Gianni y sus mujeres (2011)

Al menos tiene la virtud de la humildad. No tira hacia las alturas, ni hacia la carcajada fácil. Es una comedia más sutil que explícita, más calmada y pensativa que el promedio de películas humorísticas actuales, las cuales suelen ser aceleradas y delirantes en diversos grados.
No es una comedia sexual zafia ni un derroche de vertiginosos diálogos.
Gianni es un hombre tranquilo, hogareño y sumamente afable. No destila ni un ápice de hostilidad. Ya es madurito y, aunque no es un adonis, tampoco está de mal ver ni mucho menos. Mucho más visible es él que su amigo Alfredo, pero ocurre que el carácter de Gianni no es el de un depredador a la caza de género femenino, y Alfredo le calienta las orejas contándole sus supuestas conquistas y hablándole de los atributos de tal o cual hembra. La vejez espera tras la siguiente esquina y la inquietud por apurar los restos de lozanía empieza a aguijonear al amo de casa que tiene pinta de no haber cometido nunca una locura. Buen marido, buen padre, hijo dócil y atento, hacendoso y silencioso, tal vez esa falta de revuelo es lo que ha terminado por hacerlo invisible en su faceta viril. Es el chico de los recados, el cocinero, el paño de lágrimas de mamá, el anfitrión permanente de un yerno gorrón.
Puede que Alfredo tenga razón: hay que despertar y hacerse notar, volver a sentirse un hombre que funciona de cintura para abajo. Pero... es más difícil de lo que parece. ¿Cómo se las arreglan otros maduros para tener aventuras exitosas, sin que los vean como abueletes asexuados?
En su crisis, Gianni se gana las sonrisas del público, las comisuras se alzan de vez en cuando, pero un sentimiento crepuscular entristece los matices de esas sonrisas, porque sabemos que es cierto, que un día sentimos que los días se escapan más rápido de la cuenta, que en ese día tememos no haber gozado lo suficiente, haber dejado pasar placeres exquisitos, y uno se cuestiona el cómodo sosiego al lado del cónyuge mientras se puede estar perdiendo tantos bellezones desconocidos e incitantes. Es cuando crees que cualquier vecino triunfa y tú no, y tiendes a pensar que los demás constantemente se lo pasan mejor que tú (y casi nunca es verdad).
Y eso, que quien dijo que ligar está chupado, es que no conoce a Gianni.

Gianni pasa de puntillas, no quiere molestar, por las calles de una Roma irreconocible, con aires de pueblo, llena de rincones entrañables y vecinos que sacan su silla a la vía publica para charlar y tomar el fresco en las tardes de verano.

Gianni director y guionista se sueña a si mismo en la madurez, esclavo voluntario de sus mujeres allegadas, viendo como llega el otoño de la existencia y van quedando injustamente arrinconados aquellos que ya saben lo que dura una vida. A Gianni aún le sobra mucho amor, tanto como el que necesita, para no perder el último tren de la eterna juventud que prometen los fellinianos pechos de esas mujeres que desea, entre los que acurrucarse y bucear en busca del elixir de la pasión, de la vida.

Gianni nos regala escenas que calan hasta los huesos con una sencillez y un humor desconocido últimamente en las pantallas. Después del verano ha llegado el otoño, ojalá que Gianni supere el duro invierno y disfrutemos de un vino blanco en su compañía en una nueva primavera.