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Maya (2018)

Maya
107 min.
5,9
437
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Disponible en:
Suscripción
Tráiler HD (ESPAÑOL)
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Sinopsis
Diciembre de 2012. Tras cuatro meses de cautiverio en Siria, dos periodistas franceses son liberados. Gabriel, el más joven, tiene algo más de 30 años. Después de pasar chequeos médicos y contestar a muchas preguntas, puede estar con su familia y su novia. Transcurren unas semanas, e incapaz de encontrar un rumbo a su vida, decide ir a Goa, donde creció. Allí conocerá a Maya.
Género
Drama Terrorismo Secuestros / Desapariciones
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Francia Francia
Título original:
Maya
Duración
107 min.
Guion
Fotografía
Compañías
Coproducción Francia-Alemania;
Premios
2018: Festival de Sevilla: Sección Oficial
3
Una película hueca
Me sorprenden muchísimo (la diferencia humana, siempre tan interesante) las críticas elogiosas que ha recibido esta película por parte de otros críticos. En mi caso --también discrepaba de mi pareja--, al cabo de una hora y cuarto de metraje yo la miraba a ella de vez en cuando, buscando confirmación a mi desconcierto : no lo encontré. A ella le parecía "bien" la pelicula. Esta película es inane, no pasa nada, no cuenta nada, no bucea en nada de los personajes. Es gélida emocionalmente, opaca psicológicamnte : Si la directora lo deja TODO a la interpretación (filling the gaps) del espectador ( ¿qué siente Kolinka?, ¿qué le duele?. ¿cómo le duele? ¿cómo le buye en su interior el resto de su vida? ¿que siente Maya?) ... entonces ¿para qué hacer la película ? , para qué proponerme a mí como espectador ver SU propuesta, ¿cuál ha sido su trabajo , a parte de seguir a los actores y filmar los entornos? , ( por cierto con una calidad fotográfica, en mi opinión , bastante mala para ser 2018 ). Si por lo menos tuviera la perfección técnica de Won Kar Wai tendría algún consuelo...
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9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
Agradable
El de Mia Hansen-Løve es un estilo grácil, desenfadado. La directora sabe explicarse con cuatro pinceladas, tiene el don de acertar en los puntos clave. Por eso puede permitirse una introducción en apariencia tan comprometida: lo que en realidad no es sino una historia de amor, arranca con la liberación de dos periodistas tras meses de secuestro en Síria. Es un planteamiento que fácilmente podría devenir en una mancha de tinta que impregnara toda la película y que, sin embargo, Hansen-Love logra utilizar (y de forma en absoluto oportunista) como un simple punto de partida. A partir de ahí, todo se sucede con absoluta naturalidad. La directora respeta la intimidad de sus personajes, muestra lo imprescindible para perfilar su carácter y sugerir sus inquietudes. Hasta cierto punto, incluso podría tacharse Maya de película eurocentrista: al fin y al cabo, estamos ante la historia de superación de un hombre blanco, occidental, heterosexual y de clase media; todo ello ubicado en un contexto en dónde palpamos el sufrimiento diario (y mucho más traumático) de otros sectores sociales. Afortunadamente, nada de ello pasa inadvertido a la autora.

Pero volvamos a los personajes. Tal punto de partida tiende a derivar en una historia de resarcimiento: la inesperada y brutal rotura con la normalidad provoca el desmoronamiento emocional de una persona y, a partir de ahí, asistimos a su recuperación, a su lucha por la vuelta a la normalidad. Sin duda, todo ello está presente en la película que nos ocupa, pero de una forma mucho más sutil y a la vez compleja de lo que es habitual. Aquí no hay exhibición del trauma, ni regodeo en sus esfuerzos por sobreponerse. En realidad, Hansen-Love no se centra en el perturbado mundo interno de Gabriel (interpretado por su habitual colaborador Roman Kolinka), sino en el tipo de terapia que el propio personaje se aplica. El constante uso de las elipses recubre la película de un tono hipnótico. La causalidad adquiere una fuerte importancia, todas las acciones del protagonista son explicadas con suavidad y ligereza. De hecho, su viaje emocional deviene tangible gracias a cierta fórmula narrativa: la de visionar un seguido de imágenes en apariencia intrascendentes pero de cuya compilación resulta una experiencia más sensorial que visual.

Y a pesar de su carácter abiertamente formalista, la película no desaprovecha su potencial activista. Como entredijimos, Mia Hansen-Love es consciente de las contradicciones de sus personajes. Así lo manifiesta en la acertada secuencia de re-encuentro entre madre e hijo. Ella, militante de cierta ONG (directamente comprometida con el caso de Siria), celebra que su hijo siga con vida... siendo consciente, al mismo tiempo, de que ello sólo puede agradecerse a una injusta discriminación racial y social que es, así mismo, la causante del sufrimiento de aquellos a quien intenta ayudar. Se trata de una secuencia cargada de metáforas que sirve, a mi entender, para escenificar dos cosas: la primera, la difícil dicotomía existencial en que se encuentra alguien que ha palpado la miseria con sus manos en el momento de escoger entre felicidad o activismo. La segunda, recordarnos que nuestra felicidad es legítima... siempre siendo conscientes de que, más a menudo de lo que seguramente creamos, esta será fruto de un bienestar sustentado por nuestros privilegios y, consecuentemente, por la opresión.
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3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
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