El precio de un hombre (1957)

Notable muestra de cine negro dirigida por el discreto realizador británico Ken Hughes e interpretada en sus principales papeles por el infravalorado Victor Mature y la voluptuosa Diana Dors. Aunque el guión es más bien flojo y estereotipado, Hughes refleja impecablemente el mundo de los hampones (esta vez británicos en lugar de americanos) moviéndose como pez en el agua en tugurios de mala muerte, sórdidos callejones, destartaladas oficinas y carreteras mojadas. Muy mojadas. Porque las adversas condiciones climatológicas juegan un papel fundamental en el desarrollo de la historia. Una historia apasionada, violenta, con personajes de oscuros secretos o secretas intenciones, que buscan engañar sus conciencias. Y otros, como Joe Easy, al que la honestidad, la integridad y la amabilidad se la traen completamente al pairo.
Excelentes interpretaciones del denostado Mature y de Patrick Allen. Y, magnífica recreación del duro mundo de los camioneros con escenas que recuerdan "La pasión ciega" (1940) de Walsh, y, una dramática travesía final que parece emular el viaje suicida de "El salario del miedo" (1955) de George Clouzot.

El entrañable Victor Mature, actor de moderada inexpresividad pero apabullante presencia física, se pasó unos cuantos años en Inglaterra cuando la decadencia se insinuó en su carrera. Rodó media docena de películas, tres de aventuras y tres del género noir, entre ellas la que nos ocupa, y probablemente la mejor. La dirigió Ken Hughes, uno de esos directores hoy olvidados que, no obstante, cuenta con títulos muy encomiables en su carrera, desarrollada a lo largo de 30 años. A él se deben obras tan curiosas como Timeslip, The Brain Machine, Los juicios de Oscar Wilde y El precio de un hombre. Un ex soldado norteamericano (Mature, sobrio como de costumbre), que se ha quedado a vivir en Inglaterra después de casarse y tener un hijo, desea prosperar y está ansioso por ganar más dinero. A tal efecto, acepta la propuesta de su jefe de pasar artículos de contrabando en su camión, decisión a la que no es ajena la aparición de la neumática Lynn (Diana Dors), una preciosa cantante de cabaret provista de grandes pechos y una boca carnosa y glotona. Las cosas saldrán mal, como era de prever. Hugues también escribe el guión y crea una atmósfera malsana y enfermiza, poblada de gente torva y desagradable, con escenas de gran tensión como la del camión atascado en el barro. Nunca estuvo el noir británico más cerca del estadounidense, pero con personalidad propia y un gusto en el manejo de la cámara muy propio de la industria cinematográfica inglesa. No estamos hablando de una obra maestra, sino de un título relevante del género que vale la pena rescatar del olvido. Puede ser la interpretación más interesante y conseguida de Diana Dors, lanzada como la Marilyn británica, que pronto malgastó su futuro en obras cada vez más vulgares, aparte de añadir excesivos kilos a su ya espectacular figura. Los secundarios son impecables y la fotografía en blanco negro está utilizada con inteligencia y sensibilidad. Recomendable para fans del género y nostálgicos de Victor Mature.