El viejo fusil (1975)

Ambiente de guerra, resistentes, milicia francesa, bombardeos. En medio de este humo y ruido, la sonrisa de Clara (Romy Schneider) que mantiene una gran complicidad con su marido (Philippe Noiret).

La acción se desarrolla en Montauban (suroeste de Francia) en 1944 y esto no es casual. En ese momento, los americanos están desembarcando, en su retirada los alemanes se vuelven cada vez más locos (como dice el doctor Dandieu) y cometen todo tipo de atrocidades (es decir, más de las anteriormente cometidas). En la zona hay una fuerte presencia de movimientos de la Resistencia, lo cual provoca persecuciones por parte de los nazis; al principio de la película –como ocurrió en la realidad–, se muestran cuerpos de ahorcados en las calles, forman parte de las represalias del ocupante.

Además, el film hace referencia a la masacre ocurrida en Oradour-sur-Glane (un poco al norte de Montauban, cerca de Limoges). El 10 de junio 1944, las SS reúnen a toda la población en la plaza del pueblo; los niños y las mujeres son encerrados en la iglesia. A media tarde empieza la matanza de todos los habitantes (en la película se ven los cadáveres en la iglesia). En la actualidad, se conservan las ruinas del pueblo, en recuerdo de lo ocurrido: 644 víctimas, de las cuales 204 niños.

El doctor cuenta con dos ventajas: ser médico, con lo cual posee la sangre fría y conoce bien el lugar. Rechaza cualquier ayuda y quiere llevar a cabo la venganza él solo.
Tremenda la escena en la que él ve el cuerpo de su mujer e imagina lo ocurrido. El dolor lacerante transforma el alma, y el pacífico doctor se convierte en fiera.

La película se mueve en tres planos: la masacre nazi, la historia de amor (a través de flashbacks, esencialmente) y la venganza (tiempo presente de la película).

Una pareja inesperada: en un principio, no parecería que la bella Romy Schneider pudiera casar con el regordete Philippe Noiret. Sin embargo, la mirada de ella está cargada de ternura y complicidad y él irradia felicidad al contemplar a su mujer. Esa química es la que sostiene en pantalla la historia de amor y la que permite identificarnos con el doctor Dandieu y su venganza.
Es una historia de amor contada con cariño y sin cursilería que fue truncada por un lanzallamas. No es justo.

La historia de la retirada del ejército alemán al final de la IIªGM seguramente cuenta con las víctimas inocentes más tristes. En mi opinión morir con el final de la ocupación a la vuelta de la esquina es más cruel, y en referencia ya a esta buena película francesa ese sentimiento de tristeza viene pronunciado por una narración notable. Gracias al buen uso de los flashbacks conocemos la historia de Noiret y su mujer, conocemos a su familia incluidos animales domésticos y sobre todo hace que nos entre una mala leche increíble cuando el pobre hombre imagina el final de sus seres queridos.

Pues sí, cuando un animal está moribundo es cuando más peligroso es. Y los grupos de nazis con dos S en sus cuellos eran peor que animales. No debía haber nada mejor para estas bestias que encontrarse con un grupo de civiles indefensos durante su retirada para desatar sus peores instintos, ellos eran la fuerza y el poder. Ante ellos Noiret se enfrenta con un viejo fusil de caza que tiene los dos cañones bien dispuestos para hacer lo que haga falta.

Antes de ver la película me dicen que aparece Noiret, el mismo que he visto de pusilánime mil veces antes, en plan Charles Bronson, y me voy corriendo. Me dicen además que está casado con Romy Schneider y me voy más lejos. Pero funciona, sea por lo que sea, por la narración, por las escenas en ese pueblo que es a la vez un castillo, tal vez porque es capaz de que el espectador comprenda que el alma arrasada de alguien que ve perdida su vida es capaz de todo. Paradojas, como ser doctor, dedicarse a salvar vidas, y en un zas volverse un asesino implacable. Apunta, dispara, se esconde y recarga su viejo fusil para volver de nuevo... Aquí la venganza se tiene que escribir con mayúsculas.