Estamos ante una película propaganda de la medicina alopática, de su vacunología y de sus médicos-estatales formados para ejercer de funcionarios de la totalitaria Industria Farmamédica Industrial, los cuales son representados como auténticos héroes sociales; el protagonista es un licenciado médico descrito de principio a fin como un «santo», como una especie de «religioso misionero de la Orden Vacunatoria» cuya praxis es «pura caridad y amor» (y esto, un siglo antes de que apareciera el Papa Bergoglio con su apologética: «la vacunación es un acto de amor»). Por contra, la medicina tradicional de sabiduría popular, curandera porque cura, terapéutica a base de remedios naturales, mucho menos dañina que la vacunista oficial, es caricaturizada y vejada como algo propio de gente ignorante, atrasada, y maliciosa.

Juan H. Durán Casahonda (el escritor de la historia) y Carlos Toussaint (el director de este filme) montan el falso dualismo de: «medicina estatal (buena) versus medicinas naturales o alternativas (malas)». La película es un paquete desacreditador de los medios medicinales más naturales, más sencillos, más baratos, más útiles y más alcance de la gente a la hora de combatir las enfermedades, en pro de magnificar la fe casi absoluta en la vacunación; sin embargo, reconoce también que no todos los niños vacunados logran evitar la muerte. Y es que el efecto salvador de vidas de las vacunas ha sido manifiestamente exagerado por el Poderoso y Mafioso Negocio Industrial Farmamédico, por los políticos a su servicio y por películas de propaganda como la que nos ocupa; a la vez que no se da importancia al gran riesgo que las vacunas conllevan.

Resulta que el licenciado médico (siempre elevado a «doctor» aunque no haya realizado, aprobado ni posea la acreditación de una tesis doctoral) es presentado como el bienehechor vacunista contra la difteria; y la vacuna a base del toxoide diftérico, como la única-uniquísima solución a dicha enfermedad; ni por asomo el sanador y curativo remedio de la vitamina C, por ejemplo gracias a la lima-limón u otras frutas del lugar; ni mención de la jícama, una raíz dulce originaria de México y de América Central que en la década de 1890 en esa misma nación salvó miles de vidas afectadas con neumonía o tifus; ni hablar de los medicinales ajo y cebolla; ni pensar en el maravilloso vinagre de manzana; ninguna consideración para las hierbas medicinales nativas de la zona; ni mentar la milenaria hidro y talasoterapia bien a la mano allí mismo, etc., etc.

«Marejada» da por sentado con una fe más que religiosa que la difteria sólo y únicamente puede ser combatida por la vacuna y por nada más que por la vacuna. Es decir, la misma teoría disparatada o pseudo ciencia de que existen gérmenes invasores ante los cuales sólo la vacuna, revacuna y requetevacunación es la solución; la misma ideología farmaquímica que pasó a dominar el pensamiento médico y social durante todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI contra la difteria y otras muchas enfermedades tales como sarampión, varicela, paperas, tos ferina, gripe, tétanos, cólera, tifus, poliomelitis, etc.

Así pues, tremenda película esta donde se incita a las personas a creer que, solo los gobiernos y las grandes instituciones pueden darnos protección y ocuparse de nuestra salud o enfermedad, porque son sus «expertos» los únicos o los que más saben; todo ello orientado a que los individuos pierdan la confianza en su propia capacidad médica natural y así se rindan a las dictaduras de otros: los «expertos periodísticos, gubernamentales, industriales, universitarios y por supuesto los expertos revestidos de bata blanca».

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