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Ladrona por amor
Ladrona por amor (1966)
  • 6,3
    861
  • Estados Unidos Ronald Neame
  • Shirley MacLaine, Michael Caine, Herbert Lom ...
7
ELLA POR SI SOLA DESNIVELA LA BALANZA
Si bien no existen fórmulas infalibles para atraer a los espectadores a las pantallas cinematográficas, es absolutamente cierto que la presencia de determinados actores y actrices que cuenten con la admiración popular (también algunos directores), son factores que pueden desnivelar claramente la balanza hacia un lado u otro. Una vez desnivelada, todas las demás circunstancias que concurren en una obra fílmica coadyuvan al éxito o al fracaso. Las llamadas “obras maestras” son algo así como conjunciones planetarias donde todos están en su lugar único y posible, casi religioso, y donde la totalidad se convierte en la materialización de la perfección.

Filosofías aparte, en este caso la balanza se desnivela clarísimamente con la presencia de una actriz cuya trayectoria en los años 60 era espectacular. Ahí queda eso: Can-Can, El apartamento, La calumnia, Irma la Dulce, Cualquier día en cualquier esquina, Mi dulce gheisa o Ella y sus maridos. Esos eran sus poderes y con ellos el derecho a elegir partenaire. Y el elegido fue Michael Caine. Lo explicaba la propia Shirley MacLaine:

“Michael Caine era un actor cockney que me había gustado en The Ipcress File. Me impresionó su aire seco y sarcástico, y le pregunté si vendría a Estados Unidos para protagonizar Gambit conmigo”

Aunque mis habilidades traductoras estén al nivel P de parvulitos, creo que todos reconocemos en la frase de Miss MacLaine al actor del East End londinense. Su sequedad, su sarcasmo y su acento cockney se encuentran, claramente, entre sus señas de identidad. Como él mismo decía en una entrevista televisiva, sonriendo y aplanando las vocales: “Puedo interpretar cualquier cosa”. Así pues aceptó la oferta, hizo las maletas y le dio un impulso a su carrera en el mercado americano de la mano de un buen director, inglés como él, Ronald Neame, en cuya filmografía encontramos además El millonario, Una mujer sin pasado y sobre todo la muy recomendable El hombre que nunca existió.

Gambit no es una obra maestra, pero se encuadra bien dentro de un género cinematográfico, el de los ladrones de alta escuela, recomendado guante blanco y esmoquin, que nos ha dejado momentos inolvidables. Topkapi, Charada, Como robar un millón o incluso aquella del clan Sinatra La cuadrilla de los once (1960) son ejemplos memorables de un cine que consigue la complicidad de los espectadores al límite justo de situarnos en el lado oscuro de la ley un tanto hipnotizados por esa química tan difícil de encontrar y que aquí estalla entre Caine y MacLaine y sin perder de vista la gran actuación de Herbert Lom, actor al que Blake Edwards extrajo su vena más cómica pero que cuenta con innumerables registros interpretativos.

Precisamente Herbert Lom da vida a un millonario árabe que, obsesionado por el recuerdo de su esposa muerta, tiene en su poder una valiosa estatua de la emperatriz Lissu, de gran parecido con la difunta. Sin embargo ambas, esposa y emperatriz, parecen revivir cuando entra en escena Nicole (MacLaine) una bailarina de Hong Kong contratada por Harry Dean (Caine) y que es, sin duda, una copia perfecta de ellas. Aprovechándose de esta circunstancia se teje una sofisticada trama donde un ladrón y un traficante de arte tratan de apoderarse de lo ajeno. Un plan perfecto y sin fisuras. Una realización fallida…¿O no?. Descúbranlo ustedes mismos. Les dejo una pista. Gámbito: Jugada de ajedrez en que se sacrifica una pieza menor con el fin de lograr un objetivo más alto. Una especie de doble juego, vamos.

No puedo finalizar sin decirlo: El trabajo de Caine y Lom roza la perfección pero Shirley MacLaine está en una especie de plano astral distinto: ¡Maravillosa!. Como les decía al principio, ella, por si sola desnivela la balanza.
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2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un corazón en peligro
Un corazón en peligro (1944)
  • 5,8
    285
  • Estados Unidos Clifford Odets
  • Cary Grant, Ethel Barrymore, Barry Fitzgerald ...
7
EL EAST END LONDINENSE : EL PAISAJE DE UNA BATALLA PERSONAL
Cary Grant cumplidos los 40 encuentra en el personaje de Ernie Mott una oportunidad para evitar el encasillamiento al que parecía conducirle su carrera. Con honrosísimas excepciones como Sospecha (Alfred Hitchcock, 1941) sus películas eran, en su mayoría, exponente de una comedia generalmente fácil y romántica muy al gusto de los espectadores y donde la figura de Grant tenía un lugar de privilegio. El cambio resultó chocante y no consiguió la aceptación popular a pesar de un excelente trabajo interpretativo que le condujo, muy justamente, a su segunda nominación al Oscar como mejor actor. El proyecto resultaba apasionante para el actor y un gran reto para el guionista-director Clifford Odets (cuyas experiencias en Hollywood podemos conocer un tanto superficialmente siguiendo la película The big knife dirigida por Robert Aldrich) al tener que ajustar un actor de 40 a un personaje de 18-20, por muy Cary Grant que se llamase.



“Un corazón en peligro”, basada en una novela de Richard LLewellyn autor también de “¡Que verde era mi valle!” es una película claramente marcada por las dos contiendas mundiales y que se ambienta no en los ambientes sofisticados de la City sino en el ambiente cockney del Londres más pobre, o lo que es igual, los bajos fondos del East End londinense. Allí conviven en difícil armonía la criminalidad local y las desesperanzas de la gente buena y humilde resignada una suerte inexorablemente adversa y es allí mismo donde se representa el drama personal de Ernie Mott un joven independiente y de espíritu libre a quien la vida, cruda y despiadada, coloca en ese punto crucial donde los caminos se bifurcan y hay que optar entre la libertad soñada y una realidad que encarcela las ilusiones. La grave enfermedad de su madre (Ethel Barrymore) es el detonante de una serie de acontecimientos a través de los cuales Ernie trata de encontrar su propio destino sin perder su coherencia personal.



A mi parecer, la esencia del film se contiene en lo expuesto. Los hechos que se tejen alrededor de esa búsqueda de sí mismo resultan decisorios en la medida que condicionan el resultado final. Ahí están sus dubitativas aproximaciones a la delincuencia o la búsqueda de un amor que conmueva sus fibras más profundas. Ahí esta su rechazo a la rutina de reabrir una y otra vez los mismos surcos, a ese amor civilizado que cantaba Sabina, a la riqueza que se alimenta de la pobreza (la escena de la mujer que empeña su pajarito es absolutamente solemne) y en definitiva a todo aquello que signifique rendir las armas de su juventud ante una realidad que no se doblega. En todo ello está el verdadero mensaje del film. La aventura sentimental con la ex mujer de un mafioso local, su participación en el robo a los pequeños comerciantes locales o incluso la vida en el East End con las pequeñas historias de sus convecinos son solo el paisaje para una batalla, la de la supervivencia de un corazón que peligra en territorio hostil. Si hacemos del paisaje el argumento principal nos equivocaríamos y la película perdería todo su sentido.



Punto y aparte para la interpretación de esa señora de la escena cuyas apariciones en la pantalla grande se hacían desear más de lo conveniente dada su predilección por las candilejas teatrales. Ethel Barrymore está soberbia en su papel de “Ma” y su Oscar a la interpretación femenina merecidísimo. Honor y gloria para la familia Barrymore. June Duprez, Jane Wyatt y Barry Fitzgerald conforman un trío de lujo para un film que, al contrario de aquellos a los que nos tenía acostumbrados Cary Grant, ofrece mucho para reflexionar. Quizás por ello no acabó cuajando. La audiencia, especialmente la mas devota, suele preferir las digestiones fáciles.



