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Voto de TOM REGAN:
7
6,5
352
Comedia. Romance. Musical
Por sus deshonrosas aventuras en París, el agregado militar, conde Alfred Renard (Maurice Chevalier), es devuelto a su país de origen Sylvania, justo en los días en que los miembros del Consejo de Estado andan preocupados porque la reina Louise I (Jeanette McDonald) no consigue casarse con ninguno de sus pretendientes... pero al ser llevado ante su presencia a la espera de recibir su castigo, Renard conseguirá seducirla y Sylvania va a ... [+]
29 de enero de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
27/27(24/01/21) Entretenido comedia musical que tiene particularidades que la hacen recomendable, sobre todo como elemento antropológico cinematográficamente. Es la primera cinta hablada del director berlinés Ernst Lubitch (había llegado a Hollywood en 1922), también el primer música con temas cantados (de Victor Schertzinger y Clifford Gray) que hacen avanzar la trama, había habido otras cintas musicales anteriormente, pero lo eran con temas integrados diegeticamente. El guión es de Guy Bolton y Ernest Vajda (el eslovaco hizo su primera colaboración con el director teutón, colaborando con él en cinco títulos más) adaptando de la obra francesa “Le Prince Consort”, escrita por Jules Chancel y Leon Xanrof, obra adaptada previamente para Broadway en 1905 por William Boosey y Cosmo Gordon Lennox. También fue el debut en cine de la actriz, bailarina y cantante Jeanette MacDonald, en este caso junto al cantante y actor parisino Maurice Chevalier, este fue el personaje que lo hizo afamado en USA al galo, además formó pareja con al MacDonald en tres películas más, y en esta película para desarrolla una típica batalla de sexos, eso sí, con un final bastante discutible políticamente (machista) ello con el filtro de más de 90 años desde su estreno. Fue un gran éxito taquillero, que hizo que el Crack bursátil de Wall Street del 29, fuera atenuado económicamente para la Paramount, teniendo además el récord para entonces de la ceremonia de los Oscar con seis nominaciones al Oscar (nominada a seis premios Oscar: Mejor Película, Mejor Actor para Chevalier, Mejor Director, Mejor Fotografía, Mejor Dirección Artística y Mejor Sonido), solo llevaban tres años los premios, no ganando estatuilla alguna. Estábamos en los albores del cine sonoro y Lubitsch demuestra maestría en su manejo, integrando orgánicamente los números musicales en la trama para hacerla avanzar, ello con recursos ingeniosos sonoramente.
Es un film de enorme ligereza, un vodevil operístico algodonado, donde prima ser un pasarratos escapista, donde traslade al espectador a mundos lujosos aristocráticos, donde la vestimenta resulta epicúrea, donde hay picardía, lujuria, amor, sumisión, sacrificios, pero todo en un nivel superficial, y donde los problemas son triviales, adornado por temas musicales gráciles sin poder de perduración, siendo los números de baile más incisivos los protagonizados por los secundarios Lupino Lane, genial acróbata en sus movimientos en que parece desafiar a la lógica gravitacional, y la sexy Lilian Roth manteniendo un delirante duelo dialéctico y físico con él. Y por supuesto no pidan faltar el tan aclamado ‘Toque Lubitsch’, donde prevalecen las elipsis y los fuera de plano (las clásicas puertas cerradas donde tras ellas ocurre algo que no vemos), o esos paseos por infinitos pasillos y escaleras palaciegas. También reseñable que la película es pre-Codigo Hays de autocensura, y por ello se cuelan algunas sugerencias y notas de dobles sentidos con claro sabor sexual, como ejemplo el running gag del chiste del francés y la hija del granjero (brillante como lo resuelve la criada de la reina).
El agregado militar de la embajada de Sylvania en París, el conde Alfred Renard (Maurice Chevalier), ha venido llevando una vida licenciosa involucrándose con mujeres casadas y tras ser sorprendido en un último y deshonroso affaire, es obligado a volver a su país, donde deberá presentarse ante su majestad Louise I (Jeanette MacDonald), quien, por estos días, viene siendo acosada por los miembros de su Consejo para que contraiga matrimonio, porque han visto con sorpresa como, cada pretendiente, ha sido despachado por ella sin esperanza alguna.
