La primera hora transcurre sin que suceda nada. Se masca una tragedia que nunca termina de llegar. A partir de la hora, cuando por fin empiezan a pasar cosas, es como comerse una paella a la que se han olvidado de echar el arroz. Insulsa, estéril e innecesaria.

El final te deja con la misma sensación que cuando sales de un restaurante pésimo y te preguntas por qué no te habrías comprado un bocadillo de mortadela en el súper de la esquina.