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Voto de Marty Maher:
6
6,8
15.328
Drama
Historia sobre un conductor de autobús y poeta aficionado sobre las pequeñas cosas llamado Paterson, que vive en Paterson, New Jersey. (FILMAFFINITY)
5 de diciembre de 2016
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si no conociéramos medianamente bien a Jim Jarmusch, sin duda la figura más relevante del cine independiente estadounidense desde John Cassavetes, pensaríamos que Paterson surge como respuesta a las críticas recibidas por Solo los amantes sobreviven, que en muchos casos fue calificada de pretenciosa, pedante y elitista. Paterson, el conductor de autobuses que en su tiempo libre escribe poesía pero no quiere publicar el material que almacena en su pequeño cuaderno de notas, es el protagonista absoluto del film al que da nombre (o al que da nombre la ciudad que le da nombre a él, qué más da); su personalidad, humilde y reservada, sirve de contrapunto a la de los vampiros de su anterior película, en la que unos cuantos extrapolaron la naturaleza de los personajes al discurso de la obra y a la persona del propio Jarmusch. Sin embargo, todo es tan natural en su nuevo trabajo, tan rico y repleto de matices en su pretendida -y por ello extraordinaria- apariencia de simplicidad, que nadie se creería jamás que ha nacido como respuesta a cualquier cosa. Esta pequeña maravilla surge, por encima de todo, como una búsqueda de poesía, vida y cine entre las pequeñas cosas, entre lo mundano y aparentemente banal, intrascendente e inocuo.
Jarmusch elige una estructura cíclica para narrar, o más bien plasmar en imágenes (como si el universo fuera real y no diegético), la rutinaria aunque idílica existencia de la persona más entrañable del mundo, que forma, junto con su mujer Laura -llamada así en honor a Petrarca-, una de las parejas más perfectas de todas las ficciones. Todas las mañanas durante los siete días de una semana cualquiera, el director filma a través de un plano cenital el despertar de Paterson, que, abrazado a su musa, le da un beso de buenos días y se levanta de la cama para afrontar una nueva jornada laboral. Una vez concluido el primer día de la semana, asistiremos a la repetición con muy pocas variaciones de unos momentos en los que, aunque similares o idénticos a otros vividos con anterioridad, nuestro conductor poeta consigue encontrar la belleza de lo efímero. Paterson, uno de los pocos supervivientes de la era Whatsapp, va de su casa al trabajo, del trabajo a casa y de ésta a pasear a su perro Marvin cuando llega la noche, momento en el que aprovecha para tomarse una cerveza en el mismo bar de siempre. La repetición se presenta como un ingrediente fundamental de la narración, estando representada, además de por la propia linealidad secuencial, por los gemelos que se le aparecen al protagonista durante toda la película, como un trasunto de sus miedos que, afortunadamente (y gracias a su manera de disfrutar de la vida), deviene en elemento cómico.
La falta de rima en los versos de la niña poeta que le recita uno de sus poemas a Paterson en un momento de la película, apela a la rima visual que se establece a través de la repetición, de las salidas oníricas que son representadas mediante bellísimos planos sobreexpuestos en los que convive la influencia de William Carlos Williams con los versos de Ron Padgett. El lirismo que desprende la conjunción de poemas, imágenes y música, tan mágico como arrebatador, convierte a la obra en una película-poema, un canto a la búsqueda de la trascendencia de nuestra propia cotidianidad, alcanzable con una improbable sencillez: únicamente se necesita aprender a mirar de otra manera, a convertir una caja de cerillas (o cualquiera otro objeto en apariencia insignificante) en un vehículo de evasión e inspiración. Aunque lo fácil y previsible era caer en el retrato del hastío existencial del ciudadano medio americano, Jarmusch subvierte el modo de entender esas mismas circunstancias, echando abajo cualquier expectativa y haciendo de ésta una película decididamente única. La poesía, presente en toda la filmografía del cineasta en mayor o menor medida, se adueña de una de las obras más bellas y trascendentes del nuevo siglo.
PD: La crítica continúa en spoiler sin spoilers
Jarmusch elige una estructura cíclica para narrar, o más bien plasmar en imágenes (como si el universo fuera real y no diegético), la rutinaria aunque idílica existencia de la persona más entrañable del mundo, que forma, junto con su mujer Laura -llamada así en honor a Petrarca-, una de las parejas más perfectas de todas las ficciones. Todas las mañanas durante los siete días de una semana cualquiera, el director filma a través de un plano cenital el despertar de Paterson, que, abrazado a su musa, le da un beso de buenos días y se levanta de la cama para afrontar una nueva jornada laboral. Una vez concluido el primer día de la semana, asistiremos a la repetición con muy pocas variaciones de unos momentos en los que, aunque similares o idénticos a otros vividos con anterioridad, nuestro conductor poeta consigue encontrar la belleza de lo efímero. Paterson, uno de los pocos supervivientes de la era Whatsapp, va de su casa al trabajo, del trabajo a casa y de ésta a pasear a su perro Marvin cuando llega la noche, momento en el que aprovecha para tomarse una cerveza en el mismo bar de siempre. La repetición se presenta como un ingrediente fundamental de la narración, estando representada, además de por la propia linealidad secuencial, por los gemelos que se le aparecen al protagonista durante toda la película, como un trasunto de sus miedos que, afortunadamente (y gracias a su manera de disfrutar de la vida), deviene en elemento cómico.