Tiene un comienzo muy divertido, con claro sentido al cine mudo. Estamos en una habitación de París, vemos a una mujer, Paulette (…), que acusa al Conde de serle infiel, entonces aparece el esposo de Paulette, pillándolos in fraganti, entonces la mujer saca una pistola y se dispara en el pecho, cayendo desplomada. Entonces el marido coge el arma e iracundo apunta al Conde, este se lo toma con flema, y le dispara, entonces nada ocurre, y vemos que las balas son de fogueo. El esposo mira entonces a su mujer que se yergue, todo había sido un teatrillo. El marido alborozado porque su mujer no haya muerto abraza a la mujer, olvidándose de la infidelidad y de la venganza, el Conde coge la pistola para meterla en un cajón, que al abrirlo deja ver varias pequeñas pistolas, lo que deja entrever que el teatrillo había ocurrido más veces (Toque Lubitsch). En lo que es una presentación de personalidad del protagonista como un pícaro mujeriego adorable, y dejando traslucir como a Lubitsch le gustaba reírse del adulterio, y por ende de la sagrada institución del matrimonio, ello en este caso, con un humor negro ácido adorable.
Es un film elegante, con algunos toques jocosos, con algún diálogo jugoso, con dos protagonistas simpáticos en sus ententes, cargados de juegos de palabras, de insinuaciones soterradas, con dos secundarios roba-escenas, con un desarrollo tan plúmbeo como suave.
Con tramos tan ingeniosos (y tan de Lubitsch) como esa primera cena la Reina y el Conde, nunca la vemos, siéndonos narrada por terceras personas que la espían desde diferentes lugares, con comentarios mordaces, saltando de un lado a otro con una visión distinta según quien observa (damas de compañía, criados, o ministros); El escuadrón militar que marcha de puntillas para no despertar a la Reina; La explicación de porque el príncipe consorte debe ir al teatro con la Reina y sonreír, haciendo un encadenado de países sobre como pueden ver la situación y al final, todo lleva a que una sonrisa es el aval para un préstamo crucial para el imaginario país; Aunque su tramo final, con la visión de hoy día resulta algo rancio en su resolución machista y sumisa.
Es un film de enorme ligereza, un vodevil operístico algodonado, donde prima ser un pasarratos escapista, donde traslade al espectador a mundos lujosos aristocráticos, donde la vestimenta resulta epicúrea, donde hay picardía, lujuria, amor, sumisión, sacrificios, pero todo en un nivel superficial, y donde los problemas son triviales, adornado por temas musicales gráciles sin poder de perduración, siendo los números de baile más incisivos los protagonizados por los secundarios Lupino Lane, genial acróbata en sus movimientos en que parece desafiar a la lógica gravitacional, y la sexy Lilian Roth manteniendo un delirante duelo dialéctico y físico con él. Y por supuesto no pidan faltar el tan aclamado ‘Toque Lubitsch’, donde prevalecen las elipsis y los fuera de plano (las clásicas puertas cerradas donde tras ellas ocurre algo que no vemos), o esos paseos por infinitos pasillos y escaleras palaciegas. También reseñable que la película es pre-Codigo Hays de autocensura, y por ello se cuelan algunas sugerencias y notas de dobles sentidos con claro sabor sexual, como ejemplo el running gag del chiste del francés y la hija del granjero (brillante como lo resuelve la criada de la reina).
El agregado militar de la embajada de Sylvania en París, el conde Alfred Renard (Maurice Chevalier), ha venido llevando una vida licenciosa involucrándose con mujeres casadas y tras ser sorprendido en un último y deshonroso affaire, es obligado a volver a su país, donde deberá presentarse ante su majestad Louise I (Jeanette MacDonald), quien, por estos días, viene siendo acosada por los miembros de su Consejo para que contraiga matrimonio, porque han visto con sorpresa como, cada pretendiente, ha sido despachado por ella sin esperanza alguna.
Tiene un comienzo muy divertido, con claro sentido al cine mudo. Estamos en una habitación de París, vemos a una mujer, Paulette (…), que acusa al Conde de serle infiel, entonces aparece el esposo de Paulette, pillándolos in fraganti, entonces la mujer saca una pistola y se dispara en el pecho, cayendo desplomada. Entonces el marido coge el arma e iracundo apunta al Conde, este se lo toma con flema, y le dispara, entonces nada ocurre, y vemos que las balas son de fogueo. El esposo mira entonces a su mujer que se yergue, todo había sido un teatrillo. El marido alborozado porque su mujer no haya muerto abraza a la mujer, olvidándose de la infidelidad y de la venganza, el Conde coge la pistola para meterla en un cajón, que al abrirlo deja ver varias pequeñas pistolas, lo que deja entrever que el teatrillo había ocurrido más veces (Toque Lubitsch). En lo que es una presentación de personalidad del protagonista como un pícaro mujeriego adorable, y dejando traslucir como a Lubitsch le gustaba reírse del adulterio, y por ende de la sagrada institución del matrimonio, ello en este caso, con un humor negro ácido adorable.
Es un film elegante, con algunos toques jocosos, con algún diálogo jugoso, con dos protagonistas simpáticos en sus ententes, cargados de juegos de palabras, de insinuaciones soterradas, con dos secundarios roba-escenas, con un desarrollo tan plúmbeo como suave.
