La Soledad no pertenece a José ni a su familia y de repente tienen que irse porque la situación económica del país obliga a la familia propietaria a venderla. Más allá de esta preocupante situación da la sensación de que no pasa mucho más. Aún así, la película consigue captar la atención del espectador, porque mezcla el ya terrible momento de Venezuela con una especie de atmósfera onírica, casi encantada, que da a la película un tono que se alterna con esa visión casi documental de lo que está pasando en el país. Estos dos enfoques funcionan bien, pero al final la impresión que deja es la de habernos contado más de los sentimientos y pensamientos de José que otra cosa. No obstante, merece la pena verla.