Así como Hendrix es el guitarrista modelo para millones de jóvenes que no han escuchado ni un disco entero del músico de Seattle, CK se erige como el largometraje más mitificado de la historia para cinéfilos que han sufrido con estoico aguante la frustración de un producto que no responde a las exageradas expectativas creadas. No nos confundamos, la historia es inteligente y provechosa a la hora de ser analizada detenidamente. Pero no es, ni por asomo, la mejor película de la historia. ¿A qué se debe entonces su intocable fama? Pues indudablemente a un revolucionario contexto técnico, donde innovación y habilidad se dan la mano en una parcela donde este filme sí es pionero y merecedor de culto. Juegos de luz, movimientos de grúa imposibles, certero juego de perspectivas… estas son las verdaderas razones del éxito. De todas formas, aún reconociendo esta valía profesional, y a no ser que formes parte del gremio audiovisual, CK no formará parte de tu biblioteca de joyas imprescindibles. Algo así como Joe Satriani contra Kurt Cobain (que no cesen las analogías de seis cuerdas). La eterna pelea entre la técnica y el sentimiento. Menos mal que podemos disfrutar todavía de ambos.

Inteligente y descarada tragicomedia contemporánea donde se describe la complejidad que la vida de cualquier familia de barrio alberga en su interior. Con un atractivo humor, el argumento raya a gran nivel en todo momento, quizás demasiado directo para algunos sectores pero francamente original y divertido. La diversidad de situaciones aumenta el grado de atención sin ofuscar con excesivos personajes. Un buen trabajo alejado de los convencionalismos del sector. Y es que no hay que ser demasiado viejo para encontrar sentido a la frase que cierra el largometraje…

Bienvenidos al surrealismo más cómico que se puedan imaginar. El título promete, ¿verdad?. Y de protagonista nada menos que el carismático Sean Connery, esto no puede ser malo. O al menos no debería... pero que nadie lo dude, la película, básicamente, ES UN BODRIO. No puedo ni imaginar el trastorno mental al que estuvo sometido el guionista para parir semejante despropósito. En primer lugar porque esos “hombres extraordinarios” son personajes tan exprimidos como una vampiresa o el hombre invisible, a los que se unen seres literarios como Jekyll y Hyde o el mismísimo capitán Nemo (¿¡!?). Seguramente, estos "extrardinarios" tenían los derechos de imagen más baratos, porque pegan en la historia tanto como haber metido al Quijote con una lanza láser. La tremenda descompensación entre personajes se hace más frustrante si le añadimos que, al menos en España, el aventurero que encarna Connery tiene tanta fama como la cigüeña cruda (y aún por encima nos recuerda al padre de Indy, lo que desvirtúa más si cabe su hipotética importancia).
Cuando uno continúa preguntándose si es posible lo que está viendo, la historia acaba por hundirse con una serie de pifias monumentales dignas de Mr. Bean, y que terminan por provocar un ataque de risa o desesperación, según el cinéfilo.

No esperaba demasiado. Era más un intercambio cultural con mis colegas japonesas que un afán personal por observar un film del cual no tenía noticia. Una vez observado, sólo puedo darle las gracias a mis amigas asiáticas. La Tumba de Las Luciérnagas es simplemente algo que occidente no ha sido capaz de hacer. La calidad en su diseño impresiona desde el primer frame, con unos personajes vivos en un entorno hiperrealista. Si a eso añadimos un argumento tan profundo como sincero, el producto final es algo infinitamente más grande que una simple "peli de dibujos". Esto es una joya y un obligatorio para quien aún no haya asimilado las maravillas de la animación japonesa, y en especial del Studio Ghibli de Miyasaki y Takahata.