Y es que en esta ocasión ya todo se nos hace más familiar, al incorporar a la saga esos personajes con carisma que quizá faltaba a su antecesora. Los hermanos tortuga tendrán que luchar esta vez a plena luz del día, con todas las diatribas interiores que eso supone, y tendrán que luchar también con el rechazo que les regalan unos habitantes de Nueva York que desconocen quiénes son sus auténticos salvadores. Shredder, tan malvado y de acero como siempre, se fuga de la policía y entabla una sociedad con un villano aún más auténtico, Krang, ese deforme y carnoso criminal que quiere acabar con la humanidad. Para acompañar la pandilla, un rinoceronte y un jabalí hipermusculados y ridículamente tontos (ah, la sociedad de hoy en día caricaturizada) que aportarán la chispa humorística.

Los personajes se ensamblan bastante bien, por lo que esta secuela se me hace más correcta que la anterior. Dice mucho de los espectadores que la mayoría de críticas se centren en Megan Fox. Una pena...

Leo con sorpresa algunas críticas que se muestran hasta contentas con el resultado de esta fallida "Mechanic: Resurrection", y hasta especifican que Statham nos da lo que queremos o lo que promete o algo así. En esta fallida película (repito el epíteto "fallida" porque no se me ocurre nada más acertado para describirla) todo hace aguas de tal manera que me llegué a preguntar el sentido de tamaña tontería. El entretenimiento no tiene que estar reñido con el cuestionar ésta u otra manera de guiones, de giros inesperados, de respuestas plausibles. Pero es que en esta segunda parte de la que espero sea una corta franquicia no podemos alabar ni siquiera la menor de las interpretaciones. Hasta el cameo de Tommy Lee Jones me resulta innecesario, aunque supongo que el veterano actor se lo haya pasado bomba luciendo sus zarcillos y su look de mafioso de medio pelo. Jessica Alba tiene la misma capacidad actoral que el cactus de mi ordenador y Statham, psss, está tan enclaustrado en un mismo y eterno personaje que rodea todo su currículum que ya no sabe cómo salirse de esa espiral de acción barata e irracional.

Lo de menos es la historia, se los aseguro. Que tenga que asesinar a tres o mil personas con una forma parecida a un accidente es irrelevante. Lo grotesco de la historia es aseverar todo lo demás, su puesta a punto, su maquinaria disponible en todo momento y lugar (ya sea en un edificio de Sydney, ya sea bajo las aguas del océano), su infalibilidad, su manera de andar encantado de conocerse a sí mismo... No, no compro esta segunda parte ni como película de acción, ni como película medianamente visible. Fallida y pasada por agua.

La historia de amor prima sobre la historia futurista en esta película de Winterbottom. En un prólogo que nos muestra las leyes de ese presente, se nos da a las claras las bases que sustentan el desarrollo. Tim Robbins encarna a un investigador que llega a un Shanghai del futuro para averiguar quién de los trabajadores de una empresa de credenciales está falsificando los mismos para venderlos en el mercado negro. Un mundo cuestionado por enfermedades y población surgida de fecundación "in vitro", un mundo asediado por un sol dañino y que vive sumergido en la oscuridad de la noche, hace de paisaje a lo que es una historia de amor en toda regla. La pareja de baile es una Samantha Morton sublime, cuya mirada absorbe cada uno de sus planos, bañando de una tristeza sincera el eco de la historia.

Pero, al sumergirnos en el romance, notamos el perfume petulante de lo contado con superioridad. Aquí es donde radica, a mi forma de ver, las carencias de un "Código 46" que se olvida de una premisa que pudo dar más de sí para abocarse a las mareas del amor/desamor que nos muestra la pareja protagonista.

En resumen, pudo dar más de sí y se quedó en la ribera. Aprobada pero olvidable.

"La fiesta de las salchichas" esconde en su interior, a pesar de su pringue barriobajero, obsceno, vulgar, un mensaje de preguntas metafísicas, de la eterna pregunta y de la eterna "mentira" (según quién lo mire) que aporta el discurso religioso. Aquí, todo se cuestiona por el regreso de un bote de mostaza que ha regresado del paraíso prometido y que hace que tiemblen los cimientos de unas creencias dadas como verdaderas.