Una referencia final para Clifford Odets quien, en su primer trabajo como realizador, le faltó experiencia para transmitir la fuerza del mensaje y otra para Cary Grant que, se diga lo que se diga, no aparenta la adolescencia que se le supone. Pero le pone ganas y lo intenta. Eso si.
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1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estación Unión
Estación Unión (1950)
  • 6,6
    347
  • Estados Unidos Rudolph Maté
  • William Holden, Nancy Olson, Barry Fitzgerald ...
8
ACEPTANDO QUE EL MUNDO ES UN PAÑUELO
Casi todas las reseñas sobre Union Station acaban, de un modo u otro, intentando determinar si estamos ante un ejemplo de cine negro o de un policial que cuestiona ciertos procedimientos llevados al límite de la legalidad. Aunque, a mi juicio, le falten algunos de los elementos que definen el “noir” (la seducción viviendo en la barra de un bar, los incautos cogidos en un mal paso y esa fauna de aves de paso nocturnas) pienso que tal discusión no resulta bizantina especialmente si consideramos que Rudolph Maté procedía de una escuela fotográfica europea y que había trabajado a las órdenes de Alexander Korda, Karl Freund y Carl Theodore Drayer, cineastas que hicieron del blanco y negro su instrumento de lenguaje expresionista. No era casual por tanto que sus películas respiraran esa atmósfera tan característica del cine negro, máxime si se cuenta con un director de fotografía como Daniel L. Fabb con 7 nominaciones a los Oscars en su haber y si además la violencia hace equilibrios en la cuerda floja de la legalidad (obsérvense algunos métodos policiales para hacer cantar a los delincuentes) pues casi casi tenemos el “noir” en plena ebullición. Ciertamente no el “noir” puro de los 30-40 pero “noir” al fin y al cabo.

Ciertamente la fotografía es uno de los valores a destacar en este trabajo de Maté. Las secuencias de persecuciones (en los trenes, en la propia estación ferroviaria o en los sótanos de la misma) plantean problemas de difícil resolución pero que se resuelven magistralmente. El relevo policial durante el trayecto en tren de uno de los secuestradores es una obra de arte fotográfica y queda como una de las secuencias cumbre de la película. Claro que, todo esto debe tener sus complementos. Una película es un todo, una suma de diferentes elementos que debemos valorar uno a uno y en su conjunto.


En su día se calificó de “thriller criminal tenso” y más gráficamente, de película para morderse las uñas. Sinceramente creo que hay un mucho de exageración en tales afirmaciones. La trama argumental es interesante pero se soporta sobre hechos poco convincentes lo que, a mi entender, le resta credibilidad. El rapto de la hija ciega de un adinerado empresario americano es “descubierto” (digámoslo así) por su secretaria quien, en un viaje en ferrocarril sospecha de un par de individuos que perseguían el tren y que consiguieron subir a él en una parada reciente. Si aceptamos que el mundo es un pañuelo y que nada impide que la secretaria que acababa de despedirse de la secuestrada hace escasas horas acabe colaborando “casualmente” con la policía de la estación e incluso tenga un papel destacado en la resolución del caso, es completamente factible seguir el resto de la trama con verdadero interés e incluso sentir los efectos del suspense, aunque mis uñas no sufrieron los efectos destructivos del mismo.

Dicho esto y lamentando una cierta previsibilidad en un final que hay que encuadrarlo en la tónica general de aquellos años, no me queda otra cosa que valorar positivamente tanto el trabajo de los actores, especialmente William Holden y Barry Fitzgerald como el de su director Rudolph Maté que sabe dotar al film de un ritmo frenético dentro de una atmósfera claustrofóbica y que consigue captar la atención del espectador de principio a fin, aun a sabiendas que la probabilidad de que tantas coincidencias se den en la vida real es absolutamente negativa. Pero, nimiedades al margen ¡Esto es cine!
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1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una mujer marcada
Una mujer marcada (1960)
  • 6,0
    630
  • Estados Unidos Daniel Mann
  • Elizabeth Taylor, Laurence Harvey, Eddie Fisher ...
7
"GRACIAS POR NO LLAMARME NENA, MONADA Y CARITA DE MUÑECA"
Comentar una película como Butterfield 8 y hacerlo de modo que el comentario no resulte cansado y si es posible sea breve, es un problema cuya única solución pasa por centrarnos casi exclusivamente en la figura de una de las mejores actrices que ha dado el mundo cinematográfico: Elizabeth Taylor. Laurence Harvey quien sin duda tiene sus valores como actor es prescindible y sustituible, Eddie Fisher, colocadísimo a dedo por su esposa, no es que aporte poco, es que no aporta nada. Y del resto del elenco es mi obligación indultar a Mildred Dunnock en su papel de madre de Gloria Wandrous (Liz Taylor). En cuanto a Miss Taylor el cine es su hábitat natural, algo así como el mar donde se mueve con la suavidad y la sensualidad de una sirena de los trópicos. Tanto es así que, cansada, molesta, y obligada a fuerza de un contrato procedente de su época infantil, a protagonizar una última película para MGM so pena de no poder interpretar Cleopatra de Mankiewicz para la 20 Century Fox, accede a hacerlo, y su trabajo, sea por la rabia y el malestar que siente, sea por la madera de actriz que lleva dentro, sea por la profesionalidad que siempre ha mostrado, se convierte en un trabajo magistral por el que acaba consiguiendo el Oscar tras tres oportunidades perdidas.

En sus declaraciones Liz Taylor siempre pareció detestar esta película añadiendo además que el Oscar de la Academia le había sido otorgado algo así como por compasión puesto que en los meses posteriores al film había estado enferma. Tratando de ser objetivo, el Oscar es merecido. Además, el hecho de arrebatárselo a una Shirley MacLaine inmensa en El apartamento, dice muchísimo. Ahora bien, haberse dejado en el tintero de las estatuillas del último trienio, interpretaciones como las de “De repente el último verano” o “La gata sobre el tejado de zinc caliente”, especialmente esta última, hacen que me cuestione la posibilidad de una cierta operación de compensación o desagravio.

Pero no restemos. Hay que sumar méritos porque Elizabeth Taylor unió siempre a su belleza su superlatividad como artista, y en esta interpretación de “Una mujer marcada” (por una vez, un título hispano acertado) nos regala el auténtico retrato de una mujer cuya adolescencia trazó su vida. La marcó como acertadamente desvela el título. A partir de ahí su existencia es una búsqueda inconsciente de alguien que la rescate, de alguien diferente:

- "Gracias por no llamarme nena, monada y carita de muñeca

Y cuando la fatalidad parece doblegarse, cuando los sueños reaparecen y hasta el diván del psicoanalista queda vacío, un abrigo de visón se interpone entre ella y un futuro distinto y esperanzador. Y de nuevo, como en tantas películas o incluso como en la vida misma, el “volver a empezar” se desintegra en la nada de la dura realidad, y solo quedan un abrigo arrojado a sus pies como pago de su tiempo y de su cuerpo y el recuerdo de una historia vivida con la curiosidad sexual de los 13 años:

“Me enseñó mucho más sobre el mal de lo que debe saber una chica de 13 años”

“Gloria, calla”

"No has oído lo mejor todavía. ¡Me encantaba!"

Resumiendo, un tema escabroso y difícil y una interpretación excelente de una actriz única. Sin embargo esa sensación de realidad vívida y descarnada que nos deja la actuación de Liz, se pierde con el resto (Mildred Dunnock indultada) hasta diluirse en la superficialidad más absoluta. La solista despunta en un solo magistral. La orquesta languidece y no acompaña y el gesto de un bostezo se vislumbra en el escenario
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The Lone Wolf Spy Hunt
The Lone Wolf Spy Hunt (1939)
  • Estados Unidos Peter Godfrey
  • Warren William, Ida Lupino, Rita Hayworth ...
7
UNA AVENTURA ARQUEOLÓGICO-CINEMATOGRÁFICA EN BUSCA DE LA OBJETIVIDAD PERDIDA.
Las películas de detectives tuvieron una excelente acogida allá por los años 30. En 1934 MGM presenta The thin man (La cena de los acusados) basada en una obra de Dashiell Hammett, uno de los maestros de la llamada “novela negra”. Un año después, en 1935, Columbia Pictures estrena The lone Wolf returns apostando por el personaje creado en 1914 por Louis Joseph Vance. RKO se incorpora a la “fiesta” en 1938 con The saint, inicialmente interpretado por Louis Hayward y más tarde por George Sanders. Fue en 1934 cuando Warner Brothers, tras disputárselo a MGM se hace con los derechos sobre Philo Vance un detective privado basado en las obras de S.S. van Dine. De 1934 a 1937 Warner presenta una serie de films basados en el abogado Perry Mason, famoso personaje creado por Erle Stanley Gardner. Y así podríamos seguir con The Falcon, Mr. Moto, Charlie Chan, Mr Wong y por supuestísimo el detective por excelencia: Sherlock Holmes.

