Piedra de toque (1963)

El clásico melodrama sobre un hombre dividido entre dos mujeres. Julio Buchs pudo haber profundizado más en algunas cuestiones que plantea el argumento como por ejemplo el racismo del protagonista que tras ser reflejado en tres momentos concretos que quedan en simples anécdotas al no llegar a más en lo que se refiere a explicar el trasfondo que tiene el defecto que supone el ser racista pasa a un segundo plano en beneficio del conflicto sentimental. A pesar de ello su debut como realizador resulta agradable al compaginar bien la condición de documento gráfico sobre la Guinea de entonces con la peripecia romántica de tono convencional y además aprovecha relativamente las presencias de dos actrices tan especiales como fueron Susana Campos y Ángela Bravo. La primera tuvo una carrera muy amplia reforzada por éxitos en todos los medios y en todos los géneros mientras que la segunda tuvo una carrera efímera aunque durante los no muchos años que duró su trayecto por el cine agrupó una filmografía muy atractiva. Junto a ellas está Arturo Fernández que ofrece una interpretación convincente adaptando el personaje a su estilo interpretativo de entonces. La película tiene pocas pretensiones y se sigue con placidez resultando encantadora en general. Quizá fue la mejor película de Julio Buchs.

Opera prima de Julio Buchs que no lo parece por la madurez de la realización. Bien dirigida, con un guión digno sobre un hijo de papá(Arturo Fernández) que aprende a ser responsable y sufre el conflicto de no saber cuál de las dos mujeres enamoradas de él (Susana Campos y Angela Bravo) es la que le conviene. Su atractivo principal es la ambientación en la entonces colonia española de Guinea. Su defecto, la idealización de dicha colonia, donde no sólo no hay racismo, sino que los negros son tratados tan ejemplarmente por los blancos que parecen vivir en el paraíso.
Excelente fotografía de los espectaculares paisajes africanos, descripción de danzas negras y tala de árboles; lograda tensión dramática entre el trío de principales protagonistas. Incluso el moralista sacerdote de color cae simpático, cuando podía haber resultado ridículo.
Este film, que obtuvo el exagerado primer premio del Sindicato del Espectáculo, pertenece a una serie de agradables films románticos que rodó Arturo Fernández a principios de los sesenta (El último verano, Bahía de Palma, Sol de verano, Jandro...).