Pero yo he echado en falta la diversión y las risas. Quitando algunos puntos de interés (que son más de los que le presuponía), la película es una "buddy movie" extraña y con unos diálogos dignos de "South Park", buscando la gracia en artificios pueriles, infantiloides y banales, recurriendo constantemente a la escatológica manera de hacer cine de este grupo de gente, amén de los recursos sexuales que, en mi opinión, ni hacen gracia y, además, aburren.

Lo del título de esta crítica viene dado porque, a pesar de sus enormes carencias, como expongo en el párrafo inicial la película posee una carga de contenidos interesante, además de proporcionarnos algunas escenas (el final es el mejor ejemplo) que nos dejan con la boca abierta por la magnitud de lo inesperado. Y eso, en el cine de hoy en día, es de alabar.

Así que se me queda como una película interesante, NO apta para niños, a la que se le echa en falta más humor inteligente y menos recursos baratos y del montón, pero que no deja indiferente tanto por las cuestiones abordadas como por unas escenas que te explotan en la cara sin verlas venir.

El reparto: muy variopinto, con caras conocidas, un equipo bastante sujeto con pesos pesados como Gary Oldman, Tommy Lee Jones y, por supuesto, el protagonista, Kevin Costner. Por otro lado, una cohorte de secundarios de lujo del tipo de Michael Pitt, Jordi Molla, Alice Eve o Gal Gadot. No olvidemos a Ryan Reynolds.

El arranque: con mucho ritmo, sin casi pausas para contener la información que se nos va dando. Un correcalles frenético que finaliza con la aparición de un Kevin Costner dispuesto a asumir la principalidad de su papel.

El argumento: las dosis de ciencia ficción son bastante consecuentes con la historia, proporcionan lo justo para que el resultado sea el necesario. El traspaso de memoria de un agente muerto a un criminal condenado es explicado por el pasado de éste.

La puesta en escena: no decae y tiene momentos verdaderamente espectaculares. La mano de Ariel Vromen en la dirección es bastante interesante, aunque no sea nada fácil debido a lo condenadamente descabellado de la historia en sí.

El resumen: película bastante entretenida que, a pesar de no ser nada del otro mundo, consigue superar la quema de aquellas críticas sesgadas que la consideran una copia de la saga "Bourne".

Este cortometraje de Mateo Gil se nos presenta como un asalto, una invasión a la supuesta inviolavilidad del domicilio, un ejercicio frío de puerta fría por dos fríos vendedores de enciclopedias y de humos. Eduardo Noriega retrata a su personaje como si paseara, con carisma y tranquilidad, creyéndose en todo momento su actuación. Pepón Nieto se refleja más distante, listo para el salto a la yugular y para el remate final. Una pareja que, combinada, da el pego. Petra Martínez es la candidez en persona, una ama de casa que, aunque ya presupone el truco, cae en la tela de araña urdida y tejida por el sistema de venta a domicilio a través de supuestos regalos inanes.

Acertada historia de otra década que nos recuerda cómo fue y cómo se materializaban esos "robos" consentidos en donde la víctima invitaba incluso a café a los "ladrones".

La conversación de los créditos finales sobra por chusca, innecesaria y grosera. Eso, a mi parecer, le resta varios puntos.

Flojo ejercicio que pretende ser humorístico y se queda a la altura de un sketch mediano. No salva la presentación ni un peso pesado como es Fele Martínez, esta vez en el papel de un camarero harto y cansado del tópico "cuando puedas" que apostilla cada frase que le regalan. Kepa Sojo intenta darle carácter y personalidad con el blanco y negro, pero el mensaje y la historia se difuminan en un sopor que no llega a cuatro minutos.

Olvidable trabajo que, en vista de las votaciones, comparte una misma opinión: flojo, muy flojo.

