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The Yakuza Papers, Vol. 3: Proxy War (1973)

The Yakuza Papers, Vol. 3: Proxy War
119 min.
7,1
297
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Trailer (JAPONÉS)
Sinopsis
Tercer volumen de la saga "The Yakuza Papers" de Kinji Fukasaku, acerca del convulso mundo mafioso japonés en el Japón de la posguerra. En este capítulo, el jefe de la familia Muraoka decide retirarse por motivos de salud, lo que comportará una lucha de poder por el puesto vacante entre el jefe de la familia Yamamori y un subjefe de la familia Muraoka llamado Uchimoto. Shozo Hirono, protagonista de la saga, deberá calcular bien sus movimientos a la hora de alinearse con uno u otro. (FILMAFFINITY)
Género
Acción Drama Thriller Crimen Yakuza & Triada Secuela
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Jingi naki tatakai: Dairi senso
Duración
119 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Grupos
Batallas sin honor ni humanidad (The Yakuza Papers)
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7
¡Trágala, perro!
Tercera entrega de ese fresco monumental sobre la historia del Japón desde la post-guerra a través de su crimen organizado que es “The Yakuza Papers”, que no solo muestra con crudeza y desenvoltura la manera en que la delincuencia está somatizada y enraizada en la sociedad sino que, además revolucionó la manera de tratar el género y de mostrar a la “yakuza”, del romanticismo del criminal honorable al cinismo rapante y la cutrez sanguinaria. En esta ocasión Fukasaku modera su estilo desquiciado y efervescente, principalmente porque abandona en gran medida la calle para fijarse en las complejas relaciones internas de los clanes y familias, una intrincada red de lealtades interesadas y hermandades de sangre que no parecen valer gran cosa. El asunto principal es la elección a la dirección de las familias de Hiroshima entre dos veteranos jefes y sus constantes alianzas y traiciones con otras más poderosas, buscando siempre el beneficio inmediato, haciendo y deshaciendo enemistades como si tal cosa, y en medio de todo, Hirono (un Bunta Sugawara, menos taciturno y más embravecido), el anacronismo viviente, el único rufián que sigue rigiéndose por unos códigos que no son más que fachada folklórica y palabrería, rito sin significado. Pese a la contención general (aunque nunca se pierda ese aire distintivo de inestabilidad, de que en cualquier momento algo va a pasar), no faltan los estallidos ultraviolentos, las palizas a lo vivo, los tiroteos espásticos a quemarropa, las amputaciones y la cámara en mano agresiva, pero el film se resiente, tanto de una trama farragosa que marea por su cantidad de personajes y nombres (aunque siguen los carteles explicativos sobre congelados y la voz en “off” reporteril que pone al día de la historia en breves secuencias de fotomontaje), como del carácter serial de la entrega, que parece finalizar en el punto de ebullición. Con todo es un título más que estimable, rebosante de autenticidad y que se sigue con interés constante gracias a la lograda tensión y a la incorporación (o potenciación) de un curioso sentido del humor, centrado, sobre todo, en el odioso Yamamori, al que vuelve a interpretar genialmente Toshie Kimura, un tiparraco ridículamente presumido, plañidero y manipulador. Quintales de estilo, gran diseño de producción y espléndido reparto repleto de característicos del cine nipón popular de la época, entre los que se incluye un breve papel para la fabulosa Reiko Ike, mítica “Inoshika Ocho”, voluptuosa cantante y una de las reinas del sub-género de chicas pandilleras motorizadas.
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5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
Los perros callejeros de Hiroshima y las traiciones familiares
Dos familias enfrentadas, cuyos jefes batallan no sólo por el territorio, sino por el prestigio, el respeto y el dinero.
Las batallas son pura burocracia para los oyabun mientras sus jóvenes perros se muerden y desangran en las calles. Sólo uno entre todos puede marcar la diferencia: Shozo Hirono.

Después de una más que digna "Street Mobster", Kinji Fukasaku, conocido por sus compatriotas por su extrema sensibilidad, entraría a formar parte de las filas de cineastas de 1.ª categoría (librándose de la farragosa etiqueta "B" que muchos ignorantes le habían colgado) cuando Koji Shundo, productor de Toei, decidió escogerlo como el encargado de trasladar a la pantalla las crónicas del universo yakuza que el periodista y autor Koichi Iboshi publicaba en el diario Shukan Sankei, todas basadas en hechos reales extraídos de las memorias del criminal Kozo Mino.
Decisión acertadísima pero contra las opiniones de los implicados, y es que casi nadie daba un yen por el bueno de Fukasaku; al final, su "Jingi Naki Tatakai" arrasó en taquilla y cambió la perspectiva a nivel internacional sobre el cine de acción nipón en aquellos años '70 (antes de la "Yakuza" de Pollack). Su éxito propició que el guionista Kazuo Kasahara continuara adaptando los textos de Iboshi; los conflictos en Hiroshima, de los cuales tanto había estado evitando hablar (por expreso deseo de Mino y para no levantar la furia de algunos clanes que se pudieran ver reflejados), serían su principal preocupación en esta 3.ª entrega.