El mundo detectivesco, con sus dosis de intriga, misterio y por supuesto romance se hizo un hueco importante en el cine y también en la radio y, posteriormente lo haría en el novedoso medio televisivo. Tenía lo más importante, el apoyo de un público que durante poco más de una hora, olvidaba sus rutinas y jugaba a resolver unos conflictos que se desvanecían cuando volvían a encenderse las luces de las salas donde se exponían. Warren William, George Sanders, William Powell, Mirna Loy, igual que más tarde Raymond Burr o Roger Moore, se convirtieron en auténticos héroes populares capaces de salir indemnes, con una sonrisa y sin despeinarse de cualquier peligro imposible de superar para el común de los mortales.

En este patrón se mueve The Lone Wolf Spy Hunt, un film donde hay buenos y malos, damas seductoras, celosas prometidas, policías amables y comprensivos, niñas jugando a los pistoleros, mayordomos para todo incluso para los caprichos infantiles y glamour, mucho glamour, con su buena colección de abrigos de pieles de zorro, blanco para las niñas buenas (Ida Lupino) y negro para las de aviesas intenciones (Rita Hayworth). Por su color las conoceréis… Y hablando de colores, nada de cine negro, como mucho, gris con tintes rosa. Eso si, Ida y Rita, un gusto verlas.

Esa mezcla de intriga, acción y humor años 30 hacía que los espectadores se sintieran próximos a sus héroes y probablemente en ello radicase el secreto de su éxito. Las Majors se disputaban la porción más grande de un negocio boyante y, en general, la cosa funcionaba. Jugar a ser censores 90 años después impide cualquier tipo de objetividad. Nada es igual. Ni las butacas, ni el sonido, ni las palomitas. Ni siquiera el compañero o compañera (si tienes alguno) que se atreva a compartir esta aventura arqueológico-cinematográfica.

Hace pocos meses, estuve viendo unos pocos capítulos de la serie Los vengadores, exitosa serie británica de los 60 interpretada por Patrick McNee y Diana Rigg. Reconozco que acabé un tanto desubicado. Algo había cambiado. Los originales y entretenidos gags del señor del bombín y el paraguas y las llamativas vestimentas de su compañera eran los mismos pero no eran los mismos. Se apoderó de mi cierto desencanto y una sensación de haber perdido la inocencia. Pero no hay que verlo así, me dije, no se ha perdido nada, he ganado mucho y el mundo también (a pesar de las barbaridades) Y ¡que narices! Aquella serie era muy buena…
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Almas desviadas
Almas desviadas (1949)
  • 6,4
    72
  • Estados Unidos Richard L. Bare
  • Virginia Mayo, Zachary Scott, Dorothy Malone ...
6
"CORAZÓN DE HIELO" COCTEL CON FINGIDA INOCENCIA, SEDUCCION A CHORRO Y LAGRIMAS DE COCODRILO (SIN ABUSAR)
A Virginia Mayo le sientan como anillo al dedo estos papeles de mujer embaucadora de esa especie homínida extendida geográficamente por todo el orbe denominada en latín, clarísimamente macarrónico, “pardillus máximus”. No soy de los que consideran que hasta ahí llegan sus capacidades artísticas. Considero que la chica da para más, pero es cierto que donde exprime al máximo sus talentos es en este tipo de papeles, sobre todo si se añade una pizca de fingida inocencia, un buen chorro de seducción y se riega todo con algunas lágrimas de cocodrilo (sin abusar).

Por su parte, a Zacchary Scott, le tengo algo encorsetado en un cine serie B, donde cumple con creces lo que se espera de él. Sin embargo sería injusto dejar de reconocer que, a pesar de esa sempiterna imagen suya que podría ponerle cara perfectamente a Don Quintín el “amargao”, el hombre nos ha dejado buenos momentos interpretativos en películas como La máscara de Dimitrios, El sureño, Mildred Pierce o Flamingo Road, estas últimas con una devora partenaires como Joan Crawford.

Aunque ambos actores están en su línea y cumplen con corrección, también es cierto y totalmente lógico que los productores intentaron seducir a la taquilla promocionando por encima de todo la imagen de Virginia Mayo, quien además hacía poco que había participado en otro “noir” del mismo director “Smarts girls don’t talk”.De ahí que la película se acabara titulando Flaxy Martin, el nombre de la actriz en el film y en los reclamos publicitarios se determinase la materia prima de su corazón: “La chica con el corazón de hielo”. Las referencias a Scott y a Dorothy Malone acabaron minimizadas, casi ninguneadas, a pesar que su cuota de pantalla era infinítamente superior a la de Miss Mayo. La lógica vuelve a imperar. La seducción como la tentación viven arriba y venden más que los rostros inexpresivos y las chicas bien tan modositas ellas.

Donde la cosa adquiere condiciones catastróficas es en el guion. Su estructura es muy endeble y como todo aquello que anda cogido con pinzas acaba descolgándose a trozos por todas partes. Los escrúpulos de un abogado en nómina de la mafia americana son de hacérselo mirar pero se riza el rizo rizado cuando acepta incriminarse a él mismo con tal de salvar a su amada Flaxy, ya saben la pelandusca que aparenta un triple juego cuando en realidad solo tiene uno, ella misma y el dinero. Los conocimientos jurídicos de nuestro letrado no le salvan de acabar en un tren camino del presidio, pero ¡oigan! esto es una película y el guardia un alma bendita que le pone facilísimo la fuga. A partir de ahí, se trata de ver si la venganza se sirve o no fría, y no se sabe muy bien porqué pero la diosa Fortuna o un representante avispado que encontró un papelito para su actriz, pone en su camino a una buena chica (Dorothy Malone, ¡que tiempos aquellos!). Para lo que tiene en mente el leguleyo, dos son una multitud, claro que para un final feliz de los que gustaban en aquella época de romances y sueños americanos la Dorothy de turno resulta imprescindible.

Por cierto, siempre me pareció curioso lo rápido que se enamora la gente en las películas, sobre todo en las americanas de aquellos años.

Una última mención (honoris causa) para Elisha Cook Jr. un excelente secundario que a base de repetir siempre su papel de matón de tres al cuarto y de andar por casa, acaba sabiéndoselo al dedillo. En esta película tiene algunos extras adicionales que nos confirman lo que ya intuíamos, que cuando lo eligen es por algo.
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2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Lucky Lady
The Lucky Lady (1926)
  • Estados Unidos Raoul Walsh
  • Greta Nissen, Lionel Barrymore, William Collier Jr. ...
5
UNA OPCIÓN SI NO QUIERES CALENTARTE LA CABEZA EN UN DÍA GRIS Y LLUVIOSO.
The Lucky Lady, película de 1926 dirigida por Raoul Walsh (no confundir con la de 1975, dirigida por Stanley Donen e interpretada por Liza Minnelli) es una comedia tan insulsa y predecible que renuncio a adjudicarle el adjetivo entretenida. Si el día está gris y lluvioso y no quieres calentarte la cabeza más de lo necesario esta es probablemente una buena opción para perder una hora de tus rutinas habituales.

Alguna compensación tendrá la cosa ¡Si señor! La presencia de Greta Nissen con su nórdica belleza supone un regocijo para la vista y si usted es admirador o simplemente le hablaron de los Barrymore, esta es una ocasión de ver a Lionel, uno de los miembros de la famosa saga, aunque particularmente le aconsejaría que repasase su trabajo en Cayo Largo de Huston para quedarse con un mejor sabor cinéfilo.

De la trama les hablaré poco. Y es que no hay mucho que decir. Tras el fallecimiento del Rey de un pequeño país europeo con un famosísimo Casino (¿les suena?) se considera oportuno que la princesa contraiga matrimonio y se mantenga el sistema monárquico para evitar tentaciones republicanas. La elección recae sobre un miembro de la nobleza quien además tiene deudas de juego con el Casino, que es lo mismo que tenerlas con la Corona. La princesa, por su parte, se ha enamorado de un ciudadano estadounidense por lo que no cesará de poner obstáculos a un matrimonio arreglado. Hasta aquí el planteamiento. El nudo y el desenlace pueden verlo ustedes mismos o también imaginárselo.

