Correctísimo biopic que tiene en la mesura su piedra de toque, nada fácil dadas la dimensión y la megalomanía del biografiado. Muy alejada de la visión pirotécnica que de la misma época da Michael Mann en su "Enemigos públicos". No extraña, por otra parte, su fallida taquilla, y es que el paladar común está hecho a ciertos sabores mucho más que a otros.
Clint Eastwood dirige con el clasicismo marca de la casa y su mirada elegante acaricia la escena con sutileza impropia de nuestros días. Otro hubiera hecho buena leña de la sexualidad de Hoover. No así Eastwood, que trata el tema con una delicadeza que se desmarca de la sordidez y la demagogia facilonas al uso. Muchos de quienes gustan de tacharlo de fascista porque en su día encarnara a Harry Callaghan quizá debieran molestarse en ver alguna (otra) de sus películas.
Di Caprio compone una interpretación gigantesca. Sepultado bajo una pesada losa de maquillaje, logra hacer aflorar todas las aristas y matices del, más que turbio, siniestro personaje. Estupenda Judi Dench, gélida en su papel de madre omnipresente y omnipotente. Naomi Watts, por contra, decepciona un tanto- y eso es noticia- en su papel de secretaria aplicada y un tanto atildada. Hasta el mejor escribano echa un borrón. Incluso Clint Eastwood. Pero ya les gustaría a muchos pretenciosos pretendidos directores echar borrones como éste.

Deliciosa película de aventuras rodada por Huston a salto de mata, entre tiro y tiro al elefante, principal objetivo de su viaje a África, lo cual demuestra que el talento se tiene hasta en los ratos libres.
"La Reina de África" explota a fondo la química que provoca el contraste entre sus dos protagonistas. Permanentemente en escena, la pareja Bogart-Hepburn funciona como un reloj suizo; mejor aún, como el motor del -solo aparentemente- frágil barquito. De un lado la beata compuesta por Katharine Hepburn, tan remilgada como como intrépida, y progresivamente más lo segundo que lo primero. Del otro un maravilloso Humphrey Bogart, carismático y cínico. Borrachuzo y mugriento. Gesticulante, chispeante. Pocos óscars hay en la historia del cine tan merecidos.
El cazador Huston es un narrador excelente dotado de un insuperable sentido del ritmo. Así, en poco más de hora y media hace que la pareja protagonista sea disparada, tragada por los rápidos y por la selva, devorada por las sanguijuelas y los mosquitos e incluso ensogada, sin que en ningún momento tenga el espectador sensación de amontonamiento. Y entre toda esa acción aún le queda tiempo para desarrollar una entrañable historia de amor entre los dos personajes más antagónicos que imaginarse pueda.
Como no hay dos sin tres, los enamorados imposibles se ven acompañados en su crucero fluvial por el murmullo sórdido de la selva. Éste se torna un protagonista más desde los mismos créditos iniciales, a los que acompaña en solitario hasta enlazar con el berrinche nativo que los hermanos metodistas quieren himno, en preludio de la impagable entrada en escena de Humphrey Bogart.
En fin, hay quien se va de safari y se trae una fractura. John Huston, por su parte, se trajo "La Reina de África". Talento, dije.

Tristísima maravilla de David Lynch. Tras la pronta resolución del dilema acerca del alcance real de la diferencia entre ser un fenómeno de feria o ser un fenómeno médico; la gran, previsible, cuestión asoma sin ambages: "¿quién es realmente el monstruo?" La pregunta entronca "El hombre elefante" con la tradición rousseauniana del buen salvaje. No sólo eso. Estamos ante una obra intensamente referencial. Así, se trata, ante todo, de un cuento dickensiano. El tono de denuncia y la sórdida descripción de los bajos fondos conducen al neorrealismo. El surrealismo, el antimaquinismo y los escarpados claroscuros evidencian su deuda con el expresionismo alemán. La vinculación con los "Freaks" de Tod Browning es tan obvia que casi resulta obsceno citarla. Además, el aliento clásico que envuelve la cinta con mimo infinito se ve subrayado por la bella fotografía en blanco y negro.
Antohny Hopkins compone la interpretación pausada que acostumbra. Un irreconocible John Hurt encarna por su parte a la horrible bestia. Como los replicantes de "Blade Runner", el hombre elefante resulta ser más humano que los propios humanos, lo cual pondrá en acción los lagrimales de no pocos espectadores.
Una reflexión mucho menos evidente que todo lo anterior parece planear sobre la película: también el cine, en sus orígenes, era un fenómeno de feria.

