Es curioso que Brian de Palma haya vuelto a hacer un film con el mismo argumento: soldados estadounidenses destinados en una guerra exterior de las que organiza su país y violando no sólo las reglas éticas de cualquier contienda sino de hecho violando a una joven nativa del país al que supuestamente están liberando. ¿Por qué De Palma insiste de nuevo en esto?, ¿acaso por resultar un chollo polémico y por lo mismo económico que reporta grandes ganancias, o quizás porque está empecinado en mostrarnos la barbarie de los representantes de la Civilización Occidental?

Sea por la razón que fuere, es provechoso que lo haga, no ya sólo para él o su bolsillo, sino para el resto del los confortados intelectuales y gente que en general anda bastante enajenada en lo propio, en su círculo, en su patria, en su democracia; o sea ciudadanos "civilizados" con síntomas peligrosos de etnocentrismo.

Nunca está de más la autocrítica, el horadar los pies de barro de nuestros propios ídolos, el atrevimiento molesto de desvelar las atrocidades que la propia familia, el propio equipo o los que conforman "lo nuestro" suelen dejar de lado. Por tanto, este film —cuyo realismo es tal que parece haberse rodado en el mismo suelo iraquí, aunque en verdad fue filmado en una zona de topografía y ambientación cultural parecida, concretamente en Amman, Jordania— es no sólo muy interesante de contemplar sino también de reflexionar.

La película en sí misma es todo un producto destinado sobremanera al reconocimiento-discernimiento de nuestras propias salvajadas; a hacerles tomar conciencia y vergüenza, a los propios ciudadanos de EE.UU. de las canalladas que cometen su enviados de vanguardia liberadora contra los inocentes que encuentran al paso, y qué tipo de semillas siembran además de la demagógica democracia, de la libertad o de sus barritas de chocolate.

Fej Delvahe