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Voto de Chris Jiménez:
10
8,2
9.847
Drama. Fantástico
Japón, siglo XVI. Durante la guerra civil, los aldeanos Genjuro y Tobei pretenden hacer fortuna: Genjuro como alfarero y Tobei como samurai. Ambos dejan a sus esposas abandonadas para cumplir con sus ambiciosos sueños. La misteriosa Lady Wakasa, otra víctima de la guerra, se cruzará en el camino de Genjuro. (FILMAFFINITY)
18 de agosto de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Los misteriosos y extravagantes "Cuentos de la Luna Pálida" van derechos al corazón de los hombres y despiertan sus fantasías".
Mientras los desastres de la guerra se disipan con la caída de la noche, la espesa niebla cubre el espacio y nos envuelve para habitar una realidad que no es de este mundo, y en la que todo es posible...
Cuando Akira Kurosawa obtiene el León de Oro por "Rasho-mon" en 1.951, el cine oriental despierta una gran curiosidad y fascinación en el público de Occidente, que lo recibirá a partir de entonces con los brazos abiertos; un triunfo al que también seguiría el éxito de "Vida de Oharu, mujer Galante" un año después en el mismo festival, donde se llevaría el Leon de Plata. El grueso de la crítica internacional saluda el encanto exótico del film sin comprender realmente el propósito estético y moral de Kenji Mizoguchi, quien en ese momento ya tiene 54 años y más de 70 títulos a sus espaldas.
Descubierto a nivel internacional, el cineasta regresaría a los estudios Daiei donde su amigo y productor Masaichi Nagata le ofreció realizar una película disfrutando de libertad creativa total y un holgado presupuesto; junto a su fiel colaborador Yoshikata Yoda (y otros dos guionistas más), Mizoguchi elaboraría una historia a partir de un relato de Guy de Maupassant y dos cuentos de la famosa colección de leyendas sobrenaturales "Ugetsu Monogatari", del autor y poeta apasionado por la cultura china Ueda Akinari, publicada en 1.776 y la cual constituye un auténtico hito de la literatura japonesa.
De esta colección se toman "Jasei no In" y "Asaji ga Yado", que ocupan la mayor parte del argumento, situando la acción dramática a finales del siglo XVI (el Periodo de las Provincias de Guerra) y centrándose en la vida de Genjuro y su esposa Miyagi y Ohama (hermana del primero) y su marido Tobei. A lo largo del primer acto se nos presentará a estos personajes, atrapados en el corazón de una caótica guerra civil que han de sufrir con resignación mientras mantienen la esperanza gracias a sus ambiciones: Genjuro, alfarero y comerciante, sueña con la fortuna, mientras que Tobei sueña con convertirse en samurái para alcanzar la gloria...pero la presencia del conflicto destroza estas ilusiones.
Mizoguchi, con una mirada lúcida y demoledora, condena duramente la guerra y el devastador efecto que causa en los seres humanos, sobre todo en los hombres ("las guerras cambian el carácter de la gente"), al tiempo que desmitifica y degenera la figura del samurái. Los cuatro protagonistas se cruzarán, en su huida a través de un lago, con una barca en la que un moribundo les previene del peligro, sin duda un presagio de muerte y amenaza, antes de separarse y afrontar cada uno el terrible destino que los acontecimientos le deparan.
Mientras Tobei persigue el reconocimiento (que hallará del modo más infame), Genjuro es cautivado por la belleza de la princesa Wakasa, quien le compra algunas de sus cerámicas; esta intervención marca una fascinante irrupción en la obra del director, quien abre la brecha en la realidad para penetrar en la fantasmagoría y nos arrastra a sus abismos (como a Genjuro). No obstante, pese a la escalofriante serenidad que ofrece este retrato del más allá, vaporoso, sensual y heredero de las figuras espectrales del teatro Noh desde la mirada de Mizoguchi, la violencia social y bélica sigue muy presente, a través de la cual las mujeres sólo hallan desgracias: en el caso de Ohama la prostitución, en el de Miyagi el ser atacada por unos soldados.
