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Voto de coronel kurtz:
10
8,1
25.998
Comedia
Chicago, 1929. Earl Williams, convicto del asesinato de un policía, espera en la cárcel el momento de su ejecución. Mientras tanto, en la sala de prensa del Tribunal Supremo, un grupo de periodistas espera el indulto o la confirmación de la sentencia. Hildy Johnson, el cronista de sucesos del Chicago Examiner, que tendría que cubrir la información, está a punto de contraer matrimonio y abandonar su trabajo; pero Walter Burns, el ... [+]
10 de julio de 2023
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“Primera plana” (1974), de Billy Wilder, son palabras mayores. La habré visto unas 10 veces por lo menos y es una de mis cinco pelis preferidas de todos los tiempos, en una lista en la que también estarían “Con la muerte en los talones” y “La fiera de mi niña” (las otras dos fluctuarían según el día). Las dos versiones anteriores, “Un gran reportaje” y “Luna nueva”, son fantásticas. La posterior, “Interferencias”, innecesaria. Pero la de Wilder… ¡la de Wilder es la hostia! No le falta ni le sobra nada: guion fabuloso repleto de diálogos, réplicas y contrarréplicas brillantes (que se basa bastante en el de Hetch), protagonistas en estado de gracia, galería de secundarios como pocas veces se recuerda, disección mordaz de asuntos tales como la ética profesional, la pena de muerte, la corrupción política o el psicoanálisis y una magistral ambientación en los años 20.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Matthau como el director del Examiner Walter Burns, capaz de cualquier trapacería por mantener a su reportero estrella, y Lemmon como el periodista de raza Hildy Johnson, incapaz de abandonar la emoción de la página en blanco, pese a los cantos de sirena de una vida mejor como publicista, están insuperables. Susan Sarandon como la sufrida novia de Lemmon, Vincent Gardenia como el corrupto sheriff siempre fuera de sus casillas, David Wayne como el cursi periodista marica Bensinger, Austin Pendleton como el bondadoso anarquista condenado a muerte, Charles Durning como el resabiado periodista ajeno a cualquier deontología, Harold Gould como el putero alcalde que aspira a la reelección ofreciendo el circo de una ejecución o Carol Burnett como la puta de buen corazón, están igualmente impresionantes.
La visión que se da del mundo del periodismo es desternillante a la par que estremecedora. La definición que da Hildy de su oficio a modo de reproche a sus compañeros es apabullante: gente que echa horas a mansalva, que persigue exclusivas sin tener en cuenta el dolor de los protagonistas, que se deja la vista sobre la máquina de escribir y total, ¿para qué? Para que la hoja de periódico que alberga su reportaje sirva para envolver un periquito muerto al día siguiente. Demoledor. Igual de demoledor que ese taxista que se niega a recoger periodistas de madrugada porque no le pagan. O que esa sala de prensa donde todos los presentes inventan y engordan lo acontecido para que su ficción sea más comercial que la anodina realidad. ¿Y qué decir de los políticos? Capaces de poner en jaque la vida de un hombre por un puñado de votos. Baste decir que los únicos personajes que Wilder salva son una puta y un homicida.