He leído por ahí el adjetivo "rubikiano" referido a este bodrio átono e incoherente. El irresponsable que lo haya proferido haría bien en abandonar el cine una temporada y dedicar parte de su tiempo y esfuerzos a resolver uno de esos citados cubos de rubik de los que se le llena el teclado. O abandonarlo para siempre, ya sea para resolver cubos de rubik o para escardar cebollinos, con tal de ahorrarnos diarreas verbales que evidencian, por otra parte, no haber visto de esta cinta más que el cartel.
Una porción nada desdeñable de la crítica oficial se ufana de alabar el sentido del humor que sazona la previsible macedonia de sustos. Yo no le veo la gracia a "The cabin in the woods" más allá de la leve sonrisa un tanto resignada que se me dibuja al presenciar el desfase final previo al cameo más absurdo que recordarse pueda: Sigourney Weaver explicando el porqué de todo el sinsentido mientras el universo se derrumba a su alrededor. No sé, debo de tener un mal día.
El caso es que no contentos con una premisa absurda (en el spoiler por respeto a aquellos que quieran verse faltados al mismo exponiéndose a... ésto), los perpetradores de la pretendida película se lían la manta a la cabeza hueca agregando los ingredientes reality show y un "cube" subterráneo en cada una de cuyas celdas aguardan los horrores pesadillescos del discurso-vómito de tantos y tantos escritores de terror. No, de verdad, en serio. Ni que decir tiene que los bellos y frescos protagonistas compiten apretadamente por demostrar a los millones de maltratados espectadores quién es peor actor.
Que te tomen el pelo es aceptable si el que lo hace tiene gracia para ello. Ya he dicho que no es el caso. Y encima la entrada de cine viene gravada con un 21% de IVA. Alguien debería pagar por... ésto.

Excelente mirada de Vincente Minnelli a los claroscuros de la industria del cine. Maravilloso melodrama metacinematográfico en el que se recrean los años dorados de Hollywood, cuando las películas eran del productor mucho más que del director, mero asalariado y no el "auteur" endiosado de nuestros días.
Kirk Douglas da vida a uno de aquellos productores, verdaderos tiburones, a la vez creadores y devoradores de sueños. La ilimitada ambición de su turbio Jonathan Shields no duda en instrumentalizar a quienes más le aman, pudiendo incluso llegar a destruirlos.
En el marco de una hábil estructura hecha del ensamblaje de tres largos flashbacks, Minnelli fotografía en hermoso blanco y negro las magníficas interpretaciones de un elenco refulgente. En especial las del mencionado Kirk Douglas, carismático y mendaz; la muñeca rota, recompuesta y exitosa Lana Turner; y la chispeante mujercita sureña que compone una Gloria Grahame de breve y brillante aparición justamente recompensada con el óscar.
"Cautivos del mal" es, a fin de cuentas, una declaración de amor al cine. Y tan arrebatada que no nos queda sino enamorarnos también. Porque "el amor es para los chiquillos", y ¿qué otra cosa somos nosotros frente a los gigantes que pueblan la pantalla?

Prometedora ópera prima de Bryan Bertino, quien debuta con una eficaz cinta de terror psicológico. Acusada de efectista y tramposa, al respecto sólo cabe preguntarse qué película de este género no lo es.
"Los extraños" tiene la sencillez y la concisión por mayores virtudes, además de una interpretación convincente de su protagonista, la luminosa Liv Tyler; no tanto la de su partenaire Scott Speedman, ciertamente inexpresivo.
Una pareja cuya relación anda algo de capa caída es aterrada y brutalizada por la familia Slipknot. Sin más. Lo verdaderamente terrorífico, más allá de algún que otro sobresalto algo facilón, es que todo sucede sin razón, ocurre porque sí. De modo que a cualquiera podría pasarle, parece decírsenos implícitamente. Muchos espectadores se lo pensaran dos veces a partir de ahora cuando vayan a quedarse solos en casa.
En fin, recomendable torpedo cinematográfico a las bondades de la vida campestre y a la inviolabilidad de la vivienda norteamericana.

