Lisa Azuelos escribe y dirige una película agridulce. En tono de comedia desenfadada y salpicando el relato con despreocupadas, y supuestamente divertidas, escenas de alcohol, drogas blandas, discotecas y sexo, muestra con una plástica claridad la crisis de muchas mujeres en la actualidad.

Héloïse, perfectamente interpretada por Sandrine Kiberlain, se ha desvivido siempre por sus hijos, en especial por la pequeña Jade. Ha sorteado los vaivenes de la vida, incluido su divorcio, guiada por el amor incondicional y permisivo hacia sus hijos. Por ellos ha renunciado, de aquella manera, a su vida social; ha mentido, les ha encubierto y ha asistido desconcertada a su crecimiento y, por consiguiente, a su marcha del hogar. Todo ello suena natural y divertido y parece no pasar factura porque siempre recoge lo que ha sembrado: sus hijos la adoran y harían cualquier cosa por ella (la escena de la pérdida del móvil es de lo más logrado del film).

Y, por todo ello, Mi niña produce ternura, sonrisas y, a la vez, cierto desasosiego ante la falta de convicciones que sustenten la propia vida y proporcionen una base sólida, en la medida en que sea posible, para cualquier relación afectiva. Este desasosiego se acrecienta por la constatación de que lo que nos cuenta Azuelos es muy real en nuestra sociedad, y por la empatía que el personaje de Héloïse nos transmite.

Hacer visible este trozo de realidad me parece lo más destacable de Mi niña. Y lo consigue mediante un guion breve, que siempre es una virtud, unos flashbacks eficaces aprovechando la memoria asociativa, y las interpretaciones de un elenco que es capaz de reflejar, con sobrado verismo, la fuerza y la inconsistencia de la familia de hoy.

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