A pesar de la premisa de que es un cine hecho por y para un público concreto, la saga "Divergente" no cala en ningún momento, ni aporta interés, por lo menos en mi caso. Y no es sólo una cuestión que se refiera a esta parte, sino a todas. Si las dos primeras tenían un cierto carácter (obviando claramente el contexto de su estreno, con "Los juegos del hambre" acechando por las esquinas), esta última parte (que a su vez se subdivide) se difumina para perderse en el desinterés y en lo mal hecho. Porque la propuesta de Robert Schwentke parece hecha con prisas y corriendo, como para cumplir plazos más que en centrarse en lo puramente cinematográfico, y eso que cuenta con un elenco que ya quisieran para sí otras sagas de esta época de sagas que nos ha tocado vivir. Pesos pesados como Jeff Daniels o Naomi Watts surcan la pantalla para transmitirnos una historia sin alma, para recolocarnos algo que huele a ya visto, que se desmesura más aportando recortes de otras historias que en fabricar un producto genuino.

Shailene Woodley y Theo James vuelven a interpretar lo cansino y lo grotesco: lo cansino es Tris, esa heroína de aspecto cansado que corre raro y que en ningún momento la podemos identificar como una líder salvadora del mundo (siquiera salvadora de nada). Lo grotesco es ese Cuatro maquillado en un neo Van Damme que se libra de cualquier apresamiento con sus límpidos puños. Una pareja que no sabe a dónde va, ni que parece no importarle.

La mejor noticia es que con otra parte más se cierra una saga que quedará en el olvido, que hace un flaco favor a la literatura de Veronica Roth porque aquellos que como yo jamás leyeron sus libros quedaremos con pocas ganas de empezar a hacerlo.

Y quizá la sorpresa sea Tom WIlkinson, sí. El veterano actor inglés se sumerge en la enésima comedieta que le viene como un guante a un Vince Vaughn más Vince Vaughn que nunca y a un Dave Franco que en su papel de atolondrado llega a cansar. El trío de perdedores americanos que intentan conseguir el negocio de sus vidas, el afán de superación "made in Tío Sam", la comicidad no encontrada en los valores perdidos (familia, rectitud, etc), la comparación Europa vs. EEUU, el intento gracioso de encontrar gracioso el tópico de alemanes, gays, etc..., se frustra con otra maquinación hecha por y para un público poco ávido y exigente.

Y eso que el elenco no está mal, y lo dicho, la sorpresa de encontrarse con Tom Wilkinson embarcado en tamaña desmesura de pobre humor no es fácil de olvidar. Además, se pasean por pantalla Sienna Miller, James Marsden o Nick Frost en unos cameos largos pero cameos, al fin y al cabo.

No supera el corte.

Las historias deben acabarse, o al menos tener cierto sentido. Hay algunas que se andan por las ramas y divagan y reflexionan y ejercen de moralinas de barrio. Hay otras que se andan por las ramas y acaban perdiéndose. "Berserker" está a medio camino. Y la propuesta entusiasma, al igual que el viaje urbano que el protagonista lleva a cabo por un Madrid "indie" y perfumado de una musiquita cansina tanto en el asfalto como en la sierra. El arranca es visualmente potente, surtiendo el efecto de enganchar al espectador y al escritor que, ávido de historias, se agarra a esta como a un clavo ardiendo. A partir de ahí, se nos van contando los detalles que coinciden en el tiempo, la "troupe" de estudiantes que van de excursión junto a los profesores de turno, claves a la hora de desenmarañar la trama. Y las coincidencias que no son tales.

Pero llegado el momento de la verdad todo hace aguas. Quedan muchas cosas en el candelero mientras el escritor protagonizado por un Julián Génisson con cara de pared, sin muestra de nada, se sostiene frente a un ordenador a base de café y cigarrillos de liar, llevando a cabo una sobreactuación de libro mientras la que parece más enérgica y capaz es una estupenda Ingrid García Jonsson que intenta por todos los medios que esa cara de tabla torne en algún gesto de ser humano. El frikismo solitario del escritor, que no ve televisión y jamás ha ido al monte, como motivo de orgullo, creo que era totalmente innecesario.