Con tramos tan ingeniosos (y tan de Lubitsch) como esa primera cena la Reina y el Conde, nunca la vemos, siéndonos narrada por terceras personas que la espían desde diferentes lugares, con comentarios mordaces, saltando de un lado a otro con una visión distinta según quien observa (damas de compañía, criados, o ministros); El escuadrón militar que marcha de puntillas para no despertar a la Reina; La explicación de porque el príncipe consorte debe ir al teatro con la Reina y sonreír, haciendo un encadenado de países sobre como pueden ver la situación y al final, todo lleva a que una sonrisa es el aval para un préstamo crucial para el imaginario país; Aunque su tramo final, con la visión de hoy día resulta algo rancio en su resolución machista y sumisa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Tiene cancioncitas agradables de escuchar, aunque quizás demasiado alargadas, donde los protagonistas MacDonald y Chevalier se limitan a cantar alegremente enamorados, siendo esclavos del equipo de grabación estrático que estaba tras ellos y del que no podían alejarse, así como de los micros. Esto en contraste con la pareja Lulu (Lilian Roth) y Jacques (Lupino Lane, estrella del music-hall inglés), que ofrecen un contraste vivaraz y más picarona en su screw-ball, más mundanos y sin las ataduras morales de la nobleza protagonista, donde es ella siempre la que lleva la voz cantante (nunca mejor dicho), la dominatrix, la que vapulea una y otra vez a él (le da varias patadas en sálvese a la parte), ello en medio de números de baile que parecen sacados de dibujos animados, teniendo una química fabulosa, con interacciones fascinantes.
Hay toques subversivos sexualmente para la época como la forma en que se juega con lo que pasa en el dormitorio, con esa reina que ‘usa’ a Renard del anochecer al amanecer, donde es él el que toma el rol pasivo en la pareja, la que trabaja es ella, la que hace regalos a su pareja (le dice que se serene comprando trajes militares) siendo el hombre el que debe esperar en casa a que ella vuelva para satisfacerla, y por supuesto él se rebela
Jeanette MacDonald borda su papel de Reina caprichosa, arrogante, con su toque pícaro, y dejando ver al final vulnerabilidad, hermosa con esos trajes vaporosos que dejan poco a la imaginación, como esa escena en la bañera desnuda, buen debut en cine; Maurice Chevalier desprende un aura de simpatía sensacional con esa sonrisa encantadora, con una gran vis cómica, y teniendo una gran compenetración con la MacDonald, como muestra los dos ententes contrapuestos del castigo a imponer uno a otro; Y están la Roth y Lane, formidables en sus secuencias.
Aunque The Love Parade fue la primera película sonora de Lubitsch, ya demostró un dominio de los requisitos técnicos de la época. En una escena, dos parejas cantan la misma canción alternativamente. Para hacer esto con la tecnología disponible, Lubitsch construyó dos decorados, con una orquesta fuera de cámara entre ellos, y dirigió ambas escenas simultáneamente. Esto le permitió ir y venir de una escena a otra en la edición, algo inaudito en ese momento.
Me queda una película sugestiva, encantadora, y aunque liviana me ha resultado una experiencia gustosa, además de pionera en varios aspectos. Fuerza y honor!!!
Hay toques subversivos sexualmente para la época como la forma en que se juega con lo que pasa en el dormitorio, con esa reina que ‘usa’ a Renard del anochecer al amanecer, donde es él el que toma el rol pasivo en la pareja, la que trabaja es ella, la que hace regalos a su pareja (le dice que se serene comprando trajes militares) siendo el hombre el que debe esperar en casa a que ella vuelva para satisfacerla, y por supuesto él se rebela
Jeanette MacDonald borda su papel de Reina caprichosa, arrogante, con su toque pícaro, y dejando ver al final vulnerabilidad, hermosa con esos trajes vaporosos que dejan poco a la imaginación, como esa escena en la bañera desnuda, buen debut en cine; Maurice Chevalier desprende un aura de simpatía sensacional con esa sonrisa encantadora, con una gran vis cómica, y teniendo una gran compenetración con la MacDonald, como muestra los dos ententes contrapuestos del castigo a imponer uno a otro; Y están la Roth y Lane, formidables en sus secuencias.
Aunque The Love Parade fue la primera película sonora de Lubitsch, ya demostró un dominio de los requisitos técnicos de la época. En una escena, dos parejas cantan la misma canción alternativamente. Para hacer esto con la tecnología disponible, Lubitsch construyó dos decorados, con una orquesta fuera de cámara entre ellos, y dirigió ambas escenas simultáneamente. Esto le permitió ir y venir de una escena a otra en la edición, algo inaudito en ese momento.
Me queda una película sugestiva, encantadora, y aunque liviana me ha resultado una experiencia gustosa, además de pionera en varios aspectos. Fuerza y honor!!!