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Voto de Jordirozsa:
5
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Terror
En un manicomio cerca de Berlín un grupo de Youtubers deciden adentrarse para investigar sobre los dichos de actividad paranormal. El reto será permanecer dentro durante 24 horas, mientras transmiten en vivo. Pronto descubrirán que el reto será difícil de cumplir por que no están solos y no son bienvenidos. (FILMAFFINITY)
10 de noviembre de 2023
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Los alemanes en el cine siempre han sabido dar un toque de gracia y originalidad a los tópicos más trillados, e incluso en el caso del ya saturado mercado de los «found footage», se han destacado. «Heilstätten» (2018), del director alemán Michael David Pate, es un ejemplo de ello, viéndose como una de las peores pesadillas de su reciente memoria colectiva y con un especiado gótico altamente concentrado en sustancia, como un aceite esencial. Esto es muestra de la milenaria cultura europea.
Con ello, se consigue edulcorar y potenciar el sabor a una cinta sobre el molde del sobreexplotado y cansino ya subgénero del falso documental, poniendo algo de brillo castizo del rancio abolengo de nuestro continente. Esta película es un primer acercamiento serio del cineasta alemán al largometraje y, para más complicarse la vida, al del terror.
Tiene dos comedias en su mochila como mayor bagaje profesional y, con no demasiadas buenas críticas, todo sea dicho de paso. Pate se mete en el berenjenal de un «mockumentary» al que inserta varias tomas de perspectiva narrativa externa.
Se nota que el muchacho buscaba una victoria fácil con una modalidad en boga en su día, pero que para el tiempo, hacia el año 2015, ya estaba boqueando. Y cuando él decidió echarle mano, hacía ya tiempo, unos tres años, en 2018, que desprendía bastante tufo. Pero el principal error de Pate fue confiar en su capacidad y la de su equipo de arte, incluyendo al cinematógrafo Pascal Schmit, que no fue poca, de crear un «set» eficaz. El manicomio en ruinas, tanto su interior como su entorno circundante, establece unas coordenadas escénicas en las que el público se sumergirá rápidamente. Al menos fue mi caso: en un espacio que, por sí solo, valiéndose de la estética y de todo el imaginario que se le atribuye en la diégesis, es capaz de mantenernos oprimidos en la butaca. Todos los componentes de un decorado, sin excepción, que genera no solo incomodidad sino un verdadero contexto que, en su autenticidad envolvente, rematada por la llegada de la noche, pone su punto de asfixia y claustrofobia. Tan molona resulta esta recreación que los coreanos, casi a la par, en el mismo año, de la mano de Jeong Beom-sik, parieron «Gonjiam: Haunted Asylum», prácticamente bajo idénticas premisas artísticas, técnicas y narrativas, de modo que no resultaría fácil determinar quién replicó a quién.
En la actualidad, la información vuela de una manera tan veloz por medios y redes que, a pesar de lo que pueda estar documentado al respecto, no se puede decir si el coreano copió al alemán o viceversa. Esta pieza es un ejemplo de buen hacer en lo que respecta al apartado técnico. «Heilstätten» incluso podríamos añadir, sigue una genérica pero efectiva partitura de Andrew Ryan, que por lo menos no desentona y hace una buena función de acompañamiento en los puntos culminantes. Y unos efectos especiales decentes y comedidos que no caen en el desmesurado procedimiento de hemoglobina y casquería, evitando así que una cinta floja en narrativa y, por lo tanto, endeble, fuera presa fácil del ridículo y de la sátira.
Tenemos tres niveles de intérpretes que dan vida a sus personajes: auténticos “youtubers”, artistas avezados al mundo del cine y hasta incluso algunos de ellos con un bagaje importante en el mundo del teatro. Y que en su trabajo en escena despliegan todas sus habilidades en este medio.