Sorprendente reflexión sobre los límites del poder; sobre la ausencia de éstos, más bien. Si la sabiduría popular estima que el poder corrompe, "El experimento" eleva dicha noción a categoría sociológica.
El cine alemán lleva preocupado desde que gateaba en pañales- "El Gabinete del Doctor Caligari", "Metrópolis"- por la deriva monstruosa que la naturaleza humana, descarnadamente hobbesiana a sus ojos, puede conferir a una autoridad insuficientemente acotada. Y no es para menos, vista la Historia. Reflexiona sobre ello esta interesante cinta y la más reciente, y a mi entender inferior, "La ola". Si bien es cierto que la temática de esta última prima la manipulación sobre la coerción.
"El experimento" recrea el enorme potencial alienador del poder y la aterradora facilidad con que puede el hombre incurrir en el abuso del mismo. Hischbiegel sigue a Adorno en la reconstrucción de la personalidad autoritaria que encarna el personaje interpretado por Justus Von Dohnanyi y muestra cómo un hombrecillo insignificante puede, en un contexto desbridado de moral, investirse de una potestad omnímoda para decidir acerca del destino de sus semejantes.
La película pierde fuelle, por otra parte, cuando se va por las ramas de la historia paralela protagonizada por Maren Eggert. Incoherente y absurda, no aporta nada a una trama que, despojada de esa rémora, hubiese fluido con mucha más agilidad.

Desquiciada consagración de Peter Jackson como director de culto freak. Pese a que el éxito de "Bad Taste" le permitió financiarse con más holgura, "Braindead" no renuncia al embriagador pestazo a serie z que exuda por todos sus poros. Y por las orejas. Y por las cuencas oculares. Y por cualquiera sea el orificio susceptible de supurar moco verde.
Ángulos imposibles, zooms enloquecidos, sobreactuación exaltada, stop motion, animatronics, cajas torácicas, intestinos asesinos, desmembramientos masivos y colores más contrastados que en un film de Almodóvar son sólo unas pocas de las gollerías gore que nos reserva este divertidísimo pulp sin más pretensiones que hacer disfrutar al espectador de un repugnante buen rato mientras le induce alternativamente el vómito y la carcajada.
Mención aparte merece una apoteosis final que parece directamente inspirada en la tomatina de Buñol. Qué belleza.

Eficiente cinta de terror que hace de la sobriedad su mejor virtud. El planteamiento es tan sintético que cae en el apresuramiento. Ello no obstante conlleva un efecto muy de agradecer, y es el rápido abandono de la combinación de tragedia familiar y terror sobrenatural tan en boga como de discutible interés.
A continuación los lugareños de "Point Pleasant"- cáustica denominación para el gélido pueblo de la América profunda en el que suceden los hechos- reciben la visita de un ser llegado de algún universo paralelo cuyo único fin parece ser acojonarlos con el anuncio en primicia de desastres varios. A Richard Gere, cool reportero del Post y, como tal, hombre atareadísimo, no le queda más remedio que tratar de asustarlo por teléfono, cosa que no deja de tener su comicidad.
La coherencia del argumento se ve un tanto violentada con la insuficientemente explicada aparición del colaborador de Iker Jiménez en "Deus ex machina" explicativo metido con calzador. Además acaba por hacerse monótono un contorno en el que se abusa de las luces rojas, las interferencias, la electricidad estática y los zooms como inductores del escalofrío.
Sin ser notable en ningún aspecto "Mothman" se deja ver, sin embargo, con la facilidad acostumbrada cuando productos de este pelaje se hacen con buenos mimbres, buen gusto y ninguna pretensión. A pesar de Richard Gere