"Berserker" tiene una narración con potencial que se pierde en los descampados por pretender abarcar más de lo que necesita, dejando ese regusto de insatisfacción y de duda en aquellos que, como yo, nos quedamos con cara de no haber entendido del todo de qué iba la historia.

Y es que las críticas más valoradas son las que ensalzan los sueños y emociones que, presuntamente, salieron a flote tras ver esta "Dioses de Egipto". La marejada de bandazos del guion (que parece no importar a aquellos que la disfrutaron), la epopeya mitológica que no fue, la majestuosidad visual del cartón piedra, los fuegos proyectados cual lanzallamas por unos bastones virtuales postrados en una barca espacial, la desmemoria del espectador osado que se encuentra tras dos horas que al final todo queda como al principio, el mensaje empalagoso que se adhiere al obelisco más grande del mundo escupiendo su paz y amor mientras busca un ojo de cristal entre las piernas de aquellos que deben postrarse ante el dios de turno, la voz en off caduca que surge de la nada para volver a la nada, la enésima aparición de Gerard Butler haciendo de Gerard Butler pero en malo, la actuación "talentosa" de Nikolaj Coster-Waldau (tiene que buscarse un nombre más comercial ahora que se ve que le sale más trabajo) rememorando los mejores papeles de Kurt Russell en los años 80... Y más... No, a mí no me invita a soñar ver a un pájaro metálico que se asemeja más a Iron-Man que a un halcón divino. No me invita a soñar ese camino sin trabajar que anda Anubis junto a los muertos. No me invita a soñar casi nada de esta película pretenciosa a la par que fastuosa en efectos especiales que intenta disimular su vaguedad argumental y su vacuidad de contenidos agarrándose a la excusa de "es simplemente cine de aventuras y acción".

La historia de una violación. La historia de un odio reprimido. La historia de una venganza. Hasta ahí las premisas que, así contadas, no suenan mal. Si además le sumamos el encanto de Rosamund Pike y la veteranía de Nick Nolte, pues el resultado debería ser meridianamente bueno. ¿Qué ocurre? Que el guion, a la par que tramposo, torna en despropósito. Y Nick Nolte y su veteranía no aparecen en esta película. Y que los encantos de Rosamund Pike son solo envoltorio y que el cartel queda muy bonito ahí, entonando el Do de martillo. Y que el otro protagonista, el tal Shiloh Fernandez es la sobreactuación hecha persona, mascando el palillo de dientes a la vez que deja su sonrisa sibilina asomar a las barandas del porche.

"Devolver al remitente" quiere esconder todo para el final, pegar un giro completo a la historia y dejar al espectador boquiabierto. Y creo que esto último lo consigue, gracias a los patinazos y bandazos que va pegando para cerrar de una forma ineficaz y estúpida. La mamarrachada hecha forma es cuando la protagonista, la cándida Pike, revela sus secretos en tromba, sin venir a cuento, modificando su actitud a través de su semblante y de sus vestidos. Inexplicable y olvidable. ¿Qué más da?

Si esta historia es un mensaje, habría que devolverlo al remitente. Urgentemente.

Previsible, manida, mascada, trillada... Pero aún así, le pongo un punto más que a su antecesora. No sé, quizá sea la ingeniería fantasmal de arrasar Londres, o que no me tomo tan en cuenta la sarta de chorradas que, una tras otra, nos van disparando cual ráfaga de metralleta. Leónidas-Rambo esta vez sigue a su presidente a Londres, al entierro del Primer Ministro británico, y allí que están los malos malosos de los árabes, esa gente sin compasión que atenta contra los valores de una sociedad civilizada como la británica o la estadounidense. El buen rollismo existente entre presidente y guardaespaldas produce, en ciertos momentos, arcadas. Y la inexpresividad de Gerard Butler es tan latente que conmueve a la inversa. Aaron Eckhart es el mismo pasmarote de la primera parte, un filón relleno de nada, que se pasea delante de la cámara como preguntándose a qué hora se cena aquí. De soslayo, un grueso de secundarios cuya mayoría son caras conocidas, el relleno que revienta la chequera de la productora, la purpurina que intenta maquillar el resultado final. Ah, y Morgan Freeman, claramente, que sale hasta en el cartel. De nuevo haciendo de Morgan Freeman, como si tenerlo en pantalla proporcionara grandeza y/o empaque.

