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Voto de Natxo Borràs:
4
Comedia Emmanuelle (Alice Evans) decide casarse con George (Philippe Chevallier), un millonario con el que se ha estado acostando. Mientras esta en Venecia, pero, descubre que George ya está casado, y que todo su dinero de hecho pertenece a su esposa. Enfadada por haber perdido el tiempo para nada, Emmanuelle decide explicar su relación a la mujer de George, esperando que ella lo arruine. George reacciona rápidamente y encuentra la solución que ... [+]
20 de enero de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desmadrado pero descuajado sainete urdido por el director de la taquillera “Los Visitantes: ¡No nacieron ayer” (les Visiteurs, 1993), y su continuación “Los Visitantes regresan pòr el Túnel del Tiempo” (Les Visiteurs II, les Couloirs du Temps, 1998), Jean-Marie Poiré que después de su prescinidible aventura americana “Dos Colgados en Chicago” (Just Visiting, 2001), intentó ganarse otra vez la confianza del público europeo con éste enredo en que no faltan maridos con amante, liantes de buen corazón, esposos cornudos y cambios de identidad en que el transformismo juega un papel importante.

La acción (aunque se desarrolla principalmente en un lujoso apartamento en el barrio parisino de Montmartre) empieza en Venecia dónde Georges Audefey, (Philippe Chevalier) dispuesto a pasar una inolvidable velada al lado de su amante Emmanuelle (Alice Evans) le hace creer a su esposa Marion (Virginie Lemoine) que está en una reunión de negocios en Alemania. Emmanuelle no soporta la idea de que su amante sea un hombre casado, pero tampoco cuenta que su propio marido, Johnny (Götz Otto) un despechado pero forzudo vendedor de la Audi la va persiguiendo presa de los celos. Cuando Georges regresa a Paris, su regreso y después de haber abandonado a su suerte a Emmanuelle, las cosas se complican cuando inesperadamente entra en su apartamento Maurice Lappin (Régis Laspalès) empleado de correos que, a media jornada, se dedica a recoger voluntariamente ropa para los más necesitados. El lío, aunque previsible, está servido. Engaños, disfraces, situaciones de lo más embarazosas aunque mal desarrolladas, con concesiones al chiste fácil, diálogos pobres y nervio, mucho nervio a la hora de desenredar el desmadre (a mayor gloria de sus protagonistas que se mueven con el mismo nervio que la cámara, propio de las comedietas de Poiré).
Natxo Borràs
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