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Voto de Jordirozsa:
6
10 de septiembre de 2022
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Los nuevos comienzos, como hacia el que va la pareja protagonista de esta película, presentado a lo grande con la panorámica vista de pájaro de una carretera en medio de un bosque, en la que se ve su auto, minúsculo, dirigiéndose a su destino, hasta que la cámara nos centra en la cabina del vehículo, son un constante «leitmotif» en cintas de terror, generalmente ubicadas en casas y/o en vientres de madres que, por alguna razón u otra, solas o junto a su cónyuge, acaban viendo truncadas sus grandes esperanzas de futuro de mano de algun ente sobrenatural que les va a ciscar el invento.
El tema de la nueva maternidad/paternidad, incluído en los argumentos de espíritus o demonios, suele incorporar una vertiente dramática, con la que reforzar el sentimiento de identificación con los personajes principales, y un plus de angustia, puesto que son muchos mortales los que han vivido (o esperamos vivir), la experiencia de traer un nuevo ser al mundo.
Michael Winnick, director y escritor en “Malicious”, nos propone la base de esta receta, para la que usa, de forma muy tangencial y poco documentada, todo sea dicho, los referentes religiosos sobre la fertilidad, citando gráficamente en especial los de la cultura Maya, con una pequeña caja, que será el epicentro simbólico del «planting» en esta pelíula. Nada nuevo, por otra parte, ya que en la literatura conematográfica son varios los cineastas que han utilizado este objeto para representar el desate de una tormenta de acontecimientos malignos.
Sam Reimi, en 2012, ya produjo «El Origen del Mal» basándose en leyendas urbanas sobre la procedencia y efectos de una caja que, en ser abierta, producía efectos nefandos en las personas que la poseyeron. A partir de aquí, el encargo de Orne Bornedal de desarrollar un argumento sobre una niña que es poseída por un «dibbuk» (demonio en la mitología judía), cuando abre una caja que le habían regalado, y que contenía una serie de misteriosos objetos (se supone con los que se invocaba a la entidad maligna que quedaba presa en la caja, y se liberaba una vez abierta).
Este es un ingrediente que Winnick toma prestado, para justificar la irrupción, en las vidas de Adam y Lisa, la joven pareja que empieza su nueva vida, de un ente maligno que les va a amargar la existencia durante noventa minutos de metraje. Pero sin más profundizar en aspectos demonológicos, ni tampoco en las ancestrales creencias mayas sobre lo relacionado con la fertilidad, y la adoración a la diosa de la luna Ixchel, que representaba la humana preocupación sobre esta idea (todas las culturas cuya subsistencia ha dependido de la producción prodigada por la naturaleza, sin ir más lejos el Antiguo Egipto, han elaborado cultos a deidades dedicadas al trabajo de la tierra). Sin embargo, Winnick hace de ello un uso meramente circunstancial, desaprovechando todo el posible sustrato que podría haber dado de sí el sincretismo entre estos componentes. Con ello, su libreto, a pesar de resultar relativamente eficiente, queda superficial y vacuo, como la misteriosa caja de madera que la hermana de Lisa le regala (haciéndola llegar por correo antes de que los mismos nuevos inquilinos hagan su entrada oficial en el inmueble), que ya se podrían haber currado algo más, dándole un aire más tétrico y, sobre todo, auténtico, a pesar de que yo no he sido capaz de encontrar ninguna referencia a reliquias mayas en este formato. Y eso que, a parte de las matemáticas (igual que Adam), eran duchos a su manera en calendarios y previsiones (elaboraron una tabla para predecir el sexo de los neonatos, entre otros tantos artilugios).
El decente resultado del trabajo de realización, reside básicamente en la capacidad que tiene de crear una atmósfera suficientemente captivadora, y una notable habilidad para jugar con los pocos recursos con los que elaborar la factura técnica del filme. La fotografía de Felix Cramer hace coincidir bastante la alternancia de las escenas diurnas y nocturnas, con el set del campus donde Adam imparte sus clases, y el entorno de la misteriosa casa, respectivamente. Pero la parte esencial de la acción reside precisamente en la morada del joven matrimonio; y la sensación creciente de encarcelamiento (a parte de las dos fugaces escenas de la prisión) se debe a que el centro de gravedad se sitúa en el entorno del salón principal.
