Así como muchos futbolistas acaban siendo excelentes entrenadores, parece ser que el mundillo del cine también gusta de llevar a cabo estas metamorfosis. Ya sorprendió hace unos años Mel Gibson con su espectacular “Braveheart”, por poner un ejemplo entre mil, y ahora nos sorprende en cartelera una película dirigida nada más y nada menos que por el legendario vaquero Clint Eastwood. Si bien en un principio más parece una broma que otra cosa, la realidad se muestra muy distinta a los prejuicios que puedan surgir, pues MR es un sensacional largometraje con un argumento enrevesado puesto en escena de manera primordial, algo que nadie puede decir sea lo habitual en los filmes de esta generación. Un Clásico Del Siglo XXI.

Si la historia se toma como un argumento situado en el siglo XIX puede llegar a enganchar por momentos, aunque independientemente del momento en que nos encontramos son más que criticables pequeños detalles como la exacerbada defensa de la confrontación armada como arte o simplemente el hecho de contar la historia desde un solo bando sin poner ni una sola imagen del escuadrón francés (algo asombrosamente familiar en los EEUU por lo que vemos hoy en día). La acción está muy limitada al tratarse de pesados barcos, aunque está correctamente representada. Un buen título si se logra apartar por unas horas la política para un hecho que no tiene más fundamento histórico que la novela en la que está basado.

Centrada exclusivamente en el capítulo bíblico dedicado a la captura de Jesucristo y su posterior crucifixión, la película se diferencia de sus semejantes gracias a una notable violencia explícita no apta para todo tipo de personas.
El hecho de visualizar exclusivamente “la Pasión” reduce en gran medida el atractivo de un argumento cien veces llevado a la gran pantalla y puede saber a poco a quienes no sean demasiado devotos, pero como contrapartida amplía la visión de una de las partes más trascendentales para la vida cristiana y su crudeza incluso puede ocultar para los más impresionables o sádicos la falta de un guión más extenso.
Otro punto destacable y admirable es el haber optado por utilizar el hebreo y el latín como lenguas para el filme subtitulando los diálogos posteriormente en cada país en su idioma correspondiente. Es meritorio y le otorga un realismo añadido a la producción que la gran mayoría de espectadores seguro apreciarán positivamente.
Respecto al antisemitismo denunciado, personalmente no veo ninguna acción ofensiva al pueblo judío que no se pudiera interpretar ya anteriormente con los propios escritos de la Biblia. De lo que no cabe duda, piense como se piense, es de que en un lustro a lo sumo éste será uno de los títulos que reiteradamente podremos observar en las televisiones cada Domingo Santo. Temblad “Los Diez Mandamientos”...

Arriesgado intento cinematográfico donde, mediante continuos discursos reflexivos, se intenta ofrecer la cara oculta de los conflictos bélicos. Esa parte más humana y racional que se ve constantemente frustrada por el fragmento más salvaje y terrible que explica la existencia de lo incomprensible. La idea, por tanto, es plausible, aunque la manera de llevarla a cabo no sea demasiado eficiente. Especialmente grave es lo espeso del argumento, a lo que ayuda la poca importancia histórica que el guión ofrece al conflicto (más parece que estén sofocando un motín de una prisión que luchando en plena Segunda Guerra Mundial). Realmente, este dato no debería tener mayor importancia para conseguir el objetivo principal del filme, pero la longitud del mismo acaba por pedir a gritos una historia más profunda y reconocida. Y es que este largometraje es la antítesis del género. Un género que acostumbra abordar grandes conflictos ciñéndose a una más o menos veraz descripción histórica, dejando las reflexiones para el espectador que lo desee. En LDLR éstas son obligatorias, forman la espina dorsal de la película y, en cambio, se siguen mostrando como sección secundaria, lo que acaba por confundir al espectador. Los continuos viajes temporales o recuerdos familiares se reproducen de manera tan repetitiva que terminan por fomentar el aburrimiento, y éste a su vez no consigue encontrar enemigo en el argumento, por lo que el invento no acaba por funcionar excesivamente bien.