Correcto noir cuya condición sesentera añade hipsters, psicodelia, minifaldas y laca como para agujerear tres capas de ozono al consabido detective cínico y el ramillete de mujeres fatales.
Pese al reparto de campanillas, "Harper" está concebida como vehículo para el lucimiento de un Paul Newman perennemente en escena, de modo que sus fans estarán encantadas. No tanto aquellos a quienes se nos indigesta tanto fruncir de morritos, a los que puede que la película se nos haga un tanto cuesta arriba. Demasiado guapo para el personaje. Me quedo con Bogart. Lauren Bacall también.
No obstante el amaneramiento ceñudo del protagonista, la simpatía del mismo y los alambicados giros de un guion tramposo como un trilero mantienen vivo el interés de una película ya algo cuarteada por las décadas. Y es que no todo envejece tan estupendamente como lo hiciera Paul Newman o la aquí taimada Lauren Bacall.

Hay películas que trascienden lo meramente cinematográfico para orbitar en una dimensión ética; humana, si se quiere más sencillamente. "Katyn" es de esa clase de películas. Limitar el juicio de las mismas a sus valores estríctamente artísticos, como muchos críticos han hecho con ésta, constituye, a mi entender, una carencia de tacto producto, espero, de la insensibilización profesional que a tantas otras ocupaciones- médico forense, francotirador, prostituta- también aqueja.
"Katyn" es una denuncia del pacto Ribbentrop-Molotov que significó el desmembramiento y reparto de Polonia a manos de nazis y soviéticos. Es una denuncia de las consecuencias tan terribles como paradójicas que dicho pacto y la posterior deriva de los acontecimientos tuvieron para las víctimas, como el hecho de que un bando mate a tu marido y el otro a tu hijo; o que tus salvadores sean los asesinos de tu padre.
"Katyn" es la denuncia, por supuesto, de la masacre de oficiales polacos en el bosque del mismo nombre, y la cínica utilización que de ella hicieron los departamentos de propaganda de ambos bandos. Es también la denuncia del encubrimiento de la masacre por parte de los verdugos y, en aterrada espiral de silencio, por parte de las propias víctimas.
Es la denuncia de la represión y del expolio de libertades, sea cual sea el color de la bandera bajo la cual se cobijen sus criminales responsables.
Es la denuncia, en fin, de la gran tragedia polaca, concretada en unos hechos prácticamente desconocidos para la gran historia, la de los vencedores, y que de modo tan crudo relatan los últimos minutos de una cinta escalofriante y muy necesaria.

En los años 80, con la saga que inaugura esta película, Spielberg revitalizó el género aventurero. No incluyo entre las cintas encargadas de tan encomiable labor el bodrio de "El reino de la calavera de cristal". Y es que los años no pasan en balde, ni siquiera para Steven Spielberg y Harrison Ford. Pero en 1981 ambos, director y protagonista, estaban en indudable plena forma y dieron a luz una obra y un personaje muchas de cuyas peripecias han pasado a formar parte, junto a la inconfundible partitura de John Williams, de la iconografía cinematográfica inmediatamente reconocible por cualquiera, aficionado al cine o no.
Spielberg es un director de formación y gustos clásicos, reflejados en un profundo dominio del los conceptos del género de aventuras. No obstante, su gran logro consiste en ponerlos al día en una película de acción torrencial plasmada con acertada estética de cómic. El resultado es un divertidísimo espectáculo que no deja respiro a un espectador que disfrutará de todo el metraje con una amplia sonrisa dibujada en el rostro, como los niños de antaño.
Mención aparte merece el personaje creado por Harrison Ford. Caricatura de la figura clásica del aventurero, acaba por convertirse en arquetipo en sí. Ingenuo profesor, intrépido cazatesoros. Seductor infalible. Carismático, un punto cínico. Cuesta creer lo cerca que estuvo Tom Selleck, "el hombre más masculino de América", de hacerse con el papel. Porque resulta impensable otro Indiana Jones que el encarnado por Harrison Ford.