La notable banda sonora original sinfónica compuesta por Jeff Cardoni, que descaradamente bebe del estilo de Bernard Hermann, compositor fetitche de Alfred Hitchcock, tiene el innegable poder de potenciar el frenético ritmo al que nos abocará el desenlace de la historia, y de mantener el vilo en los dos primeros actos, hasta que tiene lugar la escena de la investigación «in situ» que el ciego catedrático de la universidad realiza en la casa para descubrir la naturaleza del espíritu maligno que por allí se pasea. Cardoni sabe traducir a la partitura los momentos de máxima tensión y de horror, perfectamente combinados con los temas líricos cuando se requiere la presencia de un mayor dramatismo.
A falta de efectos especiales espectaculares y de última generación, Winnick sabe jugar con los elementos convencionales de la escena y el maquillaje, aunque a veces éste puede rozar cotas de lo hilarante o ridículo (los ojos negros y ensangrentados de los demonios en las visiones, por ejemplo). Sin embargo, consigue infundir algo de pavor con los juegos de reflejos de los espejos, los movimientos lentos de cámara cuando, en vista de primera persona, va acercándose a ver lo que hay en la cuna vacía, o las alteraciones macabras en el cuadro de la mujer y los niños que preside la chimenea del salón.
En general los personajes, aunque poco elaborados, dan el pego, especialmente los dos femeninos; Lisa (Bojana Novakovic) y la «cabra loca», hecha a la suya e irresponsable que representa a su hermana Becky (Melissa Bolani). Ambas sostienen la actividad interpretativa ante unos más patosos y lacónicos personajes masculinos:
El tema de la nueva maternidad/paternidad, incluído en los argumentos de espíritus o demonios, suele incorporar una vertiente dramática, con la que reforzar el sentimiento de identificación con los personajes principales, y un plus de angustia, puesto que son muchos mortales los que han vivido (o esperamos vivir), la experiencia de traer un nuevo ser al mundo.
Michael Winnick, director y escritor en “Malicious”, nos propone la base de esta receta, para la que usa, de forma muy tangencial y poco documentada, todo sea dicho, los referentes religiosos sobre la fertilidad, citando gráficamente en especial los de la cultura Maya, con una pequeña caja, que será el epicentro simbólico del «planting» en esta pelíula. Nada nuevo, por otra parte, ya que en la literatura conematográfica son varios los cineastas que han utilizado este objeto para representar el desate de una tormenta de acontecimientos malignos.
Sam Reimi, en 2012, ya produjo «El Origen del Mal» basándose en leyendas urbanas sobre la procedencia y efectos de una caja que, en ser abierta, producía efectos nefandos en las personas que la poseyeron. A partir de aquí, el encargo de Orne Bornedal de desarrollar un argumento sobre una niña que es poseída por un «dibbuk» (demonio en la mitología judía), cuando abre una caja que le habían regalado, y que contenía una serie de misteriosos objetos (se supone con los que se invocaba a la entidad maligna que quedaba presa en la caja, y se liberaba una vez abierta).
Este es un ingrediente que Winnick toma prestado, para justificar la irrupción, en las vidas de Adam y Lisa, la joven pareja que empieza su nueva vida, de un ente maligno que les va a amargar la existencia durante noventa minutos de metraje. Pero sin más profundizar en aspectos demonológicos, ni tampoco en las ancestrales creencias mayas sobre lo relacionado con la fertilidad, y la adoración a la diosa de la luna Ixchel, que representaba la humana preocupación sobre esta idea (todas las culturas cuya subsistencia ha dependido de la producción prodigada por la naturaleza, sin ir más lejos el Antiguo Egipto, han elaborado cultos a deidades dedicadas al trabajo de la tierra). Sin embargo, Winnick hace de ello un uso meramente circunstancial, desaprovechando todo el posible sustrato que podría haber dado de sí el sincretismo entre estos componentes. Con ello, su libreto, a pesar de resultar relativamente eficiente, queda superficial y vacuo, como la misteriosa caja de madera que la hermana de Lisa le regala (haciéndola llegar por correo antes de que los mismos nuevos inquilinos hagan su entrada oficial en el inmueble), que ya se podrían haber currado algo más, dándole un aire más tétrico y, sobre todo, auténtico, a pesar de que yo no he sido capaz de encontrar ninguna referencia a reliquias mayas en este formato. Y eso que, a parte de las matemáticas (igual que Adam), eran duchos a su manera en calendarios y previsiones (elaboraron una tabla para predecir el sexo de los neonatos, entre otros tantos artilugios).
