Sonora (2018)

Afortunadamente aún hay productores de cine mexicano que siguen apostando a contar historias diferentes a las insulsas comedias románticas que se han apoderado de la producción nacional en los años recientes, en este caso retomando una historia de los años 30 que cobra total vigencia hoy día.

Es el año 1931 en el norte de México, concretamente en el estado de Sonora, los Estados Unidos aun padecen los estragos de la Gran Depresión y deciden cerrar la frontera con México, además de deportar a los ciudadanos mexicanos de su territorio, mientras en México esto ocasiona un nacionalismo exacerbado que lleva a una cacería en contra de la población china que habita en Sonora.

Ante esta situación, un variopinto grupo de personas decide trasladarse a Mexicali por diferentes motivos, para ello contratan un automóvil que, ante la repentina enfermedad de su marido deberá conducir Alma (Giovanna Zacarías), que será guiada por Emeterio (Joaquín Cosio), un nativo de la zona, en un viaje en el que además de sortear las complejidades del camino, los viajantes y demás personajes que irán apareciendo en la ruta, deberán enfrentarse a sus prejuicios y demonios propios.

Con un aire que oscila entre el thriller y el western, ‘Sonora’ es en su mayor parte una road movie que retrata a un variado grupo de personas, mexicanos y extranjeros, que deben convivir en el trayecto por la indescifrable geografía del desierto sonorense en medio de un enrarecido ambiente a causa de la xenofobia y el racismo.

Springall, también director de ‘Santitos’, narra con destreza y pulso firme una historia que de inicio se percibe dispersa pero que conforme avanza y se convierte en una road movie con personajes bien delineados y diálogos precisos consigue atrapar al espectador en un viaje lleno de tensión en medio de poderosos encuadres y poderosos paisajes.

Una apuesta poco común en el cine mexicano actual a la que vale la pena acercarse, con un reparto de garantía, en el que sobresalen las damas, Giovanna Zacarías y Dolores Heredia, así como es costumbre Joaquín Cossío y un cada vez más sólido Juan Manuel Bernal.

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Se escucha por ahí decir constantemente que «el peor enemigo de un mexicano es sin duda otro mexicano», sentencia endosada a los connacionales presentes en Estados Unidos, pero que alcanza a los oriundos acérrimos de nuestro país ante ese sentimiento de resistencia a los forasteros y que se manifiesta con la xenofobia y el racismo.

Springall retorna después de su remake «No eres tú, soy yo» a la cartelera mexicana con esta propuesta alejada de la desafortunada tendencia que sitia al cine nacional y opta por un basado en hechos reales de época, en la crisis del 29 y cómo las medidas antimigratorias desatan un éxodo para reacomodar a los desplazados de tierras norteamericanas y a los chinos radicados en México puestos en la mira de autoridades.

Con un reparto formidable, el director recurre a Joaquín Cosío, Dolores Heredia y Juan Manuel Bernal para interpretar a una tercia de personajes que irá marcando la travesía, donde cada uno movido por sus convicciones hará uso de la razón contra la insensatez que parece apoderarse del automóvil con el que se han aventurado a recorrer el agreste desierto mexicano. Transcurridas las horas cada uno de los ahí presentes expresará su sentir, y así la road movie encontrará una puerta cerrada donde cada personaje deberá permanecer muy a su pesar.

El falso nacionalismo es de alguna forma el antagonista de esta historia, que revela actitudes retrogradas siembre en pugna con la solidaridad que también nos caracteriza como mexicanos. Sin giros inesperados, Alejandro Springall sabe conducirnos por una historia atemporal donde los prejuicios trascienden en el tiempo.

Visualmente afortunada.