Los problemas con el elenco no residen tanto en la calidad de los actores, que en un momento u otro logran sacar por lo menos destellos de su talento, sino en lo que les concede un torpe guión que el propio Pate escribe a cuatro manos con Ecki Ziedrich. Se dirige partiendo de dos ejes potencialmente fuertes, como son la trama, aunque simple, que podrían haber desarrollado de manera mucho más enriquecedora, y el sistema de posibles relaciones entre las figuras dramáticas. Por otro lado, un trasfondo subyacente de crítica a las actuales generaciones entregadas por completo al exhibicionismo de hasta el último detalle de su cotidianidad en las redes sociales para obtener un puñado de «me gusta». En lugar de emplearse a fondo con estas dos poderosísimas armas y el primor del escenario creado, una auténtica obra de arte, el guion adolece de equilibrio rítmico, sentido y, a la postre, del desarrollo del arco narrativo, incluyendo la construcción dimensional de unos personajes subdesarrollados en todos los sentidos e infraexplotados hasta el punto de que no se puede ver en casi ninguno de ellos un atisbo o destello de profundidad.
A Pate le puede el ejercicio (y quiero pensar que de esto se trata, y no de falta de talento) de esa mordaz y ácida crítica a sus contemporáneos, a quienes tiene mareando la perdiz durante más de dos tercios del metraje con sus retos, sus trucos, sus huecas conversaciones, sus alardeos, sus «likes» y demás sandeces, evitando así que germine y crezca cualquier intento posible de emergencia de relieve en sus respectivas personalidades.
Y es que, con tanto aspaviento narcisista, tomas oscuras y confusión en penumbra cuando llega la noche, y el traqueteo de cámara en mano, el espectador se ve privado hasta del regalo a la vista de los bellos rostros y los cuerpazos de estos chavales y chavalas. Cuya faceta auténticamente comunicativa solo se desvela cuando empiezan los fuegos artificiales de la desenfrenada acción de la última parte. Lo que menos contribuye a que nos podamos hacer idea de quién es quién, ni tan siquiera poder identificarnos con ninguno de ellos.
Además, es imposible ignorar cómo la mayoría de los personajes en «Heilstätten» ven relegado el sentido de su existencia en el guion, reducidos a meros peones en un juego macabro, como borregos en camino a la esquilada o, peor aún, al matadero.
Esta simplificación de los personajes no solo les despoja de profundidad y relevancia, sino que también desaprovecha la oportunidad de explorar tramas secundarias con un potencial intrigante. Un ejemplo flagrante es el de la llamada paciente 106,.
Con ello, se consigue edulcorar y potenciar el sabor a una cinta sobre el molde del sobreexplotado y cansino ya subgénero del falso documental, poniendo algo de brillo castizo del rancio abolengo de nuestro continente. Esta película es un primer acercamiento serio del cineasta alemán al largometraje y, para más complicarse la vida, al del terror.
Tiene dos comedias en su mochila como mayor bagaje profesional y, con no demasiadas buenas críticas, todo sea dicho de paso. Pate se mete en el berenjenal de un «mockumentary» al que inserta varias tomas de perspectiva narrativa externa.
Se nota que el muchacho buscaba una victoria fácil con una modalidad en boga en su día, pero que para el tiempo, hacia el año 2015, ya estaba boqueando. Y cuando él decidió echarle mano, hacía ya tiempo, unos tres años, en 2018, que desprendía bastante tufo. Pero el principal error de Pate fue confiar en su capacidad y la de su equipo de arte, incluyendo al cinematógrafo Pascal Schmit, que no fue poca, de crear un «set» eficaz. El manicomio en ruinas, tanto su interior como su entorno circundante, establece unas coordenadas escénicas en las que el público se sumergirá rápidamente. Al menos fue mi caso: en un espacio que, por sí solo, valiéndose de la estética y de todo el imaginario que se le atribuye en la diégesis, es capaz de mantenernos oprimidos en la butaca. Todos los componentes de un decorado, sin excepción, que genera no solo incomodidad sino un verdadero contexto que, en su autenticidad envolvente, rematada por la llegada de la noche, pone su punto de asfixia y claustrofobia. Tan molona resulta esta recreación que los coreanos, casi a la par, en el mismo año, de la mano de Jeong Beom-sik, parieron «Gonjiam: Haunted Asylum», prácticamente bajo idénticas premisas artísticas, técnicas y narrativas, de modo que no resultaría fácil determinar quién replicó a quién.