Oscura y retorcida comedia española, con enrevesada trama y sin embargo atractiva, que cubre la falta de grandes efectos con buenas dosis de humor negro no apto para todo el mundo. La exageración es en muchos casos la mejor manera de percibir hasta que punto son despreciables algunos sentimientos, y en LC no dudan en recurrir a ella para criticar la avaricia y el egoísmo, amén de representar hasta que punto pueden dar justificación a hechos irracionales y provocar desquiciamiento exacerbado y maligno. Cruda en ocasiones pero de calidad reconocida.

Título infantil para el experimento personal de Rob Zombie, del que el espectador o bien desearía que se censurara de por vida o, siendo imaginativos, se le encontraría algún sentido que hiciera más o menos digno el enrevesado proyecto. Esta situación provoca que aquel que se dirija a su butaca con ánimos de ver una película de terror ya puede prepararse para las arcadas, mas cuando su estómago done al mundo sus jugos quizá pueda sacar algo positivo del filme. Destacar algún que otro efecto interesante de decoloración de imagen y una vez más la efectiva exposición de los efectos de pánico continuo que más de uno hemos sufrido en sueños (quien me mandaría ver a Krueger con 12 años). Por el resto no ofrece gran cosa, y ciertamente podría haberse elaborado una historia más profunda incluso prescindiendo del toque gore.

Todos los largometrajes que hacen coincidir sus argumentos con momentos históricos relevantes merecen una especial atención, pues si se llevan a cabo adecuadamente siempre contarán con un cariz cultural muy atractivo. En esta película se muestra como de drástico puede llegar a ser un cambio de sistema, y toma forma de correcto documental sobre el tema sociopolítico al que hace referencia.
Como película europea se hace en momentos cansina para ojos acostumbrados a desarrollos más simplones o carentes de cualquier profundidad, por eso nunca viene mal ir a ver estos filmes para intentar descontaminarse poco a poco de la mucha porquería que nos llega a toneladas de otras zonas del planeta.

Producida y protagonizada por Tom Cruise (algo muy de moda entre actores que han alcanzado el bienestar económico), esta película se aleja de la cara más fantástica que estamos acostumbrados a tragarnos cuando el término samurai surge en cualquier filme, ofreciendo interesantes dosis de historia que indudablemente aportan una profundidad y realismo ciertamente inesperado por la mayoría antes de observar el largometraje. Es evidente que Cruise se ha creado un papel para él, donde todo gire en torno a su persona y en ocasiones tan perfecto que mosquea. Pero esto no tiene porque desprestigiar al argumento (Mel Gibson hizo su obra maestra con estas premisas), pues EUS es un largometraje entretenido y con dosis de emoción muy respetables. Está envuelto por la leyenda de una cultura tan rica como la nipona y una historia valiente al no quedarse a medias en sus denuncias sociopolíticas. Agradable sorpresa.

Rozando el límite entre lo pésimo y lo nauseabundo, este amago de comedia puede presumir de ser uno de los fiascos cinéfilos más sonados que más recaudación y fama han conseguido en nuestro país. Y si bien los actores no ayudan demasiado a mejorar el panorama con sus descafeinadas intervenciones, el auténtico cáncer de esta película se encuentra en su argumento. Lento hasta la narcolepsia, repetitivo, y tremendamente original desde el punto en que se muestra en ocasiones tan previsible que es toda una sorpresa (frustrante) ver como no tiene pudor alguno en motivar alguna escena digna de disfrutar. Siempre he creído que después de “Año Mariano” cualquier comedia resultaría agradable a la vista, pero es evidente que lo de “siempre hay alguien peor” se sigue manteniendo como ley universal. Inconcebible.

Nueva visión de la célebre película “El bueno, el feo y el malo”, donde presidentes, mafiosos, agentes de la CIA, el FBI y demás calaña vuelven a encontrarse frente a frente para resolver los mismos problemas políticos de siempre. Entretenida, aunque se echa en falta mayor protagonismo de la guitarra. Supongo que el contrato de Banderas no incluía clases intensivas con las seis cuerdas…

No lo puedo ocultar. Si hay una técnica cinéfila que me encanta es la utilización de los mañosos flash back. Los disfruté con asombro en la trilogía de Regreso al futuro e incluso son la seña de identidad de mi videojuego favorito (FFVII), por poner dos ejemplos. Y es que cuando un director sabe exprimir el arte de jugar con el tiempo los resultados casi siempre son espectaculares y atractivos. EEM es una película que engancha desde el principio, es amena e interesante y no tiene ni un minuto de pegajosa pasividad. Un claro imprescindible.