El cineasta, a diferencia de sus anteriores trabajos, aborda el destino de los hombres al mismo nivel que el de las mujeres, ofreciéndoles una parte equivalente, pues también acaban siendo víctimas, aunque no dejarán de ser los instigadores de la tragedia y la tristeza para ellas. La figura femenina adquiere, así, una gran importancia, ya que aparece resignada ante el egoísmo del hombre (Miyagi), dominada por su crueldad y locura (Ohama) e incluso herida de amor (Wakasa), pero ejerciendo, asimismo, un control ejemplar sobre éste (la princesa usa su belleza para hechizar a Genjuro, Ohama consigue hacer recobrar el sentido a Tobei y, en última instancia, Miyagi protege a su familia con su fuerza espiritual).
Todo ello en un tercer acto donde la sórdida realidad choca con las efímeras ilusiones de los personajes masculinos antes de sucederse un giro desgarrador donde el director emplea a la perfección el recurso formal de la imagen especular (detallado en Zona Spoiler) mientras demuestra un talento consumado a la hora de modelar la tenebrosa y bella atmósfera, sirviéndose de todos los elementos del espacio, naturales (la niebla, el agua, el viento) y técnicos (la fotografía de Kazuo Miyagawa, la música de Fumio Hayasaka, la iluminación), y haciendo brotar lo impalpable gracias a una escritura en la que el movimiento lateral de la cámara revela lo invisible para conmover y perturbar al espectador.
Por su parte, los cinco protagonistas sobre los que se apoya el peso de la película brindan unas inmensas actuaciones, desde Mitsuko Mito hasta Eitaro Ozawa pasando por la siempre sensacional Kinuyo Tanaka, musa del director, Masayuki Mori y una arrebatadora (y por desgracia fallecida recientemente) Machiko Kyo, con la que el anterior ya había trabajado en "Rasho-mon", encarnando una vez más el ideal de belleza, delicadeza y sensualidad femenina, quizás como ninguna otra actriz japonesa de su generación logró.
El maestro ha alcanzado la quintaesencia de su búsqueda y en el Festival de Venecia de 1.953, éste, que asiste por primera vez al evento, se alza de nuevo con el León de Plata.
Poco después, "Cuentos de la Luna Pálida" queda relegada a obra maestra del cine universal, la cual continúa conmoviendo por su virtuosismo técnico y la dureza de su melodrama e impregnando con su halo de misterio y poética macabra. "Qué maravilla...esto es el paraíso".
Mientras los desastres de la guerra se disipan con la caída de la noche, la espesa niebla cubre el espacio y nos envuelve para habitar una realidad que no es de este mundo, y en la que todo es posible...
Cuando Akira Kurosawa obtiene el León de Oro por "Rasho-mon" en 1.951, el cine oriental despierta una gran curiosidad y fascinación en el público de Occidente, que lo recibirá a partir de entonces con los brazos abiertos; un triunfo al que también seguiría el éxito de "Vida de Oharu, mujer Galante" un año después en el mismo festival, donde se llevaría el Leon de Plata. El grueso de la crítica internacional saluda el encanto exótico del film sin comprender realmente el propósito estético y moral de Kenji Mizoguchi, quien en ese momento ya tiene 54 años y más de 70 títulos a sus espaldas.
Descubierto a nivel internacional, el cineasta regresaría a los estudios Daiei donde su amigo y productor Masaichi Nagata le ofreció realizar una película disfrutando de libertad creativa total y un holgado presupuesto; junto a su fiel colaborador Yoshikata Yoda (y otros dos guionistas más), Mizoguchi elaboraría una historia a partir de un relato de Guy de Maupassant y dos cuentos de la famosa colección de leyendas sobrenaturales "Ugetsu Monogatari", del autor y poeta apasionado por la cultura china Ueda Akinari, publicada en 1.776 y la cual constituye un auténtico hito de la literatura japonesa.
De esta colección se toman "Jasei no In" y "Asaji ga Yado", que ocupan la mayor parte del argumento, situando la acción dramática a finales del siglo XVI (el Periodo de las Provincias de Guerra) y centrándose en la vida de Genjuro y su esposa Miyagi y Ohama (hermana del primero) y su marido Tobei. A lo largo del primer acto se nos presentará a estos personajes, atrapados en el corazón de una caótica guerra civil que han de sufrir con resignación mientras mantienen la esperanza gracias a sus ambiciones: Genjuro, alfarero y comerciante, sueña con la fortuna, mientras que Tobei sueña con convertirse en samurái para alcanzar la gloria...pero la presencia del conflicto destroza estas ilusiones.