Subproducto perpetrado por Eli Roth. Compadre de Quentin Tarantino, éste se prestó a inscribir su cacareado nombre en la tarjeta de presentación del film. Nada más hay de Tarantino en esta serie B de cara e impecable factura. Si el cine tarantiniano es eminente y calculadamente referencial, el de Roth, vista "Hostel", es una divertida locura sin pretensiones.
Las pésimas interpretaciones de los cartones que audazmente se tildan de actores aportan un aire entrañable a una cinta que, desde el primer minuto, airea sin complejos que no piensa tomarse demasiado en serio a sí misma. "Hostel" no es otra cosa que un gran chiste acerca de los prejuicios americanos respecto a Europa, tóxico burdel repleto de humo a los ojos inocentes de los civilizados hijos del imperio. La depravada mente europea sólo alcanza a satisfacer su curiosidad degenerada por las drogas, las putas y los museos con labores de corte y confección como las que nos insinúa, más que muestra, Eli Roth. Y además fumamos. Todos.
Hay por ahí quien sí se toma "Hostel" lo bastante en serio como para afearle lo pueril e incongruente del guión. Hay por ahí quien, efectivamente, es tan corto de miras como para no disfrutar de una película tan absurda y desmadrada como ésta, que hace del desenfado su mayor virtud. Peor para ellos.

Interesante biopic en el que Ed Harris da vida al atormentado y autodestructivo pintor con el vigor y la intensidad que le caracterizan. Su Jackson Pollock es un manojo de todos los tópicos tradicionalmente asociados a la figura del genio maldito, sólo le falta ser zurdo. Marcia Gay Harden, por su parte, solventa con brillantez una papeleta mucho menos agradecida, la de Lee Krasner. Sufrida esposa de Pollock, artista también ella, a la resignada sombra del gran creador. Un papel que le valió ser galardonada con un merecido óscar.
Dirigida con mimo y aplicación por el propio Harris, "Pollock" presenta una estructura narrativa que, parece, se quiere una especie de remedo de los cuadros del biografiado, lo que da lugar, sin embargo, a un conjunto de apariencia un tanto deslavazada. Y es que cabe el riesgo de que lo que funciona para el expresionismo abstracto no lo haga igual de bien para la plástica cinematográfica. O tal vez no. Puede que me equivoque, que el efecto sea buscado. Y que Ed Harris, como su personaje, no crea en la casualidad.

Estupendo western crepuscular que demuestra, muy a las claras, que otro tipo de cine español es posible.
Mateo Gil conoce y reverencia los códigos del género, y los expone con aplicación, casi con brillantez, en una película poderosa, seca como el Salar de Uyuni o el rostro correoso de Sam Sephard.
Los antiheroicos protagonistas atraviesan a galope tendido el abrumador horizonte del altiplano boliviano. Huyen. Eduardo Noriega, en el turbio papel al que nos tiene acostumbrados, huye de una partida de cazarrecompensas. De algo mucho menos tangible trata de escapar un Sam Shepard cansado y lacónico, muy alejado del dicharachero Butch Cassidy compuesto por Paul Newman en "Dos hombres y un destino". Su Butch Cassidy-James Blackthorn huye de un mundo que ya no es el suyo. Huye de un pasado en el que hubiera debido quizá quedarse junto a su socio Sundance Kid.
El sólido guión que firma Miguel Barros se desarrolla envuelto con mimo en una grata partitura y en la fotografía excelente de los feroces paisajes bolivianos.
Con esta cinta Mateo Gil se hace perdonar aquel bodrio de "Nadie conoce a nadie" con el que hizo su debut como director. Y es que, como dije al principio, "Blackthorn" es el perfecto ejemplo de que en este país hay vida más allá del humor chocarrero, el travestismo y la naftalina guerracivilesca. Eso sí, la película se arrastró con más pena que gloria por nuestras ínclitas carteleras y ubérrimas entregas de premios. Yo soy español, español, español. Olé.