También servirá esta película a los admiradores de Raoul Walsh, entre los que me cuento, aunque debamos proveernos de unas cuantas indulgencias papales plenarias.
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1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La podadora (El gran cuchillo)
La podadora (El gran cuchillo) (1955)
  • 6,5
    507
  • Estados Unidos Robert Aldrich
  • Jack Palance, Ida Lupino, Wendell Corey ...
8
EL SISTEMA DE ESTUDIOS CINEMATOGRÁFICOS: UN MUNDO DONDE TODO TIENE UN PRECIO.
Basada en una obra teatral de Clifford Odets que se estrenaría en Broadway en 1949 bajo la dirección de Lee Strasberg cofundador con Odets del Group Theatre e interpretada por John Garfield, “The big knife” la película de 1955, fue algo así como un torpedo en la línea de flotación de un sistema, el de los estudios cinematográficos, que allá por los años 50 estaban en medio de una crisis causada en parte por la creciente competencia de la televisión y en otra por las leyes antimonopolio que pusieron freno al dominio de las grandes Majors en la práctica totalidad de las cuestiones relacionadas con el negocio de las películas provocando además el desarrollo de las productoras independientes.

Un espíritu libre como el de Odets no encajaba bien en Hollywood donde trabajó en la década de los 40 y el resultado fue la ruptura total y su regreso a Broadway con una obra donde quedaba claramente de manifiesto su descontento con un sistema mercantilista que anulaba sus capacidades artísticas. Su libro contenía además un ácido y descarnado retrato de los magnates de la industria cinematográfica, siendo unánime la opinión de que, entre los retratados, salían, no muy favorecidos precisamente, Louis B. Mayer de MGM y Harry Cohn de Columbia Pictures, e incluso parece que el propio título (The big knife, La podadora) hace una clara alusión a un mundo, el de las películas, donde todo se compra y se vende y donde todos parecen tener un precio. La propia expresión “podadora” evoca aquella otra de “títere sin cabeza” lo cual me parece bastante ilustrativo en el contexto al que se dirige.

La firma de un nuevo contrato por 7 años entre un actor de éxito y su productora desencadena una serie de situaciones tensas que ponen en riesgo la vida personal y matrimonial de una superestrella de la pantalla grande. Los oscuros intereses de todo un conjunto de personajes (o personajillos) al servicio de los grandes “boss” y de estos mismos, se nos muestran flotando en un líquido ya de por si turbio al tiempo que dibujan una historia donde el dinero, el poder y hasta el homicidio tienen su lugar de encuentro.

La actuación de Jack Palance como Charles Castle es absolutamente notable, de las mejores que le recuerdo, aunque físicamente no dé la imagen de guaperas de las matinés neoyorkinas. Por su parte, Ida Lupino, como su esposa, está espectacular y en esa línea a la que nos tiene acostumbrados. Mención aparte para Rod Steiger como productor, ejemplarizando la imagen que se espera de él, la de un ser odioso al que únicamente mueven el dinero y la borrachera del poder. La elección del resto del reparto es especialmente adecuada en Wendell Corey y Everett Sloane. Punto y aparte con mayúsculas para la breve aparición de Shelley Winters.

Para mi gusto a la película le sobra teatralidad. Reconozco que está bien llevada y que de esta forma los diálogos mantienen su fuerza con una integridad que, seguramente, no se conseguiría con un ritmo menos estático, pero teatro y cine son dos medios comunicativos muy diferenciados que precisan de lenguajes distintos para acabar diciendo lo mismo. Con esta salvedad, que puede gustar o no, debo calificar este trabajo de Robert Aldrich (y por no ser injusto, de Clifford Odets) de altamente recomendable.
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2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La hija de las tinieblas
La hija de las tinieblas (1948)
  • 6,6
    25
  • Reino Unido Lance Comfort
  • Anne Crawford, Maxwell Reed, George Tjorpe ...
7
LA ACTUACION DE SIOBHAN MCKENNA RESCATA ESTE FILM DEL OLVIDO MAS ABSOLUTO
Me resulta especialmente curioso que haya que desplegar al completo la sección “Reparto” (Cast) en IMDB para encontrar el nombre de la actriz (Siobhan McKenna) y de su personaje en este film: Emily Beaudine, siendo tan claramente como lo es, la primera actriz. La posición de Anne Crawford al frente de los títulos de crédito puede entenderse desde una cierta “veteranía” (que siempre se ha dicho que es un grado) pero no desde la superior relevancia de su papel. Es cierto que al inicio del film se reconoce de forma singular la participación de Siobhan mediante un “Introducing” al final de la totalidad del elenco, pero IMDB parece haberla minimizado al máximo dando la impresión de que su trabajo fuese irrelevante.

Pues va a ser que no. Aún siendo su segundo trabajo, es la actriz principal de esta realización de Lance Comfort que calificaría como discreta sino fuese porque la actuación de Siobhan McKenna convierte en interesante un film que fácilmente podría haber pasado al olvido más absoluto. Y lo hace regalándonos una interpretación sobresaliente, tan creíble que por unos momentos estuve seguro que sus miradas, sus gestos y sus expresiones eran connaturales y suyos y además se correspondían fielmente con las de su personaje en La hija de la obscuridad, de ahí su elección. Nuevamente no. Sus facciones mostraban de natural un rostro hermoso y afable y sus ojos transmitían inteligencia y serenidad, nada que ver con los mostrados en pantalla como Emily Beaudine, ahora bien su calidad artística fue tan magistral que, esta película anticipa una trayectoria que llevaría a convertirla en una de las mejores actrices irlandesas del siglo pasado.

Claramente encuadrable en la serie B la película resulta incómoda para los espectadores, siempre moviéndose entre su simpatía por Emily, una aparente buena chica que es objeto de las murmuraciones y la maledicencia de las comadres del lugar y la sensación de que algo oscuro se esconde en su interior. Este dilema no obtiene una respuesta clara en el film y queda a nuestro criterio el resolver de alguna manera el evidente problema sicológico. De algún modo Lance Comfort nos sitúa como miembros de un jurado que debe juzgar la responsabilidad de sus actos y así declararla inocente o culpable de los mismos

No quiero confundirles, no se trata de una película de juicios. Es rotundamente una película sicológica en la que tratamos de ver desde pequeños resquicios la magnitud de una personalidad compleja y seguramente enfermiza y donde la duda, las sospechas y los asesinatos podrían haber sido filmados y firmados perfectamente por un tal Hitchcock. No quiero ser injusto con Lance Comfort cuyo trabajo en su conjunto he considerado interesante pero quizás con el mago del suspense no hubiese estado tan olvidada en polvorientas estanterías cinematográficas.
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3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Red Dance
The Red Dance (1928)
  • Estados Unidos Raoul Walsh
  • Dolores del Rio, Charles Farrell, Ivan Linow ...
5
CARRERA DE PRODUCTORAS A LA CAZA DEL OCTUBRE ROJO
Como un anticipo de lo que serían las 500 millas de Daytona, los estudios hollywoodienses calentaron motores a finales de los años 20 para enfrentarse entre si en una carrera cuyo premio, en forma de beneficios en taquilla, lo otorgaba el espectador. Así entre otras escuderías se encontraron en la parrilla de salida productoras como Metro Goldwyn Mayer, Paramount, Universal o Fox, que tras el banderazo inicial se pusieron en marcha a toda velocidad para llevar al público americano y mundial historias cinematográficas gestadas en el contexto de la Revolución bolchevique de 1917 y cuyo “exotismo” resultaba atrayente para las masas. Lógicamente escribo el término exotismo con muchas reservas porque a una contienda donde las calles se convierten en ríos de sangre sea del color que sea, puede calificarse de muchas maneras pero lo de “exótico” tiene un aire de frivolidad inadecuado.

Las alturas del podio fueron para The last command (Josef von Sternberg, Paramount, 1928) y en cuanto al resto del cajón seguramente la cosa estaría más reñida, aunque mi voto, para el segundo puesto, se lo otorgo a The cossacks (George W. Hill, MGM, 1928). De Surrender (Edward Sloman, Universal, 1927) no puedo opinar, únicamente tratar de verla para así valorarla con justicia, y en cuanto a la Fox con esta película de Raoul Walsh lamento tener que decir que en mi criterio debería conformarse antes con un quinto qué con un cuarto puesto, por aquello de que “no hay quinto malo”.