Reseñar las escenas dignas de ser recordadas es labor titánica, por lo que solo lo haré con algunas: Burns insultando a Hildy cuando le anuncia que se va (“piojo resucitado”) o mofándose de Ben Hecht por haber abandonado la profesión y dedicarse a escribir guiones para Rin Tin Tin; Burns dándole de fumar cómplicemente a Hildy para demostrarle a su novia que nunca será capaz de inmunizarle contra el veneno del periodismo; Burns fichando al periodista cursi para poder quedarse con su escritorio y llamando a continuación al periódico para decir que en cuanto aparezca por allí lo echen a patadas; Burns reprochándole a Hildy que no ha aprendido nada tras tantos años de oficio por no poner el nombre del periódico al inicio del artículo (“porque, ¿quién va a leer el segundo párrafo?”); Burns dando aire a un Earl Williams encerrado en el escritorio; Burns pidiendo mozos de cuerda y polea y entregándoles dos pequeñas maletas cuando estos llegan para disimular; Burns arrancando taimadamente de la máquina el artículo que los incrimina y jugueteando con él o cortando la conexión telefónica que los puede delatar; Burns regalándole su reloj a Hildy y denunciándole a continuación por robo del mismo; el alcalde llamándole cenizo a su sheriff; las soflamas antimarxistas del sheriff exigiendo que los subversivos regresen a la tierra de la que proceden, a lo que Earl responde que él es de Gary (Indiana); el interrogatorio del psiquiatra austriaco; el taxista diciéndole a Sarandon que la noche es estupenda y el taxímetro corre; los cánticos de camaradería de los compañeros al colega que se casa; la poesía de Bensinger y la cara de estupor de Burns; el ingenuo periodista novato metiendo la pata… En fin, aunque parezca que puedo destripar la peli, es totalmente imposible de tan buena como es. Lo peor de haberla visto tantas veces es saber que nunca vas a disfrutar de ella como cuando la primera vez. Imprescindible.
La visión que se da del mundo del periodismo es desternillante a la par que estremecedora. La definición que da Hildy de su oficio a modo de reproche a sus compañeros es apabullante: gente que echa horas a mansalva, que persigue exclusivas sin tener en cuenta el dolor de los protagonistas, que se deja la vista sobre la máquina de escribir y total, ¿para qué? Para que la hoja de periódico que alberga su reportaje sirva para envolver un periquito muerto al día siguiente. Demoledor. Igual de demoledor que ese taxista que se niega a recoger periodistas de madrugada porque no le pagan. O que esa sala de prensa donde todos los presentes inventan y engordan lo acontecido para que su ficción sea más comercial que la anodina realidad. ¿Y qué decir de los políticos? Capaces de poner en jaque la vida de un hombre por un puñado de votos. Baste decir que los únicos personajes que Wilder salva son una puta y un homicida.
Reseñar las escenas dignas de ser recordadas es labor titánica, por lo que solo lo haré con algunas: Burns insultando a Hildy cuando le anuncia que se va (“piojo resucitado”) o mofándose de Ben Hecht por haber abandonado la profesión y dedicarse a escribir guiones para Rin Tin Tin; Burns dándole de fumar cómplicemente a Hildy para demostrarle a su novia que nunca será capaz de inmunizarle contra el veneno del periodismo; Burns fichando al periodista cursi para poder quedarse con su escritorio y llamando a continuación al periódico para decir que en cuanto aparezca por allí lo echen a patadas; Burns reprochándole a Hildy que no ha aprendido nada tras tantos años de oficio por no poner el nombre del periódico al inicio del artículo (“porque, ¿quién va a leer el segundo párrafo?”); Burns dando aire a un Earl Williams encerrado en el escritorio; Burns pidiendo mozos de cuerda y polea y entregándoles dos pequeñas maletas cuando estos llegan para disimular; Burns arrancando taimadamente de la máquina el artículo que los incrimina y jugueteando con él o cortando la conexión telefónica que los puede delatar; Burns regalándole su reloj a Hildy y denunciándole a continuación por robo del mismo; el alcalde llamándole cenizo a su sheriff; las soflamas antimarxistas del sheriff exigiendo que los subversivos regresen a la tierra de la que proceden, a lo que Earl responde que él es de Gary (Indiana); el interrogatorio del psiquiatra austriaco; el taxista diciéndole a Sarandon que la noche es estupenda y el taxímetro corre; los cánticos de camaradería de los compañeros al colega que se casa; la poesía de Bensinger y la cara de estupor de Burns; el ingenuo periodista novato metiendo la pata… En fin, aunque parezca que puedo destripar la peli, es totalmente imposible de tan buena como es. Lo peor de haberla visto tantas veces es saber que nunca vas a disfrutar de ella como cuando la primera vez. Imprescindible.