El cine de terror argentino siempre nos da una de cal y otra de arena. Es cierto que Calzada no es Fernández Calvete y que obras como La segunda muerte son irrepetibles, pero está Luciferina tiene su punto. Una historia regularmente construida que se sustenta en unas envidiables interpretaciones, con un aspecto técnico sobresaliente (fotografía deliciosa, sonido terrorífico, música perfecta...) y que con un guión más pulido y dejando fuera a un par de actores y unos efectos cgi innecesarios, sería o casi, una obra perfecta. Iconicamente es irreprochable, llena de escenarios sombríos y personajes oscuros, nos cuenta cómo una monja con la capacidad de ver el aura de las personas, ha de regresar a su casa tras la muerte de su madre. Emprende un viaje con su hermana y sus amigos a una isla casi olvidada para celebrar un rito que, a través de la ayahuasca expulsará el mal rollo interno de cada uno.
Y ahí es donde empieza todo el convencionalismo de la historia, con clichés que se suceden y alargan para explicar el duelo entre el Bien y el Mal, lastrando y prolongando el final hasta lo casi inaguantable.
Aún así virtudes, que las hay, y a cascoporro, salvan esos defectos y hacen que su visionado merezca la pena, y bastante.

Pues eso, un buenísimo intento, con grandes bazas que hacen que esperemos el resto de la saga con ganas.

Lo mejor: Dos de sus protagonistas, Natalia y Abel. Sofía del Tuffo y Pedro Merlo. La voz de la experta Marta Lubos, un regalo.

Lo peor: Lo esperable de gran parte de su todo. Sus incongruencias y desgraciadamente, su tufillo pretencioso a lo Hollywood, que acaban por no subirla a los altares.

Calzada no es Santiago Fernández Calvete, ni se le acerca ni acercará jamás nunca, pero si pule un poco sus guiones, que él mismo firma, puede ser mucho más interesante de lo que muestra en esta Luciferina.