Y es que aquella secuela, planificada mientras se terminaba la 1.ª parte, resultó una maniobra de escisión para con su trama, presentando otros personajes, otros escenarios e introduciendo a Shoji Yamanaka, erigido en protagonista cuya trágica historia traicionaba ligeramente los cánones de la obra original (Fukasaku y Kasahara, que primero huyeron de los clichés de este cine, los acaban abarcando todos). En esta ocasión, como si nada hubiese sucedido, regresamos al lado del honorable, recto y duro Shozo Hirono tras su desavenencia con el repulsivo jefe Yamamori.
Uno de los mayores aciertos fue el de situar el desarrollo de los sucesos de su historia acorde a la evolución sociopolítica que el país nipón experimentaba, de ahí que todo esté en consonancia. Los años '60 irrumpen con fuerza debido a las inmensas y turbulentas protestas contra los acuerdos entre Eisenhower y el ministro Nobusuke Kishi; impera un deseo: el de ver a Japón libre de la ocupación norteamericana. Mientras la sociedad se tambalea Fukasaku nos sumerge en las batallas libradas en su submundo, con Shozo de nuevo en la calle y viéndose acorralado entre dos facciones que llevarán a Kure y Hiroshima a una guerra.

A un lado la familia de Yamamori, al otro la de Uchimoto, que compiten para suceder al gran jefe Muraoka, y Shozo actuando entre ellas, de mediador, de agitador. Aun así esta entrega no se centra sólo en él (si bien su papel es más importante); volvemos a los argumentos corales, donde cada implicado tiene su rol y su conflicto personal. Kasahara nos atrapa en una intrincada sucesión de acontecimientos, una maraña de rupturas, juramentos, traiciones, todo ello arreglado en ceremonias como pura formalidad por los jefes mientras en la calle sus subalternos se despellejan como animales.
Fukasaku se centra en todos y en nadie, olvida las tragedias íntimas que lleven a un inopinado romanticismo y equilibra tanto las constantes intrigas como las luchas a cara descubierta en callejones sucios donde acabarán apilándose los cadáveres. Su visión sobre la condición humana es aún más áspera: no hay hombres, sólo títeres y maestros de ceremonias, y la neutralidad no es aceptable. Yamamori y Uchimoto encabezan la guerra, los clanes Shinwa y Akashi operan desde las sombras, y todos persiguen su beneficio, obligados a pasar de un extremo a otro, a traicionar a sus compañeros segundos después de jurarse lealtad con el sake tradicional.

Así, Shozo se pretenderá coaccionado desde todas las partes (tal y como le sucedía en el film original), pero pronto se revelan sus artimañas para lograr su deseado objetivo: la derrota del repulsivo Yamamori; estamos ante un Shozo menos inocente, más maduro y endurecido, jefe de su propia familia y aun así traicionado por su espíritu de noble y fiel yakuza, especimen que sigue los códigos de una época ya extinta, condenado a quedarse atrás ("¡Estás muy pasado de moda, es la era de las relaciones internacionales!", le espeta Uchimoto). Y a su alrededor sus compañeros se alzan contra sus jefes.
Este es el perfecto reflejo de aquel Japón contestatario de los '60 que buscaba la independencia, liberarse de sus ataduras, y siempre por medio del levantamiento y la violencia. Algo en lo que sí falla el guión es en presentar el interesante personaje de Takeshi, interpretado por un implacable Tsunehiko Watase, joven de origen pobre y raíces yakuzas que termina bajo la tutela de Shozo incluso con el consentimiento de la madre; esta subtrama es trágica y oscura, y se le debería de haber prestado mayor atención. Sugawara vuelve a estar en pantalla más tiempo y su magnética presencia es digna de disfrutarse, como la de Hideo Murota, Kunie Tanaka, el afiliado a Nikkatsu Akira Kobayashi y la estrella de las "pinku-eiga" Reiko Ike.

Sin embargo hemos de seguir soportando al sumamente irritante Nobuo Kaneko y a un nuevo incorporado de las mismas características: Takeshi Kato, a cuyo Uchimoto dan ganas de destriparle con un sacacorchos. Pese a las aclaraciones del narrador y los títulos, la complicada trama obligó a Kasahara a separar el film en dos partes.
Las "Batallas" proseguirían en una mejor 4.ª parte donde aquí se quedaron, con la familia de Shozo como epicentro y blanco de la sangrienta contienda callejera entre los Yamamori, los Uchimoto, los Shinwa y los Akashi. Su abrasivo inicio y su desgarrador final (o no-final), algo en lo que Fukasaku nunca falla, hacen ganar a esta "Dairi Senso" muchos puntos.
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3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
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