El entretenimiento era y es un valor, lo que sucede es que cuando decimos que una película es entretenida muchas veces se interpreta como “no da para más”. En este caso es así y lo siento, porque Raoul Walsh es un director excepcional y sus conceptos fotográficos dotan al film de una estética singular que parece suplir la ausencia de sonidos con el lenguaje de los sentimientos sutilmente filmados. Pero, soldadito marinero, “que las prisas no son buenas” y aquí se ha descuidado en exceso (siempre se hace un poco) la realidad histórica constatable y se ha forjado un guion con más licencias de las permitidas y esto, referido especialmente al país de la ortodoxia, no es de recibo. Rasputín como partícipe de la causa antizarista o los bolcheviques recurriendo a una campesina, por muy letrada y leal a la causa que resulte, para asesinar al Gran Duque Eugene (por cierto, sin referencias conocidas), parecen responder más a un intento de los guionistas por llevar el argumento al terreno de lo sentimental reforzando la historia de amor entre la campesina y el aristócrata, que a la fidelidad de los hechos acaecidos. Y aún aceptando que la concordancia perfecta no existe, las diferencias son de trazo muy grueso, llegando incluso a parecer que el alzamiento popular tenía un cierto aire de fiesta y verbena.

Algunos momentos notables, especialmente aquellos en los que interviene Ivan Linow, salvan del suspenso a una película en la que un guion precipitado y unos actores un tanto inadecuados, sobre todo Charles Farrell son obstáculos absolutamente insalvables especialmente si te juegas los cuartos frente a películas de la talla de La última orden (The last command).

Esta cinematográfica historia de amor entre el príncipe y la plebeya no dejó a Raoul Walsh especialmente contento. A pesar de ello, no puedo dejar de considerarle como uno de los grandes directores de cine de todos los tiempos.
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Corazones en fuga
Corazones en fuga (1969)
  • 5,6
    138
  • Australia Michael Powell
  • James Mason, Helen Mirren, Jack MacGowran ...
6
THE AGE OF CONSENT DE HELEN MIRREN ERA DE 22 ESPLENDOROSOS AÑOS.
La presencia de Helen Mirren resulta ser un reclamo absolutamente determinante en la decisión de dedicar ciento cinco minutos de nuestro tiempo a ver este trabajo de Michael Powell, bajo mi consideración un excelente director británico en la década de los 40 y del que tampoco olvidamos “El fotógrafo del pánico” rodada en 1960. En 1969, Powell escenifica aquello de que “el que tuvo retuvo” con resultados discretos y prueba de ello es esta “Corazones en fuga” título españolizado para un original “Age of Consent” cuya sugerencia de comportamientos sexuales consentidos, además de no corresponderse exactamente con la realidad argumental del film no resultaba ni política ni religiosamente correcta para nuestra mentalidad celtibérica.

La gran señora de la interpretación que es hoy Helen Mirren multiplica el interés por sus primeras interpretaciones y si encima tiene como “partenaire” a un clásico como James Mason de quien sólo reseñaré aquí Lolita de Kubrick por la “aparente” analogía temática con esta película, es lógico considerar que nuestra opción por este film es totalmente acertada. Sin embargo de las expectativas a lo realmente obtenido, o en castizo, del dicho al hecho, va un trecho.

La desnudez íntegra allá por el año 1969 resultaba un asunto escabroso. El film sufrió recortes y alteraciones incluso en Gran Bretaña rodeando al film de una cierta polémica. Ahora bien, visto desde la distancia temporal que supone medio siglo de evolución de la especie humana (en aquello en que ha evolucionado) la película ha acabado por parecerse a un producto de la factoría Disney con personajes estereotipo en las historias infantiles y entornos naturales como la Gran Barrera de Arrecifes australiana, exquisitamente fotografiados, en donde un pintor (James Mason), hastiado de las grandes urbes y de la denigración mercantilista del arte, encuentra refugio e inspiración para sus pinturas. La presencia de Cora, una hermosa adolescente (Helen Mirren) supondrá un soplo de aire fresco en su vida, convirtiéndose en su musa, su modelo y su compañía sentimental. En rededor suyo se teje una historia que se entrelaza con sus vidas y sin la cual no existiría la película, y aunque deja sus momentos interesantes unos, curiosos otros y trágico alguno, no deja de resultar accesoria. En mi opinión, la seducción, la lascivia o la concupiscencia se han difuminado mucho a lo largo de los 50 años que pasaron para acabar dejándonos una película entretenida sin más y cuyo principal valor, para mí, reside en recordarnos el antes y sobre todo el después de una actriz que está marcando época en el planeta cine: Helen Mirren.

Por cierto, la edad real de consentimiento de Helen Mirren allá por 1969 era de 22 esplendorosos años.
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La muchacha de la sombrerera
La muchacha de la sombrerera (1927)
  • 6,9
    209
  • Unión Soviética (URSS) Boris Barnet
  • Anna Sten, Vladimir Mikhajlov, Vladimir Fogel ...
9
UN BRINDIS POR EL "ANNO MIRABILIS" 1927
Kevin Brownslow, escritor británico especialista desde hace mas de 60 años en cine silente y cuya vida ha estado dedicada a su estudio, preservación y restauración, incluía el año 1927 entre los que a lo largo de la historia han tenido la consideración de “anno mirabilis”, porque en él se gestaron obras cinematográficas de una calidad superlativa. Murnau con Sunrise, Lang con Metropolis o Gancé con Napoleón, son argumentos suficientes para justificar esa afirmación. Precisamente 1927 es el año de La muchacha de la sombrerera, un trabajo de Boris Barnet que, sin alcanzar el nivel magistral de las obras citadas, justifica más si cabe el calificativo “mirabilis” y que supuso un aire distinto y rejuvenecedor al cinema ruso.

Aceptando múltiples excepciones que haberlas háilas, quienes nos hemos acercado a la cinematografía de este gran país hemos sido espectadores de momentos históricos de excepción, épicas gestas y dramas sociales enmarcados en una carcelera cotidianidad. Por ello nuestras cejas se levantan desmesuradamente y nuestra boca deletrea lentamente pero con asombro “¡Una comedia!”. La figura de Charlot quiere colarse entre los ojos y la pantalla, buscando su espacio para un slapstick genuinamente chaplinesco donde un empleado ferroviario enamorado se desliza una y otra vez por un puente completamente helado incapaz de seguir a la chica de sus deseos. Y poco después nuestra exigua sabiduría sobre el arte de los Lumière sufre un revolcón cuando sospechamos que la primera screwball no debemos apuntársela a Capra por “Sucedió una noche” sino a Barnet por “La muchacha de la sombrera”. ¡Y todo ello en la rusia bolchevique de 1927!

Los milagros se multiplican como los panes y los peces y así Barnet se atreve a retratar de forma absolutamente fresca y amable la situación burocrática del país y su nueva política económica haciendo una crítica suave de la adjudicación de viviendas o atreviéndose incluso con los funcionarios recaudadores de impuestos. Pero, del mismo modo que la voz de Al Johnson puso, también en 1927, el canto del cisne al silencio en el cine, el régimen soviético puso freno, en el mismo año, a la experimentación y a la influencia corruptora de las culturas estadounidenses o extranjeras. Y así el milagroso año 1927, como Cenicienta tras las doce, volvió a vestirse de delantales blancos y uniformes grises y de aquel chisporroteo de colores solo nos queda Anna Sten, una actriz hermosa y con muchísima personalidad a la que Samuel Goldwyn quiso convertir en la nueva dama cinematográfica que surgió del frío disponiéndole alfombras rojas para que su figura despegase en el mercado americano. La sombra de la Garbo era inmensa y la audiencia dijo no, frustrando con su negativa una carrera más que prometedora.

