Los franceses son los inventores del vodevil, género que agrupa a esas obras de teatro escritas en tono desenfadado y de comedia, con tintes románticos, en las que al espectador se le dan unas claves que se supone que desconocen algunos personajes. Entonces toda la trama se va enredando de forma amable, sin ningún dramatismo, produciéndose confusiones de las que el espectador creer tener la posible solución, pero llegando a un final en el que hay sorpresa, muchas veces en forma de chiste. En esas comedias de vodevil se intercalaban canciones sin demasiada complejidad, facilonas, para que el espectador se relajara, pero con letras de alguna manera relacionadas con el argumento. Todo eso es lo que se produce en esta película, y sobre todo al principio, complicando cada vez más el asunto de un amor de un homosexual hacia su mejor amigo heterosexual que por fin encuentra la mujer de su vida. Pero en la comedia, el final es fundamental para que el espectador mantenga su sonrisa una vez salga de la sala, y eso es lo que aquí falla. No se puede tomar al espectador por tonto y meterle unas situaciones que de ninguna manera están relacionadas con todo lo que hemos visto. No se pueden inventar en pocos minutos unas relaciones entre personajes que no han existido en toda la película. Eso es un fraude y cabrea.