La princesa y el guerrero (2000)

Sissi, enfermera de un hospital psiquiátrico, es víctima de un atropello y salva la vida por la decidida y acertada actuación de Bodo. Ella, soñadora, se enamora de él. A partir de entonces, la película profundiza en ambas psicologías y nos muestra su acercamiento y evolución; ella con una idea metida entre ceja y ceja, conocer si estaban predestinados a encontrarse; él, mientras, despreciándola. Esta historia de miedos y soledades sirve a Tykwer para crear una serie de secuencias muy ricas visualmente. La presentación de los protagonistas es excelente, sobre todo la de Bodo. A pesar de que cada secuencia se toma su tiempo, la habilidad de Tykwer consigue que siempre surja un detalle nuevo en el plano que enriquece el dramatismo de la historia.

Sin embargo, no todo es opulencia expresiva. Concretamente, a partir de la secuencia del robo, la cámara se recrea en las acciones de los personajes. Precisamente, la escena del robo es, tal vez, lo peor. Se alarga, como si en un robo hubiese tiempo para las reflexiones y ensimismamientos a los que los personajes están acostumbrados. Y contribuye decisivamente el injustificable protagonismo de un recital de piano que se supone que únicamente debería coadyuvar a la secuencia. A partir de esta escena, un productor ejecutivo de Hollywood hubiese, sin duda, sacado sus tijeras del bolsillo.

De todas formas, casi al final...

Es posible que el destino no sea más que un mero invento de nuestras mentes, que necesitan la seguridad de un mañana preestablecido, de una conexión que avance más allá de la casualidad.
Es posible que todo lo que existe no sea más que un mero producto del azar y que no seamos más que hojas flotando en el viento, sin saber hacia dónde nos conducirá la siguiente racha de aire.
Es posible que lo sobrenatural no sea más que un simple producto de nuestra imaginación.
Es posible que no exista más que la casualidad y lo fortuito, que nada ocurra en este mundo según un plan determinado.
Es posible que la magia de lo que escapa a nuestra comprensión y a nuestro control no sea más que un sueño, esa fuerza poderosa e inexplicable que es la principal protagonista de los cuentos.
Si es cierto que no hay nada de eso en este mundo, entonces los seres humanos somos unos soñadores y nos gusta engañarnos a nosotros mismos creyendo en la magia y en el destino. Puede que todo eso no sea más que una mentira, pero hay que reconocer que es una mentira maravillosa.
El cine nos regala sueños, nos hace creer en la magia y en el destino.
Y esta película me ha regalado todo eso.
He soñado que en medio de la tristeza más profunda, en medio del mayor desamparo, es posible hallar la salida. Y esa salida llega en forma de alguien que te salva la vida. Que te salva la vida en todos los sentidos.
He soñado que una joven de alma pura y fuerte, tan pura y tan fuerte que inunda con su marea todo lo que la circunda, encuentra su destino en un joven desconocido que le roba la voluntad y el sueño, quien sin pretenderlo se apodera de todo su ser y se convierte en parte esencial de ella.
He soñado que el joven, endurecido y amargado, encuentra su destino en una joven de alma pura y fuerte que no se rinde jamás.
Y mis sueños se han visto compensados, se han elevado y me han hecho creer que probablemente una de las pocas cosas imposibles son las que se dan por perdidas desde el principio...
Este drama duro, repleto de soledad, de angustia, de sufrimiento, me embarga con la belleza que derrama, con la esperanza que se oculta en alguna parte y lucha por resurgir, con la determinación de la joven, con su voluntad de salvarle como él la ha salvado a ella, con su convicción de que su vida le pertenece, con la armoniosa hermosura de una fotografía envolvente e hipnótica, con la melancolía de una banda sonora triste y delicada, con los traumas y las penas que cada cual arrastra...