Gas-oil (1955)

A la película le cuesta mucho entrar en materia así que cuando las dos tramas principales (la línea de cine negro y la línea cotidiana) deciden unirse para conformar un único argumento, se tiene la impresión de que ha trascurrido demasiado tiempo y de que se ha ido la pólvora en salvas.
Un excesivo afán descriptivo de situaciones colaterales, psicológicas, humanas y personales restan agilidad a un relato que, aunque posee todos los elementos formales para haberse convertido en un gran largometraje, su combinación presenta desajustes de ritmo y de intensidad.
Se le habría sacado muyo mayor partido si se hubiera optado por una menor ingenuidad y por una mayor contundencia en su desarrollo.

Buena película pero sólo a medias

Gas-oil narra las peripecias de un camionero perseguido por unos gángsters, convencidos de que ha robado 50 millones de francos que llevaba un hombre al que atropelló sin querer cuando ya estaba muerto. Dirigido por el probo artesano Gilles Grangier, se trata de un drama con efluvios de polar, bien construido pero intrascendente, muestra de un cine que ya no tiene cabida en el mundo actual. En el reparto, dos mitos: Gabin y una preciosa Moreau de 27 añitos. El problema es que no se produce la menor química entre ellos. Gabin era uno de esos hombres, como Spencer Tracy y Walter Brennan, que ya parecían viejos cuando eran jóvenes, de modo que no acabas de creerte que pueda ser el amante de la Moreau, sino más bien su padre. Como secundarios, la ajada vampiresa Ginette Leclerc, Marcel Bozzuffi antes de sus papeles de sádico esbirro, y un Roger Hanin siempre amenazador.
En suma, un espectáculo humilde pero digno.