Las comedias familiares han tocado ya todos los palos: conflictos generacionales, internos, fraternales, filiales, paternales y raciales. Así que intentar ser original en este campo es muy difícil y es por ello que en este film la mayor originalidad consiste en que la pareja de enamorados consta de una muchacha hispana y de un muchacho afroamericano. Esta es la principal novedad y en verdad lo único que tiene la película, porque es grotesca. Se la encasilla dentro de las comedias románticas pero es que de "comedia" no tiene nada, absolutamente nada, está vacía. Para el guionista lo más gracioso es que los padres de los dos pipiolos se piquen por ver quién tarda más en sentarse. Si el chiste es malo la primera vez, el montón de veces que se repite no lo hace mejor. Y de "romántica" pues tampoco, porque lo único que pasa es que una pareja quiere casarse, ni tratamiento de personajes, ni historia de amor ni gaitas. Por otra parte, está llena de topicazos sobre los hispanos y sobre los negros, lo que la hace aún más insufrible.
Esta sensación de hartazgo no se ve disminuida por el trabajo de los actores, al contrario: Ferreira y Diggs componen unos personajes planos sin ningún interés; Regina King está desaprovechada; Forest Whitaker está desorientado ante tanta memez como preguntándose "¿Dónde me he metido yo? ¿Pero esto qué es?" (creo que es necesario que despida ya a su agente), pero el que se lleva la palma es Carlos Mencía que es sencillamente insoportable.