflicto bélico de la Primera Guerra Mundial. Las continuas referencias que se han hecho al western para referirse a esta película me parecen muy acertadas, casi diría que son obvias. Naji Abu Nowar nos ofrece un relato de aventuras en un paisaje duro y extremo, en el que la vida de un hombre apenas vale más que medio litro de agua. La fotografía, el sonido y la iluminación están al servicio de la historia, hay una manera física de rodar que hace que podamos sentir la sed y el calor que padecen los personajes.

El espectador puede ignorar los detalles del conflicto que se vivía en aquella época entre los imperios británico y otomano, basta con dejarse llevar por la anécdota de la historia del protagonista. Theeb no entiende de bandos, pertenece a un pueblo nómada cuya idea de nobleza, convivencia y solidaridad entre personas no depende de fronteras, ni de razas, pero que está en una imparable vía de extinción por la llegada del progreso en forma de ferrocarril. La épica de la trama se ve reforzada con un mensaje de universalidad que supera los clichés hollywoodienses clásicos de Peter O'Toole en Lawrence de Arabia, y no digamos ya de films anteriores. Con ello, "Lobo" es una interesante revisión de géneros cinematográficos, una apuesta decidida por un estilo muy personal y una reflexión existencial que trasciende a cualquier época histórica. Una buena película.

Una película modesta sobre la situación de una inmigrante magrebí en su lucha diaria por integrar a su familia (más que a ella misma) en la sociedad francesa. El tono casi documental y la puesta en escena sin estridencias hacen que "Fatima" sea, sobre todo, auténtica y verosímil. El punto de vista va cambiando entre los personajes principales, pero siempre es femenino. Destaca el contraste intergeneracional, incluso la diferente actitud de las dos jóvenes hermanas a la hora de abrirse un hueco en la sociedad francesa. El film ofrece interrogantes e invita al espectador a la reflexión sobre la inmigración y la convivencia en la Europa moderna. No obstante, la historia es plana y convencional. Aunque el guión es meritorio por la credibilidad de cada diálogo, no hay ninguna trama destacable por sí sola. Es una película de planteamiento, o de situación, y una vez que Faucon nos enseña sus cartas y nos muestra qué es lo que quiere decir, el film no muestra mucho más. El reducido metraje (78 minutos) se agradece más que nunca. La película nos relata un periodo de la vida de Fátima que abarca aproximadamente un año, pero el director podría haber encogido o estirado el argumento a su antojo, sin que el conjunto ni el mensaje hubiesen cambiado mucho. En definitiva, una película interesante y honesta, pero no brillante, y que sólo consigue ser emocionante a partir de detalles sueltos de la vida de la protagonista.

Una reflexión existencial sobre la podredumbre del género humano, a través de un ejercicio de estilo que indaga sobre los límites entre realidad y ficción. Oppenheimer busca una nueva dimensión del género, mediante una fórmula escalofriante y devastadora. Aunque se trate de un documental, lo que continuamente vemos en pantalla sobre matanzas y torturas es mera ficción. Lo triste es que ello se utilice como mecanismo de recreación de unos sucesos escandalosamente reales, y narrados impunemente por sus protagonistas. "The act of killing" es un documental, pero se acerca al cine de terror. El director da la voz a dos verdugos del genocidio indonesio de los años 60, y el resultado es brutal. No hace falta ofrecer escenas violentas, ni apenas hay imágenes de archivo para ambientar al espectador. Lo que estas "personas" transmiten ante la cámara, de manera espontánea y arrogante, es una pura exaltación del crimen y de la crueldad más inhumana... Oppenheimer no es un testigo mudo, y se vale de un tono mordaz para llevar el film a los límites de la parodia. Con ello, su trabajo es especialmente valiente y audaz. "The act of killing" termina ofreciendo un mensaje de depravación y asco, a través de una orgía macabra de glorificación y justificación de la violencia. La escena del programa de televisión, o la del abuelito poniendo a sus nietos ante una pantalla de televisión para que "aprendan" sobre sus métodos, congelan el ánimo a cualquier espectador mínimamente decente. Un puñetazo.

Tal y como se ha dicho, estamos ante nuestro "Seven" particular. "La isla mínima" supone otra vuelta de tuerca en una corriente de cineastas que están llevando el thriller español a cotas muy altas. La trama se confunde con la atmósfera agónica y asfixiante en la que se desarrolla, hasta el punto de que el film puede verse también como una crónica social. La manera de rodar es tan potente que el espectador puede sentirse agobiado y adormecido por el calor, o empujado por la misma abulia y el caciquismo que oprime a los personajes... Alberto Rodriguez consigue que nos metamos dentro de la película, gracias a su estilo visceral, sin más trampas que las estrictamente necesarias, y todo ello a pesar de lo desafortunado de algunos personajes secundarios. "La isla mínima" es un pesimista retrato de la España de los años 70, más tardofranquista que democrática incluso tras la muerte del dictador. Un país de señoritos que seguía organizado de manera feudal, con estructuras inamovibles, sin más salida para las clases trabajadoras que la explotación, la emigración o el delito. El derecho de pernada aún prevalece a pesar de los jueces. En este ambiente Rodríguez nos presenta un relato de suspense bien trazado, con dos protagonistas antagónicos, complejos y verosímiles, con sus particulares códigos, muy bien compuestos por Raúl Arévalo y, sobre todo, Javier Gutiérrez. "La isla mínima" apabulla tanto en las escenas de acción como en el retrato psicológico. Si existe el western crepuscular, ésta sería una buena muestra de thriller crepuscular. De todos modos, es difícil ponerle etiquetas a esta película...