La vida te da sorpresas y el cine también y esta es una de ellas. ¡Un brindis por el anno mirabilis 1927!
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Mademoiselle Doctor
Mademoiselle Doctor (1934)
  • Estados Unidos Sam Wood
  • Myrna Loy, George Brent, Lionel Atwill ...
6
ME ENAMORE DE UNA ESPÍA (VERSION DARDANELOS)
Stamboul Quest es una película de espías, subgénero femenino, que, lo mismo que sucede con Mata Hari, encuentra sus raíces en un personaje histórico real, en este caso en Elisabeth Schragmüller espía alemana conocida como Fräulein Doktor la cual estuvo al frente de los servicios de inteligencia en Francia durante la primera guerra mundial y cuya verdadera identidad solo se conoció tras la segunda a través de documentos confiscados a los alemanes. Su apodo se correspondía con la realidad pues era doctora en ciencias políticas e incluso tras el armisticio alemán en 1918 llegó a ocupar el puesto de ayudante de cátedra en la Universidad de Friburgo. Su figura ha servido de tema para varias películas con realizadores de la talla de G.W. Pabst o Alberto Lattuada.

Situada a la señorita Doktor en su lugar y añadiendo que llegó a ser instructora de Mata Hari en sus artes y ofícios, se me ocurre una pregunta/reflexión y la hago en voz alta: ¿Era la vida de las espías tan sofisticada y glamurosa como aquí (y en otros films) se dibuja o su existencia necesitaba del color gris camuflaje para la consecución de sus objetivos y el éxito de sus misiones?. El imaginario colectivo construyó mataharis de celuloide, todo belleza, glamour y seducción y a ello contribuyeron actrices impactantes como Greta Garbo, Marlene Dietrich o la misma Mirna Loy, expertas en romper corazones entre la soldadesca y a las que ninguno podía resistirse a confiar un secretito por muy de Estado que fuese.

Todo este preámbulo trata de sacar algo de partido a un film lo suficientemente flojo como para que la intriga que en este tipo de películas se supone no despierte el interés del espectador ni tan siquiera para conocer donde están los Dardanelos o cual fue su valor estratégico en la WWI. El activo del film se soporta sobre la belleza de Mirna Loy en la que se recrea la cámara y el trabajo de algunos secundarios de excepción como Lionel Atwill o C, Henry Gordon. El mismo George Brent sin hacer un mal trabajo, se difumina entre muchas mediocridades, entre ellas la de un guión poco creíble donde la comedieta romántica destroza cualquier atisbo de tensión que pudiera y debiera existir en un film de aventuras con un título aparentemente tan exótico como Stamboul Quest.

Resumir su argumento no nos llevará mucho tiempo: La espía alemana Fraulein Doktor (Mirna Loy) es enviada a Estambul para descubrir el origen de las filtración de posiciones estratégicas a los británicos. En el camino surge el amor con un médico americano (George Brent). Con esto basta para situarse frente al televisor. Las expectativas las ponen ustedes, en mi caso quizás puse demasiadas y obviamente no se cumplieron. Pero aún así siempre se pueden encontrar razones para una indulgencia sinó plenaria al menos parcial: La belleza exótica de Mirna Loy, un pre-code que, aunque daba sus últimos estertores, nos permite disfrutar de ciertas ligerezas en la escena de la ducha, y también esos giros finales, al estilo "¿Y tu de quien eres? imprescindibles en las pelis de espionaje y que nos obligan a rebobinar la escena una y otra vez especialmente si Morfeo nos ha hecho una visita.

Por ultimo, una apreciación sobre Leo G. Carroll, quien en uno de sus primeros trabajos cinematográficos (y aún sin acreditar) interpreta a un agente doble. Recuerdo a Leo G. Carroll, entre muchos papeles que conforman una carrera especialmente prolífica, por su participación en Con la muerte en los talones. Y llegados a este punto resulta curiosa las similitudes entre ambos filmes. George Brent, al igual que Cary Grant son confundidos por estar en el lugar inadecuado en el momento incorrecto, y ambos acaban enamorados de una espía. ¿Tomaría nota Don Alfredo?
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Hooligan
Hooligan (1919)
  • 6,0
    21
  • Estados Unidos Sidney Franklin
  • Mary Pickford, Ralph Lewis, Kenneth Harlan ...
7
LA CHICA DE LOS RIZOS: UNA PEQUEÑA GRAN HISTORIA CINEMATOGRÁFICA DEL SIGLO XX
The Hoodlum es Mary Pickford. Básica y absolutamente. Todos los que desde nuestra ignorancia buscamos esa piedra Rosetta que nos explique los orígenes de este mundo mágico donde los sueños se materializan en imágenes seguimos una ruta "aventurera" con escala obligatoria en Griffith, Chaplin, Fairbanks y Pickford. "United Artists" frente al imperio del dólar y la fortaleza de los estudios cinematográficos. Una lucha desigual en la que David acabo imponiéndose a Goliath y donde los verdaderos protagonistas de aquel cinematógrafo cada vez más pujante se pusieron al frente de sus propios proyectos y revindicaron la autoría de sus trabajos.

Esta pequeña reseña histórica nos sirve para situar a Mary Pickford en su tiempo cinematográfico. La "chica de los rizos" y primera "novia de América" era una muchacha ambiciosa y decidida que desde sus inicios quiso lleva el control de su propia carrera: guiones, producción y lo que era mas importante, sus propios emolumentos. Consciente de su valía y del influjo que ejercía en las masas no dudaba en reclamar constantes aumentos de sueldo a los que no podían negarse unos estudios presionados por el enamoramiento colectivo y los benefícios en el "box office". Por otra parte Mary tenía una dotes innatas para la interpretación. A pesar de sus 22, 23 años, su pequeña estatura y su rostro dulce y aniñado la hacían idónea para personajes juveniles o infantiles, incluso masculinos muchas veces con los que acababa seduciendo a sus seguidores. Su popularidad se acrecentó con su participación, junto con otras celebridades medáticas de la época, en la campaña publicitaria para financiar la participación americana en la Primera Guerra Mundial mediante Bonos Estatales adquiridos por la ciudadanía. Otros hitos de su carrera fueron la creación de su propio estudio y la producción de sus películas, así como el legado que dejó para la posteridad con su participación, junto a otras personalidades, en la creación de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood.

Cuando rueda, con su propio estudio, The hoodlum, Mary Pickford tiene 27 años, lo que no es obstáculo para que en el preámbulo del film interprete a una alumna de primaria frente a una pizarra, en la que, bajo el asesoramiento de un educador oculto entre bastidores, escribe con infantiles erratas, unos consejos publicitarios que se dice ahora, sobre los bonos para el soporte del país tras una guerra apenas finalizada. La edad tampoco es impedimento para que su personaje de la película sea una consentida niña, nieta de un gran magnate de la industria newyorkina que deja la mansión donde vive con su abuelo para hacerlo junto a su padre en un edificio de los suburbios. Relatarles los hechos seguro que no les aportará mucho, tan solo baste decir que hay un estilo de películas, entre las que se incluye The Hoodlum, donde además de los personajes que se nombran en los títulos de crédito, está uno fundamental que acapara el film y pretende avanzar sin nocturnidad ni alevosía, con mucha claridad aunque sigilosamente, entre la moralidad de los espectadores. Y este no es otro que la "escuela de la vida".

Valorar este trabajo de un pujante director para su tiempo como Sidney Franklin, de quien me gustó bastante "The Forbidden City", resulta complicado a la par que injusto, dada la diferencia de un siglo entre el entonces y el hoy. Criterios morales y costumbres diferentes. La especie humana igual y a la vez tan distinta. Por ello, me conformo con haber acercado un poco más la figura de la "pequeña Mary" a los cinéfilos curiosos del mundo de hoy.
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Cuarenta pistolas
Cuarenta pistolas (1957)
  • 6,9
    1.567
  • Estados Unidos Samuel Fuller
  • Barbara Stanwyck, Barry Sullivan, Dean Jagger ...
8
NACIDA PARA DESCOLOCAR
Reconozco que después de ver Forty Guns mis papilas gustativas cinéfilas siguen intentando retener el sabor de la esencia Fuller. Tratando que no se desvanezca en las amnesias de la nada. La memoria retiene los condimentos de siempre: carretas, caballos, polvo desértico, pistolas, rifles, sheriffs, bandoleros, ladrones de la diligencia, en definitiva todo ese mundo western edificado en piedra incólume en nuestras retinas, pero Samuel Fuller incorpora a la orquesta tradicional del salvaje oeste nuevos instrumentos solistas: la fabricación de rifles a medida, los cantautores de baladas, los juicios express, las cenas de cuarenta ladrones con AliBarbara Stanwyck en el lugar de privilegio, los alguaciles miopes y hasta la fuerza de un tornado para subrayar la eclosión sentimental desenfrenada de nuestros protagonistas.