"Objetivo: Londres", aparte de todas las carencias que se le presumen y que se confirman tras verla, posee el don del maniqueísmo supremo, el arte de la manipulación más vil, el acto pro-americano más trasnochado, algo que no veíamos tan descaradamente desde la década de los ochentas y la propaganda antisoviética como mensaje. Porque no busquen moraleja, ellos no se justifican. Lo hacen porque tienen la potestad y la falta de escrúpulos necesarias para hacerlo. Después de este ejercicio de autocontemplación sólo quedaría hacerse la pregunta: ¿Quiénes serían los malos en una presumible tercera parte?

Un tímido y apocado barbero encarnado por Robert Carlyle se encuentra, a causa del azar, inmerso en una serie de asesinatos que asolan Glasgow. Así parte "La leyenda de Barney Thompson", una comedia negra que funciona, con unos secundarios que brillan en ocasiones más que el propio protagonista y a la par director de la película. Emma Thompson crea y se recrea con un personaje antológico, de esos que dejan huella, y cuyo brillo diluye la correcta actuación de un Carlyle que demuestra que tiene dotes para meterse en la piel de cualquier personaje. También destacaría la labor de Ray Winstone, esta vez como un detective tenaz y cabezudo que no suelta las pistas por más que se lo ordenen.

"La leyenda de Barney Thompson" es una buena comedia negra, con todos los ingredientes necesarios para que esta funcione: crímenes, sangre, miembros amputados y, en esta ocasión, una barbería. Ah, y la impagable actuación de Emma Thompson. No lo olviden.

La majestuosidad de los paisajes no difuminan lo manido de la historia, el tufillo a película de domingo en sobremesa, de europeización hasta en los diálogos. Gran fotografía, sí. Pero para mí no es suficiente. En los últimos años asistimos a cine de corte similar, como "Lo imposible" o "San Andrés", y desde Noruega se nos regala esta película de catástrofes que hace poco más que un calco de las otras. Dignamente, todo sea dicho.

Y es que quizá no estemos acostumbrados a mostrarnos valientes en el Viejo Continente y hacer frente al monopolio cineasta de los EEUU. Por eso viene este párrafo a favor de la película, un canto en su honor por tener los arrestos necesarios para mostrarnos ese pedazo de olón que recorre los fiordos con rabia asesina. Para el turismo noruego no creo que sea un aliciente, pero por lo menos quedamos avisados.

"La ola" pasará por mí pero no me arrasará. Se puede ver...

Cuando nada es lo que parece, cuando la realidad torna en algo más oscuro y tenebroso que lo actual, que lo tangible, cuando los perseguidos y los perseguidores se confunden en la niebla del malentendido, allí se encuentra el quid de "Perros rabiosos". Las motivaciones que llevan al grupo de delincuentes a atracar y a matar, a secuestrar y a huir, parecen no importar, ¿acaso la policía les preguntaría qué les llevó a comportarse de esa manera? La composición actoral está fenómena, mostrando un conjunto bien ensamblado cuyos eslabones van encadenándose de manera notable. Destaca un gran Lambert Wilson, haciendo de padre de esa niña enferma que sólo quiere llegar al hospital. Pero el trío de delincuentes tampoco se queda manco. Es por eso el halago en la crítica, amén de su música y su fotografía y de su acertada duración, sin andarse con rodeos e ir directamente al grano de la cuestión.

Respecto al giro final, acertado e incluso diría que necesario para poner la guinda al enésimo buen thriller francés. Meritoria y digna. Para verse...