El decente resultado del trabajo de realización, reside básicamente en la capacidad que tiene de crear una atmósfera suficientemente captivadora, y una notable habilidad para jugar con los pocos recursos con los que elaborar la factura técnica del filme. La fotografía de Felix Cramer hace coincidir bastante la alternancia de las escenas diurnas y nocturnas, con el set del campus donde Adam imparte sus clases, y el entorno de la misteriosa casa, respectivamente. Pero la parte esencial de la acción reside precisamente en la morada del joven matrimonio; y la sensación creciente de encarcelamiento (a parte de las dos fugaces escenas de la prisión) se debe a que el centro de gravedad se sitúa en el entorno del salón principal.
La notable banda sonora original sinfónica compuesta por Jeff Cardoni, que descaradamente bebe del estilo de Bernard Hermann, compositor fetitche de Alfred Hitchcock, tiene el innegable poder de potenciar el frenético ritmo al que nos abocará el desenlace de la historia, y de mantener el vilo en los dos primeros actos, hasta que tiene lugar la escena de la investigación «in situ» que el ciego catedrático de la universidad realiza en la casa para descubrir la naturaleza del espíritu maligno que por allí se pasea. Cardoni sabe traducir a la partitura los momentos de máxima tensión y de horror, perfectamente combinados con los temas líricos cuando se requiere la presencia de un mayor dramatismo.
A falta de efectos especiales espectaculares y de última generación, Winnick sabe jugar con los elementos convencionales de la escena y el maquillaje, aunque a veces éste puede rozar cotas de lo hilarante o ridículo (los ojos negros y ensangrentados de los demonios en las visiones, por ejemplo). Sin embargo, consigue infundir algo de pavor con los juegos de reflejos de los espejos, los movimientos lentos de cámara cuando, en vista de primera persona, va acercándose a ver lo que hay en la cuna vacía, o las alteraciones macabras en el cuadro de la mujer y los niños que preside la chimenea del salón.
En general los personajes, aunque poco elaborados, dan el pego, especialmente los dos femeninos; Lisa (Bojana Novakovic) y la «cabra loca», hecha a la suya e irresponsable que representa a su hermana Becky (Melissa Bolani). Ambas sostienen la actividad interpretativa ante unos más patosos y lacónicos personajes masculinos:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Adam, interpretado por un Josh Stewart que actua como bajo el efecto de sedantes; el Doctor aficionado a lo esotérico que va a echarles una mano, a cargo de un Delroy Lindo que, a lo Steve Wonder, desempeña un buen rol de soporte (aunque va al declive en la histriónica escena final de la búsqueda y registro de actividad paranormal); y el bien dotado y hermoso Ben VanderMey, cuyo talento interpretativo está bastante desperdiciado, a pesar de que lo usan como comodín para desempeñar toda clase de funciones: estudiante de Adam, trabajador del mantenimiento de las casas de los profesores del campus (incluida la de Adam y Lisa), asistente del Dr. Clark en la sesión de caza de fenómenos, y hasta gigoló de lujo, al que bajo la tormenta hacen trajinarse, primero a la Bolani, y después a la Novakovick, en sendas escenas en las que parece que Adam es víctima de alucinaciones celotípicas. O sea que está claro: al rubiales, que está como un tren, lo cogieron más por su cuerpazo, que por sus dotes escénicas.
A pesar de no pocas torpezas y omisiones del guion que, a pesar de todo, consigue mantener un cierto grado de interés por parte del espectador, Winnick se las apaña para llevar el barco a buen puerto. Y aunque se le critique por dejar en apariencia cabos sueltos o añadir pegotes para adornar un final mal resuelto, personalmente creo que sabe más o menos por donde pisa.
Resulta muy interesante observar como, sea pretendidamente o por pura casualidad, como en el sistema de valores que plantea el guión, podríamos extraer la metáfora bíblica de la historia de Adán y Eva. Obviamente no sólo por la curiosa coincidencia del nombre de uno de los dos principales (Adam), sino porque podemos leer perfectamente, en alegoría subyacente, como se desarrolla el arquetípico argumento de la transgresión (comer el fruto prohibido, aka abrir el dichoso cofre), con las catastróficas consecuencias (pérdida del bebé, descenso a la locura, quedar a merced del Mal… ), de lo cual el Hombre culpa a la Mujer: «tu pecado nos ha traído la desgracia, y debes morir por ello»… idea expresada sin paliativos cuando, en la visita a la cárcel del antiguo inquilino de la casa, que pasó por lo mismo, éste les espeta que la única solución para devolver al demonio a la caja, es que Lisa muere, ya que ella es la «portadora» del ente maligno, y mientras viva éste irá haciéndose más fuerte.