Mizoguchi, con una mirada lúcida y demoledora, condena duramente la guerra y el devastador efecto que causa en los seres humanos, sobre todo en los hombres ("las guerras cambian el carácter de la gente"), al tiempo que desmitifica y degenera la figura del samurái. Los cuatro protagonistas se cruzarán, en su huida a través de un lago, con una barca en la que un moribundo les previene del peligro, sin duda un presagio de muerte y amenaza, antes de separarse y afrontar cada uno el terrible destino que los acontecimientos le deparan.
Mientras Tobei persigue el reconocimiento (que hallará del modo más infame), Genjuro es cautivado por la belleza de la princesa Wakasa, quien le compra algunas de sus cerámicas; esta intervención marca una fascinante irrupción en la obra del director, quien abre la brecha en la realidad para penetrar en la fantasmagoría y nos arrastra a sus abismos (como a Genjuro). No obstante, pese a la escalofriante serenidad que ofrece este retrato del más allá, vaporoso, sensual y heredero de las figuras espectrales del teatro Noh desde la mirada de Mizoguchi, la violencia social y bélica sigue muy presente, a través de la cual las mujeres sólo hallan desgracias: en el caso de Ohama la prostitución, en el de Miyagi el ser atacada por unos soldados.
El cineasta, a diferencia de sus anteriores trabajos, aborda el destino de los hombres al mismo nivel que el de las mujeres, ofreciéndoles una parte equivalente, pues también acaban siendo víctimas, aunque no dejarán de ser los instigadores de la tragedia y la tristeza para ellas. La figura femenina adquiere, así, una gran importancia, ya que aparece resignada ante el egoísmo del hombre (Miyagi), dominada por su crueldad y locura (Ohama) e incluso herida de amor (Wakasa), pero ejerciendo, asimismo, un control ejemplar sobre éste (la princesa usa su belleza para hechizar a Genjuro, Ohama consigue hacer recobrar el sentido a Tobei y, en última instancia, Miyagi protege a su familia con su fuerza espiritual).
Todo ello en un tercer acto donde la sórdida realidad choca con las efímeras ilusiones de los personajes masculinos antes de sucederse un giro desgarrador donde el director emplea a la perfección el recurso formal de la imagen especular (detallado en Zona Spoiler) mientras demuestra un talento consumado a la hora de modelar la tenebrosa y bella atmósfera, sirviéndose de todos los elementos del espacio, naturales (la niebla, el agua, el viento) y técnicos (la fotografía de Kazuo Miyagawa, la música de Fumio Hayasaka, la iluminación), y haciendo brotar lo impalpable gracias a una escritura en la que el movimiento lateral de la cámara revela lo invisible para conmover y perturbar al espectador.
Por su parte, los cinco protagonistas sobre los que se apoya el peso de la película brindan unas inmensas actuaciones, desde Mitsuko Mito hasta Eitaro Ozawa pasando por la siempre sensacional Kinuyo Tanaka, musa del director, Masayuki Mori y una arrebatadora (y por desgracia fallecida recientemente) Machiko Kyo, con la que el anterior ya había trabajado en "Rasho-mon", encarnando una vez más el ideal de belleza, delicadeza y sensualidad femenina, quizás como ninguna otra actriz japonesa de su generación logró.
El maestro ha alcanzado la quintaesencia de su búsqueda y en el Festival de Venecia de 1.953, éste, que asiste por primera vez al evento, se alza de nuevo con el León de Plata.
Poco después, "Cuentos de la Luna Pálida" queda relegada a obra maestra del cine universal, la cual continúa conmoviendo por su virtuosismo técnico y la dureza de su melodrama e impregnando con su halo de misterio y poética macabra. "Qué maravilla...esto es el paraíso".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Todo el cine de Kenji Mizoguchi se rige por la expresión máxima de los elementos del espacio (como antes de ha mencionado, naturales y técnicos) y los sentimientos a través de la cámara para lograr la composición estética definitiva, independientemente si con ello incluía o excluía algún discurso moralizador.