"Get Lucky" es la historia de un robo, de un trabajo hecho a medias, de unas deudas sin pagar, de un taxi que recuerda a otras décadas pero más en decadente, de un chaval al que el peso del protagonismo le queda muy grande. Dos hermanos y de por medio, unos mafiosillos de medio pelo caricaturizados hasta el ridículo, encabezados por un James Cosmo voluptuoso y sobreactuado, una chica que se cuela por la historia para quizá darle peso dramático sin conseguirlo.

Por poner algo en su favor, alguna escena rescatable como la persecución por el Támesis. Lo demás pertenece al olvido.

No, no es una buena película. Ni siquiera hace gracia. Y parece ser la puesta en escena de una Andreu Buenafuente que no está para esto. Berto lo intenta, pero tampoco. Al menos le pone ganas. ¡Qué decir si una de las cosas más destacables es la actuación de Jorge Sanz! Porque el tema "pueblerinos" brutos ya va cansando, nostalgia de aquellos "Bienvenidos al norte" o "Bienvenidos al sur" que tan bien supieron rematar los franceses e italianos. Y en esta inmensa piel de toro, que diría el no-actor Goyo Jiménez, no sabemos superar las "Tres bodas de más".

Y eso que "El pregón" ha sido bastante pregonado: publicidad no le ha faltado hasta del mismo Buenafuente, que se hartó a hacerse campaña. Por eso la sensación y el regusto es de cierta decepción, aunque una decepción esperable.

La historia de esos dos hermanos que fueron en los noventa un grupo revolucionario se queda en eso, una simple anécdota, porque no se ahonda en aquella época y se pasa de puntillas por lo que debería ser el grueso de la historia. Los gags fáciles (DOS) pueden salvar algún minuto de la escasa hora y media que dura la película, pero creo que ni eso les vale. No se recordará. Tal vez como aquella película que protagonizó Buenafuente. Esperemos por el bien del cine que sea la única y que se quede aquí.

Pasad de largo por ella. Es un buen consejo.

Básicamente, podríamos definir y/o resumir "War Pigs" como una chorrada. La ensoñación bélica de Ryan Little se difumina en los bosques europeos como el humo de un super cañón nazi que amenaza con bombardear las principales ciudades del viejo continente. La trama, el guion, el relleno o como se le quiera llamar, es directa pero inverosímil, corta e ineficaz, combinando lo que pretendía ser un entrenamiento duro y que se nos presenta como la clase con el profesor que más mola, con la acción que no es tal. Porque que no les lleven a engaño: es una película de acción a cuentagotas, a pesar de contar con pesos pesados como Luke Goss o Dolph Lundgren. El gigante sueco se nos presenta más Dolph Lundgren que nunca, siendo como siempre una calcomanía de sí mismo.

Por lo tanto, fallida y penosa película, triste y desamparada que produce aún más pena al ver esos parches del comando con una calavera que parece pedir: ¡Por favor, que alguien me dispare!

Tal vez estemos ante el mejor trabajo de Sacha Baron Cohen: con un ritmo trepidante, sin tiempo para el aburrimiento dado lo acertado de la duración de la película, hacemos un recorrido por las siempre manidas películas de espías y por un universo popular presente en donde los iconos del cine o de la televisión quedan sumergidos en la más brutal de las parodias. Hay que tener en cuenta que se debe poseer estómago, pero con las películas de Baron Cohen ya deberíamos estar avisados. Mark Strong hace de contrapunto perfecto a esta deshumanizadora historia de dos hermanos perdidos, de dos vidas sujetas a los azares más insospechados que aparecieron en sus infancias para encaminarlos por dos veredas distintas. Los secundarios también lucen, aunque quizá tengan poco donde hincar el diente: Ian McShane como cerebro de operaciones, Penélope Cruz como benefactoras ambigua y un Scott Adkins que tiene tiempo para deleitarnos con esa facilidad suyas en las artes marciales.

En general, una película digna y escandalosa a partes iguales, una película que nunca, jamás, gustará a Donald Trump. Ya sólo por eso merecería la pena verla. ¿O no?