La película se centra en denunciar la patraña urdida entre los gobiernos del Reino Unido y de EEUU para legitimar la guerra de Irark, para procurarse en la ONU una votación favorable a sus espúreos intereses, no sólo difundiendo la mentira de que Saddam Hussein disponía de un arsenal de armas químicas, también (esa es su novedad) espiando a los responsables de algunos países cuyo voto podría resultar decisivo. Y lo hace centrándose en la traductora de los servicios secretos británicos (brillantemente interpretada por Keira Knightley) que filtró a la prensa los documentos que destapaban el engaño.

Y casi todo lo hace bien, de una manera ordenada y solvente. El guión sintetiza bien todo el proceso, los distintos personajes que participan desde varios ámbitos (periodistas, activistas, trabajadores del gobierno etc.) en la difusión pública de la denuncia, su grado de participación, el riesgo que corrían, los obstáculos legales a sortear etc. Los actores rayan a gran altura y la dirección es más que correcta, facturando un producto sobrio y uniforme, que se degusta con agrado.

Pero al mismo tiempo es demasiada didáctica, rutinaria, hecha con más sumisión que rebeldía, más centrada en el mensaje que en los personajes. Le falta el arrojo de su protagonista, su determinación, la espontaneidad de sus decisiones, su imprevisibilidad. Intenta ser honesta y objetiva en su denuncia, pero no corre ningún riesgo, ni narrativa ni visualmente.