Siempre perseguía esta perfección cual alquimista que busca el secreto del mundo.
Su técnica en "Cuentos de la Luna Pálida" ciertamente la persigue, pues el encadenamiento de las secuencias, por ejemplo, no responde nunca a leyes narrativas tradicionales o de orden literario; su estructura obedece a las modulaciones de la poesía o de la música. Él mismo admitía que "La imagen debe poder expresar la sensación del olor y la del tacto, y una película ha de poder ser otra cosa que la mera expresión psicológica. Es necesario que las palabras y los gestos correspondan exactamente al sentimiento de los personajes; es necesaria la emoción, no el comentario".
Pero el director también demostraría una habilidad envidiable para encadenar los hechos en su sucesión y ofrecer siempre el reflejo, el fantasma de lo ya observado para quebrar la realidad y luego volverla a su espejo, a la verdad de una sola existencia tangible. Tal experiencia, en todo el sentido del término, ante lo invisible, se comprende perfectamente en esta obra.
De este modo veremos cómo a cada escena le corresponde otra semejante en su temática, aunque diferente en su forma. Habrán dos asesinatos con lanza (el de Miyagi y el de un soldado que Tobei mata de forma cobarde), dos apariciones de espíritus (la de Wakasa y la de Miyagi al final), dos premoniciones de muerte y amenaza (la del hombre moribundo en la barca y la del sacerdote), dos viajes a la ciudad; incluso el alfarero hará girar dos veces su torno (la primera junto a su esposa, la segunda en solitario aunque acompañado de la presencia espiritual de ésta), etc..
A cada movimiento responde el mismo movimiento en sentido contrario; así en la introducción y el epílogo, la llegada al mercado. Cada gesto, cada movimiento que ordena el director es la formulación de un prejuicio, una prerrogativa sobre la existencia del universo; el primer acto consistiría en aceptarlo con resignación o indiferencia, por el contrario, Mizoguchi va al encuentro del error (el abandono, la infidelidad, la traición, la mezquindad) y lo borra al regresar.
Con esta ida y vuelta sustituye la nada por aquello que podamos considerar al menos como la presencia de la nada...
Siempre perseguía esta perfección cual alquimista que busca el secreto del mundo.
Su técnica en "Cuentos de la Luna Pálida" ciertamente la persigue, pues el encadenamiento de las secuencias, por ejemplo, no responde nunca a leyes narrativas tradicionales o de orden literario; su estructura obedece a las modulaciones de la poesía o de la música. Él mismo admitía que "La imagen debe poder expresar la sensación del olor y la del tacto, y una película ha de poder ser otra cosa que la mera expresión psicológica. Es necesario que las palabras y los gestos correspondan exactamente al sentimiento de los personajes; es necesaria la emoción, no el comentario".
Pero el director también demostraría una habilidad envidiable para encadenar los hechos en su sucesión y ofrecer siempre el reflejo, el fantasma de lo ya observado para quebrar la realidad y luego volverla a su espejo, a la verdad de una sola existencia tangible. Tal experiencia, en todo el sentido del término, ante lo invisible, se comprende perfectamente en esta obra.
De este modo veremos cómo a cada escena le corresponde otra semejante en su temática, aunque diferente en su forma. Habrán dos asesinatos con lanza (el de Miyagi y el de un soldado que Tobei mata de forma cobarde), dos apariciones de espíritus (la de Wakasa y la de Miyagi al final), dos premoniciones de muerte y amenaza (la del hombre moribundo en la barca y la del sacerdote), dos viajes a la ciudad; incluso el alfarero hará girar dos veces su torno (la primera junto a su esposa, la segunda en solitario aunque acompañado de la presencia espiritual de ésta), etc..
A cada movimiento responde el mismo movimiento en sentido contrario; así en la introducción y el epílogo, la llegada al mercado. Cada gesto, cada movimiento que ordena el director es la formulación de un prejuicio, una prerrogativa sobre la existencia del universo; el primer acto consistiría en aceptarlo con resignación o indiferencia, por el contrario, Mizoguchi va al encuentro del error (el abandono, la infidelidad, la traición, la mezquindad) y lo borra al regresar.
Con esta ida y vuelta sustituye la nada por aquello que podamos considerar al menos como la presencia de la nada...