Sin embargo no me gusta que las películas me descoloquen y Fuller pinta su western blanco y negro con colores interiores tan excesivos que la realidad parece distorsionarse y por momentos creemos estar ante un collage donde el cantante y su guitarra parecen estar voceando su aleluya entre lutos y tumbas recién cerradas, como un Velázquez observando su obra desde el interior del cuadro. Realidades de Fuller, originales y distintas, pero sin duda, excesivas, donde, por momentos, la credibilidad alcanza su status mas bajo vendida al postor de una pseudorealidad extraña e imposible. Forty Guns es una película nacida para descolocar. Fuller lo propone, lo gesta y acaba consiguiéndolo. De ahí a la consideración de obra maestra o cine de culto solo le resta un paso y ese paso lo tiene que recorrer un espectador descolocado y al que le faltan elementos típicos del western a los que aferrarse, léase el "Saloon", el poker, los indios o los duelos en la calle principal, vacía y polvorienta.

Y, aunque me abrume, me supere y me resista a recorrer ese paso, me gusta la película. Secuencias espectaculares, momentos tensos, instantes impredecibles, el amor en tiempos del tornado, Barry Sullivan en la línea Gary Cooper que estás en nuestros cielos, diálogos donde la verdad se envuelve en dobles y triples sentidos, planos fotográficos creativos inolvidables y por encima de todo, en el "cum laude" esa actriz de quien me enamoré en su época Capra, me dejó "perdidamente" tocado con Billy Wilder y que, cuando parecía que teñirse las canas era una necesidad de mujer, descorre el telón y se nos muestra como la gran señora de la escena que siempre fue, en una estampa ecuestre inolvidable donde la plata de sus cabellos al viento y el blanco de su montura ponen el contrapunto al negro de su indumentaria vaquera. Tras ella, cuarenta jinetes hipnotizados por su abrumadora personalidad. Una escena que por si sola justifica la elección por Samuel Fuller y su equipo del blanco y negro como soporte fotográfico.

Duelo de temperamentos, corrupción, recompensas, y ese aire, pretendido y logrado de Duelo en OK Corral con Jesse James, o Frank si lo prefieren, en femenino, vienen a ser algo algo así como el mcguffin de una película donde lo importante no es el porqué sino el qué y el cómo y al que sus desmesuras tan excesivas como puntuales rebajan, a mi juicio, la nota final y la alejan de esa maestría que roza por momentos. Film que admite muchas visiones, debates y opiniones, todas válidas.
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4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El padre Sergio
El padre Sergio (1918)
  • 6,7
    56
  • Rusia Yakov Protazanov, Alexandre Volkoff
  • Ivan Mozzhukhin, Olga Kondorova, V. Dzheneyeva ...
7
MUNDO, DEMONIO Y CARNE EN LA PRE-REVOLUCION DEL 18
Tratar de situarnos en una especie de pedestal elevado desde el que intentar comprender los hechos, literarios o no, acaecidos hace mas de cien años se me antoja absolutamente imposible. Dan igual tanto el contenido de los libros de historia incluidos en los planes académicos de nuestra infancia como la cultura o "culturilla" atesorada durante años de aburridas rutinas existenciales. Es posible que aquellos historiadores con dedicación exclusiva a la causa puedan alcanzar un plano espacial y especial desde donde atisbar muy someramente las interioridades de un alma rusa pre-revolucionaria, ya enarbole la hoz y el martillo o los últimos estertores del régimen zarista.

Yakov Protazanov fue uno de los pioneros de la cinematografía rusa y la visión que, juntamente con Volkoff efectúa de estos años seguramente convulsos (no olvidemos que se filma en 1917) nos resulta interesante a los profanos. Su cámara es un bisturí que, siguiendo la estela de la obra de Tolstoi, disecciona, es cierto que muy superficialmente, la sociedad de su tiempo con su régimen zarista y aristocrático, su religión ortodoxa y politizada y el pueblo llano necesitado de horizontes y esperanzas. A pesar de la superficialidad de los rasguños en la imagen de la corte zarista y del propio zar la película tuvo, digamos, dificultades de exhibición y tanto el equipo de realización como los protagonistas valoraron positivamente la oportunidad de cambiar de aires, beneficiándose Francia de este exilio cinematográfico temporal.

La ambición del príncipe Kasatsky, oficial de la corte, por hacerse de un puesto privilegiado en el mundillo aristocrático cercano al zar, le lleva a cortejar a la condesa Korotkova, dama de compañía de la emperatriz. La antedicha condesa resulta hacer horas extraordinarias y ademas de acompañar a la esposa lo hace de forma más íntima con el marido por lo que una boda con el príncipe desviaría las sospechas cortesanas y acallaría muchas habladurías. Conocedor de ello Kasatsky se niega a servir de tapadera a nadie por muy Nicolás que se llame, así que renunciando a cargos, prebendas y astas de toro, pliega velas y toma los hábitos, adoptando mas adelante el nombre de Padre Sergio.

La naturaleza humana entra ahora en juego y, como el buñuelesco Simón del desierto, el clérigo de nuevo cuño sufre las tentaciones tanto de la condesa, en forma de pesadillas fantasmales, como de féminas aristocráticas casquivanas de carne más que hueso, atraídas por la presunta imperturbabilidad del pope. Y digo presunta porque cada perturbación diabólica conlleva su correspondiente mutilación contabilizada "digitalmente" además de una caída libre hacia los infiernos siberianos.

Sería injusto finalizar esta reseña sin mencionar al protagonista, Ivan Mozzhukhin, actor muy reconocido en su tiempo cuyo trabajo en este film me ha parecido bueno aunque sin alcanzar el grado de excelencia. La cámara de Protazanov retrata en estático sus emociones transmitiendo de este modo su intensidad al espectador, nada que ver con los avances que llegarían después de la mano de Eisenstein y Vertov y que, mediante técnicas de montaje, conseguirían acelerar el tiempo fílmico y exponenciar dramas internos. Aún así el film cumple las expectativas y, a la vez, nos permite un mínimo acercamiento a esa realidad social, cultural y religiosa en cuyas entrañas se gestó buena parte de la historia de Europa. La tragicomedia de Simón el estiligita, en su versión tolstoiana, es el paisaje gris dentro de una batalla en ciernes, la revolución de 1918.

Está considerada una de las obras maestras del cine pre-revolucionario. Que conste en acta.
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2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Killer That Stalked New York
The Killer That Stalked New York (1950)
  • 6,2
    87
  • Estados Unidos Earl McEvoy
  • Evelyn Keyes, Charles Korvin, William Bishop ...
6
POR LA ACTUACION DE EVELYN KEYES: IMPRESCINDIBLE
Evelyn Keyes consigue aproximar el concepto de "mujer fatal" a su verdadera y justa dimensión. Nada que ver con una vampiresa capaz de arrastrar por el lodo de las perdiciones a una colección de machos ibéricos que acechan la caza apostados entre vasos de whisky en la larga barra de un club noctuno. No. La fatalidad adquiere aqui su más negra acepción. la de la muerte caminando con tacón alto y cruzado mágico,al tiempo que derrama lisuras y flores de canela envenenadas. La "mujer muerte" como anuncian los titulares de la prensa neoyorkina se pasea entre ocho millones de victimas potenciales que se cruzan con ella, sin siquiera haber calculado la probabilidad estadística de regresar a su casa aquella misma noche. Una mujer que muere a cada instante victima de la misma muerte que disemina con cada roce, con cada respiración, con cada movimiento. Esta es la esencia de un film que partiendo de algunos antecedentes reales trata de concienciar a los espectadores acerca de los peligros de una epidemia sanitaria en una urbe de las dimensiones de la "Gran Manzana" y que lo hace mezclando en paralelo dos historias, la pandemia ya citada y otra relacionada con el contrabando de diamantes.

