A París con el amor (1955)

Postales de París para componer una película cándida, suavecita, rica en enredos dulces, almibarados equívocos y un aire de glamour argumental del de saca máximo partido una factura cinematográfica cuidada, sobria y muy eficaz.
Todo fluye con la naturalidad que se espera -sin notas extemporáneas- al ingenuo conjuro de unas personas buenas que se deben a las elegantes formas y al protocolo que su alcurnia distinguida impone.

Como una velada romántica, elegante y casi privada en la que el espectador, si le apetece dejarse llevar, puede ser el principal invitado.

Suave comedia romántica rodada en un colorido París, impregnado del perfume aristocrático de los años 50, una década donde la elegancia era casi un mandamiento. Aunque actualmente resulta obsoleta, en su día debió parecer una provocación presentar a un maduro y atildado Alec Guinness pelando la pava con una jovencita de apenas 18 años. La actriz francesa Odile Versosis interpretando a una coqueta dependienta, cuyo luminoso rostro rivaliza con el de Shirley MacLaine.

Sin duda el mayor aliciente de la película es su director, Robert Hamer, responsable de "Ocho sentencias de muerte" comedia negra de los míticos estudios Ealing y tal vez uno de los mejores ejemplos de humor inglés de la historia del cine.

Si "Ocho sentencias de muerte" desplegaba un guión cáustico y sutil como un juego de té, no ocurre lo mismo con "A París con amor" cuyo guión es simplón y las situaciones de comedia demasiado ingenuas. La película tampoco logra elevarse como romance, muy por debajo de "Vacaciones en Roma", estrenada un año antes.

Pese a ello "A París con Amor" tiene el encanto de la elegancia. Una lección magistral de buen gusto, donde los modales esquisitos no son feudo exclusivo de los ricos, sino que extienden sus virtudes entre las clases más desfavorecidas. Un mundo ideal donde incluso los pobres tienen donaire. En una sociedad como la nuestra donde la vulgaridad está de moda, resulta relajante disfrutar con las relaciones de cortesía de la película, impensables actualmente y que tristemente los más jóvenes considerarán anticuadas. Por cierto qué distintas parecen hoy las personas de 40 años, vitales y juveniles, si las comparamos al personaje de Alec Guinnes que parece el dueño de una funeraria.