En la actualidad, la información vuela de una manera tan veloz por medios y redes que, a pesar de lo que pueda estar documentado al respecto, no se puede decir si el coreano copió al alemán o viceversa. Esta pieza es un ejemplo de buen hacer en lo que respecta al apartado técnico. «Heilstätten» incluso podríamos añadir, sigue una genérica pero efectiva partitura de Andrew Ryan, que por lo menos no desentona y hace una buena función de acompañamiento en los puntos culminantes. Y unos efectos especiales decentes y comedidos que no caen en el desmesurado procedimiento de hemoglobina y casquería, evitando así que una cinta floja en narrativa y, por lo tanto, endeble, fuera presa fácil del ridículo y de la sátira.
Tenemos tres niveles de intérpretes que dan vida a sus personajes: auténticos “youtubers”, artistas avezados al mundo del cine y hasta incluso algunos de ellos con un bagaje importante en el mundo del teatro. Y que en su trabajo en escena despliegan todas sus habilidades en este medio.
Los problemas con el elenco no residen tanto en la calidad de los actores, que en un momento u otro logran sacar por lo menos destellos de su talento, sino en lo que les concede un torpe guión que el propio Pate escribe a cuatro manos con Ecki Ziedrich. Se dirige partiendo de dos ejes potencialmente fuertes, como son la trama, aunque simple, que podrían haber desarrollado de manera mucho más enriquecedora, y el sistema de posibles relaciones entre las figuras dramáticas. Por otro lado, un trasfondo subyacente de crítica a las actuales generaciones entregadas por completo al exhibicionismo de hasta el último detalle de su cotidianidad en las redes sociales para obtener un puñado de «me gusta». En lugar de emplearse a fondo con estas dos poderosísimas armas y el primor del escenario creado, una auténtica obra de arte, el guion adolece de equilibrio rítmico, sentido y, a la postre, del desarrollo del arco narrativo, incluyendo la construcción dimensional de unos personajes subdesarrollados en todos los sentidos e infraexplotados hasta el punto de que no se puede ver en casi ninguno de ellos un atisbo o destello de profundidad.
A Pate le puede el ejercicio (y quiero pensar que de esto se trata, y no de falta de talento) de esa mordaz y ácida crítica a sus contemporáneos, a quienes tiene mareando la perdiz durante más de dos tercios del metraje con sus retos, sus trucos, sus huecas conversaciones, sus alardeos, sus «likes» y demás sandeces, evitando así que germine y crezca cualquier intento posible de emergencia de relieve en sus respectivas personalidades.
Y es que, con tanto aspaviento narcisista, tomas oscuras y confusión en penumbra cuando llega la noche, y el traqueteo de cámara en mano, el espectador se ve privado hasta del regalo a la vista de los bellos rostros y los cuerpazos de estos chavales y chavalas. Cuya faceta auténticamente comunicativa solo se desvela cuando empiezan los fuegos artificiales de la desenfrenada acción de la última parte. Lo que menos contribuye a que nos podamos hacer idea de quién es quién, ni tan siquiera poder identificarnos con ninguno de ellos.
Además, es imposible ignorar cómo la mayoría de los personajes en «Heilstätten» ven relegado el sentido de su existencia en el guion, reducidos a meros peones en un juego macabro, como borregos en camino a la esquilada o, peor aún, al matadero.