Quizás por ello, la película se mueve en una ambigüedad profunda. El revestir de "noir" lo que básicamente es un drama sanitario con tintes colectivos, nos lleva a pensar que se desconfiaba de las posibilidades intrínsecas de un argumento que concienciase a las masas de los peligros de epidémias víricas como la viruela, enfermedad que parecía derrotada desde la Edad Media. Seguramente no podrían predecir situaciones como las que se vienen dando en tiempos como los actuales donde virus desarrollados en el África más recóndita consiguen expandirse e introducirse en zonas cultural y sanitariamente más avanzadas y protegidas, alarmando a la población ante el escaso conocimiento que tienen las autoridades de los microorganismos invasores. Sea como fuere, el argumento contrabandístico no consigue tomar el mando del film ni tampoco fija demasiado el interés del espectador en esta cuestión, quien tan solo valora la intensidad del ánimo vengativo que consigue mantener con vida a quien es sin duda y sin esperanza una muerta potencial.

La película tiene sus valores. Eso hay que reconocerlo. En primer lugar y de forma muy destacada, el trabajo de Evelyn Keyes. En otro orden de cosas la fotografía y ese "tempo" con que se desenvuelve el film manteniendo una sensación de agilidad que conviene a la historia. La actuación de los actores es igualmente correcta. Pero no nos equivoquemos, es un film menor, con mensaje y que se deja ver, pero menor al fin y a la postre. Por su mensaje no me atrevería a decir que prescindible. Por la actuación de Evelyn Keyes, imprescindible.
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1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hit and Run
Hit and Run (1957)
  • 6,3
    24
  • Estados Unidos Hugo Haas
  • Cleo Moore, Hugo Haas, Vince Edwards ...
6
COMO DOS GOTAS DE AGUA VERSION NOIR.
A pesar de que la autoría de la historia está reconocida a Herbert O. Phillips, la idea básica del film parece remontarse a la novela de James M. Cain : El cartero siempre llama dos veces. No voy a polemizar sobre la influencia de la misma en este trabajo cinematográfico pero antes de la literatura fué la vida y esta situación de matrimonio por amor... al dinero, esposa tipo rubia exuberante (digamos que valdría morena en el siglo de Pericles) y amante (seguro que con un pedigree latino-ibérico) a la brasa, resulta tan antigua como el propio mundo. Podemos situar la acción en un restaurante de carretera, en una gasolinera, o en la carnicería del barrio, pero la cosa varía poco. En este orden de cosas la película de Hugo Haas se desarrolla por la senda de la previsibilidad mas absoluta, con nosotros, espectadores, como cómplices de los pensamientos mas íntimos,de gestos y miradas de inconfundibles significados donde el no significa sí y el sí... pues lo siguiente.

Este es el escenario que durante la primera mitad de esta Hit and run serie B, nos suena a "dejà vu", a la mas grande historia siempre contada. Sin embargo es cierto que Haas tiene un sello propio y la película merece nuestra consideración. La mezcla de ambientes tensos y turbios y una comicidad desusada en el noir, nos atrapa, aún a falta de misterios por resolver, del mismo modo que Cleo Moore representa un gancho para un espectador al que se le está durmiendo la inteligencia de tantas facilidades en la intriga peliculera. Tal vez sea bastante, pero para mi modo de ver las cosas no es suficiente.

La segunda mitad consigue sacarnos siquiera por un tiempo reducido de ese letargo adormecedor, y aparece, en la zona de conflicto, como "pescado no vendido" un hermano del marido rico liberado de la prisión de San Quintin. No es un hermano cualquiera sinó un Twin, pero no uno de esos como DeVito o Swarzeneger sino del tipo Pili y Mili,es decir, como dos gotas de agua. Esto relanza el film, le pone algo de "intríngulis" y el misterio sube unas décimas como la fiebre. Un desenlace al que no calificaría de original sino de distinto y que volviendo a poner en valor las calidades de Hugo Haas, nos acaba dejando un aceptable sabor de ojos cinéfilos lo que nos predispone a mejorar algo la nota.
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1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Vampire
The Vampire (1957)
  • 5,1
    81
  • Estados Unidos Paul Landres
  • John Beal, Coleen Gray, Wood Romoff ...
5
POCA TAQUILLA CHUPARIAN ESTOS VAMPIROS
Mientras escribo esto, escucho La vie en rose, y ciertamente no sé de qué color verían la vida estos improvisados vampiros, buenas personas cuyo único error fue tener un dolor de cabeza en el momento menos oportuno. La pastillita equivocada, un descanso reparador y a partir de ahí una colección de cadáveres con esas dos marcas pequeñas y juntas en el cuello que todos los espectadores sabemos de sobra de que se trata pero que al policía de la localidad le hace pensar en insectos. Ya saben, algún mosquito elefante o similar.
Claro que nosotros jugamos con todos los ases en la mano. Primero, porque la película se llama “The vampire”. Segundo porque sabemos perfectamente que el doctor Beecher se tomó por error las pastillas que su hija le dio confundiéndolas con las que le había entregado un investigador fallecido que experimentaba con murciélagos. Son pistas y detalles que nos solidarizan con un hombre bueno al que la fatalidad le ha conducido a esta situación y por mucho que nos exprimamos el cerebelo la solución no parece fácil.
Los efectos especiales y de transformación no son para tirar cohetes. No es excesivamente larga y se agradece. Los beneficios en taquilla poco “chupables”. Quizás la valoro con un aprobado porque no ha conseguido provocarme la risa floja de la maldad.
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1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Venganza de mujer
Venganza de mujer (1948)
  • 6,4
    160
  • Estados Unidos Zoltan Korda
  • Charles Boyer, Ann Blyth, Jessica Tandy ...
9
LA ENIGMÁTICA SONRISA DE UNA GIOCONDA VENGATIVA
En esta búsqueda persistente de agujas perdidas en el pajar cinematográfico, la diosa Fortuna tiene a bien girar su ruleta, de una forma un tanto amañada sin duda, y el movimiento viene a detenerse sobre una perla madrepórica que parece estar ahí, desde la fecha en que apenas alcanzaba el grado de propósito, esperándome. Cuando esto sucede, se suelen producir en mi dos sensaciones diferentes: Una,similar a la que experimentaría Champolión cuando descifró la Piedra Rosetta, un orgullo justificadísimo con ganas de propagar nuestro descubrimiento a los cuatro vientos. Otra, la de reconocer que cuando yo voy, la caravana de los que vuelven se pierde en el horizonte…

Pero hay un proverbio que dice algo así como que si lloras las lágrimas no te dejarán ver las estrellas. Por eso, dejo el último lagrimón de Filipinas en el Kleenex y paso a referirles algunas de mis impresiones de esta película dirigida por Zoltan Korda con la obra de base “La sonrisa de la Gioconda” de Aldoux Huxley. Reconozco que esta circunstancia y la participación del autor en los diálogos me sedujo y ganó para la causa. No en vano fue uno de mis autores de cabecera y mesita de noche en aquellas noches donde nos acostábamos con un libro en las manos que disfrutábamos a la luz de una lamparilla. Su “Mundo feliz “ para algunos entre los que me cuento fue como una visión profética de un futuro creíble.

En esta novela y en este film el mundo aparca sus felicidades y se muestra en su cara menos favorecedora: La enfermedad, el engaño, el crimen, las falsas esperanzas, el derrumbe del amor, el dolor y la venganza se muestran en toda su crudeza, y la vida de un hombre se precipita inexorablemente hacia el abismo de la pena capital bajo la enigmática sonrisa de una Gioconda vengativa. Una sonrisa tan sutil que tardamos en verla. No es la sonrisa apenas perfectible de la Garbo cuando abandonaba su Suecia dejando la corona detrás en una de las imágenes imprescindibles de la historia del cine. Queen Christine tenía futuro o al menos lo creía, Janet Spence (Jessica Tandy) tuvo un pasado lleno de esperanzas que se volatilizaron y el rictus de su sonrisa no podía ser sino muy diferente.

Las obras maestras, como los tréboles de cuatro hojas no se venden por docenas y en mi opinión Venganza de mujer no alcanza tal condición de magisterio, pero es una buena opción que supera con creces otras mediocres y anodinas historias que quisieron pero no pudieron. Con cierto toque a “Gaslight”, en lo que concierne a Boyer, y una excepcional actuación de Jessica Tandy, a quien muchos no recordamos mas allá de “Paseando a Miss Daisy”, el film es un auténtico lujo donde se valora y mucho la presencia de Mildred Natwick y el trabajo cum-laude de Cedric Hardwicke. Respecto a Ann Blyth, haremos de la benevolencia una virtud.

El más exótico y aventurero de los hermanos Korda nos dejó un drama de excepción, bien actuado, bien fotografiado y excepcionalmente bien dirigido.
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