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Voto de Talibán:
9
8,1
32.240
Intriga. Drama. Cine negro. Thriller
Tras realizar un atraco en el que han muerto dos personas, Ben Harper regresa a su casa y esconde el botín confiando el secreto a sus hijos. En la cárcel, antes de ser ejecutado, comparte celda con Harry Powell y en sueños habla del dinero. Tras ser puesto en libertad, Powell, obsesionado por apoderarse del botín, va al pueblo de Harper, enamora a su viuda y se casa con ella. (FILMAFFINITY)
31 de octubre de 2008
104 de 129 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando vi esta película por vez primera, por suerte en pantalla grande y con subtítulos, recuerdo que sus imágenes me estaban provocando una especie de fascinadora estupefacción, absolutamente incómoda.
Era joven y comprendí que estaba asistiendo a algo; pero no sabía qué era. ¿Qué pasaba con aquello que estaba viendo? Era claramente la película de alguien que apenas conocía la técnica de rodaje cinematográfico. ¿Por qué estaba incómodo y fascinado, a la vez? Hacia la mitad de la proyección supe que, en mi simplismo reduccionista, necesitaba calificar lo que estaba viendo, ponerle un nombre, archivarlo en una categoría determinada y proceder a compararlo con los modelos conocidos. Y no podía. ¿Por qué, si se trataba de una película con una historia inteligible - por cierto, para los que la ridiculizan, obra de dos de los mejores escritores americanos del siglo XX, Davis Grubb y James Agee- y una defectuosa realización según el canon clásico? ¿Qué me impedía juzgar y llegar a un veredicto? ¿Qué clase de hechizo perturbador tenían esas imágenes?
Era joven y comprendí que estaba asistiendo a algo; pero no sabía qué era. ¿Qué pasaba con aquello que estaba viendo? Era claramente la película de alguien que apenas conocía la técnica de rodaje cinematográfico. ¿Por qué estaba incómodo y fascinado, a la vez? Hacia la mitad de la proyección supe que, en mi simplismo reduccionista, necesitaba calificar lo que estaba viendo, ponerle un nombre, archivarlo en una categoría determinada y proceder a compararlo con los modelos conocidos. Y no podía. ¿Por qué, si se trataba de una película con una historia inteligible - por cierto, para los que la ridiculizan, obra de dos de los mejores escritores americanos del siglo XX, Davis Grubb y James Agee- y una defectuosa realización según el canon clásico? ¿Qué me impedía juzgar y llegar a un veredicto? ¿Qué clase de hechizo perturbador tenían esas imágenes?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
De repente, en la escena del automóvil hundido en el estanque, vi la luz:
- ¡Dios, qué tonto soy, lo está inventando! -exclamé en mitad de la proyección.
Exacto, eso era: el director estaba creando, en el sentido más metafísico de la palabra, es decir, creando de la nada.
En materia de estilo, yo estaba acostumbrado a disfrutar con los directores que respondían a las preguntas de siempre con su personalidad única. Charles Laughton, quizás por ignorancia o por vanidad -que es seguramente lo mismo-, estaba haciéndose otras preguntas de puesta en escena delante de mis ojos. Y las respuestas eran asombrosas. Nunca en una sala de cine tuve mayor conciencia de estar asistiendo a una reinvención del Cine, tan hermosa e inútil como una civilización aislada del mundo, porque aquello no le servía a nadie que no fuera el propio inventor. En la Historia del Cine, esta película se proyectará siempre fuera de concurso.
¿Exagero? Que alguien me diga si es posible exagerar ante imágenes como la de Lillian Gish (icono fundacional del Cine, ¿una casualidad o una señal?) sentada en el porche mientras une su voz a la de un acechante Robert Mitchum. O que alguien encuentre un epíteto para calificar el viaje de los niños por el río ¿Se ha visto alguna vez una imagen parecida? Que alguien me lo diga.
- ¡Dios, qué tonto soy, lo está inventando! -exclamé en mitad de la proyección.
Exacto, eso era: el director estaba creando, en el sentido más metafísico de la palabra, es decir, creando de la nada.
En materia de estilo, yo estaba acostumbrado a disfrutar con los directores que respondían a las preguntas de siempre con su personalidad única. Charles Laughton, quizás por ignorancia o por vanidad -que es seguramente lo mismo-, estaba haciéndose otras preguntas de puesta en escena delante de mis ojos. Y las respuestas eran asombrosas. Nunca en una sala de cine tuve mayor conciencia de estar asistiendo a una reinvención del Cine, tan hermosa e inútil como una civilización aislada del mundo, porque aquello no le servía a nadie que no fuera el propio inventor. En la Historia del Cine, esta película se proyectará siempre fuera de concurso.
¿Exagero? Que alguien me diga si es posible exagerar ante imágenes como la de Lillian Gish (icono fundacional del Cine, ¿una casualidad o una señal?) sentada en el porche mientras une su voz a la de un acechante Robert Mitchum. O que alguien encuentre un epíteto para calificar el viaje de los niños por el río ¿Se ha visto alguna vez una imagen parecida? Que alguien me lo diga.