Esta simplificación de los personajes no solo les despoja de profundidad y relevancia, sino que también desaprovecha la oportunidad de explorar tramas secundarias con un potencial intrigante. Un ejemplo flagrante es el de la llamada paciente 106,.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
eutanasizada en el recinto del sanatorio en la época de los horrores nazis.
La historia de este personaje, cuyo fantasma se rumorea que ronda por el asilo, podría haber añadido una capa adicional de misterio y terror psicológico a la trama. Sin embargo, esta subtrama se explora de manera superficial, desperdiciando así una oportunidad de oro para enriquecer la narrativa y sumergir al espectador en una experiencia más compleja y matizada.
El proceso de identicicación solo se podrá realizar al final con Marnie (Sonia Gerhardt), la única que logrará escapar de toda aquella locura (valga la redundancia), y a la que seguramente le habrán pasado las ganas de asomarse a un canal de YouTube por mucho tiempo.
Pate intenta rescatar un guion caótico y absurdo que pone a prueba la paciencia de los espectadores y acaba con la de algunos, con un giro que pretende ser el colmo del cachondeo y terminar con una escena lo suficientemente cruel, horrenda y sorpresiva. En un vano «tour de force», en los últimos 25 minutos, demasiado tarde para revestirse de credibilidad ante un público que, estoicamente, ha esperado que algo sucediera o se revelara. Pero, aunque se agradece el intento de Pate por imprimir velocidad en el último «crescendo», así como una «masterclass» de anatomía quirúrgica para impartir, o establecer alguna justificación narrativa al despropósito precedente de correrías varias, les sale el tiro por la culata, incluyendo el rizo rizado del último plano en el que se insinúa que al lado del «malo» siempre hay un «malísimo» o «malísima». Todo lo que va desde la revelación del personaje de Tim Oliver Schulz (Theo), hasta que este se pega un tiro ante la cámara para dar su último y dantesco golpe de efectismo (sardónica representación visual de la crítica de hasta dónde puede llegar la obsesión para crear un producto viral en las redes, que roza la asíntota de la comedia), es más leña que se echa al fuego para burlarse en extremo de las neuras de la juventud adulta de nuestros tiempos.
El libreto se encuentra en un punto crítico cuando Theo, tras cortar en vivo la nariz a Betty, empieza a abrir en canal con un bisturí a Finn (Timmi Trinks) para arrancarle el corazón. Este momento de horror extremo se ve abruptamente interrumpido cuando Theo deja a Finn en su agonía para perseguir a Marnie, quien ha logrado escapar. Y Charly (Emilio Sakraya) queda esperando su suplicio atado a la camilla (Theo le había propuesto de colgarle por las cuerdas vocales), en una escena que prometía ser un despliegue grotesco de violencia, pero que queda inconclusa. Este cambio repentino, abandonando Theo su faena sanguinaria para ir tras Marnie, priva a la audiencia de un clímax de terror visceral. Este giro en la trama, aunque efectivo para mantener la tensión, resulta en una oportunidad perdida de explorar hasta dónde podría haber llegado la barbarie, dejando la sensación de un festival de menudillas truncado y una narrativa que se siente incompleta en su potencial de horror.
En definitiva, el barco no llega a encumbrarse en la cresta de la ola y se ve arrastrado por la misma en un vuelco conclusivo que, si nos creíamos terminar con la boca abierta, acabamos tronchándonos de la risa. En términos culinarios, a Pate se le quema el sofrito y es posible también que sea algo buscado por él, más o menos conscientemente.
En fin, siento un cierto grado de vergüenza ajena por un público alemán que esperaba, el resurgir de su terror nacional después de años y años de autoflagelación con la cuota de memoria histórica desde el ultra conservadurismo de la corrección política. Asistimos al esquizofrénico baile de un joven realizador que se debate entre la más cáustica caricatura y el aprovechamiento de unas posibilidades e ideas que tenía servidas en bandeja de plata. Y como no podía ser de otra forma, esta danza macabra y loca se da en el contexto de un manicomio (aunque abandonado, al fin y al cabo, un manicomio). Por lo menos en esto reside algo de coherencia.
