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Drama
Shubei Hirayama es un viudo que vive con una hija de veinticuatro años. Sintiéndose viejo y acabado, se da cuenta de lo injusto que es que la joven viva única y exclusivamente para cuidarlo y decide casarla. Aunque ella se resiste a abandonarlo, al final acabará haciéndolo. Entonces Shubei buscará en el licor del sake el refugio de la soledad, el consuelo a la angustia. (FILMAFFINITY)
14 de enero de 2014
59 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
“En las cosas que carecen de importancia, seguir la moda; en lo importante, actuar con ética; y en arte, ser fiel a uno mismo.”
Estas declaraciones de Yasujiro Ozu invitan a situar el arte casi fuera de este mundo: ni importante ni carente de importancia. El arte, más allá del concepto de finalidad o utilidad, es otra cosa. El arte, para mí, es un milagro.
Asombra la idea que tuvo el ser que, por primera vez, decidió fabricar un utensilio (un cuenco, por ejemplo, para contener el agua). Asombra aún más quien por primera vez adornó el cuento –una línea pintada, una figura– pensando que, de ese modo, lo hacía más bonito.
El hecho útil es signo de la Inteligencia –aunque no siempre para bien; la utilidad de unos a menudo choca con la de los otros–. El hecho estético es cifra de algo mucho más profundo: hunde su raíz en la Belleza. Belleza en un sentido amplio, que supera con creces la luz de la Razón.
===
“Siempre digo que soy un fabricante de tofu, que sólo hace tofu. Una misma persona no puede realizar películas muy diferentes entre sí. De hecho, no se come bien en un restaurante en el que hay de todo. Aunque parezcan idénticas a los ojos de los demás, mis películas expresan todas ellas cosas diferentes y encuentro en ellas intereses siempre renovados. Exactamente como un pintor que dibujara cada vez la misma rosa.”
Pequeñas variaciones que contienen, en sí, la propia vida.
===
‘El sabor del sake’ es la última película de Ozu. La cinta está impregnada de nostalgia. Una nostalgia seca, regada con alcohol. Un descreimiento sereno se adivina en cada fotograma. Un descreimiento casi resignado, con pinceladas de ironía.
“Volverse hacia la existencia con la mirada de quienes están al borde de la muerte, es como hablar a la gente desde su propio testamento.”
En estas palabras de Kiju Yoshida encuentro el tono de la cinta. Palabras que nos sitúan a un paso del ‘bushido’ o camino del guerrero. Vivir, filmar, como del lado de la muerte. Sin temor a perder lo que, de antemano, está perdido.
Sostiene Yoshida que, en la etapa de madurez de Ozu, “es evidente que no somos nosotros los que miramos sus películas sino que son sus películas las que nos miran a nosotros.”
¿O es que el vacío nos devuelve la mirada?
A diferencia de otras de sus cintas en color (‘La hierba errante’, ‘Buenos días’) ‘El sabor del sake’ me produce siempre una impresión de gran tristeza. Por encima incluso de lo razonable. Pienso en el pequeño drama del viejo profesor; en el esbozo de un amor que, antes incluso de empezar, ya es cosa concluida; en las menciones, tragicómicas, de la guerra; en el horizonte de la soledad de un padre sin esposa e hija…
Y no, no es suficiente. Quizás la verdadera clave esté en la biografía del propio director.
Su madre, con quien había pasado toda la vida (Ozu nunca se casó) y a quien estaba tan unido, murió en 1962, durante el rodaje de ‘El sabor del sake’. Muy afectado, compuso en sus diarios un poema:
Bajo el cielo, la primavera en flor.
Los cerezos maravillan.
Al volver, me noto distraído, y pienso en ‘El sabor del sake’.
Las flores de los cerezos están arrugadas como trapos.
El sake es amargo como un insecto.
Estas declaraciones de Yasujiro Ozu invitan a situar el arte casi fuera de este mundo: ni importante ni carente de importancia. El arte, más allá del concepto de finalidad o utilidad, es otra cosa. El arte, para mí, es un milagro.
Asombra la idea que tuvo el ser que, por primera vez, decidió fabricar un utensilio (un cuenco, por ejemplo, para contener el agua). Asombra aún más quien por primera vez adornó el cuento –una línea pintada, una figura– pensando que, de ese modo, lo hacía más bonito.
