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España España · Madrid
Voto de Servadac:
5
Drama La historia de un famoso bandido macedonio del siglo XIX (Omero Antonutti), que cree ser la reencarnación de Alejandro Magno, le sirve al cineasta griego para reflexionar sobre la debilidad de los poderosos. (FILMAFFINITY)
1 de agosto de 2010
23 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alejandro Magno, solo en una habitación rural, mira por la ventana. Recita un par de versos de Seferis: “Me he despertado con esta cabeza de mármol en las manos / que me cansa los codos y no sé dónde apoyarla.”

Dicen que el caudillo representa a Stalin y su caída prefigura la caída de la URSS.

Dicen que el tiempo se unifica en un presente simultáneo, que aglutina épocas y configura un mito intemporal.

Predomina lo grupal en las composiciones: anarquistas italianos, comunistas, aristócratas ingleses, militares, partisanos, funcionarios del gobierno, turistas, montañeses…, con gestos y canciones para dibujar la identidad de cada grupo.

Amplios cuadros, planos generales, pintura histórica del XIX. Grandilocuencia y ceremonia.

Contrapicados ante el personaje de Antonutti, sólo desmentidos al final, en un picado aterrador de insectos carroñeros.

El mito perdura en ese niño, Aléxandros, en un presente legendario y permanente.

Parafraseando a Darío, yo percibo en esta cinta a un director en busca de una forma que no encuentra su tempo. Hombrecillos y mujeres que deambulan; entran y salen del encuadre con escasa convicción. Los movimientos de las masas carecen del empaste necesario, como si a la orquesta le faltaran instrumentos para semejante sinfonía. Percibo una coreografía que no fluye. Un hieratismo casi irrespirable. Mucha más ingeniería que emoción.

Un poeta diría que lo que sucede en una sala oscura no puede planearse en un despacho.

Admiro el cine de Theo Angelopoulos, pero aquí no alcanza el punto de equilibrio entre mecánica y poesía. La estampa achaparrada de Antonutti es irrisoria y no transmite autoridad –quizás exista una corriente de ironía subterránea.

El pedestal de sangre en que reposa la cabeza, no llega a conmoverme.
Servadac
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