Más que correcta propuesta de terror psicológico que, sin ofrecer una trama espectacularmente orquestada ni un final de impacto, se las arregla para que no despegues la vista de la pantalla en su hora y media. Una mujer lleva 17 años cuidando de una hija discapacitada, con un historial de dolencias más largo que su brazo. Pero algunos detalles llevarán a la joven a sospechar que su madre no es el modelo de amor y abnegación que pretende aparentar.

Se trata de un ejercicio de tensión narrativa que, aún con algún que otro punto bajo, consigue que desviemos la vista de los agujeros de guión para centrarnos en el crescendo constante que se produce desde que Chloe percibe que algo raro pasa con su madre. A ello contribuyen las convincentes actuaciones de la siempre cumplidora Sarah Paulson y la debutante Kiera Allen. Aunque se echa de menos una mejor caracterización de Paulson de joven, ya que luce el mismo aspecto con casi dos décadas de diferencia.

En el debe, hay que decir que la relación entre el comportamiento de la madre y las condiciones en que nació su hija no están del todo definidas a la luz de las revelaciones del último tercio. Falta ahí un nexo menos endeble que haga el conjunto más sólido. El desarrollo final quizá resulte algo convencional, dejando el último cartucho para la escena que cierra la función. En fin, no es ninguna revolución pero hay que admitir que funciona y cumple dignamente.