Sin testigos (1983)

"Me parece que cada persona, en su alma, siente un sonido bien bajito, su nota musical. Si la resonancia de los actos de tal persona no coincide con ese sonido, con esa nota, esta persona no puede ser feliz".

Amenazas de rebeldía barata. Egoísmo existencial. Reproches vergonzosos. Aceptación de presentes deshonrosos. La vida se vuelve oscura con cada paso en falso. La belleza cae en pozos de olvido. Mochilas que pesan por no repartir su carga.

Que miedo da el futuro cuando la conciencia no duerme. Que vértigo da el pasado cuando eres consciente de su velocidad. No seremos eternos, pero nuestros actos traspasan generaciones.

Mikhalkov teatraliza las miserias de la separación. La vergüenza del humillado. La rebeldía hipócrita de derechos impostados. El amor del roce y la unión de lazos más allá de la sangre. El director ruso eclipsa con sus personajes y extiende su historia fuera de los márgenes fílmicos.

Sin Testigos es un caso raro de película que termina mejor que empezó. Por lo general, si el desarrollar de una cinta enseña deficiencias se espera que se profundicen hasta llegar al final. Con esta pasa lo contrario, o sea mejora a partir de la mitad.
El principio es lento y este es su gran defecto, la falta de ritmo. Lo que no sería un problema si fuera compensado por otros elementos que enganchasen. La actuación de Irina Kupchenko me parece muy superior a la de Ulyanov, que hace de su ex pareja, lo que perjudica un poco el conjunto. Pero Mikhalkov supo aprovechar muy bien los símbolos y gestos de una separación, el recurso de presentar las versiones de cada uno sobre el pasado y, sobre todo, terminó la película con delicadeza.