Bien hallada analogía que da un sentido a una trama despachada de forma muy convencional, y sin demasiado ingenio: en el epílogo, el doctor va a ver a Adam, que esta vez se encuentra en el otro lado de la mesa de la sala de visitas de la penitenciaría, y su conversación sirve para que, en la última secuencia, veamos a Becky, embarazada ahora ella, recoger de encima de su mesita de salón, el mismo regalo que ella había hecho llegar a su hermana. Un cerrojazo efectivo al cuento, pero poco original, y mucho menos elegante.
La última charla del Dr.Clark con Adam sobre la verdad y lo «evidente», así como los brillantes planos de las fornicaciones que observa el matemático desde su ventana (supuestamente delirantes alucinaciones provocadas por el demonio, igual que la vieja que lo asalta en la ducha), son las pruebas del delito de Winnick, de no haber sido capaz de crear un nudo con mucha más enjundia, que podría haber elevado la cinta a unas cotas muy superiores. Una pena, porque la calidad de los actores, sumada a la agilidad de realización para estar por encima de un bajo presupuesto, hacía valer la pena intentar el esfuerzo de construir algo más rico y complejo. Sin embargo, viendo que la anterior película del director es uno de esos descerebrados panfletos interpretados por Steven Seagal, uno podría concluir que en el cráneo del director poca cosa más que en la vacía caja de Becky encontraríamos… ni tan siquiera un demonio.
Suspiro nada más pensar lo que habrían hecho, William Friedkin o Richard Dooner, con este script, explotado tan por debajo de sus posibilidades.
A pesar de no pocas torpezas y omisiones del guion que, a pesar de todo, consigue mantener un cierto grado de interés por parte del espectador, Winnick se las apaña para llevar el barco a buen puerto. Y aunque se le critique por dejar en apariencia cabos sueltos o añadir pegotes para adornar un final mal resuelto, personalmente creo que sabe más o menos por donde pisa.
Resulta muy interesante observar como, sea pretendidamente o por pura casualidad, como en el sistema de valores que plantea el guión, podríamos extraer la metáfora bíblica de la historia de Adán y Eva. Obviamente no sólo por la curiosa coincidencia del nombre de uno de los dos principales (Adam), sino porque podemos leer perfectamente, en alegoría subyacente, como se desarrolla el arquetípico argumento de la transgresión (comer el fruto prohibido, aka abrir el dichoso cofre), con las catastróficas consecuencias (pérdida del bebé, descenso a la locura, quedar a merced del Mal… ), de lo cual el Hombre culpa a la Mujer: «tu pecado nos ha traído la desgracia, y debes morir por ello»… idea expresada sin paliativos cuando, en la visita a la cárcel del antiguo inquilino de la casa, que pasó por lo mismo, éste les espeta que la única solución para devolver al demonio a la caja, es que Lisa muere, ya que ella es la «portadora» del ente maligno, y mientras viva éste irá haciéndose más fuerte.
Bien hallada analogía que da un sentido a una trama despachada de forma muy convencional, y sin demasiado ingenio: en el epílogo, el doctor va a ver a Adam, que esta vez se encuentra en el otro lado de la mesa de la sala de visitas de la penitenciaría, y su conversación sirve para que, en la última secuencia, veamos a Becky, embarazada ahora ella, recoger de encima de su mesita de salón, el mismo regalo que ella había hecho llegar a su hermana. Un cerrojazo efectivo al cuento, pero poco original, y mucho menos elegante.
La última charla del Dr.Clark con Adam sobre la verdad y lo «evidente», así como los brillantes planos de las fornicaciones que observa el matemático desde su ventana (supuestamente delirantes alucinaciones provocadas por el demonio, igual que la vieja que lo asalta en la ducha), son las pruebas del delito de Winnick, de no haber sido capaz de crear un nudo con mucha más enjundia, que podría haber elevado la cinta a unas cotas muy superiores. Una pena, porque la calidad de los actores, sumada a la agilidad de realización para estar por encima de un bajo presupuesto, hacía valer la pena intentar el esfuerzo de construir algo más rico y complejo. Sin embargo, viendo que la anterior película del director es uno de esos descerebrados panfletos interpretados por Steven Seagal, uno podría concluir que en el cráneo del director poca cosa más que en la vacía caja de Becky encontraríamos… ni tan siquiera un demonio.
Suspiro nada más pensar lo que habrían hecho, William Friedkin o Richard Dooner, con este script, explotado tan por debajo de sus posibilidades.