Brillantísimo ejercicio de estilo con el que el reputado director de musicales Stanley Donen homenajea a Hitchcock.
En torno al McGuffin de un cuarto de millón de dólares que parece haberse volatilizado, Donen construye una aguda comedia de suspense plagada de diálogos de hilaridad punzante, cinismo "cool" y cáustico surrealismo - ejemplos de ésto último, entre otros muchos, son la impagable escena del funeral o las apariciones del inspector francés al cabo de cada crimen-.
Stanley Donen no se limita a emular, y muy bien por cierto, al maestro del suspense: "Charada" presenta una serie de características que la hace diferir del típico producto hitchcockiano y que le permite tener vuelo propio, y no se circunscribe únicamente a la evidencia de que Audrey Hepburn no es rubia- Dios nos libre-. El argumento juega muy hábilmente con el dilema de los prisioneros y, sobretodo, con la paradoja del mentiroso, primándolos sobre la trama del falso culpable propia del cine de Hitchcock.
En un reparto excepcional, destaca la sofisticada pareja protagonista, en cuya química, según un amplio sector de la crítica, se basa buena parte de la eficacia de esta cinta; lo cual, sin dejar de ser cierto, no debe impedirnos ver que "Charada" es mucho más que la complicidad entre el maduro y siempre joven Cary Grant y la encantadora Audrey Hepburn.
La estupenda banda sonora a cargo de Henry Mancini subraya la inteligencia y agilidad de la película, y desde bien pronto se torna en un personaje más de la misma, tan cínica, aguda y distinguida como sus protagonistas.

Si este despropósito anabolizado es el renacer de una leyenda, bien hubiera valido que la leyenda de marras se hubiese quedado muerta y enterrada. Nolan se encuentra ahora mismo a años luz de su "Origen", y su tercera parte de la saga que tan felizmente había revitalizado es un insulto a la inteligencia de unos fans que precisamente la inteligencia es lo que admirábamos de su "Batman".
"La leyenda renace" es un paquidérmico espectáculo cuya única finalidad es aturdir al espectador con un inenarrable y larguísimo despliegue de pirotecnia que lo haga perder de vista la obscena vacuidad de un argumento que parece concebido por algún indocumentado de "Jersey Shore".
Más de un crítico profesional ha tratado de coger una ola que creía buena y se ha permitido establecer un paralelismo entre el movimiento indignado y la revolución de chiste que perpetran Bane y sus descerebrados secuaces. Desde luego, esta vida es marketing y los sueños, marketing son.
Los sinsentidos y las incoherencias se suceden en una enloquecida concatenación armada por medio de elipsis alucinadas y explosiones "high tech" hasta llegar a un final de tan obvio, ya visto. Me abstengo de señalar dónde. Diré sólo que el helicóptero era más convencional y que la película en cuestión también era francamente mala.
Las comparaciones son odiosas y "El caballero oscuro" estableció un precedente difícilmente emulable. No obstante, con el excelente Joker repleto de matices que compuso el malogrado Heath Ledger fresco en la memoria, resulta altamente ofensivo el enmascarado microcéfalo de tres puertas que se nos pretende endosar como supervillano.

Terraferma es una cinta cobarde, o, si se quiere menos cruelmente, tímida. Y de la misma manera que la cobardía- o la timidez- son un lastre para cualquiera adornado con tan discutibles virtudes, también lo son para una película. Es cobarde- o tímida- porque no se atreve a llegar hasta el fondo de las dos posibilidades con las que juega durante un metraje que, además, se ve bruscamente cercenado en su precipitado final; como si la productora, o el director, en un arranque de vergüenza torera, hubiesen decidido poner fin a lo que, de haber durado más, efectivamente pudiera haberse convertido en un despropósito. Ambas posibilidades giran en torno al regreso a los postulados neorrealistas. Una, más relacionada con la denuncia descarnada de un Rossellini. La otra, aderezada con gotas de humor que hagan del drama de la inmigración ilegal algo más digerible, al estilo de un De Sicca. Y es aquí donde topamos con el gran problema de la película: su incapacidad para decidirse por una de las dos vías. De manera que se queda a medio camino en todo. Con el agravante de que la opción por la pincelada humorística está mucho más cerca de la chocarrería felliniana de "I Vitelloni"- salvando las distancias, claro- que de la sutil ironía que De Sicca destila con cuentagotas en "Ladrón de bicicletas".
La cobardía- o la timidez- son tales, que ni siquiera se atreve a explotar la veta del contraste entre italianos septentrionales y meridionales, una senda muy trillada, sí; y de eficacia más que probada también.