La ética periodística protagoniza el eje argumental de esta película, donde la lucha entre el interés profesional y el humano asediarán a un joven reportero venido a menos. Como han utilizado muchísimas críticas de gran valía a lo largo de los años, El Gran Carnaval juega con la hipérbole con el fin de destacar hasta lo absurdo un comportamiento que ya de por sí resulta bastante increíble en la realidad cotidiana. El poder de una información manipulada con acierto sigue siendo un arma mortífera para anestesiar o desviar la atención del pueblo hacia aquello que no ponga en peligro la estabilidad social. Combinando humor y drama, el largometraje nos recuerda que hay cosas que se mantienen a lo largo del tiempo. Y lo que nos queda…

Así define el actor que interpreta a Robert Flaherty el trabajo de campo que el americano llevó a cabo durante 1922 en el intimidante Ártico. Una pequeña tribu de cazadores es objeto de estudio en el considerado primer documental antropológico de la historia, y su modo de vida y costumbres básicas son mostradas al espectador bajo la acción de Nanook, un habilidoso inuit con dotes brillantes para la captura de presas o construcción de refugios temporales.
Esta intrépida investigación vio premiada su espectacularidad con un impactante reportaje a manos de Flaherty y una edición cinéfila donde se recogen aquellos hechos que rodearon a la grabación original. Simplificando con un ejemplo fácil, Nanook of the North sería a Los Argonautas del Pacífico Oriental de Malinowsky lo que su versión cinematográfica es a A diary in the street sense of the term. Por un lado el resultado científico que el autor desea mostrar y por otro lo que su diario ha recogido en detalle. Evidentemente, en la gran pantalla la asociación realidad-espectáculo siempre está presente. De todas formas, el intento de Robert Flaherty de crear un producto comercial no ha sido un lastre insuperable para adentrarnos en las costumbres de esta tribu. Y aunque nos reconcoman las dudas sobre qué es lo cierto, podemos encontrar en el documental satisfactoria información sobre su vida y hábitos. La historia lo reconoce como el origen de un género, y lo sitúa en un lugar privilegiado en el escaparate antropológico, por lo que sería estúpido cargar contra la lógica de la necesidad de una buena taquilla.

Agradable experimento artístico, donde la imagen y el sonido, juntos o individualmente, intentan mostrar al espectador una atractiva combinación sensorial. La película está sumergida en una infinita calma, que exige un visionado reposado para disfrutar de lo que se ofrece en pantalla. Con estas premisas, el argumento es tan solo una excusa, un lienzo en blanco donde pintar un cuadro de sensaciones que se encuentra a medio camino entre el séptimo arte y los museos de arte contemporáneo.

Sí, es otra vez lo mismo. El típico largometraje español que entra de muerte el domingo después del telediario de turno cuando la resaca ya empieza a abandonarte. Y no hay mucho más. El reparto ya deja claro que lo que vamos a ver no es más que un capítulo cualquiera de serie de televisión, pero alargado un rato y sin anuncios (que para eso te dejas mil pelas en taquilla). El filme se sostiene durante la primera hora y media sobre el argumento predeterminado (los guionistas los deben tener como las plantillas del Word) de dos colegas del alma y una disputa amorosa. El final ofrece alguna interesante escena sobre la vida de un árbitro y su visión de todo lo que le rodea. A parte de eso, la película no se hace merecedora del gasto que conlleva entrar hoy en día en una sala de cine. Si aún así quieres ver a Manolo Lama actuando, déjala para el videoclub.