La falta de rima en los versos de la niña poeta que le recita uno de sus poemas a Paterson en un momento de la película, apela a la rima visual que se establece a través de la repetición, de las salidas oníricas que son representadas mediante bellísimos planos sobreexpuestos en los que convive la influencia de William Carlos Williams con los versos de Ron Padgett. El lirismo que desprende la conjunción de poemas, imágenes y música, tan mágico como arrebatador, convierte a la obra en una película-poema, un canto a la búsqueda de la trascendencia de nuestra propia cotidianidad, alcanzable con una improbable sencillez: únicamente se necesita aprender a mirar de otra manera, a convertir una caja de cerillas (o cualquiera otro objeto en apariencia insignificante) en un vehículo de evasión e inspiración. Aunque lo fácil y previsible era caer en el retrato del hastío existencial del ciudadano medio americano, Jarmusch subvierte el modo de entender esas mismas circunstancias, echando abajo cualquier expectativa y haciendo de ésta una película decididamente única. La poesía, presente en toda la filmografía del cineasta en mayor o menor medida, se adueña de una de las obras más bellas y trascendentes del nuevo siglo.
PD: La crítica continúa en spoiler sin spoilers
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spoiler:
Sería tan injusto como erróneo hablar de esta película como una rareza dentro del universo de Jarmusch, pues no es más que una continuación, casi una respuesta, a ese mundo de casualidades y causalidades desarrollado a lo largo de 36 años. Paterson se acerca sin temor al cine más distendido y cómico del autor cuando la acción transcurre entre las paredes del bar, donde vemos las desventuras de una serie de personajes esencialmente jarmuschianos; el Paterson de Adam Driver observa con detenimiento y una suerte de gozo empático las conversaciones de los clientes del bar, así como las de los viajeros del autobús que conduce cada día. Si bien el guion se permite alterar mínimamente la rutina del protagonista, su resignada respuesta, en el fondo extrañamente optimista, no da pie a que se rompa jamás la naturalidad del relato. Para él, una página en blanco resulta igual de estimulante que la lluvia o una caja de cerillas; para nosotros, los estímulos más importantes llegan en forma de guiños coherentes y satisfactorios, que remiten a la obra del director, al cine y a la propia vida. Si la referencia a Mystery Train supone una vuelta a los orígenes, una rima interna, el homenaje a Moonrise Kingdom y la proyección en la diégesis de La isla de las almas perdidas se unen para dotar a la cinta de una poética aún mayor. Al fin y al cabo, Laura y Paterson son un par de almas perdidas (también gemelas, pese a sus notables diferencias) que, cada uno a su manera, convierten en algo especial todo lo que tocan. Así pues, está claro que los amantes sobreviven; y no necesariamente como emisores y receptores de dicho sentimiento, sino también aquellos que, ante todo, tienen la capacidad de amar la vida y de descubrir(se) la belleza de las cosas.
De entre todas las virtudes de la película, tan inmensas como dispares, destaca la sobresaliente interpretación de Adam Driver, que esquiva los premios y abraza la sublimidad. El actor hace con nosotros lo mismo que su perro con él en la ficción y nos arrastra en un precioso, detallista e irrepetible viaje. Si, como le dice el propio Paterson a su mujer, sus poemas no son más que palabras, podríamos decir que la película no son más que imágenes. Y, sin embargo, no hace falta nada más para dejar huella en el subconsciente del espectador. Además de ser con total probabilidad la obra más sincera y humana de Jarmusch, nos encontramos ante la más redonda de todas. Si como experiencia vital es tremendamente valiosa, a nivel cinematográfico es simplemente imposible de definir o etiquetar.
De entre todas las virtudes de la película, tan inmensas como dispares, destaca la sobresaliente interpretación de Adam Driver, que esquiva los premios y abraza la sublimidad. El actor hace con nosotros lo mismo que su perro con él en la ficción y nos arrastra en un precioso, detallista e irrepetible viaje. Si, como le dice el propio Paterson a su mujer, sus poemas no son más que palabras, podríamos decir que la película no son más que imágenes. Y, sin embargo, no hace falta nada más para dejar huella en el subconsciente del espectador. Además de ser con total probabilidad la obra más sincera y humana de Jarmusch, nos encontramos ante la más redonda de todas. Si como experiencia vital es tremendamente valiosa, a nivel cinematográfico es simplemente imposible de definir o etiquetar.