El hecho útil es signo de la Inteligencia –aunque no siempre para bien; la utilidad de unos a menudo choca con la de los otros–. El hecho estético es cifra de algo mucho más profundo: hunde su raíz en la Belleza. Belleza en un sentido amplio, que supera con creces la luz de la Razón.
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“Siempre digo que soy un fabricante de tofu, que sólo hace tofu. Una misma persona no puede realizar películas muy diferentes entre sí. De hecho, no se come bien en un restaurante en el que hay de todo. Aunque parezcan idénticas a los ojos de los demás, mis películas expresan todas ellas cosas diferentes y encuentro en ellas intereses siempre renovados. Exactamente como un pintor que dibujara cada vez la misma rosa.”
Pequeñas variaciones que contienen, en sí, la propia vida.
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‘El sabor del sake’ es la última película de Ozu. La cinta está impregnada de nostalgia. Una nostalgia seca, regada con alcohol. Un descreimiento sereno se adivina en cada fotograma. Un descreimiento casi resignado, con pinceladas de ironía.
“Volverse hacia la existencia con la mirada de quienes están al borde de la muerte, es como hablar a la gente desde su propio testamento.”
En estas palabras de Kiju Yoshida encuentro el tono de la cinta. Palabras que nos sitúan a un paso del ‘bushido’ o camino del guerrero. Vivir, filmar, como del lado de la muerte. Sin temor a perder lo que, de antemano, está perdido.
Sostiene Yoshida que, en la etapa de madurez de Ozu, “es evidente que no somos nosotros los que miramos sus películas sino que son sus películas las que nos miran a nosotros.”
¿O es que el vacío nos devuelve la mirada?
A diferencia de otras de sus cintas en color (‘La hierba errante’, ‘Buenos días’) ‘El sabor del sake’ me produce siempre una impresión de gran tristeza. Por encima incluso de lo razonable. Pienso en el pequeño drama del viejo profesor; en el esbozo de un amor que, antes incluso de empezar, ya es cosa concluida; en las menciones, tragicómicas, de la guerra; en el horizonte de la soledad de un padre sin esposa e hija…
Y no, no es suficiente. Quizás la verdadera clave esté en la biografía del propio director.
Su madre, con quien había pasado toda la vida (Ozu nunca se casó) y a quien estaba tan unido, murió en 1962, durante el rodaje de ‘El sabor del sake’. Muy afectado, compuso en sus diarios un poema:
Bajo el cielo, la primavera en flor.
Los cerezos maravillan.
Al volver, me noto distraído, y pienso en ‘El sabor del sake’.
Las flores de los cerezos están arrugadas como trapos.
El sake es amargo como un insecto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El 12 de diciembre de 1963, el día de su sesenta cumpleaños, moría Yasujiro Ozu.
Este acontecimiento es aún más conmovedor por el hecho de que sus allegados habían decidido hacerle una fiesta en el hospital. El actor Keiji Sada le ofreció para la ocasión uno de sus trajes; un traje con el que, finalmente, se celebrarían sus exequias.
“Esta anécdota evoca una de las últimas escenas de ‘El sabor del sake’. Cuando el padre vuelve de la boda de su hija y entra en el bar, la patrona le pregunta si viene de un entierro, así vestido. Y él responde: Bueno, algo parecido, sí.”
[He tomado el dato del poema del diario y el paralelismo entre la muerte de Yasujiro Ozu y la escena del bar del libro ‘El silencio en el cine de Ozu’, de Basile Doganis.]
Este acontecimiento es aún más conmovedor por el hecho de que sus allegados habían decidido hacerle una fiesta en el hospital. El actor Keiji Sada le ofreció para la ocasión uno de sus trajes; un traje con el que, finalmente, se celebrarían sus exequias.
“Esta anécdota evoca una de las últimas escenas de ‘El sabor del sake’. Cuando el padre vuelve de la boda de su hija y entra en el bar, la patrona le pregunta si viene de un entierro, así vestido. Y él responde: Bueno, algo parecido, sí.”
[He tomado el dato del poema del diario y el paralelismo entre la muerte de Yasujiro Ozu y la escena del bar del libro ‘El silencio en el cine de Ozu’, de Basile Doganis.]