La historia de este personaje, cuyo fantasma se rumorea que ronda por el asilo, podría haber añadido una capa adicional de misterio y terror psicológico a la trama. Sin embargo, esta subtrama se explora de manera superficial, desperdiciando así una oportunidad de oro para enriquecer la narrativa y sumergir al espectador en una experiencia más compleja y matizada.
El proceso de identicicación solo se podrá realizar al final con Marnie (Sonia Gerhardt), la única que logrará escapar de toda aquella locura (valga la redundancia), y a la que seguramente le habrán pasado las ganas de asomarse a un canal de YouTube por mucho tiempo.
Pate intenta rescatar un guion caótico y absurdo que pone a prueba la paciencia de los espectadores y acaba con la de algunos, con un giro que pretende ser el colmo del cachondeo y terminar con una escena lo suficientemente cruel, horrenda y sorpresiva. En un vano «tour de force», en los últimos 25 minutos, demasiado tarde para revestirse de credibilidad ante un público que, estoicamente, ha esperado que algo sucediera o se revelara. Pero, aunque se agradece el intento de Pate por imprimir velocidad en el último «crescendo», así como una «masterclass» de anatomía quirúrgica para impartir, o establecer alguna justificación narrativa al despropósito precedente de correrías varias, les sale el tiro por la culata, incluyendo el rizo rizado del último plano en el que se insinúa que al lado del «malo» siempre hay un «malísimo» o «malísima». Todo lo que va desde la revelación del personaje de Tim Oliver Schulz (Theo), hasta que este se pega un tiro ante la cámara para dar su último y dantesco golpe de efectismo (sardónica representación visual de la crítica de hasta dónde puede llegar la obsesión para crear un producto viral en las redes, que roza la asíntota de la comedia), es más leña que se echa al fuego para burlarse en extremo de las neuras de la juventud adulta de nuestros tiempos.
El libreto se encuentra en un punto crítico cuando Theo, tras cortar en vivo la nariz a Betty, empieza a abrir en canal con un bisturí a Finn (Timmi Trinks) para arrancarle el corazón. Este momento de horror extremo se ve abruptamente interrumpido cuando Theo deja a Finn en su agonía para perseguir a Marnie, quien ha logrado escapar. Y Charly (Emilio Sakraya) queda esperando su suplicio atado a la camilla (Theo le había propuesto de colgarle por las cuerdas vocales), en una escena que prometía ser un despliegue grotesco de violencia, pero que queda inconclusa. Este cambio repentino, abandonando Theo su faena sanguinaria para ir tras Marnie, priva a la audiencia de un clímax de terror visceral. Este giro en la trama, aunque efectivo para mantener la tensión, resulta en una oportunidad perdida de explorar hasta dónde podría haber llegado la barbarie, dejando la sensación de un festival de menudillas truncado y una narrativa que se siente incompleta en su potencial de horror.
En definitiva, el barco no llega a encumbrarse en la cresta de la ola y se ve arrastrado por la misma en un vuelco conclusivo que, si nos creíamos terminar con la boca abierta, acabamos tronchándonos de la risa. En términos culinarios, a Pate se le quema el sofrito y es posible también que sea algo buscado por él, más o menos conscientemente.
En fin, siento un cierto grado de vergüenza ajena por un público alemán que esperaba, el resurgir de su terror nacional después de años y años de autoflagelación con la cuota de memoria histórica desde el ultra conservadurismo de la corrección política. Asistimos al esquizofrénico baile de un joven realizador que se debate entre la más cáustica caricatura y el aprovechamiento de unas posibilidades e ideas que tenía servidas en bandeja de plata. Y como no podía ser de otra forma, esta danza macabra y loca se da en el contexto de un manicomio (aunque abandonado, al fin y al cabo, un manicomio). Por lo menos en esto reside algo de coherencia.