Interesante aproximación al noir del hoy denostado Garci, quien hace recorrer las calles de una desconchada Madrid que se cae a trozos a un excelente Alfredo Landa en su primer papel no cómico, a la búsqueda de una desaparecida niña de papá.
Resulta hasta cierto punto entrañable la decadencia de un país, y sobretodo de su capital, que apenas sale de una apolillada dictadura. Qué mobiliario urbano, qué coches de lata, qué teléfonos públicos, qué macarras, qué camareros, qué bigotes... El cutrerío y la nostalgia se acentúan por comparación con esa rutilante Nueva York de la última media hora que parece suspendida en el tiempo. Media hora final que, por lo menos a mí, me sobra. La creo prórroga innecesaria a un argumento que hubiera quedado mucho mejor resuelto antes y sin salir de Madrid. Y, ya que estamos en la ventanilla de cobros, la relación del detective Areta con la madre soltera que interpreta María Casanova resulta un tanto naïf. Nada extraño, por otra parte, tratándose de Garci; digamos que marca de la casa.
Salvo el trozo de madera que compone el "Guapo" Manuel Tejada, de entre unas interpretaciones muy correctas (la niña no llega a hacerse irritante, lo cual es poco habitual), destacan la del simpático robaplanos Miguel Rellán, muy quinqui en su rala melena al bies, y, especialmente, el Sam Spade más patrio que castizo que crea Alfredo Landa en el feliz cambio de registro que lleva a cabo a partir de esta cinta.

Dos maneras muy peculiares de andar contribuyeron, y no poco, a construir el arquetipo cinematográfico del vaquero: una, la de Duke Wayne; la otra, la de Gary Cooper. Efectivamente, en la memoria visual y sentimental del cinéfilo medio permanece desde 1952 y para siempre la imagen de Coop recorriendo las polvorientas calles de Hadleyville con ese inconfundible renqueo suyo producto de una fractura de cadera sufrida en su juventud. A la búsqueda de una ayuda que no le llega nunca. Una búsqueda desesperada y, con el paso de los minutos, más y más desencantada.
"High noon" parece hacer suyo el postulado de Hitchcock según el cual el suspense es mucho más efectivo si el espectador sabe que bajo los pies de los protagonistas hay una bomba a punto de estallar que si la bomba estalla sin más. Simple ¿cierto? Pues no a muchos directores les alcanza para comprender dicho concepto. A Fred Zinnemann no sólo le alcanza, le sobra, y realiza la película climática por excelencia: el recién casado y dimitido sheriff de un pueblecito sureño ha de hacer frente a su luctuoso destino en forma de cuatro foragidos que llegan para liquidarlo. Para ello resta algo menos de hora y media. Lo que dura la cinta. Ese es otro de los enormes valores añadidos de la película: su acción se desarrolla en tiempo real. La enorme tensión a la que se ve sometido el sheriff Will Kane se traslada al espectador con la reiterada aparición de relojes. El tiempo pasa y nadie en el pueblo tiene los redaños de unirse a él.
La cinta constituye, además, un compendio de complejos dilemas morales. No obstante, dichos dilemas quedan reducidos a la categoría de meras excusas de cobardes cuando se examinan a la luz de los principios del hombre honesto y de una pieza que representa el sheriff Kane.
Rodada en un sobrio blanco y negro, anticipa una serie de elementos estéticos que serán ampliamente remedados por el "spaguetti western" diez años después; a saber: Lee Van Cleef, profusión de primerísimos planos, rostros perlados de sudor y mugre, y contrapicados vertiginosos.
El reparto de campanillas se ve ensombrecido por un apoteósico Gary Cooper- y lo creían viejo para el papel... ¿ o sería para la hermosa y lozana Grace Kelly?-, quien ya sólo por esta película hubiera merecido un capítulo de privilegio en la Historia del Cine. Lo bueno, quizá lo mejor de todo, es que tenemos la suerte de poder disfrutar de sus andares y de su honestidad en decenas de magníficas películas más.