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10
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Ciencia ficción. Fantástico
Seis valientes astronautas viajan en una cápsula espacial de la Tierra a la Luna. La primera película de ciencia-ficción de la historia fue obra de la imaginación del director francés y mago Georges Méliès (1861-1938), que se inspiró en las obras "From the Earth to the Moon" (1865) de Julio Verne y "First Men in the Moon" (1901) de H. G. Wells. Se trata de un cortometraje de 14 minutos de duración realizado con el astronómico ... [+]
15 de octubre de 2009
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para mí, en Cine, se reconoce a las grandes obras maestras, entre otras cosas, porque el tiempo no les afecta. Pueden haber pasado cincuenta, setenta u ochenta años desde su realización y, sin embargo, se muestran tan vivas y modernas como el día que se estrenaron.
Hay otras películas, esta, por ejemplo, en las que es necesario echarle un poco de imaginación y ponerse en el lugar (y, sobre todo, en el tiempo) del espectador de su época; situémonos, pues, a principios del siglo pasado, en París, e intentemos comprender el increible espectáculo que este cortometraje debió suponer para aquellos que asistieron a su proyección.
Méliès, como todo productor, se dedicó al negocio del cine para ganar dinero, y, para ello, hay que saber darle al público lo que quiere. Y en esos iniciales latidos de lo que luego sería el Séptimo Arte, la gente buscaba, principalmente, ser sorprendida y divertirse. Así, adelantándose a los principios que rigen el cine de autores como Hitchcock o Spielberg, verdaderos genios en lo de mezclar taquilla y calidad (y, si hay que elegir, taquilla sobre calidad), o a la concepción de George Lucas, de invertir en I+D para conseguir los mejores efectos posibles, el francés nos ofrece en este filme toda su artillería pesada: comedia desenfrenada, portentosos efectos especiales, una historia atractiva y bien hilvanada, suspense, acción, aventuras... ¡Por Dios!, si hasta incluye un grupo de chicas ligeritas de ropa (la carne vende, ahora y siempre).
Sí, Méliès fue un precursor, un artista, un mago. Pero, sobre todo, fue un industrial con mucha vista.
Hay otras películas, esta, por ejemplo, en las que es necesario echarle un poco de imaginación y ponerse en el lugar (y, sobre todo, en el tiempo) del espectador de su época; situémonos, pues, a principios del siglo pasado, en París, e intentemos comprender el increible espectáculo que este cortometraje debió suponer para aquellos que asistieron a su proyección.
Méliès, como todo productor, se dedicó al negocio del cine para ganar dinero, y, para ello, hay que saber darle al público lo que quiere. Y en esos iniciales latidos de lo que luego sería el Séptimo Arte, la gente buscaba, principalmente, ser sorprendida y divertirse. Así, adelantándose a los principios que rigen el cine de autores como Hitchcock o Spielberg, verdaderos genios en lo de mezclar taquilla y calidad (y, si hay que elegir, taquilla sobre calidad), o a la concepción de George Lucas, de invertir en I+D para conseguir los mejores efectos posibles, el francés nos ofrece en este filme toda su artillería pesada: comedia desenfrenada, portentosos efectos especiales, una historia atractiva y bien hilvanada, suspense, acción, aventuras... ¡Por Dios!, si hasta incluye un grupo de chicas ligeritas de ropa (la carne vende, ahora y siempre).
Sí, Méliès fue un precursor, un artista, un mago. Pero, sobre todo, fue un industrial con mucha vista.