Atractiva propuesta argumental apadrinada por Tarantino, que intenta (y consigue) desmarcarse de las clásicas historias de terror para introducir necesarias dosis de originalidad con las que revitalizar el género. Ciertamente la película se ha ganado el derecho a continuar en otra entrega una trama que ha quedado resuelta solamente a medias. Los momentos más sangrientos obligarán a deformaciones inmediatas del rostro por parte del espectador, además de una intensa lucha contra tus párpados para evitar un apagón ocular involuntario. El argumento es brillante gracias a su originalidad y firmeza al colocar como hobby al asesinato, algo que incluso podemos ver hoy en día en informativos (torturas militares, gobiernos déspotas...). Explotar las miserias del hombre continúa siendo un método perfecto para alcanzar relatos sorprendentes, de intenso impacto y profunda reflexión.

Original película brasileña donde el argumento se divide en pequeños capítulos, que una vez entrelazados han de explicar globalmente la historia del filme gracias a las conexiones existentes entre todos ellos. La utilización constante y magistral de la técnica “flash back” otorga al largometraje un dinamismo agradable a la vista, permitiendo al espectador de manera progresiva deshacer los nudos argumentales generados a partir de un sensacional guión. En su par de horas de duración, CDD muestra todo aquello que amenaza con pudrir muchas de los barrios bajos brasileños (drogas, violencia, precariedad…). Además, logra reunir un conjunto de imágenes y sensaciones de gran valor bajo la historia de un joven personaje, que se sitúa como la excusa perfecta que de sentido a toda la narración. Una gran película que hace de la innovación su gran ventaja y de la historia (basada en hechos reales) su gran legado.

Ver algo diferente, sentir algo distinto, salir de la sala envuelto en pensamientos nuevos y enfocar nuestra visión del mundo, aunque sólo sea por unas horas, de manera ajena a la norma establecida. Esta es una de las grandes sensaciones que todo cinéfilo ansía encontrar en cualquier largometraje, y al igual que sucede en el resto de campos artísticos, no siempre recaerá este honor en las obras que a priori atesoren mayor calidad. Porque el guión que se nos ofrece en este título dista mucho de ser un argumento complejo u original (de hecho podría hablarse de una versión cinematográfica del 1984 de Orwell), pero lo ineludible que resulta en esta época escuchar y ratificar ciertas verdades sabidas pero siempre ocultas logran convertirlo en un filme necesario y con un enorme atractivo. Quizá te parezca demasiado simple o utópica, pero si eres capaz de ignorar los inevitables rasgos comunes que marcan este tipo de producciones (personajes sobrehumanos, escenas imposibles, consecuencias harto improbables…), podrás disfrutar de un filme atrevido con infinitos detalles de filosofía comprensible sin censuras. Todo ello adornado con una historia fluida y de gran interés, que has de visionar en algún momento de tu vida aunque sólo sea para ocultar tus párpados ante la acongojante y tremendamente simbólica escena final. Mantendrás esa sensación agradable hasta que consigas dormirte.

Otra aventura animada de los chicos de Pixar. BAN aprovecha las continuas mejoras tecnológicas para sorprender desde un primer momento con la exquisitez de sus gráficos. Lamentablemente, la fiel representación del fondo marino o las espectaculares secuencias urbanas no logran disimular la excesiva sencillez del argumento, que no se muestra en ningún momento tan profundo como en producciones anteriores. Si a esto unimos que la película no sobresale por su duración el resultado queda demasiado descafeinado para las expectativas generadas. Con lo que parece un claro toque de atención a progenitores con excesiva dedicación a su descendencia, el filme se encuentra falto de más personajes, o al menos mayor personalidad de los secundarios, por lo que la historia pierde mucha fuerza en conjunto. Pixar sabe hacerlo mejor.

Suicidio debería ser la salida para los responsables de esta comedia trágica española. Un más que atractivo argumento (sacado de una obra literaria) acaba por rendirse ante unos actores y unas escenas que dan lástima. Parece que el filme intenta combinar el humor que se espera de Tejero con la profundidad de quien desea poner fin a su existencia, y el resultado no puede ser más desacertado. Lenta y totalmente desaprovechada, la historia se divide en dos partes. La primera, en la que esperamos pacientemente a que suceda algo, y la segunda, donde ya lo único que deseamos es ver los créditos. Una vez más, el cine español muestra su cara más repulsiva.